Cómo leer la protesta de los estudiantes cubanos contra el tarifazo

Fotos: redes sociales.
Ninguno de nosotros conoce
todas las potencialidades latentes
en el espíritu del pueblo.
Václav Havel
Hay una escena que es grandiosa y que se repite, no como un ciclo o un camino roído que conduce al mismo lugar, sino como una fractura. Por cada estudiante que se levanta hoy y le exige al régimen cubano en su cara y habla de derechos para todos y redacta manifiestos y convoca a un paro en la universidad y se posiciona con absoluta rigidez en contra del tarifazo de Etecsa —que es igual que decir en contra de la mentira, la desidia y la incapacidad del Gobierno—, ocurre un quiebre. Una piedrecita que choca y rompe la estructura de la dominación.
Hay en las palabras de los estudiantes universitarios cubanos la lucidez que solo es posible cuando se sufre, cuando la acumulación de los pesares es más grande y más absoluta que cualquier concesión para no meterse en problemas. ¿Qué importan los problemas si no nos importa la gente?
Hay en las palabras de los estudiantes universitarios cubanos la dignidad que se alcanza cuando se ha aprendido que el arte de la resistencia termina siempre en reacción y que —como escribió Havel— «no hay libertad sin igualdad de derechos y no hay igualdad de derechos sin libertad».
Puede que la articulación estudiantil que emergió en Cuba tras el 30 de mayo de 2025 —cuando el monopolio de las telecomunicaciones anunció nuevas y abusivas tarifas de Internet móvil— haya surgido en un espacio «prepolítico» que es amplio, diverso y plural, pero en el que la confrontación parece ser entre la «vida en la mentira» y la «vida en la verdad».
El privilegio y el peligro de escribir y analizar fenómenos sociales que ocurren y cambian con la misma velocidad con la que se escribe es grande; también, no hacerlo. La intuición y la experiencia le podrán sugerir a muchos tomar el lugar de la esperanza o el del pesimismo. Pero hay en las palabras y en la articulación y en el parón de los estudiantes universitarios cubanos tanto vigor para empujar la historia, que mirar hacia otro lado es desconocer la potencialidad del espíritu del pueblo.
El politólogo cubano Armando Chaguaceda nos ayudar a entender mejor la génesis y repercusión del fenómeno.
¿Cómo nombrarías a esta articulación estudiantil, si bien es muy pronto o equivocado hablar de movimiento social?
Estamos ante acontecimientos en proceso; acontecimientos que tienen una enorme volatilidad, con disímiles posicionamientos y desmentidos. Estamos también ante una «guerra de interpretación» a partir de la información disponible, en la cual la velocidad de los acontecimientos no ayuda a tener una visión totalmente clara.
Cualquiera que ofrezca una interpretación de lo que está sucediendo tiene una comprensión limitada del fenómeno, mezclada con su opinión, con la toma de partido ante lo que ocurre.
No obstante, hay muchísima información que, a diferencia de otras épocas, estamos viendo en tiempo real, con sus protagonistas actuando. Lo anterior es positivo para tener una idea aproximada de lo que sucede; algo imposible en una Cuba offline como la de hace 25 años.
Hay muchas formas de llamar a los procesos de acción en los cuales las personas se agrupan para impulsar determinada agenda en el espacio físico, virtual o en ambos de manera simultánea. Decir «movimiento social» es exagerado, porque aludiría a una cierta estructura relativamente coherente, a una cierta identidad —construida o en construcción— más o menos concientizada, a una cierta estabilidad de formas organizativas, identidades, agendas, liderazgos, membresía. Elementos que, en este caso, no parecen estar presente, por lo menos de manera clara.
Hay otras palabras ligadas a los hechos que los estudiantes están usando de forma explícita. Es importante usar las palabras que emplean los actores. Están usando la palabra «protesta» —el paro es una forma de protesta—, la palabra «asamblea», la palabra «colectivo». Todas aluden a elementos reales en los que ellos participan.
