billetes dólares sombre de guano Cuba

Foto: Sadiel Mederos.

Economista: Esta es la razón por la que no va a funcionar la tasa flotante anunciada por el Gobierno

10 / febrero / 2025

La propuesta de la continuidad no va a funcionar. Aspiran a implementar una nueva (y actualizada) tasa de cambio oficial (TCO) que sería válida para ciudadanos y turistas. Esta TCO la determinaría la banca estatal y Cadeca, perteneciente Gaesa, y se iría ajustando a los valores de mercado (tasa flotante se le suele llamar a esta dinámica).

La TCO, según espera el oficialismo, una vez implementada competiría de forma exitosa con la tasa de cambio del mercado informal (TCMI), con lo cual la banca estatal lograría captar las divisas en efectivo que circulan en la economía.

Luego, hipotética y «revolucionariamente», las instituciones bancarias y no bancarias autorizadas a vender divisas ofertarían a los ciudadanos demandantes las monedas extranjeras, creando así un mercado cambiario oficial, regulable y que sustituiría al informal. Cualquiera que lo escucha, se descuida y se lo cree.

Sin embargo, en el mundo donde no mandan las consignas, ni el exceso de entusiasmo, ni manuales amarillos de Economía, el mercado no siempre acepta directrices partidistas o militares, ni modelaciones dogmáticas de la realidad.

La subasta estatal socialista

La banca estatal y Cadeca ya no pueden competir con la cadeca privada y el comprador ocasional. Al menos, eso señalan las condiciones específicas en que se da el mercado de divisas en Cuba. Y es que, para el vendedor del dólar, su preferencia apunta, en primer lugar, al demandante que pague un precio más alto (tasa de cambio) y más rápido: la cadeca privada.

Si se observa el proceso específico de formación de precios de la banca estatal y la cadeca privada, se notará que la primera tiene limitaciones claves en cuanto a:

  1. la recolección de la información
  2. la velocidad con la que toma la decisión.
  3. la imposibilidad de realizar la última puja.

1. La banca estatal no tendría la información en tiempo real de los precios del dólar «en la calle». Esa institución económica no cuenta con un sistema propio de recopilación de información que refleje fielmente la realidad, sino que depende de registros o reportes desconectados del contexto real. A diferencia de los mercados bursátiles, donde una pantalla actualiza constantemente los datos y facilita la toma de decisiones, aquí no existe un mecanismo dinámico que brinde información en tiempo real.

En el mejor de los casos, podría usar la TRMI (tasa representativa del mercado informal) de elTOQUE como «la información actualizada», la cual siempre refleja movimientos ya pasados de los actores privados. Así, la banca estatal juega con piezas negras en un ajedrez contra las «cadecas privadas»: su única opción es siempre reaccionar, y sin condiciones parar marcar el paso.

En términos concretos: las cadecas privadas y demás actores ponen sus precios (TCMI) del día y hacen sus operaciones. Luego, se reflejará en la tasa de elTOQUE u otros sistemas y, por último, la banca podrá tomar una decisión sobre su TCO del dólar. De hecho, el día 0 de la implementación de la tasa flotante (TCO) tendrá un precio que será calculado en base a esa TCMI.

Así, como puede verse, la banca estatal tomaría la información de segunda y tercera mano a partir de un valor unitario (la TCO será un solo valor a la vez para los que vayan al banco a vender), ignorando la coexistencia de precios en el mercado informal y, por tanto, perdería acceso a mejor información de las reacciones de la demanda de divisas ante variaciones ligeras de la tasa de cambio. Es decir, la banca tampoco tiene manera de valorar la sensibilidad de la demanda en tiempo real.

En cambio, el dueño de la cadeca privada y el comprador casual se levantan, revisan grupos de WhatsApp, Facebook y Telegram, salen a la calle, hacen dos llamadas por teléfono, conversan y se van nutriendo inmediatamente de lo que ocurre en el mercado de divisas, incluyendo el comportamiento de otros compradores y vendedores de dólares.

