Foto: Mogami Kariya / Flickr (2022). Foto de archivo.
Ohtani y la enésima prueba de que no es de este mundo
22 / septiembre / 2024
No suelo ocupar espacio en esta columna para atletas o hechos ajenos al panorama deportivo cubano, pero esta semana no se puede mirar para otro lado. El nipón Shohei Ohtani ha dejado en Miami la enésima prueba de que no es de este mundo, es un extraterrestre.
Nació este samurái en 1994, en una ciudad poco populosa del norte de Japón, y en medio de una familia atlética: su madre era jugadora de bádminton y su padre un pelotero aficionado de la liga industrial nipona.
Su «viejo» lo hizo beisbolista y Ohtani «creció, respiró y comió béisbol» durante la niñez, ligado a la ancestral disciplina de los nipones. Cuando llegó a la adolescencia, pudo escoger cualquier equipo de las grandes ciudades, como Osaka o Yokohama, pero decidió quedarse cerca de casa.
Así que, en marzo de 2013, a los 18 años —y aunque había expresado su deseo de jugar en las Grandes Ligas de Béisbol (MLB, por sus siglas en inglés)— debutó en la liga nipona con los Hokkaido Nippon-Ham Fighters como jardinero derecho.
En esas lides pasó un lustro y lo ganó todo. El samurái tenía que partir a América, pues en su tierra ya no había metas para él. Con 23 años cruzó el océano y se instaló en Los Ángeles (LA), con los Angelinos y un contrato de 2.3 millones de dólares.
Al año siguiente, debutó en Grandes Ligas y patentó una temporada de 22 jonrones.
Como el vino, el nipón solo ha hecho mejorar, aunque tiene una deuda pendiente, la de ganar una Serie Mundial. Como Messi con Argentina, «el mejor» no puede despedirse sin levantar el trofeo más importante. Los aficionados del béisbol esperan que Ohtani, finalmente, se ponga el anillo. Octubre de 2024 tiene la pinta para que lo obtenga.
En esta campaña, el espectacular beisbolista japonés cambió de camiseta, aunque no de ciudad. Ohtani se quedó en LA, pero con la vestimenta azul de los Dodgers —el «archienemigo» de su exclub— por 70 millones de dólares al año durante la siguiente década.
¿Qué decir? Ohtani vale cada dólar y los directivos de los Dodgers lo saben, por eso desembolsaron una locura de contrato.
Por ahora, van líderes de la zona oeste de la Liga Nacional con balance de 91 y 62 —según las estadísticas oficiales hasta el viernes (20 de septiembre)— y están a un suspiro de colarse en postemporada. Sería la primera para el fuera de serie de Ohtani, quien nunca ha saboreado las mieles de octubre en la Gran Carpa.
Pero esta semana se rompió el «Ohtanómetro» en el loanDepot Park de Miami, la casa de los Marlins. Como es costumbre, en medio de una paliza a los «peces», los Dodgers y aficionados presentes en el estadio vieron al nipón reescribir la historia.
«Hace 35 años creé el club 40/40. Shohei Ohtani creó el club 50/50 esta noche. Felicitaciones a él», escribió el pelotero cubano José Canseco en la red social X.
Este jueves, el otrora Marlins Park fue testigo de la enésima prueba de que Ohtani no es de este mundo, es un fuera de serie, un tipo único, un extraterrestre.
El hombre proa de los Dodgers hizo historia al lograr la hazaña de alcanzar la marca de 50 jonrones y 50 bases robadas en una sola temporada de las Grandes Ligas de Béisbol. Pero hizo más, porque esa tarde robó la base 51 y botó la pelota 51.
El japonés, que inició el juego con 49 bases robadas y 48 cuadrangulares, alineó como primer bate en el orden ofensivo. En la primera entrada abrió el marcador con un doble y, más tarde, con Will Smith en el plato y un out, robó su base número 50 de la temporada. Mientras, en la parte alta del sexto inning, conectó un potente jonrón al jardín central. Luego, añadió dos cuadrangulares y sumó 51 jonrones en lo que va de temporada.
Ohtani culminó el juego con una actuación impresionante. Seis turnos al bate, seis hits (tres de ellos jonrones), diez carreras impulsadas (elevó su total a 120 en la temporada) y dos bases robadas.
A un jugador de la media, en una liga como la cubana, llegar a esos números le tomaría una campaña entera; y el nipón lo ha conseguido en una tarde-noche. Lo hizo parecer sencillo, como quien se sienta a degustar un sake en Oshu, la ciudad del norte de Japón que vio nacer una estrella a la cual le queda mucho por dar y brillar.
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