De acuerdo con los datos del índice de precios al consumidor (IPC), calculado por ONEI, la inflación cubana en agosto de 2024 se ubicaba en una tasa anual del 30.1 %. En 2023 la inflación cerró diciembre con una tasa de 31.3 % y en 2022 el registro fue de 39.1 %. Estimaciones alternativas ubican las tasas de inflación cubana en tres dígitos.
A pesar de que los datos oficiales de inflación subvaloran significativamente la verdadera inflación (dado que en su cálculo los mercados no estatales están subrepresentados), el IPC muestra la persistencia de la inestabilidad monetaria y una tendencia sostenida al incremento de los precios que no se ha podido detener. Dada la magnitud y permanencia en el incremento de los precios, está claro que las aisladas acciones tomadas por el Gobierno cubano no han sido suficientes para corregir los desequilibrios macroeconómicos que alimentan la inestabilidad monetaria.
El déficit fiscal ha estado creciendo y financiándose con emisión de dinero sin respaldo en ingresos presupuestarios y producción de bienes y servicios. El incremento excesivo de la oferta monetaria ha estado generando una demanda artificial en los mercados de consumo y en el mercado de divisas que mantiene al alza los precios y la tasa de cambio informal. A su vez, la depreciación del peso en los mercados informales (y la devaluación de la tasa oficial en 2021 y en 2022) se han trasladado a los costos de los insumos y bienes importados. Los salarios, en 2021, también generaron otro desequilibrio desestabilizador al aumentar muy por encima de la productividad.
La economía cubana no sale de una recesión para entrar en otra, sin lograr superar de forma definitiva los niveles productivos prepandemia. Las cifras de decrecimiento de las exportaciones, la agricultura y las producciones manufactureras meten miedo. La crisis ha afectado la capacidad de producción potencial, no es solo una cuestión coyuntural. La emigración masiva, el deterioro de la infraestructura, los bajos niveles de inversión y de mantenimiento en maquinarias y equipos, y el colapso del sistema eléctrico, han reducido de forma permanente los niveles productivos a los que puede aspirar la economía en el mediano plazo.
La contracción del PIB no solo agrava el desequilibrio entre oferta y demanda de productos, sino que incrementa la dependencia a las importaciones, generando así una demanda permanente y estructural de divisas. Los mercados formales de divisas no cuentan con liquidez, por tanto, gran parte de la demanda de dólares para importar termina constituyendo una fuente de presión adicional sobre el valor del peso en el mercado paralelo.
La evidencia de seis indicadores macroeconómicos
Los factores previamente mencionados están sumamente estudiados por la literatura económica. En lo fundamental se repiten en todas las economías que sufren una inflación muy alta, con más o menos matices e importancia en función del contexto de cada país. No hace falta elaborar teorías de la conspiración ni inventar culpables para explicar la inflación cubana.
Los datos históricos cubanos en las últimas tres décadas ofrecen una evidencia contundente. El Gráfico 1 muestra la correlación histórica promedio, en Cuba, entre la inflación y algunos de sus principales determinantes macroeconómicos, desde 1990 hasta 2022. Todas las correlaciones son estadísticamente significativas. Todas presentan un signo consistente con lo esperado teóricamente.
En las últimas décadas la inflación cubana ha mostrado una alta sensibilidad a las variaciones de la tasa de cambio informal y promedio (la tasa promedio combina la oficial y la informal), a la cantidad de dinero en circulación (agregado M2A), al déficit fiscal y al diferencial entre el salario estatal promedio y la productividad del trabajo. Un incremento de estos indicadores presiona al aumento de la inflación. El crecimiento del PIB es el único indicador con una correlación negativa, mostrando que un aumento [disminución] de la actividad productiva doméstica influye para que disminuya [aumente] la inflación.
Estos seis indicadores macroeconómicos proporcionan un marco que, si bien puede dejar fuera algunas otras métricas con determinada relevancia, permite entender de manera resumida los factores que condicionan la evolución de los precios. La evolución de la inflación futura en Cuba dependerá en gran medida de cómo los cambios del entorno, las políticas y reformas logran revertir las trayectorias desequilibrantes de estos indicadores.
