Béisbol cubano: el patrocinio y la publicidad siguen en la banca

Foto: Facebook / Jit.
Al parecer, en el deporte cubano todo llega en cámara lenta. Mientras el resto del mundo hace décadas descubrió que la publicidad y el patrocinio son aliados naturales del deporte moderno —esos motores que llenan estadios, financian talentos y pagan hasta las medias del utilero—, en Cuba seguimos «analizando», «regulando» y «esperando la implementación efectiva» de algo que, en teoría, ya está aprobado por ley.
Pero no corramos, que la burocracia también necesita su tiempo para calentar. La nueva Ley del Deporte, recién salida del horno legislativo, por fin menciona la palabra patrocinio sin ruborizarse.
Un paso histórico, dicen algunos. Aunque, si vamos al detalle, más parece un reconocimiento tardío de una práctica «circunstancial», como la definió en el programa Bola Viva el director jurídico del Inder, Karel Pachot.
Circunstancial, sí: porque cuando una delegación necesitaba viajar y no había transporte o cuando una piscina olímpica se caía a pedazos, alguien aparecía —calladamente— con recursos «extraoficiales». Pero ahora no, ahora será legal. Al menos en el papel.
La mencionada Ley del Deporte pone las reglas: quién aprueba, cómo se solicita, qué porcentaje del estadio puede llenarse con carteles y hasta qué tamaño puede tener el logo del patrocinador en el uniforme.
Porque, claro, si algo caracteriza al sistema deportivo cubano es su pasión por el control. No vaya a ser que un pequeño empresario privado se emocione y ponga su logotipo demasiado grande. O, peor aún, que alguien crea que el béisbol puede autofinanciarse sin pedir permiso a los decisores de la Federación Beisbolera.
Mientras tanto, la Serie Nacional de Béisbol —ese eterno termómetro del deporte cubano— sigue jugando en estadios a medio pintar, con pelotas de dudosa procedencia y uniformes que parecen reliquias de museo.
En las gradas, las lonas publicitarias brillan por su ausencia. No hay marcas de refrescos ni cooperativas ni mipymes que patrocinen el evento deportivo más importante del país. Pero no porque no quieran; simplemente, porque todavía «se está estructurando el mecanismo». Un proceso que, si sigue al ritmo habitual, podría tardar lo que un ciclo olímpico… o dos.
Y pensar que, en otras latitudes, el patrocinio deportivo es un universo de creatividad, inversión y beneficios mutuos.
Desde hace décadas, los clubes de fútbol, los equipos de béisbol y hasta los torneos escolares viven gracias a la colaboración entre el deporte y las marcas.
En Cuba, en cambio, seguimos discutiendo si un tercio del estadio puede usarse para poner anuncios. ¿Un tercio? Qué generosidad. Quizá temen que demasiada publicidad distraiga al público del espectáculo… aunque, siendo sinceros, más distracción que un juego de 15 errores es difícil.
El Inder insiste en que este nuevo marco legal permitirá «reparar instalaciones» y «garantizar la logística» de los eventos. Suena esperanzador, aunque la experiencia nos enseña que entre la norma y la realidad suele haber un abismo.
Y mientras se define cuántos logos caben en una valla, los atletas continúan emigrando en busca de lo que el patrocinio podría ofrecerles: estabilidad, recursos, y un entorno profesional. Pero claro, todavía no es momento de hablar de eso. Paso a paso. Primero la burocracia, luego la pelota.
El asunto es que Cuba siempre ha presumido de su «potencial deportivo», pero no ha querido aceptar que los músculos también necesitan financiamiento. Durante años, se vio con recelo cualquier intento de patrocinio, como si poner una marca en un uniforme fuera una herejía ideológica.
Ahora, que el país vive su peor crisis económica en décadas, el discurso cambia: de pronto, la publicidad no es tan mala. De pronto, se reconoce que podría «salvar» la Serie Nacional, reparar un estadio o, con suerte, pagar un ómnibus.
Los aficionados lo entienden mejor que nadie. En las redes abundan los comentarios de frustración: que si un tercio del estadio no alcanza, que si cada territorio debería decidir por sí mismo, que si el Inder debería soltar un poco la cuerda.
Algunos lo dicen con rabia, otros con humor, pero todos coinciden en lo mismo: el deporte cubano necesita oxígeno. Y si ese oxígeno viene con forma de patrocinio privado, que venga. Nadie muere por ver un cartel de una mipyme o una cafetería local detrás del home, siempre que el juego mejore.
Tal vez dentro de unos años recordemos este momento como el punto de partida de un cambio real. O quizá solo sea otro capítulo de ese largo expediente de «reformas que no terminan de arrancar» en la isla.
Mientras tanto, los peloteros seguirán esperando su uniforme nuevo; los estadios, su pintura; y los fanáticos, su espectáculo. Y el patrocinio, ese salvavidas tan anunciado, seguirá en el muelle… aguardando porque alguien «de arriba» decida lanzarlo de una vez.
ELTOQUE ES UN ESPACIO DE CREACIÓN ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LA OPINIÓN DE SU AUTOR, LA CUAL NO NECESARIAMENTE REFLEJA LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.
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