Escribir de otra cosa, que no sea de la noticia que recorre el mundo, parece un acto pueril. En la agenda de cada cubano hay un tema que sale hasta entre desconocidos. Es como si todos con los que me encuentro y con los que tengo alguna interacción demandaran una opinión, una posición, un estado de ánimo que delate mi pensamiento y el impacto que ha tenido en mi, saber que Fidel ha muerto.
Todos han dicho, yo he escuchado. He visto las calles vacías. He visto respeto y desfachatez. He visto personas llorando y otras riendo. Me he dado cuenta de que existen moldes que acogen, lo mismo a los que representan el grupo que defienden todo lo malo, que a los que defienden todo lo bueno. Moldes que no dejan espacios para medias tintas y que me hablan de un ícono, de un símbolo, no de un hombre.
Nuevamente me he tropezado en la televisión y en otros medios con los discursos esos que se me hacían muy fáciles de redactar cuando tenía 10 años, por ser una reproducción de lo que se esperaba que todos escucharan. Repleto de los adjetivos que eran el ABC de las valoraciones, un hombre bueno, inteligente y valeroso…
Pero he visto también lo que siempre esperé, la espontaneidad de lo que no viene escrito por decreto: la gente que salió al malecón sin que nadie los convidara a rendir homenaje, movidos solo por un sentimiento o el vecino que lloró porque se emocionó ante un documental.
Hablar de Fidel en pasado se me hace difícil. Dicen los que estuvieron cerca, que su presencia impresionaba. Para los que lo demonizan, su imagen no se aleja de los errores, es solo malas decisiones, representa egoísmo y maldad. Pocos crean un equilibrio y separan, desde su experiencia, lo bueno de lo malo, lo real, de lo mitificado, lo cierto de lo incierto. Entonces es Quijote de los que creen en molinos y molino de los que se creen Quijotes.
Mientras, la multitud con sus hedores y sus decisiones ramplonas, se creen espectadores que organizan a las masas en este Coliseo gigante que es el mundo y te cuestionan con la mirada y con la palabra si tu pulgar va hacia arriba o hacia abajo, como si la suerte no estuviera echada ya.
La muerte nos va a sobrevivir a todos, porque ahí está siempre, enseñando que existe la ley de la vida que la incluye como final común. Cada quien haga su réquiem desde su historia personal, desde las verdades que conoce, desde los valores que defienden pero no olviden que la manera en que lo hagan define en gran medida quienes son como seres humanos y hay cosas que se deben respetar.
En lo personal comparto las ideas de Hemingway: “Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta…”
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Teresa