Rostros sonrientes mientras Franceso toca en la cubierta del barco. Foto: Peter Kattar / The Outlaw Ocean Project.

Rostros sonrientes mientras Franceso toca en la cubierta del barco. Foto: Pierre Kattar / The Outlaw Ocean Project.

El juglar de los migrantes

27 / junio / 2021

A veces la belleza se esconde en rincones oscuros. Para Francesco Taskayali, esa belleza se encuentra en los barcos de detención anclados en el Mediterráneo, a kilómetros de la costa de Italia, donde inmigrantes desesperados son retenidos en un lúgubre purgatorio acuático.

El año pasado, este reconocido pianista se ofreció como voluntario de la Cruz Roja para trabajar en varios de los ocho cruceros que el gobierno italiano había adaptado para poner en cuarentena a los inmigrantes en alta mar.

Estos corrales de retención flotantes, que albergan a más de 10 mil personas, suelen estar fuera del alcance de abogados, activistas, médicos y periodistas. Taskayali quería ser testigo de las condiciones y del trato que reciben. A bordo del Allegra y de La Suprema, dos de estos barcos de lujo, Taskayali desempolvó pianos guardados en el almacén. Tras obtener el permiso de los capitanes para sacarlos al exterior y a la cubierta, comenzó a ofrecer conciertos diarios para los inmigrantes.

“Hay una cierta intimidad que se da cuando tocas para personas que se ven a sí mismas como invisibles”, explica Taskayali, quien agrega que también quería tener la oportunidad de tocar para los inmigrantes con la esperanza de inspirarse en ellos y en sus recorridos, a la vez de ofrecerles una pequeña sensación de alivio tras un viaje duro. Los conciertos se volvieron rituales cotidianos que reunían a multitudes: algunas bailaban, otras lloraban, y muchas simplemente se sentaban a escuchar. Entre otras canciones, tocaba piezas como “Bella Ciao”, el famoso himno de protesta del siglo XIX que acababa de convertirse en un éxito en Túnez gracias a un remix titulado “Habibi Ciao”.

Cuando no daba conciertos, Taskayali repartía comida entre los inmigrantes, así como artículos de aseo, cargadores para móviles, pomadas para sarpullidos y zapatos, pues la mayoría de las personas a bordo de los cruceros había embarcado descalza. Una tarea que detestaba era vigilar a los inmigrantes para que no intentaran suicidarse y para que no saltaran desde las cubiertas más altas en un intento de escapar de aquel lugar.

Músico autodidacta de 29 años, Taskayali toca el piano desde que tenía 6, y compone desde los 11. En la última década se ha convertido en una especie de pianista trovador que utiliza su música para reconfortar a los afligidos. Su trabajo lo ha llevado a países como Venezuela, Turquía, Etiopía, Kenia, Indonesia, Eslovenia, Croacia, Grecia y Georgia, entre otros, y ha actuado en escuelas rurales, cenas privadas, salas de oncología, plazas de pueblos y otros lugares donde los conciertos son, cuanto menos, poco habituales.

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Captura de drone donde se ve a inmigrantes escuchando el piano en cubierta. Foto: Pierre Kattar / The Outlaw Ocean Project.

En Italia, Taskayali tocó para 150 presos en la misma cárcel donde su abuelo había trabajado toda su vida. “Estaba relajado en el escenario y en esa hora de concierto todos nos olvidamos de que estábamos en una cárcel. Al final, como bis, toqué ‘Caruso’, de Lucio Dalla, y todos se pusieron de pie en una ovación”, relata. “Sólo después, cuando entraron los policías, recordé que no estaba en un teatro”.

El pianista tocó también junto a la orquesta “El Sistema” en la ciudad de Caracas –en la Venezuela de Chávez–, y en Hong Kong, poco antes de las revueltas masivas que en 2019 sacudieron a la región. “Nunca habría visto los ojos de quienes temen al poder si no fuera por mi trabajo”, reflexiona.

Nacido en Roma pero criado en Estambul, Taskayali habla cuatro idiomas (italiano, turco, francés e inglés) y describe su identidad dividida como una ventaja, un punto de vista de perpetuo “forastero”, que le permite relacionarse con los migrantes de todo el mundo. “No siento que pertenezca a ninguno de los dos países”, dice sobre su doble nacionalidad: italiana y turca. Sin embargo, matiza al instante que su música le ofrece un lenguaje “universal” y emocional que funciona en todos los contextos. “La cultura no tiene fronteras”, recalca.

La crisis humanitaria que se está produciendo en el mar Mediterráneo resulta demasiado familiar. Huyendo de la guerra, la tortura, la pobreza, la extorsión, la violencia sexual y el trabajo forzado, decenas de miles de emigrantes de África y Oriente Medio se dirigen con regularidad a Libia y Túnez, antes de emprender un intento desesperado de cruzar el Mediterráneo y encontrar algún tipo de refugio en Europa. Si los migrantes consiguen salir de las aguas africanas y llegar a alta mar, suelen ser rescatados por grupos como Médicos Sin Fronteras y llevados a aguas italianas, donde no son desembarcados en tierra sino en los barcos de cuarentena.


El coronavirus ha creado tiempos disociados para todos. Pero, para Taskayali, nadie está más desconectado que los huéspedes no deseados de Europa, que quedan flotando en medio del mar Mediterráneo.

Aun así, Taskayali insiste en que la esperanza permanece, y la música ayuda a aprovechar esa sensación de posibilidad. Basándose en la inspiración y en el sentido de fortaleza que vio entre los migrantes, Taskayali compuso –sigue componiendo– música que cuenta la historia de las personas que conoció. Las melodías, tocadas de oído y grabadas, pues no escribe partituras, están “llenas de esperanza”, dice, porque ese fue el sentimiento que le acompañó en todo momento.

“Tenía esperanza en esta gente, en el futuro que les esperaba en Europa”. Mantuvo la esperanza incluso cuando Abou Diakite, un chico de 15 años de Costa de Marfil que había sido rescatado y llevado a bordo del Allegra, enfermó gravemente. Dio negativo en la prueba de COVID-19 y se sospechó que tenía una infección del tracto urinario. Tras ser trasladado a tierra firme y rechazado en un primer hospital de Palermo –en plena crisis sanitaria de la pandemia, no había camas vacías– Diakite murió. Taskayali lo ayudó a subir a la ambulancia.

“Después de ayudarlo me sentí feliz, pensé que había completado su viaje, que estaba a salvo y que sería tratado en un hospital. Cuando volví al piano y toqué de nuevo, una hora después, estaba lleno de esperanza. Cinco días después me enteré de que Abou había muerto, pero no cambié las canciones que había escrito”.

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