Así, las cadecas privadas están en una comunicación directa, en contexto informal y con acceso al lenguaje extraverbal de los demás actores del mercado cambiario, interpretando señales y recibiendo información que no llegará a la banca.

2. La banca estatal tiene burocracia y centralismo excesivo que dilatan y restan optimización (funcionalidad) a la toma de decisiones. Téngase en cuenta que, para reaccionar, dígase «flotar» alrededor del valor del mercado, la TCO será resultado de una decisión que necesitará un equipo de expertos, muchos funcionarios, muchas reuniones y, por supuesto, una aprobación siempre de «arriba».

A esto se le agregan los intervalos de tiempo para que la banca actualice su TCO. ¿Qué es lo más rápido, en materia de periodicidad, que pueden actualizar la TC a diario? Pero, sin importar el intervalo más corto de actualizaciones, estas dependen, inevitablemente, de un proceso en el que intervienen esos actores y temporalidades sin inmediatez antes mencionados.

En cambio, la cadeca privada y el vendedor casual, a la hora de decidir a cuánto vender (si subir o bajar respecto al precio de referencia), pues lo hacen. No hay un procedimiento a cumplir ni aprobaciones, solo actuar a partir de, en el escenario más riguroso, un cálculo sencillo.

3. Imaginemos que la banca, luego del proceso burocrático de decidir aumentar y cuánto la TCO, toma la iniciativa y decide subir arbitrariamente la TCO para atraer más poseedores de dólares y así comprar el activo estadounidense. Si eso ocurre, las cadecas privadas y compradores circunstanciales podrán siempre hacer una puja más alta por el dólar, dígase ofrecer al momento más pesos cubanos. La cadeca privada contará con el capital para ello, ya que luego venderá el dólar más caro. Algo que ya ocurrió en la época del reinado de Cadeca y su coincidencia con el auge de los viajes de cubanos a Panamá, México y Miami para el comercio de misceláneas. En ese entonces, era común encontrarse en los alrededores inmediatos de bancos y cadecas a individuos que se ofrecían para comprar el dólar o el euro a un precio relativamente superior, por tanto, más atractivo que el de la banca. Bien se podría pensar incluso en un (¿nuevo?) resultado de la división socialista informal del trabajo: el que te compra tus dólares justo antes de que se lo vendas a Cadeca. La última posibilidad de ofrecer un mejor precio será para los actores privados, no para el banco.

De ahí que no importe que la banca decida subir la TCO para ser más atractiva (los actores privados, sobre todo las cadecas privadas, siempre serían capaces de hacer una contraoferta de «última hora»).

Mientras tanto, el banco tendría que volver a esperar a que su equipo burocrático tome una decisión a partir de ver cómo fue que el privado logró comprar el dólar. De ahí que el Estado cubano no puede crear un mercado de divisas abastecido que sustituya al informal si no puede, ni siquiera, tener una tecnología de formación de precios que le permita comprar más dólares que el mercado informal.

Las divisas son para las conquistas de la Revolución

No se puede crear un mercado de divisas abastecido y hegemónico solo con lo que se compra en el propio mercado de esta a los privados. Al menos, no cuando se trata de la banca de un país que necesita, al mismo tiempo, recaudar divisas para dar solución a problemas vitales.

Supongamos que la banca estatal logra aniquilar al mercado informal de divisas. Y se puede hablar de aniquilación porque solo con mecanismos extraeconómicos, por ejemplo, a través de la policía económica basada en la persecución y amenazas a las operaciones de canje de divisas informales y tan característica de la economía de guerra caribeña, el Estado podría vencer a las cadecas privadas.

Como resultado, los 2 500 millones de dólares que se mueven anualmente en el mercado informal (los aproximados 2 000 millones de importaciones privadas y otros 500 como una posible cifra basada en la conversión en divisas de ganancias de negocios privados y capital migratorio), estarían pasando por el mercado oficial. Es un juego de suma cero inevitable (la TCO no crea nueva divisa o produce valor intercambiable por esta, sino que solo puede disputarla a los privados).

