Grabar lo que se desvanece: Memorias de una «vulnerable»

Foto: Ernesto Verdecia.

Grabar lo que se desvanece: Memorias de una «vulnerable»

1 / octubre / 2021

He ahí un modo de hacer patria: grabar lo que se desvanece

José Martí


Desde que comenzó la pandemia en Cuba, en marzo de 2020, cada vez que uno de mis amigos adultos mayores como yo me visita, me dice estas palabras: «A veces me dan deseos de llorar». Es raro escuchar ese estado de ánimo en un hombre que incluso perteneció al mundo militar; pero lo entiendo muy bien, porque desde que comenzó la crisis sanitaria han sucedido hechos muy graves no solo en lo económico: también en lo social y lo político. Me pasa lo mismo que a mi conocido; cada día siento una especie de llanto interior hasta que las lágrimas logran aglomerarse en mis ojos. Ojalá brotaran a raudales; sería una forma de sacar todo lo que se lleva dentro.  

Nada más hay que leer los siguientes llamados publicados en un grupo de solidaridad creado por el Proyecto Palomas:

- Hay una necesidad de Valproato de sodio para niñas, niños y jóvenes que padecen trastornos neurológicos y no tienen este vital medicamento. Si alguien en Cuba o fuera de Cuba puede ayudar, muchas familias se lo van a agradecer. Nadie se imagina lo que puede significar para una familia ver sufrir a un hijo convulsionando y no poder hacer nada. 

- Rosalina tiene 90 años, vive en Altahabana. Necesita Truabin. Favor contactar a su hijo…

- María Antonia tiene 72 años, vive en Centro Habana y está operada de un carcinoma epidermoide con vaciamiento ganglionar. Necesita penicilina benzatínica para su tratamiento. Cualquier posible cooperación, contactar a su hija…

- Nicolás vive en el municipio de Plaza de la Revolución, tiene 78 años y vive con una traqueotomía. No ha podido ser aspirado en el hospital donde le dan seguimiento debido a un cuadro infeccioso respiratorio. Necesita cualquier tratamiento con antibióticos que pueda resolver el cuadro respiratorio…

Mientras esas tragedias ocurren en el país, la aduana cubana tiene bloqueada una carga consistente en 32 bultos con veinte libras de medicamentos e insumos médicos cada uno, sufragado por nuestro exilio en EEUU.  

Hace unos días escuché una narración que hace el psicodramaturgo y terapeuta argentino Jorge Bucay. El cuento trata acerca de una princesa que quería elegir un novio que fuera digno de ella. Con el objetivo de encontrarlo, se convocó a los posibles candidatos de la región donde habitaba. El requisito: resistir los 365 días del año parados en el muro que rodeaba el castillo del reino. Se presentaron cientos de pretendientes, los cuales fueron abandonando el lugar en la medida que hizo frío o había calores muy fuertes, y comenzaba a disminuir la comida. La princesa se disfrazó y visitó el lugar, allí pudo observar a alguien que había permanecido de manera estoica hasta el final, le brindó un poco de agua y se percató de su noble mirada. Fue entonces que decidieron invitarlo el 1ro de enero al Palacio. El último día solo quedaba ese muchacho, que estaba muy enamorado de la joven, delante de la pared. Sin embargo, ese 31 de diciembre, un día antes de cumplirse el plazo, el joven decidió retirarse del lugar. 

Al llegar a su hogar, su madre le preguntó por qué solo cuando faltaban unas pocas horas abandonó su empeño. La respuesta: me enteré de que fue a verme, que le expresó a su padre que se casaría conmigo; a pesar de eso, no fue capaz de evitarme una sola noche de sufrimiento. Yo le diría a la dirección del país, ¿qué clase de Gobierno es este que no es capaz de suprimir una sola noche de sufrimiento a su pueblo, obstaculizando una ayuda humanitaria?

La humanidad de un ser humano se encuentra en la manera de relacionarse con el otro, de ocuparse de su sufrimiento. Con beneplácito observo que hay proyectos que se ocupan de aliviar esa etapa de la vida en que se necesita de un vínculo especial con los demás. La Iglesia Católica y otras instituciones de la sociedad civil en Cuba brindan servicios que muestran una vocación de servicio y al mismo tiempo de humildad.