Si se me pide una definición que trate de captar la esencia del fenómeno en proceso sería «protesta en red». ¿Por qué protesta en red o acción colectiva en red? Porque en la sociología cada vez más se habla de formas de organización y acción colectiva que —tanto en el espacio físico como como el virtual— emergen a partir de reclamos muy puntuales y rápidamente ese reclamo y las formas de accionar ligadas a este se viralizan, se reproducen en otros contextos, se suman más personas y aparecen nuevos grupos en otras regiones que se conectan con el reclamo inicial.
La protesta en red es relevante en un doble sentido. Por la estructura reticular —son actores, grupos, partes de las instituciones que se están pronunciando de manera autónoma y conectando—. No hay un centro que dirige, sino una suma paulatina de posiciones a partir de una petición puntual.
Es una protesta en red, además, por el peso de las redes sociales virtuales. El Internet se convierte en vehículo para la protesta y para la información sobre las acciones, es un espacio de construcción de la agenda. El derecho de acceso a ese mundo virtual es también parte del contenido y del motivo del reclamo.
¿Cómo recomiendas observarlo, con qué lentes?
Recomiendo observarlo, partiendo de las informaciones provistas por un buen ejercicio de cobertura periodística, con los lentes —en términos disciplinares— de la sociología y la antropología más que desde la Ciencia Política.
Estamos ante un régimen autocrático cerrado, lo cual quiere decir que el espacio cívico, los derechos del espacio cívico, las oportunidades del espacio cívico, la expresión, organización y movilización están severamente restringidos por el diseño político y por la ideología del régimen imperante. Se trata de una autocracia cerrada de tipo postotalitario. Pero la antropología permite entender los sentidos que le dan a las acciones individuos o grupos pequeños, con atención en lo testimonial, la memoria de reclamos anteriores o el reclamo presente. La sociología por lo que la sociología de la acción colectiva y los movimientos sociales ofrece.
Aunque apuntaré algo desde la Ciencia Política. El régimen cubano sigue siendo un régimen soviético, con muchos elementos totalitarios expresados en una pretensión de monopolio de la voz, del espacio, de la verdad; pero la sociedad cubana ya no es reflejo de esa sociedad. Por un lado es más desigual, más pobre, está más débil, es una sociedad empobrecida; y por el otro es cada vez más de vocal, más crítica.
Hay tres pilares que sostienen a los regímenes autocráticos: la represión, la cooptación y la legitimación. La represión descansa en el uso de la fuerza, el control, la censura. La cooptación en la provisión ampliada o selectiva de determinados bienes (bienes públicos o bienes privados para comprar lealtad). La legitimación descansa en que los subalternos, el pueblo, reconozca a quienes mandan como los idóneos, los mejores o por lo menos los únicos disponibles.
En Cuba hay un creciente debilitamiento de la cooptación y de la legitimación (porque casi nadie les cree, y porque cada vez más ellos y sus hijos se enriquecen). Eso erosiona la legitimidad de manera tremenda.
¿Crees que esta articulación estudiantil rompe con la praxis de lo que habíamos observado en cuanto a muestras de resistencia en la historia reciente cubana? ¿Por qué?
Creo que sí y que no.
No se trata de una novedad absoluta porque estos eventos se producen sobre un entorno de cambios y protestas anteriores. Me explico. El régimen en Cuba sigue siendo de diseño soviético —más allá de los intentos de reformas legales, de maquillaje, como la «nueva Ley de Comunicación»— y se ha endurecido en lo represivo. El Estado como aparato administrativo, como grupo de instituciones que provee bienes y servicios colectivos, cada vez está más depauperado y su burocracia es más mediocre —haciendo una vergonzosa retirada de funciones de provisión públicas que le proveían legitimidad—. Pero la sociedad se ha destotalitarizado parcialmente. (De hecho, la sociedad cubana nunca fue plenamente soviética, porque en términos culturales miraba a Occidente). Los mecanismos del control, del miedo, de la propaganda, siguen presentes pero han perdido (siempre relativamente) la eficacia.
