zoológico mono jaula

Fotos: Pedro Sosa Tabío.

La soledad de una jaula: Zoológico de 26 (+Narración)

1 / septiembre / 2022

En dos jaulas bastante grandes, una a continuación de la otra, pasan eternamente el rato tres chimpancés, entre algunos restos de frutas y cáscaras de mango.

Uno, solitario en la jaula de la derecha, está tumbado de lado y solo parece preocuparse por descansar. De vez en cuando levanta la cabeza, lanza una mirada furtiva para detectar de dónde viene algún ruido y luego vuelve a su ensueño.

En la de la izquierda, los otros dos dan muestra de caracteres totalmente opuestos. Uno está al fondo, encerrado en una jaulita más pequeña donde, se supone, los encierran cuando es necesario que los trabajadores entren a la grande. El otro —primero— se sienta, rodea la reja con una mano y mantiene esa posición por varios minutos, con la mirada perdida en un horizonte bajo. Luego interactúa con los visitantes. Agarra los barrotes, saca la cabeza hasta donde le es posible y enseña la lengua o dibuja un círculo con sus labios bien abiertos, como gritando una o muda.

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Al momento, se vuelve la sensación del lugar. En las jaulas de su alrededor hay un majá Santamaría que se rehúsa a salir de un rincón donde apenas se le ve, algunas tortugas prácticamente inmóviles y un oso pardo que duerme bajo la sombra de una construcción decorativa. La gente quiere diversión y el chimpancé es el único dispuesto a dársela. Juegan con él, le gritan cosas, le hacen fotos. Una señora estira el brazo con una toallita, como ofreciéndosela, y el primate estira el brazo para agarrarla. No lo logra, pero igual todos se ríen.

El otro sale de su escondite. Se ve alterado por la repentina acumulación de personas. Parece no soportar a la gente. Agarra una cáscara de mango, se acerca a los barrotes y la lanza. Regresa a buscar otro proyectil…

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Para llegar a la zona de los chimpancés hay que pasar por las de otras variedades de primates. Monos arañas, monos verdes, babuinos, macacos… Algunos están solos en sus jaulas de unos cuatro por cinco metros. Otros están en parejas. Tienen distintos tipos de frutas, mangos y trozos de melones, regados por el suelo. Puede que, en otros momentos, sean más juguetones. Ahora, mastican con calma su comida o se sientan pegados a los barrotes, mirando hacia fuera con un gesto que, como mínimo, emula la tristeza humana.

Una babuina se sienta frente a la puerta de su jaula, con la cabeza apoyada en el hierro, y empuja una y otra vez tratando de salir. La puerta cede un poco en cada empuje, pero nunca llega a abrirse.

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A unos metros, el chimpancé lanza otra cáscara de mango. Los dos últimos animales son, quizá, los más expresivos en cuanto a su estado de ánimo. La añoranza de la libertad. La molestia por ser una simple herramienta para la diversión de otros.

Jane Goodall pasó más de sesenta años estudiando a los chimpancés, viviendo entre ellos por etapas. Explicó que tienen distintas personalidades e, incluso, que demuestran sentimientos, igual que los humanos. En sus inicios, la llamaron loca por hablar de «monos» odiando, entristeciéndose o amando. Después, la llenaron de premios científicos.

El chimpancé gruñe, lanza lo que tenga a mano, y la gente huye de los proyectiles, pero ríen y vuelven para poder seguir huyendo y riendo. Se lo toman como un juego. El animal, ridiculizado en medio de su ataque de ira, regresa a su escondite. Casi pueden notársele la impotencia y el rencor en la mirada. Definitivamente, Goodall tenía razón.

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Los leones están en una fosa bastante profunda y amplia, con una loma de tierra y piedras en el centro. Hay una hembra y dos machos con poca melena. Los tres están echados sobre un costado de su cuerpo, dormitando por ratos. No se les ve supermusculosos, pero tampoco parecen estar pasando hambre. Al menos no les asoman las costillas.

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Cerca, en jaulas con mucho menos espacio, hay varios jaguares y otro león solitario. Este tiene más melena, parece más maduro que los otros, pero muestra iguales niveles de sedentarismo.

Los jaguares se reparten en tres jaulas. Hay dos separados y otros tres, aún cachorros, juntos, constantemente jugando, saltándose encima y empujándose los unos a los otros.

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Uno de los que no tiene compañía va hasta el fondo de su jaula, agarra algo y comienza a masticar. Se escucha cómo cruje el alimento. Los trabajadores se lo colocan lo más escondido para el público que sea posible, bien atrás y pegado a un muro, pero sigue siendo evidente que se trata de una pila de pollitos muertos, con sus patas, picos e incluso las plumas amarillas.

El otro jaguar duerme sobre un tronco decorativo. Detrás de una roca se advierte también su loma de pollitos, pero, además, se escucha un piar constante y desesperado. Varios visitantes advierten: «Mira, mira, hay dos vivos».

Los pollitos corren de un lado a otro del frente de la jaula. Un desnivel no les permite salir. En una especie de juego macabro, pían y corren sin parar mientras el jaguar duerme su siesta y, de vez en cuando, suelta un gruñido bajo, quizá advirtiendo a los pequeños que, cuando haya descansado lo suficiente, querrá alimentarse.

En el otro extremo del zoológico, en una minipradera africana, conviven un grupo de cebras, un búfalo y dos avestruces.

Las cebras van en grupo; trotan sin sentido o se acercan al comedero y engullen trozos de heno. El búfalo está tirado bajo la sombra de un árbol. Un avestruz se acerca a la reja que delimita su área, inspecciona a los visitantes por unos segundos y comienza a lanzarles picotazos. La cerca no le permite alcanzarlos. Se rinde. Va hacia su compañera, que está con las patas dobladas, como sentada en el suelo. Se le sube encima y comienzan a hacer movimientos espasmódicos que, según Google, si no es su forma de tener sexo, se le parece mucho.

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Aparte, en áreas separadas, hay algunos antílopes con trozos de calabaza en sus comederos.

Otras especies quedan repartidas de forma, al parecer, aleatoria. Puede encontrarse un área solo con venados y luego otra con más venados conviviendo con pavos reales y otro tipo de ave similar, por ejemplo.

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De esa zona se pasa a otra, con forma de círculo, en la que hay pequeñas jaulas, de menos de dos metros cuadrados, con distintos tipos de roedores que dan vueltas sin parar. Caminan rápido por el mismo espacio, una y otra vez, como apurados por llegar a ningún lugar.

En el aviario, un búho duerme en el hueco de un tronco. Los búhos son animales nocturnos. A este lo tendrán aquí, entonces, para que los visitantes siempre puedan verlo dormir.

Papagayos, cotorras y otras aves exóticas trepan por los barrotes de sus jaulas, bien apretados y, en algunos sitios, reparados o fortalecidos con trozos de distintas rejas.

Al final del recorrido de las aves, unos buitres enormes, con alas que pudieran ser tan largas como un humano pequeño, observan pausadamente a los visitantes que le hacen una o dos fotos y se van.

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El recorrido termina donde mismo empieza: en un estanque mitad seco y lleno de moho, mitad con agua verdosa, donde un grupo grande de flamencos se baña como en un manantial.

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Ricardo Valido

“El toque” y del artículo en general, muy bueno. Algo diferente y de narrativa muy profunda.
Ricardo Valido

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