COVID-19 en Cuba, salud mental en niños y adolescentes.

Foto: Sadiel Mederos.

Salud mental de niños y adolescentes: «daños colaterales» de la COVID-19

31 / agosto / 2021

«¿Cuándo se va a ir el virus?», pregunta la menor. «¿Volveremos alguna vez a la escuela?», insiste la del medio. «¿Nosotros también nos vamos a morir?», se le oye preguntar a la mayor. Así suena el miedo en las voces de las hijas de Lianet Rivero. La incertidumbre carcome sus cabecitas. Donde antes solo había interés por cuánto duraría el juego o por si mami había comprado caramelos suficientes para todos, ahora habita el terror a un virus que las amenaza.

Como las de casi cualquier otro niño, las emociones de Lía (nueve años), Lucía (seis) y Lizt (tres) no escapan ilesas de los largos meses de confinamiento que han transcurrido desde que la COVID-19 fuera declarada pandemia, en marzo de 2020. Tampoco las de su hermanito Ricardo, que apenas alcanza el año y medio.

Como cuando se transforman de manera brusca las dinámicas relacionales humanas, en los cuatro pequeños de esta doctora han aparecido comportamientos nocivos, normales en una situación anormal. De treinta y nueve años, Lianet reconoce que «aunque uno no quiera, les afecta todo lo que ocurre y no deja de preocuparles qué pasará mañana».

Al comienzo de la pandemia, esta médica especialista en Imagenología y su esposo, también médico, quisieron que las niñas mantuvieran sus horarios de estudio; pero en la segunda etapa de encierro no han podido evitar que se desmotiven por aprender o por superarse desde el punto de vista escolar. Poco a poco han ido cambiando sus hábitos y «se han puesto perezosas». Lo más lamentable es que Lizt no quiere salir de casa. «Intentamos llevarla a caminar al aire libre, pero se niega porque tiene miedo y se siente insegura. Las pocas veces que accede, lo hace solo acompañada por mí», explica su madre.

Así como en este segundo año de pandemia los adultos muestran un agotamiento notable, cada vez es más evidente el impacto negativo en la salud mental y el bienestar de niños y adolescentes. Las alteraciones conductuales y emocionales que sufren ante una adversidad dilatada hacen que sean catalogados como víctimas invisibles. Solo en América Latina y el Caribe una encuesta revela que más de la cuarta parte de ese grupo etario ha padecido recientemente ansiedad y un 15 %, depresión. De hecho, cuando aún no existía el coronavirus al menos la mitad de los trastornos mentales surgían antes de los quince años.

A pesar de que casi todos los menores han estado aislados de forma intermitente, las restricciones de movilidad y el cierre del espacio esencial de socialización que es la escuela han interrumpido sus rutinas diarias y las redes relacionales. En marzo pasado Unicef informaba que a nivel mundial al menos uno de cada siete niños y jóvenes (trescientos treinta y dos millones) había vivido bajo medidas de confinamiento obligatorias o recomendadas durante nueve meses de pandemia.

Con casi una década de experiencia en la atención a menores, la psicóloga Lourdes Santana afirma que los desajustes emocionales se presentan hoy más agudos que antes de la pandemia. «Ahora son mucho más explosivas las emociones y la labilidad; es decir, los cambios bruscos de estado emocional sin motivo aparente», apunta.

En su consulta del Centro de Salud Mental de Plaza de la Revolución en La Habana, la doctora Santana ha recibido a pacientes con déficit de atención, rechazo al estudio, apatía, ansiedad (provocada en lo fundamental por la disminución de la actividad física) y alteración en los hábitos higiénicos, de alimentación y de sueño. Ha notado cómo la tendencia a poner el foco en los videojuegos, Internet y las redes sociales y la comunicación por chat han traído aparejado el acceso a información no adecuada a la edad cronológica de niños, adolescentes, y un mayor aislamiento familiar.

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Foto: Sadiel Mederos.

