Foto: cortesía de la entrevistada.
«El cine impactó de una manera significativa mi visualidad». Entrevista a Leticia Sánchez Toledo
1 / noviembre / 2023
Una, dos, tres mujeres signaron la experiencia visual y existencial de la artista Leticia Sánchez Toledo, nacida en Cabaiguán en 1985. Con esta marca de agua ha bregado de La Habana (donde se graduó en el Instituto Superior de Diseño, en 2013) a Santo Domingo, de Tenerife a Costa Rica, de San José a Miami. En esta ciudad baja, calurosa, de luz perpetua y con un acentuado déficit de alcantarillas, ella ha echado el ancla, al menos por ahora.
«Las mujeres que me rodearon poseen un lugar importante en mi obra», me dice. «Mi abuela materna se dedicó siempre a la familia. Cuando mi madre tuvo sus tres hijos, ella se ocupó de todo; así mami pudo ser la artista que hoy es. Mi tía paterna nos dejó muy temprano, pero me he aferrado al recuerdo de sus habilidades manuales, sus lindos bordados y las prendas de vestir que me confeccionó. Las amigas de mi madre también ocuparon un lugar importante, todas han sido artistas de alguna manera y también fueron mis amigas. Dedicaban su tiempo a jugar conmigo, hacíamos muñecas de trapo, escribíamos poesía, paseábamos y hablábamos mucho. Todas han sido una fortuna para mí».
Tres, cinco, decenas de mujeres y el cine de Cabaiguán donde, durante sus primeros 20 años, Leticia dice que aprendió a valorar la luz (o su ausencia) y la tranquilidad (eso que rezuman sus cuadros); al tiempo que la repetición de un filme, una y otra vez, la llevaba a remarcar los detalles menos llamativos de una película, el momento calmo en que se detiene la historia… para empezar a significar.
Toda esa esencia está en su primera exposición personal en Miami, acogida en el Pan American Art Project, institución con la que Sánchez Toledo firmó un contrato por dos años. La muestra —abierta al público del 23 de septiembre al 4 de noviembre de 2023— se llama Intimate Pauses, un título que contrasta con el movimiento agitado de la artista durante la última década, pero en la que tanto el cine como las mujeres esenciales cobran vida, ritmo y color.
De las fotos que hice durante la exposición me quedo con una en la que aparece una joven que trabaja sobre lo que parece ser un patrón, poco antes de empezar a coser; o es que ha extendido un trozo de tela sobre una mesa para acribillarlo a injertos, nuevas costuras y perforaciones. Se le nota imbuida, absorta en lo que hace, lejos de todo. Al fondo, sobre la pared, no hay nada que la distraiga, tampoco al espectador. La escena inspira concentración, hay silencio; está en las antípodas de las famosas hilanderas de Velásquez, que son varias, hablan y hacen ruidos con la rueca. Aquí es tarde, en la casa todos duermen. En la ciudad también, mientras una joven sin nombre se entrega a algo que definitivamente la apasiona, como a la encajera de Vermeer.
Recorrí la galería. Seguí haciendo fotos. Observé las piezas más llamativas, las más aplaudidas y, al final, regresé como mozuelo en penitencia al cuadro de aquella joven no exenta de garbo que es resguardada por la cálida luz, el trabajo y la concentración. Poco después supuse que la pieza de tamaño medio bien pudiera ser un homenaje a la tía paterna que Leticia perdió cuando ella era una adolescente y quien era hábil con el bordado, las telas y las agujas.
Dejémosla trabajar —me dije—. A su personaje. A ella también.
Da la sensación de que Sánchez Toledo no se ha dejado nada en el cajón y que la imagen resultante proviene de una aplicación acentuada y de decenas de intentos, de cientos de bocetos, de figuraciones de lo que luego será el rostro o el ademán definitivo de sus personajes.
Insisto —aunque el color pastel pueda, según ciertos códigos, instar a la ligereza, a la falta de drama— hay aquí un trabajo pensado y sobre todo «ensayado» minuciosamente, a la manera de una pieza teatral que es repetida una y otra vez (con ligerísimas variaciones) ante la mirada de una artista que gusta del rigor y que, es más, parece hallar tanto placer en la obra acabada (admirable, vendible) como en el tortuoso proceso por el que transitó.
Salvo algunas excepciones, en tus escenas de interiores predominan las esquinas, las ventanas y las cortinas. Además de la profundidad que le aporta a la composición, esta ubicación del ojo insta a la intimidad, muy a tono con el título de la muestra. ¿Lo ves así?
Es cierto que es muy recurrente en mis obras. Puede ser el reflejo de mi gusto por mirar a través de las ventanas. Para mí es un símbolo de esperanza, como espejos de aire libre por los que podemos mirarnos sin asfixia.