A pesar de ello, la diferencia de objetivos entre la cadeca privada cubana y la banca estatal y Cadeca indican la primera condición (de) imposibilidad de un mercado oficial abastecido basado en la compra de divisas en el propio mercado de esta. La cadeca privada compra el dólar, le aplica un margen unitario de ganancias en CUP, y vuelve a vender el dólar. Es «de una mano para la otra».

Por su parte, la banca estatal y Cadeca buscan, oficialmente, recaudar divisas, no de cara al mercado, sino para resolver necesidades de divisas del Estado cubano. Y no se trata de una particularidad cubana, sino que todos los estados tienen que garantizar cobertura de importaciones, requerimientos de liquidez para pago de deuda y compromisos financieros internacionales y, por último, un mínimo de reservar para regular los volúmenes de oferta ante shock de demandas y situaciones similares.

Es decir, los gastos de divisas de un Estado son una presión para que las divisas recaudadas por la banca estatal vía mercado de divisas tengan otros destinos que no sean vender en el propio mercado. De manera inevitable, los Estados, sobre todo en países que no emiten moneda fuerte, se ven obligados a tomar divisas que le compran a los privados.

Para gestionar esta realidad, existen algunas metodologías que sugieren buenas prácticas recomendadas por instituciones internacionales. Por ejemplo, el método Greenspan-Guidotti propone para economías con alta deuda externa a corto plazo, cubrir el monto de esta. Para Cuba serían unos 4 620 millones de dólares que se le deben al Club de París, asumiendo que es una deuda de corto plazo.

Otro referente es el de «cobertura de importaciones», que se usa para países dependientes de dicha actividad y susceptibles de shock externos. Esta propuesta señala tener una reserva de entre 3 y 5 meses de importaciones, que serían alrededor de 2 000 millones, tomando reservas para 3 meses solamente.

Por lo que se puede afirmar que, en el no realista escenario donde el mercado oficial sea prácticamente el único, este no cumpliría los estándares internacionales mencionados de reservas necesarias que deben tenerse antes de vender divisas a los ciudadanos.

Pero en la práctica al «continuismo» esto poco importa, ya que Cuba vive en una economía mundial paralela donde el riesgo país y la transparencia de cara a instituciones internacionales son vistas como un juego por los valores económicos de la «machanguería revolucionaria».

Lo que realmente preocupa a las autoridades cubanas, como ocurriría en cualquier país, es la fuerte caída en las exportaciones locales, que en 2024 fueron 900 millones de dólares inferiores a lo previsto en el plan estatal. Además, el turismo apenas superó los 2 millones de visitantes, con casi 700 000 turistas menos de lo proyectado.

Las remesas controladas por Gaesa se desplomaron, mientras que la deuda con el Club de París asciende a 4 620 millones de dólares y requiere un pago urgente. A esto se suma la caída de la producción nacional, que obliga a aumentar las importaciones.

El efecto total de las pérdidas bien podría traducirse en una demanda estatal de divisas de más de 2 000 millones en 2025. Y para responder a ello, además de milagros, al Gobierno cubano, que controla la banca estatal, no le quedan muchas más opciones que tomar dólares comprados en el mercado cambiario.

Formalmente hablando: las presiones de pagos en divisas que tiene que hacer el Gobierno cubano en 2025 hacen que tengan que emplear casi la totalidad de los dólares comprados en el hipotético mercado cambiario oficial en destinos que no serán la venta a ciudadanos.

Lo que permite afirmar que, de funcionar ―aunque exista buena voluntad, de la cual no hay evidencia empírica―, el Gobierno no podrá vender los dólares comprados. Lo que convertiría a la tasa TCO en un precio de compra y al supuesto mercado oficial de divisas, que será un medio mercado, en un mero extractor de divisa en efectivo en la economía interna. El «mercado oficial de divisas» será para ayudar al Estado a salir de los apuros económicos resultantes del modelo económico que defienden sus aparatos represivos.