Santana, también máster en Prevención de Uso Indebido de Drogas, ha asistido a pacientes con crisis existenciales y depresiones «que pueden llegar a la amenaza, el gesto e incluso el intento de suicidio. Son actos generalmente manipulativos que buscan llamar la atención de los padres. En adolescentes se observan alteraciones de hábitos, cambios de amistades, aislamiento extremo y gran negatividad». Lo más preocupante, a tenor de la experta, es que la rebeldía y los gestos suicidas están apareciendo en edades cada vez más tempranas.

Datos preliminares de un estudio cubano, que encuestó a unos nueve mil niños y adolescentes y alrededor de seis mil padres, confirman que el confinamiento sanitario ha impuesto cambios en los hábitos alimentarios y de sueño; la aparición de conductas regresivas, desajustes emocionales, ansiedad, incremento del uso de tecnologías, problemas de concentración e irritabilidad.

Asimismo, una investigación llevada a cabo en el país comprueba que más del 60 % de los menores de edad mostró exceso de apego familiar y horario de sueño alterado. Otro tanto evidenció voluntarismo y una conducta rebelde y desafiante. La mayoría presentó irritación, alteración y llanto. El análisis advirtió también sobre «el incremento notable del maltrato infantil por violencia física, emocional y sexual».

A esto podría agregarse que los adultos han debido cuidar a los más pequeños a costa de quedar desempleados o tener que trabajar desde casa; pero incluso cuando garantizan cierta estabilidad en el hogar, hay factores que van más allá del entorno familiar y que los afectan. Esa es la razón fundamental por la que los excluidos socioeconómicamente o quienes viven en entornos de hacinamiento se exponen a un riesgo mayor.

De un lado, se ha dado una erosión de capital social y una disminución del acceso a servicios básicos que provoca alteraciones en los modos de ganarse la vida. Del otro, los más pequeños ven cómo los mayores luchan por limitados recursos y lidian con la angustia que genera el miedo a la enfermedad o la pérdida de un ser querido. A la vez, están más expuestos al maltrato, la negligencia, la violencia y el estrés.

Aunque puede parecer un asunto que solo compete a los adultos, los niños de Lianet no han estado ajenos a la escasez de alimentos, medicamentos y aseo que padece el país. Ella se lamenta de que sus hijas «oyen que no hay esto o no hay aquello. No hay chocolate, no hay huevo para hacer un postre, no hay galletas, no hay merienda, no hay, no hay y no hay. Incluso han querido saber si cuando vayan a la escuela va a haber almuerzo».

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Foto: Sadiel Mederos.

«Yo sí voy al psicólogo»

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la pandemia ha afectado los servicios esenciales de salud mental en el 93 % de los países del mundo justo cuando más se demanda de ellos. Tanto, que alienta a invertir drásticamente en su ampliación.

No obstante, la psicóloga Lourdes Santana asegura que en Cuba «el acceso a los servicios de salud mental para la población infanto-juvenil no se ha visto limitado, dado que constituye un grupo etario altamente vulnerable». Hace hincapié en que en cada policlínico existe una consulta con especialistas calificados para la evaluación, el diagnóstico y el tratamiento de niños y adolescentes. Estas contemplan que se acuda en persona solo cuando sea imprescindible ver al menor y cuentan con servicios de consejería telefónica y vía WhatsApp para ayudar a madres o padres que no puedan asistir con sus hijos pequeños.

Amén de que no todo el que necesita ayuda profesional accede a buscarla, Elaine, ama de casa, sabe lo vital que es el consejo de un experto para lidiar con el estrés sostenido en el tiempo. Con la guía de Lourdes, esta madre trata la ansiedad de su hija de diecisiete años. «Estamos enfrentando una pandemia mundial que a los adolescentes les afecta bastante porque muchas veces no aplican las medidas higiénico-sanitarias y tenemos que guiarlos para que se mantengan sanos. Converso mucho con mi niña para hacerle entender que debe cuidarse y respetar lo indicado». 

Por otro lado, la diseñadora Yunet Amador defiende que consultar a un especialista siempre ayudará a ver las cosas desde otra óptica, más en una situación atípica para todos. La joven ha visto a su hijo de siete años ansioso y, en algún momento, deprimido. «No quiere saber de tareas escolares. Está algo desmotivado. No se concentra en una misma actividad mucho tiempo (va de una a otra perdiendo fácilmente el interés) y me comenta que está cansado de tanto encierro».

