Para la mayoría de los cubanos es muy difícil comer pescado debido al alto precio del alimento marino en el mercado informal, los restaurantes y los lugares turísticos.
El cubano de a pie hoy se cuestiona —con ironía— por qué en la isla no hay peces para comer. Las generaciones pasadas aún recuerdan las raciones de pescado que llegaban cada mes por la libreta. La situación empeoró tras el Período Especial hasta el punto en el que, a mediados de los noventa, el consumo de pescado era un recuerdo (excepto para los residentes en La Habana). ¿Qué sucedió entonces?
Entre 1976 y 1992, Cuba contaba con una flota pesquera compuesta por 114 embarcaciones para la pesca de altura (a más de 200 millas) —distribuida en atuneros rusos del tipo tropical, buques arrastreros españoles y buques fábricas de la antigua República Democrática Alemana (RDA)—. La flota era capaz de aportar al país un promedio de 100 000 toneladas anuales de pescado.
Un ingeniero naval retirado confirmó a Food Monitor Program (FMP) que, a partir de 1992 y de manera gradual, la flota paralizó su actividad por falta de piezas para reparaciones, principalmente. Ante el problema, una de las soluciones fue vender una parte de la flota en diferentes lugares del mundo para que se utilizara como chatarra.
Varios países decomisaron y tomaron prisioneras otras embarcaciones de la flota cubana como pago de las deudas contraídas por el Gobierno —deudas de las que no se habló en la prensa nacional—. Los medios de comunicación extranjeros informaron sobre las ocasionales estrategias de las embarcaciones cubanas para evadir los decomisos en puertos internacionales. Por último, algunos barcos de la flota restante fueron entregados a la Marina de Guerra Revolucionaria (MGR) y fueron convertidos en patrulleros. Para 2002, no quedaban buques en la flota pesquera de altamar.
La caída de la antigua Unión Soviética ocasionó otras dificultades para la flota pesquera. En opinión del ingeniero naval entrevistado, la desaparición del muro no fue la única causa del deterioro y posterior desaparición de la flota nacional. El resultado de un grupo de acciones desacertadas de la alta dirección del país tuvo una responsabilidad importante en el colapso. Hoy, no se conoce en cuánto se vendieron las embarcaciones que no se utilizarían ni a dónde fue a parar el dinero obtenido.
Productos del mar ausentes en las mesas de los cubanos
La situación actual de acceso de la población a peces marinos es negativa. Según datos del Ministerio de la Industria Alimentaria (Minal), el consumo de pescado del cubano cayó de un promedio anual de 18 kilogramos hace unas décadas a cerca de 3.8 kilogramos en 2022.
¿Existe algún plan para recuperar la industria pesquera y llevar pescado a la mesa de los cubanos? De momento, no se vislumbra una acción concreta más allá de medidas aisladas, insuficientes e ilógicas. Para comprobarlo, basta percatarse del reclamo constante y cada vez mayor de los cubanos con respecto a la necesidad de acceso a productos del mar.
Para aliviar la situación, se debería implementar un plan nacional que permita la recuperación de la flota pesquera de altamar y que use los ingresos de las exportaciones de los productos del mar en la reparación y el sostenimiento de las embarcaciones.
Cuba obtiene ingresos anuales por exportación de productos del mar que no son desdeñables. En 2019 reportaron más de 82 millones de dólares a partir de exportaciones de la empresa Caribex. Entre los principales mercados de destino se encuentra España, China y Canadá, y se incluyen varios productos (langostas, camarones, túnidos, angulas, esponjas, pepinos de mar, ostiones y cobos).
A partir de las ganancias, no parece descabellado reinvertir en mejorar de a poco la flota pesquera de altura. Las actividades pesqueras cubanas en la actualidad se limitan casi exclusivamente a las aguas de la plataforma insular. Aunque las actividades reportan beneficios a corto plazo, no son capaces de proveer pescado a los habitantes del país. Debido a la sobreexplotación y a las características geográficas, la disponibilidad de peces en las aguas del archipiélago es cada vez menor.
La lógica de los directivos de la industria pesquera es maximizar las exportaciones y no invertir en embarcaciones para la pesca de altura. También han dictado decretos leyes represivos, impulsado el cultivo de peces de agua dulce y justificado el colapso de la industria con la caída de la URSS y con el embargo de Estados Unidos. A corto y mediano plazos no hay pronósticos positivos para volver a llevar el pescado de mar a la mesa de los cubanos.
En los últimos años, la escasez de pescado en la dieta de la isla ha sido tema de diferentes trabajos periodísticos oficiales. Lejos de aclarar, las fuentes consultadas en los textos han transmitido la incertidumbre de quienes no pueden solucionar el problema. Ariel Padrón Valdés, director de Regulaciones Pesqueras y Ciencias del Ministerio de la Industria Alimentaria, dijo en una entrevista para Cubadebate en 2021: «no quiero crear falsas expectativas, pero la población debe saber que el Ministerio de la Industria Alimentaria no está de brazos cruzados, batallamos con esfuerzo e inteligencia para que haya pescado en la mesa del cubano».
Si no están de brazos cruzados, ¿por qué pasan los años y continúa sin solución el problema?
Uno de los ejemplos de la falta de voluntad política para echar a andar la industria pesquera, se encuentra en las declaraciones de la viceministra de la Industria Alimentaria, Midalys Naranjo Blanco, en junio de 2023. En el programa televisivo Mesa Redonda, la viceministra aseguró que las aguas que rodean Cuba no tienen peces suficientes para abastecer a los cubanos, pero no hizo alusión a la necesidad de invertir en la pesca de altura.
Naranjo Blanco se apoyó en datos oficiales, difícilmente contrastables. Según las cifras, en 2018 el 5.2 % de los recursos pesqueros del país se encontraban colapsados, el 20.2 % totalmente explotados y el 74.4 % sobreexplotados. Sin embargo, la viceministra no aludió a la mala gestión detrás de la situación actual.
Incluso si los números anteriores fuesen válidos, Naranjo Blanco debería preguntarse: ¿quién sobreexplotó los recursos marítimos de la plataforma? ¿De quién son las industrias que tributan contaminantes al fondo marino? Antes de llegar al punto crítico de deterioro y contaminación actual, ¿se hizo algún trabajo preventivo o estudio científico que alertara sobre la situación?
Si se tiene en cuenta quién ejerce el monopolio sobre los medios de producción, es fácil relacionar los problemas con el mismo «ente abstracto», el Estado cubano. Más allá de una entelequia, en el manejo de la industria pesquera cubana se equivocan personas concretas, que no dimiten ni reconocen sus errores ni asumen responsabilidades. Lógicamente, el problema no se resolverá.
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