Hace unos días la Presidenta del Comité de Defensa de la Revolución estaba recogiendo ropas y todo lo que los vecinos de la cuadra en la que vivo pudieran donar para llevarla a algunos asilos de ancianos. Me pareció válida la idea, seleccioné de mi closet unas cuantas blusas junto a algunos implementos de aseo y los entregué. La señora que lo recibió me dijo, llevaré a tu casa cuando vengan a buscar la donación a la mujer encargada de esta tarea, ella pertenece a Puentes de Amor. Me quedé sorprendida, pero siempre que alguna acción apoye a gente necesitada, la considero válida. 

A los dos o tres días me llama la cederista destacada y me presenta a la señora. Esta me agradece y enseguida declara que ella es la representante de Puentes de Amor en La Habana, que dirige el profesor Carlos Lazo desde Estados Unidos, que por ello estuvo en la Mesa Redonda y de pronto me mencionó el 11 de julio de una manera crítica - lo que no venía al caso - y al rato me pide tirarme una foto. No, no me gusta brindar algo y después divulgarlo, le contesté a su petición de espectáculo. Recordé entonces el Tractatus, de L. Wittgenstein que reclama un imperativo del silencio. Este constituye una forma expresiva que puede ser afectiva, sensible, una razón del corazón. Lo ético, lo religioso, lo estético, se encuentran más allá del lenguaje explícito. Una cosa es decir y la otra mostrar. No es lo mismo mutismo que silencio. El primero no transmite nada, el segundo es un instante intenso de comunicación. 

Esa misma Presidenta del CDR llegó hace unos días a mi puerta con una foto en su celular. Tienen esto, me enseña una foto. Era un saco de 9 kg de detergente hecho en México. Enseguida le pregunté lo más importante. ¿Cuánto?: 1 700 pesos cubanos. Mi pensión es de 2000. El paquete de 1.8 kg cuesta oficialmente 105 pesos cubanos, me vendieron 9 kg. Calculen ustedes cuánto me sacaron. La ley del campo de concentración es: cómete tu pan y si puedes, el de tu vecino.  

La institución para la que laboré por 40 años no me contrató más al inicio de la pandemia, se ahorró conmigo 5000 CUP. Además, el jefe de Departamento declaró en una reunión que «no me quería más allí». Es el tratamiento a toda una vida de esfuerzo, de estudio, de publicaciones y de desgaste de mis cuerdas vocales. Compré el saco de detergente, que es casi toda mi jubilación. 

Vivo de las «coleras», de lo que me quieran vender. Esos personajes tienen todos documentos que los acreditan como «vulnerables». No viven solos, que es el primer requisito para que la declaren a una con esa categoría. Intenté hacerme de un papelito de esos para contar con alguna posibilidad de entrar con más facilidad a las tiendas. Debe ir al Gobierno Municipal, me dijo la teniente coronel encargada de cuidar una cola. Fui nueve veces y nunca nadie me dio una respuesta, 4 de ellas estuvo cerrado el local. Al final, el protocolo para que una adulta mayor pueda comprar es, en primer lugar, ser amiga de la Presidenta del Comité. Esta tiene que pedir el papel para ti a un miembro activo del Partido Comunista en el núcleo zonal (es decir, de militantes jubilados). Ese señor analiza tus enfermedades (en mi caso: hipertensa, osteoporosis avanzada, nódulo en las tiroides, asmática severa y vivo sola, sin familiares que puedan comprar por mí). Además, aunque no esté declarado por un diagnóstico médico, sufro de paranoia, de delirio de persecución, porque he vivido con un espíritu crítico por más de treinta años en la tierra donde nací y eso tiene su precio. 

Con ese documento, llenado y aprobado por el «jubilado» del Partido, este último debe dirigirse a la oficina donde el jefe del gobierno municipal – cuando se le ocurra aparecer- lo debe firmar. En fin, desistí de aspirar a esa condición de «vulnerable» y seguirle comprando a las coleras en esta violencia autorizada y en el absurdo en el que vivimos. 


Este texto fue producido para la plataforma Cuido60 y elTOQUE lo comparte en el Día Mundial del Adulto Mayor.

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