Para contrarrestar esos efectos, Yunet intenta mantener a su niño distraído de lo que pasa y a veces salen a caminar, siempre manteniendo la distancia con otras personas. Además, le hace saber lo que ocurre de forma que él lo pueda entender y le da mucho cariño y la esperanza de que la adversidad «se acabará en algún momento».

La hija de Elaine comenta que los jóvenes como ella han experimentado muchas emociones y se han sentido deprimidos con frecuencia. «Por causa de la situación epidemiológica del país algunos de nosotros perdemos interés en muchas cosas. Nos estamos adaptando a llevar la vida en cuarentena y nos sentimos mentalmente cansados, agotados, desgastados».

Esta chica confiesa que no encuentra motivación en nada porque «estamos viviendo en un círculo vicioso dentro de nuestros hogares» y los de su edad sufren por tener que distanciarse de los amigos, la pareja o la familia. «A veces nos sentimos tan desgastados por la situación que nos alejamos de todo y nos encerramos en nosotros mismos. Son momentos difíciles, en los que tu vida se vuelve una monotonía interminable», se lamenta.

Con una mirada más optimista, cree que los jóvenes deben contribuir a no propagar la epidemia. «Hay que tomarse este tiempo como un retiro espiritual, para buscar dentro de nosotros nuevas motivaciones que nos ayuden a crecer como personas y a aprender algo diferente todos los días».

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Foto: Sadiel Mederos.

Si toda la familia ayuda…

Claro que orientar en condiciones de confinamiento es todo menos fácil. Muchas de las indicaciones que se darían para lidiar con estos trastornos en condiciones de normalidad no son aplicables durante la pandemia: socializar, pasear, correr y hacer actividad física para canalizar energía. Lo que queda en realidades excepcionales, según plantea Lourdes, es insistir con el tratamiento psicoterapéutico individual, el empleo de medicina natural tradicional y la remisión a consulta de psiquiatría infanto-juvenil cuando sea necesario.

Los entendidos en el tema coinciden en que hablar con los menores de manera sencilla y honesta, escucharlos, limitarles el acceso a todo tipo de pantallas y hacerlos jugar y ejercitarse físicamente es vital para mantener la mente sana. Sin perder de vista que la familia es la principal responsable del cuidado y la protección de los menores, esta requiere orientaciones pormenorizadas cuando un problema aparece.

En palabras de Lourdes, en los niños pequeños el juego constituye una actividad que permite conocer su estado emocional, sus necesidades y sus inquietudes, así como transmitirles información de forma indirecta. Es factible combinar el estudio con el juego y premiar los avances en la medida de las posibilidades de cada familia, así como hacer que participen de tareas del hogar, de acuerdo con su edad y el grado de complejidad de estas.

Los adultos deben emplear un poco de tiempo para que no se sientan solos o desatendidos. No pueden faltar las muestras de afecto. «Aun cuando los padres estén ocupados, siempre debe haber un minuto para un beso, un abrazo y un “te quiero”. Esto refuerza su seguridad, su autoestima y los ayuda a paliar el aislamiento social al que se han visto sometidos», agrega la especialista, quien se enfoca en solucionar problemas de disfuncionalidad «para lograr que los miembros de la familia trabajen en conjunto y exista consistencia en el manejo educativo».

Con los adolescentes, la sugerencia de Lourdes es conversar de manera abierta, responder a sus dudas y explicarles los porqués de las prohibiciones para evitar que acudan a amigos inexpertos que puedan darles consejos equivocados.

La doctora Lianet, máster en Bioética, se ha propuesto alimentar el interés de sus hijos por la lectura y que al menos una hora de lunes a viernes estudien algo, «sea Español o Matemática», y ha organizado actividades para celebrar en familia un cumpleaños o el Día de las Madres o los Padres. «Nos hemos sentado en el portal a cantar o inflamos una piscina para que se bañen. Las pocas veces que hemos podido salir, hemos ido con los cuatro, conociendo las limitaciones y extremando los cuidados. Que ellos sientan que la vida continúa. Dentro de la casa sobre todo; pero continúa».


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