La frase «amamos el amor y odiamos el odio», dicha por Miguel Díaz Canel en el primer aniversario de las protestas del 11J, es repetida constantemente por la propaganda del Gobierno cubano.
Pero, en un país gobernado durante más de seis décadas por un único grupo político que no permite escoger otras opciones; donde han sido numerosas las detenciones arbitrarias y los fusilamientos tras procesos sin garantías; en un país en el que se realizan mítines de odio organizados por instituciones estatales; donde se criminaliza el activismo de derechos humanos y se persigue a opositores, artistas y periodistas independientes; donde hay cientos de presos políticos y el destierro es una política de Estado, así como los exilios forzosos de quienes disienten, ¿quiénes son los que realmente promueven el odio?
¿Tienen derecho los gobernantes del Partido Comunista a presentarse como «víctimas del odio» si tomamos en cuenta su historia de desatar la fuerza estatal contra quien disienta de sus políticas y doctrinas?
Tanto el discurso de odio como la desinformación son formas de manipulación y propaganda que pueden tener graves consecuencias sociales y políticas, que buscan deshumanizar al oponente y eliminarlo de la esfera social, familiar y hasta aniquilarlo personalmente.
Es también una clara forma de intentar borrar de la memoria colectiva acontecimientos históricos relevantes y de minimizar la responsabilidad de los verdaderos represores.
ELTOQUE ES UN ESPACIO DE CREACIÓN ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LA OPINIÓN DE SU AUTOR, LA CUAL NO NECESARIAMENTE REFLEJA LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.
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Guille Álvarez
Sanson