Era la mañana del 2 de agosto de 1953, al líder de los asaltantes al Cuartel Moncada, Fidel Castro Ruz, lo había detenido una patrulla del Ejército en una finca en las cercanías de Sevilla, en la Sierra Maestra. Al frente de la operación se encontraba el teniente Pedro M. Sarría, quien le ordenó a Castro que se sentara en el camión en el cual se encontraba prisionero. En medio de la tensión apareció un sacerdote obeso que le gritó a Sarría de modo contundente: ¡Párese ahí, teniente!
El hombre, que vestía sotana negra y una cruz pectoral, era Enrique Pérez Serantes, arzobispo de Santiago de Cuba. Lideraba la mediación humanitaria que les salvó la vida a varios sobrevivientes del asalto al Cuartel Moncada. A la vida del religioso y a su huella en la historia de Cuba se dedica este capítulo de «Un Toque de Historia».
¿Quién fue Enrique Pérez Serantes?
Nació en Tuy, Galicia, el 29 de noviembre de 1883. Fue el primogénito de la familia compuesta por Agustín Pérez Viso y Regina Serantes Cid. Acorde con la tradición de la época en una España rural y católica, sus padres lo enviaron a estudiar en el seminario de San Fernando en Orense. Pero la vida del joven gallego se complicó en 1901 cuando, con 18 años, tuvo que cumplir el servicio militar. Ante la ausencia de dinero para pagar y así evadir el alistamiento, decidió huir a Cuba, donde residía un pariente político de su madre llamado Manolo Hierro.
Al llegar a La Habana, consiguió trabajo de ayudante en el famoso observatorio meteorológico que los padres jesuitas tenían en el Colegio de Belén. En septiembre de 1903, el joven Enrique retomó sus estudios en el seminario de San Carlos y San Ambrosio.
El joven seminarista viajó a Roma para continuar su formación en el Pío Colegio Latinoamericano (prestigiosa institución clerical que se encargaba de la formación de los futuros sacerdotes latinos), gracias a las gestiones del primer arzobispo cubano de la época republicana, Francisco de Paula Barnada. Después de siete años en Roma, regresó a Cuba y fue ordenado sacerdote el 11 de septiembre de 1910.
Se iniciaba así una relampagueante carrera eclesiástica que le permitirá ocupar diversos puestos como párroco, profesor en el seminario de San Carlos, articulista en importantes diarios de la época (Diario de la Marina y el medio católico el Faro). Pero su labor estuvo matizada por un profundo quehacer de acompañamiento social en las comunidades más empobrecidas. La sensibilidad social caracterizó su vida sacerdotal y su posterior labor como obispo.
Con solo 38 años, el 13 de agosto de 1922 fue nombrado obispo de Camagüey, ciudad donde desplegó una amplia labor social que comprendió desde la defensa del campesinado hasta la construcción de colegios. Según el historiador español Ignacio Uría, a mediados de la década de los treinta del siglo pasado, Pérez Serantes conoció al también gallego Ángel Castro, con quien iniciaría una profunda relación. La relación se documenta en un fragmento de una entrevista a Juanita Castro, recogida en el libro Iglesia y Revolución en Cuba: Enrique Pérez Serantes (1883-1968) el obispo que salvó a Fidel Castro, de la autoría del profesor Uría.
Dice Juanita: «Pérez Serantes y mi padre se conocían. Monseñor vino a Birán (…) ya que misionaba por allí y no era raro verle en casa. Sobre todo, en la temporada de lluvias, [en la que] a veces paraba a almorzar, ya que apenas se podía circular por los caminos. Él sabía que en nuestra casa se le recibía como a un rey. Mi padre siempre le ayudó, creo que incluso en la época de Camagüey, cuando hacía falta dinero para la construcción de las muchísimas iglesias y colegios que hizo».
El 7 de enero de 1949 se hizo público el nombramiento de Serantes como arzobispo de Santiago de Cuba y primado de Cuba. Tenía, en ese momento, 65 años. Se iniciaba así la etapa más conocida del gallego de nacimiento, pero cubano de corazón. En la diócesis oriental recorrió cada palmo de tierra y denunció como pocos las injusticias que asolaban los sectores más empobrecidos de la sociedad oriental.