Las cortinas también las uso estratégicamente para jugar con la luz en función de la atmósfera que deseo crear. Me permite reflexionar sobre el modo en que la luz muestra las sombras de los objetos de las telas y superficies. También, agregan un toque de intimidad y misterio a las escenas. Podrían sugerir que el espacio está siendo observado desde un lugar discreto.
El afiche de la exposición parece sacado de un Georges de La Tour. ¿Cómo te las arreglas con la luz?
La luz es un recurso indispensable para mí. Con ella puedo enfocar la atención del espectador en áreas específicas de la pintura. La obra a la que haces referencia se llama «By lamp light». El contraste extremo de luz que genera la lámpara sobre el cuerpo de la muchacha, más su semblante meditativo, son los que hacen que entremos a profundizar, a querer saber más de ella y del placer por su tarea. Capturar esa concentración inmersiva que algunas veces experimento cuando disfruto lo que hago, hace que me involucre con la obra a un nivel más profundo.
En ella utilizo pinceladas suaves y fluidas, lo que me permite capturar a grandes rasgos detalles en las áreas iluminadas y transmitir la textura y el brillo de los objetos. La composición en la obra también desempeña un papel importante en la representación de la luz para aprovechar al máximo la fuente, sea natural o artificial, y crear un equilibrio visual. Para lograr ese efecto, es necesario comprender cómo la luz incide en diferentes objetos y superficies. Aquí combino todo lo que me fascina, la luz, lo aparentemente momentáneo, la sugerencia de una historia; de repente uno también está en otro mundo con sus pensamientos, así como la muchacha que cose la tela.
Varias voces coinciden en el vínculo cerrado entre tus escenas y el cine…
Pasé mi infancia y mi adolescencia viviendo justo al lado del cine de mi pueblo. Crecí visitándolo cada fin de semana. No había muchas opciones por aquel entonces, ponían durante largas temporadas la misma película y yo la veía muchas veces. Eso hacía que sintiera las historias como mías, que viviera a través de los personajes. Terminaba por obviar la trama y empezaba a fijarme en cosas que pasaban desapercibidas para la mayoría, como los objetos que estaban en una habitación, la luz, los juegos de colores, los simbolismos o los simples errores de continuidad.
En otras ocasiones solo entraba para sentir el clima fresco, la soledad, el silencio. El cine era mi lugar seguro. Esas imágenes impactaron de una manera significativa mi visualidad y mi interés por ciertas escenas que después, de adulta, me las encuentro en el día a día en un recuerdo o en películas, fotografías, libros… en los que aparecen los interiores cerrados, pero casi siempre con una puerta o una ventana por donde se puede escapar, además de la penumbra o la luz incidental sobre los objetos o las personas.
¿Hasta dónde consideras que puede extenderse la visión cinematográfica?
El cine es infinito, ha tocado muchísimos temas. Yo he puesto mi foco en la condición femenina, al capturar la cotidianidad y la belleza de lo simple. Eso implica, al mismo tiempo, la complejidad de la experiencia humana, así como recurrencias a la soledad, el amor, la amistad y la sencillez de la vida diaria en torno a la mujer. El ejercicio es una forma de autoconocimiento en el que todavía me falta mucho por entender, tanto de mí como del lenguaje pictórico.
Tu profunda relación con la fotografía aquí queda demostrada…
Además de ver pintar a mi madre, que era instructora en la Casa de la Cultura de mi pueblo, disfrutaba mucho sumergirme en la caja de fotos de la familia. Era como ver otra película, un viaje al pasado, un tesoro de recuerdos felices. Cada fotografía era un fragmento del tiempo. Me encantaba recrearme en los espacios y habitaciones, escudriñando cada detalle, la posición de las manos, el pelo o simplemente darme cuenta del paso de los años encima de los muebles.
Pero mi presencia estaba ausente en ese paquete. Solo había tres fotos en las que yo aparecía, una del día de mi nacimiento y otras dos con mi familia. La fotografía es una poderosa herramienta para conectarnos con el pasado y para hacernos sentir parte de la identidad y de la tradición familiar. Constatar que no había imágenes en las que yo estuviera generó una sensación de invisibilidad. No fue por elección, las circunstancias económicas en ese momento no lo permitieron. Ahora que tengo un hijo puedo entender que tanto yo como mi madre lamentemos esa carencia. Quizá por eso sienta la necesidad de conectar con mi pasado y con mi infancia. Me gusta que compartan conmigo historias y anécdotas de esos momentos, porque así reconstruyo recuerdos y emociones.
Alguien remarcó cerca de mí que ninguno de los personajes de tus cuadros, salvo quizá uno solo, enfrenta la mirada del espectador. Todas —porque casi todas son mujeres— miran hacia otro lugar. ¿Qué hay detrás de ese denominador común?
