Virgencita del Cobre, llevas siglos escuchando nuestros pedidos. Las manos se nos han hecho de piedras verdes y ocres, esperando la esperanza y la fuerza para amanecer día tras día.

Nuestra Señora, tú, que entiendes todo lo que nos pasa antes de que te lo contemos, intercede una vez más para calmar la sed de justicia y pan que nos aprieta el alma y el estómago.

Con la confianza de los hijos te decimos, a veces, Cachita. Cachita, danos el arrebato necesario para luchar, porque se nos están yendo las fuerzas y solo nos queda energía para abandonarlo todo y el último crujido de nuestros brazos será para remar hacia alguna parte.

Tú, que también sabes lo que se encuentra en el mar, lo que se descubre en el mar, lo que aparece cuando se navega, dale paz a las personas que parten, dale lluvia a los que el sol los oprime a la deriva, dale playas a los que necesitan descansar y un carapacho gigante de carey a los que buscan algo a qué asirse. 

Virgen de la Caridad del Cobre, tú viajaste en las alforjas de los mambises, te hiciste de coco para sus penurias y aprendiste a hablar todas las lenguas para entender a los que montaban sus caballos, desnudos; y para conversar con los que usaban espuelas de plata en las botas. 

Ahora te necesitamos de nuevo. Entiéndenos a todos y todas. Quita el arma afilada de la mano del que odia a las mujeres porque ellas deben ser libres y quieren ser libres. Quita el horror de la boca y la pluma del que decreta y decide por el pueblo cubano. Dale yuca con mojo al que no encuentra qué comer y caña santa al que tose sin remedio. 

Cachita: historia y devoción de una isla

La Virgen de la Caridad del Cobre ha sido, a lo largo de más de 400 años, mambisa, migrante y fuente de fortaleza en la historia de la nación cubana.

Virgencita, ve a dormir con los presos. Hay demasiados cubanos en las cárceles. Hay demasiadas cubanas detrás de los muros y las rejas, miles de ellos están allí solo por pensar distinto a los que ostentan el poder político. Afloja las muelas de la bestia que nos muerde, quita presión a la mano que nos asfixia, cántale al oído mientras duermen que el pueblo de Cuba somos todos, también los que no piensan igual que los gobernantes.

Virgencita de la Caridad, los que te seguimos —como se dice ahora—, los que te adoran —como se sigue diciendo—, pedimos de pie y de rodillas, con flores en las manos o sin nada que ofrecer, llenos de valor o en un temblor, que te apiades de nosotros, porque todos y todas te necesitamos. Los que pueden luchar rociados con una diminuta taza de café sin aroma y los que no tienen piernas para soportar la próxima cola para comprar pollo. Aquí estamos. Somos tu pueblo. Estamos fundidos, como se dice hace un tiempo. Estamos jodidos, como se dice desde siempre.

Cachita querida, madre de los huérfanos, los pecadores, los pescadores, los poetas, los perseguidos, los iluminados, los amantes y los olvidados, estamos flotando sin rumbo. Cada viento nos lleva a algún lugar que no conocemos, que no decidimos, que no nos hace felices. Virgencita, haznos creer de nuevo en el amor, en la fundación de ciudades, en la construcción de templos y hospitales, en la belleza de la educación, en la libertad y en la carga placentera de la responsabilidad cívica y la fraternidad humana.

Cuba no puede seguir por este camino que no entendemos, Virgencita, tú lo sabes, tú lo sientes. Si puedes, danos la razón de los que aman y la pasión de los que piensan, y la tranquilidad de los que tienen fe y la calidez de los que cuidan, y la frescura de los que lloran sin esconderse y la fuerza de las madres cansadas y la dulzura de la leche primigenia que nos amamantó a todos y todas como un único pueblo de gente distinta y merecedora de justicia.

Te queremos. Necesitamos quererte. Quiérenos tú y enséñanos cómo podemos salvarnos sin que tengamos que verle la cara a la guerra, a la ambición, al odio entre hermanos y hermanas. Cachita, yo siento que no nos queda mucho tiempo para entender que Cuba no es un fundo para cercar y exprimir, sino una tierra sin dueños que algunos amamos y queremos que sea la casa de los cubanos y las cubanas, también de los que tuvieron que dejar este archipiélago, estas islas, estas costas, estas palmeras. Permite que vuelvan los que quieran, permite que se curen las heridas de los días tristes que siguen sucediendo, y deja que la justicia y la equidad sean más preciadas por nosotros que la venganza y el rencor.

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