Cuando la Revolución se pone a gastar divisas

El «éxito» en el proyecto de un mercado oficial ―que en realidad solo sería una compra de divisas a privados― muestra una dicotomía que es uno de los ejes centrales para comprender las políticas económicas en Cuba y su impacto en el sistema de producción y consumo: quién se queda con los dólares.

La búsqueda de dólares sin producir valor a cambio es el núcleo de las políticas estatales y movimientos de los empresarios militares.

Sin embargo, el problema no es que el dinero vaya al Estado y a los militares por el simple hecho de ser ellos ambiciosos (que hay fuertes señales para afirmarlo), sino por el costo de oportunidad para el resto de la ciudadanía, más bien, el «daño colateral» que ello dejaría.

Como pudo verse, más divisa para Gaesa y el Estado vía TCO viene acompañado de menos divisas para las importaciones privadas. Respecto a esto, los hechos dicen que el sector privado emplea la mayor parte de las divisas que adquiere en la creación de bienes y servicios (importación y en otros casos producción) que siempre satisfacen necesidades de los consumidores.

Lo hacen de manera eficiente (rentable para ellos) y eficaz (productos que tienen salida). La mejor evidencia es que casi nadie podría hablar de bodeguitas privadas que están llenas de productos que nadie compra.

En cambio, los hechos cambian cuando el dinero está mayoritariamente en manos del Estado y los militares; el destino del superávit comercial y de las remesas ha sido financiar inversiones hoteleras construidas por empresas extranjeras (que les pagan en divisas).

Hasta hoy, las élites cubanas han desatendido las necesidades de la economía interna, en materia de creación de oferta local e importada y de infraestructura, además de los compromisos internacionales del país por concepto de deuda.

Incluso, teniendo en cuenta que en los años de superávit comercial seguía aumentando la deuda, y el mayor componente de esta es deuda comercial, se podría afirmar también que los militares cubanos, a pesar de tener el dinero para financiar importaciones, destinaron sus pagos a otros gastos.

Como resultado, las divisas en manos de militares solo han acelerado el deterioro de la economía, causando escasez, pobreza y desigualdad, reflejado en el malestar social que se materializa en forma de ola migratoria y protestas sociales.

Esa ha sido la realidad que escala desde la entrada al poder de Raúl Castro, cuyo mandato indica que la élite que encabeza comprendió que las llamadas conquistas sociales de la Revolución o no son un mínimo indispensable de gobernabilidad o ahora son los hoteles que pululan entren las ruinas de La Habana.

Así, si el mercado oficial de divisas mediante una tasa flotante funciona, los militares continuarían con sus prioridades de negocios, mientras los privados no podrían importar (ya que no tendrían divisas) bienes de consumo ni de producción para ofertar artículos de primera necesidad, perjudicando el bienestar ya afectado de millones de cubanos.

De ahí que sea deseable, para que no empeore el bienestar de la ciudadanía en un país con su infraestructura colapsada, que el dinero siga quedando en manos de empresarios privados, aun con toda la nebulosa que los envuelve y el clientelismo político que tienen que aceptar estos para poder operar. En otras palabras: sería peor para los cubanos que tuviera éxito la tasa flotante.

Por último, no se puede dejar de mencionar lo que debió ser el comienzo de este texto y que lo hace redundante: esto ya lo vivimos.

En 2022, las autoridades cubanas anunciaron que iban a actualizar la tasa oficial. El resultado fue que el mercado informal continuó siendo hegemónico y una venta de dólares tan irrisoria que era inoperante para quienes demandaban el dólar, incluso para comprar alimentos y artículos de primera necesidad.

Los continuistas, demostrando su creatividad resistente a cualquier choque de evidencia, otra vez planean aplicar una fórmula similar en un contexto similar (no es exactamente igual porque ahora está agravado dicho contexto). Sobran razones para afirmar, con rigor, que fracasarán. Por suerte para nosotros.

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