Concluyó una semana de extremos para el deporte cubano, aquel que alguna vez fue un símbolo de orgullo nacional y utilizado hasta el cansancio para la propaganda estatal. Hoy, en septiembre de 2025, tras los eventos deportivos internacionales de esta semana, esa narrativa se desmorona como un castillo de arena. Aunque siempre hay una luz al final del túnel.
Tres mundiales, tres disciplinas distintas, tres historias que apuntaron a una misma tragedia: la decadencia del deporte cubano. Aunque el talento individual de dos o tres atletas todavía nos salve del hastío.
Empecemos por el boxeo, el legendario «buque insignia» de la Revolución. Durante décadas, la isla podía presumir de campeones que dominaban los cuadriláteros del mundo y de «una escuela» que parecía inigualable. Pero Liverpool 2025 se encargó de mostrar la otra cara de la moneda: la que nadie quiere ver en La Habana.
Por primera vez desde 1974, Cuba se fue de un Campeonato Mundial sin ningún título. Sí, escucharon bien: cero. Ni una medalla de oro. Los bronces de Alejandro Claro, Erislandy Álvarez y Julio César La Cruz, quienes cayeron en semifinales, son lo único que queda de testimonio de un equipo que, históricamente, asustaba a cualquier rival.
La respuesta es cruda: falta de recursos, éxodo de talentos y un sistema que ya no sabe renovarse. Liverpool no es un accidente; es un espejo del declive estructural de un deporte que alguna vez fue sinónimo de gloria.
Pasemos al voleibol masculino. Si el boxeo nos dio la bofetada, el Mundial de Voleibol fue un manotazo que dejó a la afición rascándose la cabeza. El equipo dirigido por Jesús Cruz, que apenas un par de meses atrás había finalizado octavo en la Liga de Naciones, llegó a Filipinas con esperanzas moderadas pero intactas. Sin embargo, un debut humillante ante Portugal, seguido de la derrota ante Estados Unidos por 1-3, confirmó que la progresión era más ilusoria que real.
La victoria frente a Colombia por 3-0 solo sirve de consuelo efímero, pues Cuba quedará, como mínimo, en el puesto 16, lejos del 14 que obtuvo en 2022. Es difícil no leer entre líneas: la selección cubana de voleibol parece vivir atrapada entre lo que fue y lo que nunca podrá ser en este momento. El talento joven existe, sí, pero los sistemas, la preparación y la estrategia parecen aún más envejecidos que el mobiliario de una cancha municipal.
Y entonces llegó Tokio. En el arranque, Silinda O. Morales dio un golpe de orgullo con su bronce en el lanzamiento del disco. Nada menor: 67.25 metros en una final donde ocho atletas superaron los 65 metros. Un mérito enorme, aunque con sabor a «al menos no nos fuimos en blanco».
Pero lo verdaderamente grande se reservó para el triple salto femenino, como había adelantado hace poco en esta columna. Todas las favoritas estaban allí: la reina Yulimar Rojas, la olímpica Thea Lafond, la cubana experimentada Liadagmis Povea… y la joven Leyanis Pérez.
Con 14.94 metros en su primer intento, Leyanis no dejó margen para las dudas. Fue oro sin discusión. Oro con autoridad. Oro que colocó a Cuba otra vez en lo más alto de una disciplina global. Oro que convirtió lo que pintaba como «otro fracaso» en la redención del año.
«A esto fue a lo que vine, a buscar el oro y una gran secuencia de saltos. Estoy feliz, pero no complacida porque también quería la barrera de los 15 metros y no se pudo», dijo la pinareña Pérez al diario oficialista Jit.
No fue lo único: Roxana Gómez firmó récord nacional en los 400 metros y Lázaro Martínez cerró con un bronce en el triple. Resultados que no llenan titulares, pero hablan de una generación que busca crecer o dentro de poco, emigrar.
Tres mundiales, ¿tres fracasos? El boxeo sí fracasó. El voleibol también. No hay maquillaje posible. Pero el atletismo no. Tokio nos regaló medallas que supieron a bálsamo en medio del desierto. El deporte cubano vive en un tira y afloja constante entre la nostalgia y la renovación. Liverpool mostró el abismo, Filipinas confirmó la mediocridad y Tokio rescató la esperanza. Pero el patrón sigue claro: sin cambios estructurales, sin inversión, sin apertura, lo de Leyanis será excepción, no norma.
Tres mundiales, tres historias. Dos fracasos, un respiro. Y una conclusión que duele, pero es inevitable: el deporte cubano no puede sostenerse en mitos del pasado.
ELTOQUE ES UN ESPACIO DE CREACIÓN ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LA OPINIÓN DE SU AUTOR, LA CUAL NO NECESARIAMENTE REFLEJA LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.
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