A Yaquelín le decíamos “la espantavampiros”, porque ayudaba a su papá a tejer ristras de ajo para vender en el pueblo cuando el susodicho producto se conseguía con un menudito muy alejado de los precios de ahora, que no solo espantan a los vampiros, sino también a compradores de la más diversa índole.
En aquella época, en plena década de 1980, nos íbamos en las noches de sábados a las “descarguitas”, que así se les llamaba a las fiestas de quince de mis coetáneas. Entonces la cosa era bastante estándar: una grabadora de doble casetera pertrechada con veinte o treinta “municiones” cargadas con baladas románticas del momento o anteriores a la edad media del grupo; unas botellas de licor dulce, algunos panes, pastelitos y otros demonios gastronómicos de origen local y listo: ¡tremendo fiestón!
Los años pasaron, yo me fui del pueblo y Yaquelín tuvo una niña a la cual pusieron su mismo nombre. El abuelo siguió con el asunto del ajo y se convirtió en todo un magnate de los condimentos y especias, suministrando cebollinos, cebollas y ajíes a los carretilleros más próximos.
Ahora he sabido que a “Yaquelín Junior” le prepararon su fiesta de quince, digamos que su descarguita de estos tiempos, pero sucede que el voltaje de la descarga parece que subió bastante. La niña confeccionó sus peticiones en base a los ingresos del abuelo después de la última cosecha del Allium sativum (aclaro que no es un filósofo griego, sino la definición científica del ajo; pero, indiscutiblemente, eso le da al artículo un toque “intelectualoide”).
En fin, que la del “cumple” presentó una lista de demandas más complicadas que las encaminadas a lograr la paz del Medio Oriente.
Quiso unas fotos únicas y aquí mismo se le inflamó el ojo a la yegua: abuelo, abuela, mamá y papá salieron en patines buscando alguna opción que no se encontrara repetida y no bajara de 300 CUC (menos habría sido una vergüenza, teniendo en cuenta que a la hija de Parmenio el camionero le costaron 290 CUC).
Y parece que eso lo resolvieron, pues un tal Mayito, autodenominado en sus tarjeticas y en Revolico FOTOS MAYO PERO SIN DESMAYO, prometió (y cumplió) combinar ciencia ficción, reggaetón y naturaleza muerta. Un paquete nada despreciable.
Quedaba resuelto el tema fotos, que fue acompañado (también en la lista) por su correspondiente revista, un DVD con videos desde su niñez, incluido el momento en que le sacaron el primer diente y formó perreta y emitió juicios muy morbosos sobre el “ineficiente Ratón Pérez”, hasta la vez que su abuela le regaló los primeros tenis con suelas que alumbraban, con tantas luces como la nave nodriza de La Guerra de las Galaxias; ¡ah!, lo olvidaba, unos 200 llaveros con su mejor foto para amistades y probables pretendientes.
Vencido el punto anterior, pasaron a la “fiestecita”. Allí se volvió a desconchinflar la paz familiar, ya bastante precaria desde los trámites con MAYO. Se exigía un vals, y lo primero fue caerle encima a la actualización cultural, porque el abuelo (recuerden que es el del dinero) no sabía mucho del tema, debido a la poca vinculación del baile con el ajo, pues no sabemos bien si se consumía mucho el aromático bulbo allá donde inventaron el bailecito de marras, en Austria y las zonas del sur de Alemania.
A duras penas cumplieron esta petición, después de rigurosos entrenamientos a más de un centenar de candidatos de los cuales solo unos ocho pasaron a finales, y a quienes se les mandó a coser un traje con el cual debieron haber sudado más que unos boxeadores profesionales.
Lo que más se le complicó al familión fue el antojo de dar un paseo en descapotable por el barrio, seguido por un séquito de bicitaxis (en ausencia de cocotaxis, perdidos de la zona).
La movida no terminó muy bien: el almendrón* se atoró en un bache; dos bicicletas sufrieron daños en las cadenas al tener que asumir a las tías más gordas, además de algún que otro percance menor.
Según mis vecinos de la infancia, que han mantenido la costumbre de registrar las estadísticas de infidelidades y fiestas ajenas, el viejo tendrá que sembrar ajo hasta en las macetas del jardín para pagar sus deudas, en tanto Yaquelín ha colgado una gigantografía suya en la pared de la sala, de tal dimensión que podría nominarse para los Guinness.
*Denominación que se da en Cuba a los automóviles antiguos.
Este texto fue publicado originalmente en el perfil de Medium de la revista Somos Jóvenes. Su autor es Miguel Cruz.
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