Mercenario

Mercenario

14 / julio / 2020

Mercenario me llamó ante un grupo de representantes de los estudiantes de la carrera de Derecho hace cuatro años un ex Secretario de la UJC de la Universidad de Oriente, para inducirles a firmar una carta prefabricada que allí mismo les leyeron y secretamente enviaron luego a nombre de la FEU al Ministro de la Educación Superior. Mercenario insistió en llamarme cuando algunos de aquellos estudiantes se negaron a firmar la carta espuria.

Mercenario, me llamó recibidor de dinero del enemigo y cobardemente lo negó más tarde ante el Núcleo del Partido en el que él también militaba. Cuando se le emplazó a ratificar lo pronunciado días antes, juró y perjuró que no, que el mercenario era otro, el recibidor de dinero era otro: Julio Antonio Fernández Estrada. El hijo que, como su padre, es entre nosotros una de las formas en que podemos reconocer la virtud ciudadana y ya para entonces era un profesor sin aula. Le faltó valor, le faltó hombría, el no mentir que te hace militante comunista, pero le sobró el apoyo del poder, mercenario nos llamó el felón.

Por llamarme mercenario se le acusó de difamación más tarde. La denuncia fue radicada y testigos no faltaron para probar la injuria terrible, la infamia. Pero «por este caso llamaron desde el Comité Central», le dijo un instructor policial a uno de los testigos mientras le tomaba declaración. Mercenario me llamaron y luego la Fiscalía archivó la denuncia y mi derecho al honor.

Les faltó valor y decencia, les sobró poder.

De mercenario y pagado por el enemigo también me tildaron cuando denuncié legalmente por abuso de autoridad, falsificación de documentos y otros delitos, a la ex Rectora que oscuramente orquestó y presionó para que fuera yo un profesor sin aula. Mercenario es, se dijeron entre ellos. Esa denuncia y todos los ejercicios de derecho interpuestos antes y después, fueron respondidos con el silencio hasta hoy por la Fiscalía. Les sobró el poder.

De mercenario me tildó públicamente el Ministro de Educación Superior en la Mesa Redonda ya casi al acabar el programa, a mí y a muchísimos cubanos. El mismo día que un grupo de ex estudiantes y prestigiosos profesores en activo le hicieron llegar públicamente al Presidente de la República una carta para que volviera yo a ser un profesor con aula, para que se respetara la Constitución recién firmada, para que se detuviera la arbitrariedad.

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No es escaso el valor que hay que tener en Cuba para escribir, firmar y hacer pública una carta, para ser solidario con el otro cuando se corre, por hacerlo, el enorme peligro de ser tildado de mercenario, de pagado por el enemigo, no es escaso el valor que hay que tener en Cuba para apoyar a un acusado de lo más vil y execrable que desde hace más de un siglo se puede acusar aquí a alguien.

No es una fórmula exacta, pero es sabido que para hacer tal cosa se tiene que tener además mucho coraje, esa serena virtud de la ciudadanía, coherencia y dignidad en proporciones muy altas. También algo de miedo, es cierto, no se desafía la injusticia sin miedo, porciones generosas de honestidad y consecuencia, de integridad y vergüenza, una pizca de locura, dicen algunos, aún cuando no se disponga ni de una gota de poder que agregar a la conducta.

Pero no importó, es mercenario, pagado por el enemigo. Eso le dijeron con sigilo, uno a uno, a los firmantes de la carta que aún sigue sin responder el Presidente. Luego les llamaron a sus grandes oficinas para advertirles que estaban apoyando a un mercenario, que estaban siendo engañados, manipulados y confundidos por un mercenario. Ni siquiera intentaron convencerles, una advertencia debería ser suficiente, pero no bastó, ni basta, el miedo no basta. Intentaron oponerlo al irreductible poder de la decencia de ellos, exacta y diamantina, les sobraba poder pero no les alcanzó el miedo. Hay poderes diferentes, es cierto, hay miedos diferentes también.