Pero el desarrollo de su episcopado se complejizaría con la ruptura del orden constitucional debido al golpe de Estado del general Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952. Si bien a lo largo del país existieron conatos de resistencia, la población no respondió al llamado radial del presidente Carlos Prío Socarrás. En cuestión de horas, las fuerzas militares de la isla habían secundado a Batista.
Días después, el cardenal arzobispo de La Habana, Manuel Arteaga, asistió a una recepción que ofreció Batista con el fin de lograr que el dictador respetara los acuerdos establecidos entre la Iglesia y el Estado. Las fotos del eclesiástico al lado del autócrata generaron una enorme indignación popular. Pero con el gallego de Oriente eran otros cinco pesos. Preocupado por la situación del país y conocedor de la realidad de su diócesis, Pérez Serantes mantuvo una postura distante y se convirtió en una de las voces críticas del régimen batistiano, además de uno de los principales apoyos para la promoción de la justicia social en el país.
La situación se va a complejizar aún más cuando el 26 de julio de 1953 un grupo de jóvenes armados ataquen el Cuartel Moncada en Santiago de Cuba y el Cuartel Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo. Será en esa circunstancia que el entonces arzobispo oriental desplegará una labor de mediación humanitaria destinada a salvar la vida de los asaltantes.
Un obispo en favor de la Revolución
Después del fracaso del asalto al Cuartel Moncada, las denominadas fuerzas vivas de Santiago de Cuba impulsaron un grupo de gestiones ante la cúpula militar con el fin de garantizar la vida de los sobrevivientes. A la cabeza se encontraba el arzobispo Enrique Pérez Serantes, secundado por el rector de la Universidad de Oriente, Felipe Salcines.
Para tal motivo, el obispo Pérez Serantes se desplazó hacia la Sierra Maestra para garantizar la vida de los fugitivos. Encontró a Fidel Castro el 3 de agosto de 1953 en las cercanías del poblado Sevilla. Luego de estos sucesos y hasta la caída del régimen batistiano en enero de 1959, el arzobispo oriental se convirtió en un actor social que criticó la violencia política y las desigualdades existentes en el país.
Tras el triunfo de las fuerzas revolucionarias en enero de 1959, Pérez Serantes apoyó de modo entusiasta las primeras leyes revolucionarias. Pero su postura se transformó con el acercamiento del Gobierno revolucionario a la Unión Soviética, los fusilamientos masivos y la publicación de un grupo de pastorales en los que criticaba los manejos autoritarios de Fidel Castro. La confrontación tuvo su punto máximo durante la invasión a Playa Girón (cuando el arzobispo fue encerrado en su palacio arzobispal) y se agudizó más con la intervención de los colegios religiosos en 1961 y el recrudecimiento del ciclo de persecución de toda expresión de disenso político. Para entender las complejidades y matices del proceso, se recomienda escuchar la entrevista al historiador español Ignacio Uría.
Epílogo
¿Cómo fueron los últimos días de Enrique Pérez Serantes?
Después de la confrontación política entre la Iglesia y el Gobierno revolucionario, la vida del octogenario arzobispo se dificultó cada día más debido al giro hacia el comunismo estalinista de la élite revolucionaria. Sacerdotes detenidos y torturados, persecución del laicado y actos de repudio en las afueras de la Catedral y del Arzobispado.
A pesar de las acciones anteriores, nada pudo callar la voz del arzobispo, la misma que se alzó también contra Batista. Después de la Semana Santa de 1968, el prelado —aquejado desde hacía varios años de problemas circulatorios que dificultaban su movilidad— sufrió un fuerte dolor en el pecho. Tras ser ingresado se constató que se trataba de un infarto cardiovascular. El suceso deterioró su salud irreversiblemente.
En sus últimos momentos de lucidez, Pérez Serantes dijo a su obispo auxiliar y sucesor Pedro Meurice: «Muero como un perro mudo. A mí me taparon la boca, así que el día que tú puedas hablar, habla. Y que el mundo te oiga».
El 18 de abril de 1968 moría Enrique Pérez Serantes. El obispo que le salvó la vida a Fidel Castro moría preterido y enmudecido. Su funeral, en medio de una feroz política anticatólica, fue el último acto popular de la Iglesia católica en Santiago de Cuba hasta la visita del papa Juan Pablo II en enero de 1998.
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José Darío sanchez
Aldo