Pintar los personajes de espaldas o de perfil ha sido una constante desde que era pequeña. Todavía no sé por qué. Creo que, al privar al espectador de conocer el rostro, genero una especie de curiosidad o de capricho, lo que aumenta el misterio. Según Wölfflin, se trata del poder de «la atracción de las cosas que se disimulan». Aunque no creo que resulte más sencillo interpretar la expresión enigmática de personajes que miran al público como en «Between Blues».
Me ha sorprendido que, a la par de los cuadros de gran formato, hay una pared dedicada a lo que pudieran ser estudios, pequeñas escenas ordinarias, parte de un todo cuya plasmación se nos escapa… ¿Pudiera decirse que tienes hacia la «miscelánea» igual consideración que hacia los lienzos más grandes, aparentemente mejor logrados?
Para mí son igual de importantes los estudios en papel que los lienzos en gran formato. Algunos estudios no requieren una exploración en una mayor escala y se quedan tal cual como obra terminada; mientras que otros, en cambio, pueden funcionar mejor en gran formato. Entonces comienza una nueva pieza en la que puedo encontrar otros resultados. Siempre empiezo en el papel porque allí la energía con la que trabajo es mucho más libre y expresiva.
¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Por dónde empiezas? ¿Sueles improvisar o todo está de antemano presente y latente?
El proceso de trabajo empieza, sin percatarme siquiera, cuando conecto con una imagen. Luego comienzan otros procesos de análisis, depuración, limpiar el espacio de elementos para aumentar su fuerza emocional, redireccionar la luz encima de los objetos, armonizar los materiales dispares y usar el color en función de la atmósfera que deseo lograr. Siempre hago estudios de pequeños o medianos formatos, con pastel seco y óleo sobre papel antes de decidirme a llevarlo al lienzo. Es una manera de explorar, de encontrar nuevas posibilidades en otros medios y de descubrir qué me ofrece el cambio de técnicas o de formatos al cambiar la escala. Cuando tengo definido lo que quiero, comienzo la pieza siempre sobre una base de color previa. Generalmente, lo que más deseo es poder dedicar jornadas muy largas a trabajar húmedo sobre húmedo para sentir la pincelada fluida sin perder la inmediatez de las primeras capas de pintura.
Cuando esa imagen es transformada a través de la pintura, disfruto mucho el proceso, pues ahí la historia empieza a ser mía. Es entonces que comienzo a contar desde mi visión, añadiendo o quitando elementos, dándole protagonismo a la iluminación con lo que encubro o lo que revelo gracias a la luz. De esa manera, el manejo intuitivo de la pintura distancia cada pieza de su fuente original para transmitir a veces algo totalmente diferente de lo que estaba pasando en la escena.
Si tuvieras que destacar la obra que mejor te represente y que resuma el mensaje de la exposición, ¿cuál elegirías?
«Mother» es una pieza con la que me siento identificada, seguramente por el hecho de ser madre de un niño de 8 años que deja de ser pequeño y se hace mayor. Mi idea no es solo elogiar en la obra las tareas de la crianza, sino también sacralizar esos espacios íntimos y hacer perdurar en el tiempo los momentos que verdaderamente importan, además de aceptar la naturaleza efímera de la felicidad.
Con ella quería que el espectador se concentrara en la quietud, la sencillez y el silencio de la mujer, y que no se distrajera con elementos decorativos. Me interesaba dejar que las cosas hablaran por sí mismas —sin añadir elementos psicológicos— y crear así una sensación de quietud y de silencio que rodeara ese momento sin interrupciones. Dejé algunos elementos (la lámpara y los libros, metáforas del conocimiento, la creatividad y el confort) y eliminé todo lo que bloqueara la vista desde la ventana para dejar ver un paisaje en la lejanía, casi difuso, que deja entrar la luz moldeada por la cortina.
Miami es una ciudad con muchos epítetos, entre ellos, brutal, mucho más para un artista…
Estoy feliz y agradecida con Pan American Art Project, por la confianza; con los amigos, por su ayuda; y sobre todo con mi esposo, que me ha apoyado todo este tiempo y me ha permitido dedicarme de lleno al arte. Si me hubiese buscado un trabajo y hubiese pintado a medias, hoy no estaría aquí o tal vez me hubiese costado mucho más tiempo. Fue un riesgo, porque siempre he pensado que la oportunidad llegaría, pero no tenía seguridad alguna. Ahora siento que valió la pena y, como dicen por ahí, me digo: «sigue intentándolo y no te rindas».
Intimate Pauses, de Leticia Sánchez Toledo, en el Pan American Art Project de Miami del 23 de septiembre al 4 de noviembre de 2023.
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