Mercenario me llamaron cuando analizaron y sancionaron políticamente a otros por compartir un post ajeno que pedía el respeto de la Ley, que exigía una respuesta ante el silencio institucional. De mercenario casi trataron a un profesor de Física cubano cuando intentó oponer la vergüenza y la racionalidad a los que en las redes sociales, enviados y pagados por instituciones públicas cubanas, intentaron enlodar mi nombre y prestigio cuando ni con llamarme mercenario les alcanzó para ocultar la verdad.

Suerte, me deseó después ese mismo profesor, y que saliera adelante con mi familia. Él, que por ética no ha dudado en exigir «que la injusticia de la que fuiste objeto se repare, no importa si no coincido contigo en otros temas». Él, que como ciudadano escribe y es publicado por el Granma. Para que Cuba siga siendo libre es que yo soy profesor, les decía a mis estudiantes cuando yo lo era. También les hablaba del Derecho y la Justicia, de la Democracia, de la Constitución, de los límites del poder, de la historia del Derecho, o de las luchas para conseguir todo eso, que es casi lo mismo pero con sangre, lágrimas y muchas derrotas. También con perseverancia.

De mercenario me tildarán cuando lean éstas líneas publicadas una vez más en La Joven Cuba, no hay nada nuevo en ello. Esos son los hijos de un mercenario, dirán ellos después con cuidadosa sordina, a sus espaldas, de mis dos hijos, no importa la edad que tengan.

Ese es el ridículo pero peligroso poder que oponen al futuro que va en esos dos niños y en todos los alumnos de los profesores sin aula que aprendieron en clases del Derecho y la Justicia, de la Democracia y la Constitución. También del poder que fuera de todo ello, que lejos de todo ello, que contra todo ello, sin límites, es sólo arbitrariedad. Ese es el currículum oculto del ejercicio de la soberbia, enseña, sin querer, libertad.

¿Mercenario me llamarán mañana? ¿acaso en unos meses?, ¿pagado por el enemigo?, ¿fabricado por el enemigo? ¿acaso cuando intente una vez más hacer valer los derechos contra la impunidad y la Constitución contra la arbitrariedad? No lo sé. Es fácil creer que sí. Lo han hecho hasta ahora.

No se trata de mí.

Lo que sé con certeza es que cada injusticia, cada arbitrariedad que se cometa hoy en Cuba bajo el pesado manto de la impunidad, defraudará mortalmente el modelo de Estado de Derecho que la Constitución lleva en su interior como un nasciturus precioso, como el heredero de un proyecto cuya autenticidad se puede medir por su intento, por cada intento, de conquistar la justicia toda para todos.

Lo que sí sé es que cada vez que una injusticia recae sobre una persona y contra toda racionalidad, toda lógica, todos los mecanismos, todo apego a la verdad y los principios, fracasan los procedimientos legales, las instituciones, las leyes que están diseñadas para evitar que ello suceda. O son paralizadas, o se pliegan al encubrimiento con silencios, con respuestas contraproducentes y anonadantes, con persecuciones del tipo que sean, con intimidaciones personales, familiares o colectivas y con indiferencia. Así se producen legiones de cínicos y oportunistas, de gente vacía y sin escrúpulos, de espectadores y de otros que sienten vergüenza, mucha vergüenza, porque eso se siente ante la injusticia.

En Santiago de Cuba un jurista aún joven y respetado lleva casi dos años tratando de salir del laberinto al que fue condenado por denunciar una presunta trama de corrupción empresarial, como respuesta fue detenido, enjuiciado, dejado sin trabajo, vapuleado y ninguneado, excluido después de veinte años de trabajo eficiente y honesto como asesor jurídico. Este hijo de una familia intachable lidia contra la amargura, contra la impotencia y el desánimo. Pero no le ha faltado valor, no le ha faltado paciencia, no le ha faltado serenidad en la soledad de su lucha, ha tenido su fe.

A diferencia de otros, hace algo más de 25 años ese mismo profesional talentoso estaba sentado en el pupitre vecino del actual Ministro de Justicia de Cuba, parecería una cuestión menor y accidental, no lo es. Tampoco lo es que las oficinas y las plataformas digitales de contacto del Consejo de Estado, de la Fiscalía General de la República, de la Central de Trabajadores de Cuba, del Tribunal Supremo, o de un programa televisivo como Hacemos Cuba, están atestados de historias de vidas torcidas y no pocas veces destruidas por el capricho y un poder sin límites, incontestable y capaz, sin embargo, de otorgar sin demasiados trámites la condición de contrarrevolucionario, de quejoso, o resentido, al que no baje la cabeza y se aparte.