El impuesto inflacionario
La inflación cubana no es mayor porque los salarios y las pensiones no han vuelto a crecer de forma significativa desde 2021. Los ingresos de los trabajadores y pensionados estatales no se han ajustado a la inflación (no existen mecanismos de indexación a los precios). Ello evita que se generen ciclos repetitivos y superfluos de aumentos de salarios, aumentos de precios, nuevos ajustes de salario, y así sucesivamente, como ha ocurrido en economías que terminan en escenarios de hiperinflación, como ha ocurrido en Venezuela, por citar un ejemplo actual en la región. Si bien la inflación en Cuba es muy alta y dañina, no sobrepasa el límite de más de 50 % en un solo mes, que es la marca que normalmente se emplea para definir hiperinflación.
El control de salarios y pensiones, macroeconómicamente, podría catalogarse como favorable, pues ha evitado la hiperinflación. Sin embargo, ello ha ocurrido a un costo social extremadamente alto. El poder adquisitivo de los ingresos fijos en pesos cubanos ha sido pulverizado, y ello ha llevado a la pobreza a las familias que no cuentan con otras fuentes alternativas de recursos.
La pobreza, la alarmante emigración, la creciente desigualdad y los distintos traumas humanos que implica vivir una crisis como la actual reflejan el costo de no hacer nada. Al no hacer nada sustancial para detener la caída de la producción nacional y las exportaciones, y para reducir el desbalance del presupuesto, el Gobierno ha permitido un ajuste asimétrico de la crisis que recae en las familias que dependen de ingresos fijos en pesos.
Las familias que hoy no pueden pagar sus alimentos, el transporte, la privatización de facto de muchísimos servicios en teoría públicos, y el alto coste de vida que de forma creciente se rige por los altos precios de la economía informal se preguntan por qué ha caído tan drásticamente y en tan poco tiempo el valor real de sus ingresos.
Las campañas de desinformación y propaganda del Gobierno cubano han tratado de encontrar culpables en los especuladores, en las mipymes, en el bloqueo, en la crisis internacional y en «una computadora en el extranjero» que calcula la tasa de cambio paralela. Cuando el Gobierno asume alguna responsabilidad lo asocia con la falta de disciplina, de planificación, de control y a las chapucerías, entre otros calificativos para evadir las causas subyacentes y la necesidad de una reforma profunda de un modelo económico exhausto.
En economía todo se paga, no se puede crear riqueza de la nada. El exceso de gasto público por encima de los ingresos no lo financia en realidad el Banco Central con la emisión de dinero, lo financian las familias que no tienen formas de evitar o compensar los efectos de la inflación. El exceso de emisión monetaria es solo el mecanismo que produce la caída del valor real de los ingresos en pesos cubanos. En última instancia el déficit fiscal lo han estado pagando los trabajadores y jubilados que han visto cómo cada año sus salarios y pensiones valen menos.
Mientras no hace nada y espera el rescate de un aliado internacional que no existe y milagros de un modelo económico que no da más, el Gobierno cubano, a través de un impuesto inflacionario ha estado indirectamente extrayendo rentas de las familias para financiar la insolvencia del sistema empresarial estatal. La mayoría de las empresas estatales cubanas no aportan riqueza neta a la sociedad, drenan recursos humanos, financieros y presupuestarios de forma improductiva, solo para cumplir con el capricho de la propiedad estatal y evitar otorgarle mayores espacios al sector privado.
El carácter socialista del sistema económico y sus políticas solo ha quedado para los discursos, pero no tiene ningún respaldo en las cuentas económicas nacionales y familiares. El beneficio social de los subsidios, los programas y transferencias presupuestadas, y de la gratuidad de la educación y la salud no es real cuando lo deben pagar las familias más pobres mediante un oneroso impuesto inflacionario.
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