La diferencia con otros tiempos ese que el régimen sigue siendo muy soviético y que la sociedad se desconecta cada vez más; se vuelve cada vez más postcomunista, más desigual, más depauperada y protestona.
También hay elementos de novedad: el activismo desde la universidad, el activismo desde estructuras oficiales y en grupos desconectados de esas estructuras oficiales, pero sin duda dentro de la comunidad universitaria controlada, hasta ahora, por el poder. Hay una organización paraestatal, la FEU —de una larga historia prestigiosa en sus primeros años pero cooptada por el régimen después de 1959—, a la que una parte de sus estructuras se le rebelan y convierten en vehículo de la protesta en red, al punto de cuestionar al liderazgo nacional por su postura leal al Estado. Son estudiantes organizados al margen de esa dirección oficial que no los representa, cuestionándola.
Esta novedad revela que parte del estudiantado universitario —al que había sido relativamente exitoso el régimen en mantener quieto— se pronuncia en esta emergencia de protesta desde las estructuras de base de las instituciones oficiales; y, por otro lado, también desde grupos de estudiantes que hacen vida en esas instituciones.
¿Crees que el tarifazo de Etecsa en sí es fundamental o pudiera haber detonado este movimiento cualquier otra cosa? ¿Por qué Etecsa y por qué ahora? ¿Y cómo explicar ese momento en que se traspasa la línea de un reclamo puntual (micro) para ver lo macro?
El tarifazo es un detonante, pero hay que verlo también en secuencia. Hay una secuencia de política económica muy leonina, muy extractiva, muy depredadora, de extracción de renta sobre la población cubana empobrecida y sobre sus familiares en el exterior. Una suerte de «neoliberalismo de clóset» implementado por un Estado formalmente comunista.
Ese Estado se ha retirado total o parcialmente de una serie de funciones que antes ofrecía. Los efectos de su retirada los cubre la población con ayuda de sus familiares emigrados mediante las remesas, envíos de paquetes de alimentos y medicinas. Remesas y compras que, en buena parte, han estado controladas por las agencias estatales cubanas; pero también por empresas creadas por personas y familiares de la élite del régimen y por testaferros o aliados extranjeros, incluidos cubanoamericanos. El Estado, que se ha dado cuenta de lo anterior, simplemente ha querido operar como un gran extractor de renta y para hacerlo penaliza a la masa de trabajadores empobrecida del país y a sus familias con precios crecientes, abusivos, monopólicos.
El llamado tarifazo no es más que el colofón de una serie de medidas impopulares que han ido recayendo sobre el hombro de las clases trabajadoras y sus familias. El tarifazo es una fase más del proceso que detona la protesta, pero también es un hecho en sí mismo que tiene impacto. ¿Y por qué tiene impacto?
Porque a pesar de la precariedad material, la base de funcionamiento de la sociedad cubana en muchos aspectos —desde la compra y venta de bienes de servicio, el acceso a información…— está montado sobre un sistema de Internet que es caro y precario, pero que ha crecido mucho si lo comparamos con otros años.
Todo ello hace que el tarifazo sea otra fase del proceso depredador de extracción de renta del Estado. Pero también que sea un hecho relevante en sí mismo por la esfera de la realidad a la que afecta (una esfera virtual, pero que tiene impacto en la vida cotidiana) es clave para atenuar la precariedad del mundo material en que sobreviven los cubanos.
Y ahí puede pasar (y está pasando) la conexión entre reclamos puntuales, micro, y elementos macro. El reclamo puntual micro es el rechazo expresado en el «no al tarifazo», pero lo macro se divide en dos sentidos. Por un lado hay reclamos de rendición de cuenta: «no solo rechazamos esto, no solo nos pronunciamos por esto o hacemos un paro por esto, sino que queremos que vengan las autoridades a discutir, no solo las de la empresa de telecomunicaciones, sino las máximas autoridades nacionales».
Por el otro, hay solidaridad y conexión del estudiantado con la situación general de la población: «no solo queremos discutir en beneficio nuestro, no solo que nos concedan a los universitarios una especie de libreta, de permiso, de plan de datos, sino que esto sea un tema en beneficio del pueblo, de nuestra familia».
