Bebé, sicología infantil, maternidad, infancia. Foto: Jorge Ricardo.

Foto: Jorge Ricardo.

Objetos y apego

3 / agosto / 2021

Cuando Oliver tenía unos seis meses adquirió la costumbre de tener un objeto en la mano. Sin él no podía dormirse ni estar cómodo. Nosotros, que no somos dados a los apegos materiales, inventábamos cualquier pretexto para quitarle lo que tuviera agarrado. A veces le sustituíamos el objeto por otro similar, para que no se obsesionara con un solo elemento. En aquel entonces yo me burlaba de esos niños que cargan un peluche a todos lados. Me horrorizaba ante los cuentos de amigos que, con quince años, seguían durmiendo con la misma almohadita de la infancia. No quería que nuestro hijo fuera como esos niños que sin su «trapito» no pueden cerrar los ojos. No quería que fuéramos como esos padres que sufren amarguras cuando, por accidente, sus hijos pierden su juguete favorito y el mundo se les viene abajo.

Con esa convicción, intentamos dirigir los intereses de Oliver por los objetos. Aunque el bebé sentía predilección por algunas cosas, admitía serenamente el cambio y se aferraba a un nuevo traste. Los que más le gustaban eran un pomo de desodorante rojo, una linterna amarilla, y varias cosas azules como un cepillo de dientes, un peine, una cuchara, un perchero, un plumón. También le podían interesar mucho objetos grandes como una escoba de juguete, un bate, una espada, un palo y una clava de cuando yo practicaba gimnasia. 

A veces se pasaba todo el día con el objeto y solo podíamos quitárselo en la noche, con el sueño más profundo porque, en las siestas, no había dios que le abriera la mano. Al despertar buscaba a su alrededor algo para agarrar y hacíamos el cambio. Una vez se pasó tres días con un cepillo de dientes. Así comía, dormía, se bañaba y jugaba. Cuando se enamoraba de algo pequeño no era tan terrible, pero cuando le daba por asirse a un bate de madera o algún otro atributo punzante o contundente, nos resultaba difícil manipular al bebé y su objeto. Además, nos preocupaba que, con una mano siempre ocupada, solo le quedaba otra para explorar el mundo, para aguantarse y para restregarse los ojos.   

Como esa conducta se prolongaba en el tiempo y en ocasiones nos resultaba bastante complicada de controlar, decidimos investigar un poco. Así encontramos un sinnúmero de artículos relacionados con el tema y después de estar un poco asustados, descubrimos que nuestro hijo no padecía de ningún trastorno obsesivo. 

Muchos bebés y niños pequeños muestran especial cariño por un objeto concreto. El objeto de apego o transicional es un término introducido por primera vez por el pediatra y psicoanalista inglés Donald Winnicott. Esta conducta es la forma de definir la primera posesión del bebé. El niño elige arbitrariamente el objeto y este tiene, para él, un olor especial. Se convertirá en su compañero fiel y lo acompañará a todas partes, así como sale en las películas. Leímos en varias publicaciones que no todos los niños tienen un objeto de apego, sin embargo, para algunos llega a ser tan importante que si se le pierde será insustituible y provocará espantosos episodios de angustia. Aunque parezca absurdo, el objeto representa el apego que el bebé siente por sus padres, y lo ayuda a controlar la ansiedad por la separación en determinados momentos. Esta conducta se desarrolla entre los cuatro y los seis meses y puede terminar cerca de los cuatro años o extenderse por tiempo indefinido; en ambos casos forma parte del correcto desarrollo psíquico del niño. 

Después de estudiar un poquito, vimos que la conducta de Oliver estaba dentro de los límites normales. Sin embargo, su comportamiento ha tenido, hasta hoy, características especiales. Se dice que el objeto de apego es insustituible, pero él admite una gran variedad de sustitutos, de seguro influenciado por nosotros. La literatura describe que, por lo general, el objeto transicional tiene una textura agradable que devela la necesidad de las crías de apegarse a algo suave para sentirse protegidas. Por ello, el objeto de apego suele ser blandito. Las necesidades de nuestro hijo no se corresponden del todo con los estándares de los objetos transicionales que pueden ser colchitas, peluches, almohaditas y otros objetos blandos, cálidos, olorosos. A él le gustan, por regla general, los objetos duros y alargados.

Tal vez si no hubiéramos sido tan prejuiciosos o tan ignorantes, el bebé dormiría la siesta abrazado a un peluche y no a una escoba. Tal vez no tendríamos que gritar con desesperación cuando está alterado: «¡Dale algo, dale algo!» porque tendría su «trapito». Tal vez el escenario de las siestas no sería un campo de batalla con cepillos, peines, cucharas, lápices, percheros, espejuelos, espadas, lanzas y espumaderas lanzadas por los aires porque no le adivinamos bien el gusto. 

Por suerte, a pesar de nuestra necedad, a Oliver le bastó una mano para desarrollarse de forma satisfactoria. Con trece meses de edad se ha vuelto más flexible y le encontramos el lado bueno a su desviación transicional. Cuando el niño suelta el objeto es la señal de que está dormido y lo podemos acostar en la cama. La otra ventaja es que, muchas veces, se apega por cosas comestibles y se puede pasar horas con una tostada en la mano o un palitroque. Entonces, se junta su sentido de posesión con su pasión por el mundo oral y pasa largos ratos de satisfacción. Una vez, cuando tenía diez meses, se apegó a un muslo de pollo y lo tuvo durante todo el almuerzo, durante el baño, y solo cayó al piso cuando su dueño estuvo completamente dormido.

Como los hijos son lo que sus padres moldean, a pesar del apego transitorio, el nuestro ya no siente predilección por nada material. Después de poseer un objeto durante un rato, lo lanza por la ventana y se entusiasma por otro con el mayor desparpajo del mundo. Los vecinos vienen una y otra vez a devolver las cosas que cayeron en su patio. Cuando revisamos las fotos nos damos cuenta de que Oliver está siempre con algo distinto en la mano. Si analizamos las imágenes, podemos advertir que el niño no parece buscar la protección en el objeto, más bien se trata de un elemento que lo hace sentir poderoso. Así se ven las paletas de la cocina y las espadas en su mano, como cetros o báculos que simbolizan su dominio sobre todos los corazones de esta casa.


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