No es solo que esté mal, es que da asco.

¿Qué es lo que nos está pasando? ¿Cuánto puede una sociedad soportar una acumulación de éste tipo? ¿Qué hacer? Dentro de muy poco tendrán desarrollo legislativo un grupo de artículos de la Constitución del 2019. Algunos de ellos permitirán a partir de ese momento la defensa judicial de derechos constitucionales violados por funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones, ya que tribunales cubanos han negado judicialmente durante el actual período de vigencia de las disposiciones transitorias de la Constitución, el principio de aplicabilidad directa de su articulado.

Hay que tomar nota de la importancia de esos desarrollos legislativos, la manera en que serán concretados y de su eficacia jurídica. Nuestra cultura política, tal como sugiere el aquelarre de vilezas, falta de empatía y crueldad exhibidas grotescamente en las últimas semanas, ha estado durante mucho tiempo mediada por contenidos, valores y prácticas que han promovido y hoy protagonizan percepciones públicas e institucionales en las que el ejercicio de derechos y libertades de la ciudadanía plena aparecen como algo aborrecible e inquietante, también peligroso.

Durante el proceso político de discusión y aprobación, la Constitución de 2019 transversalizó muchas de las aspiraciones y sueños de los cubanos. No entender esto es alejarse de los contenidos del discurso político cotidiano, creer que la Constitución no está sincronizada con el cambio social que ha ocurrido en Cuba, o intentar mediatizarla y esterilizarla con una apropiación simbólica que no resiste el contacto con la realidad y las experiencias de los individuos, es algo más que cometer un error cuyos costes políticos puedan ser quizás muy altos en los próximos tiempos.

Se puede tener la tentación de intentar burlar, mediante una matriz comunicacional disciplinadora y panfletaria, la comprensión popular del catálogo de los derechos constitucionales, sus respectivos alcances y el de las garantías que los escudan. Se puede incluso intentar versionar y hacer estáticos e inocuos los conflictos normativos y las colisiones entre los derechos y los actos propios de la administración, o entre particulares, pero lo cierto es que el desafío que supone asumir la creciente complejidad y dinamismo de la sociedad cubana actual y conservar estándares de credibilidad y confianza de los ciudadanos, implicará una independencia judicial y una ausencia de interferencias sobre esa función hasta ahora inéditas, así como el despliegue de la argumentación y la lógica jurídica como un factor imprescindible a la coherencia y vitalidad del sistema.

De algo se puede estar seguros, los derechos van a ser defendidos frente a su conculcación y la impunidad, frente a la arbitrariedad y las relaciones endogámicas de élites administrativas, o de cualquier otro tipo. Con ellos lo será también la Constitución en su calidad de límite al poder, pero también como plataforma de la adquisición de nuevos derechos, espacios y recursos de realización de proyectos de vida a partir del fortalecimiento de la autonomía y la autodeterminación personal.

Esa defensa, no hay que subestimarla, aunque es posible sea en un principio un acto individual y quizás frustrante, será fundamentalmente para sus protagonistas un acto de consecuencia política, pero también un ejercicio de valores que detonará y dará sentido y vigencia a las prácticas propias de la identidad ciudadana. También a una cultura política nueva.

Es cierto que creer que el enemigo del enemigo es un amigo no tiene que ver con un dilema sino con una contradicción ética esencial cuando se defienden valores e ideas diferentes a los del probable aliado de oportunidad, pero es también cierto que no se puede convivir con la injusticia y pretender ignorar sus causas, acaso porque cuando ello ocurre todo espectador es un cómplice.

 

Este texto fue publicado originalmente el blog La joven Cuba. Se republica íntegramente en elTOQUE con la intención de ofrecer contenidos e ideas variadas y desde diferentes perspectivas a nuestras audiencias. Lo que aquí se reproduce no es necesariamente la postura editorial de nuestro medio.

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