En varios pronunciamientos hemos visto alusiones a los derechos, a la dignidad y a la justicia social, lo cual habla de un reclamo. «No estoy pidiendo limosnas para mí, sino derechos para todos y estoy tratando de expandir los espacios de participación». Esos elementos son muy importantes, porque al hablar de participación, transparencia y justicia social emplazan al régimen con lo que retóricamente dice proveer y defender, pero que en realidad no hace.
A los estudiantes nadie debiera incitarles a sobreideologizar esta lucha. Un par de veces han aparecido en los pronunciamientos las palabras Revolución, socialismo, pero no es lo esencial; tampoco ha aparecido la palabra transición ni caída del régimen. Claro que en todo reclamo social hay un componente político y que detrás de todo componente político hay una visión del mundo, una ideología. Pero aquí se trata de un reclamo de acceso a bienes colectivos, rechazando una idea de privilegio. Y cuando se hacen invocaciones se hacen desde los derechos, la justicia social.
Las ideas emergen de los hechos, emergen de la naturaleza del sujeto que reclama y me parece muy positivo porque eso limita la posibilidad de deslegitimación —algo que de todos modos la dictadura va a hacer—, de clasificar el fenómeno como algo inducido desde el exterior, ajeno a los estudiantes. No, son los estudiantes con sus problemas, con sus realidades, con sus palabras, pero también con los derechos e instituciones que el régimen ha creado y que ahora los jóvenes usan para sus reclamos.
Hasta ahora no hay toma del espacio público físico, han sido articulaciones y pronunciamientos (en su gran mayoría, incluidos los intercambios con autoridades gubernamentales) utilizando vías digitales. ¿Crees que es igual de efectivo, cuáles son los pro y los contras, tendría que pasar a algo más?
Las estrategias de toma del espacio público (físico o virtual) emergen a partir de las velocidades de aprendizaje y de demanda de las realidades de cada colectivo. No me atrevería a juzgar qué es más o menos efectivo.
No me atrevo a decir si el espacio físico hay que ocuparlo, dónde, cuándo, cómo. Más bien, en tanto los reclamos se mantengan, en tanto la articulación crezca, en tanto la autonomía y la solidaridad con los estudiantes no decaiga, entonces emergerán las formas de ocupación del espacio público físico en respuesta también a lo que hagan las autoridades.
Más allá de la movilización del aparato gubernamental para aplastar y desmentir las articulaciones estudiantiles, qué pudiera enseñarnos lo que sucede en Cuba ahora mismo, qué camino plantea o qué interrogante para el futuro inmediato (incluso aunque no se logre, en apariencia, algún cambio absoluto hacia la democratización.
Lo primero que puede enseñarnos —o más bien recordarnos— es que la sociedad cubana cambió.
Algunos llevamos años diciéndolo, ha habido sucesivos momentos de despertar cívico, de protesta —27 de noviembre, 11 y 12 de julio, las protestas de 2022, 2023, 2024 y 2025 en diferentes provincias. En todos esos momentos ha habido aprendizaje.
Tan es así que el Estado, para disciplinar, ha visibilizado el terror con condenas excesivas; pero la gente no ha dejado de protestar. En todas esas manifestaciones siempre ha emergido no solo una masa hambrienta que pide —lo cual es muy legítimo— comida y luz, sino también dignidad y libertad. La gente, que sabe quiénes son los responsables de su desgracia, se reapropia incluso de lemas y tradiciones de lucha que han sido manoseadas por el sistema (como «el pueblo unido jamás será vencido», una consigna que el régimen coreaba en sus actos oficiales). Lo importante es que la sociedad cubana cambió, que lleva cambiando años.
Al Estado le queda la represión. Su esquema de poder es: menos legitimación, menos cooptación, más represión. Y como diría Talleyrand, no se puede sostener todo el tiempo un Gobierno solo con las bayonetas.
Creo que es de las pocas veces que observamos con énfasis el desmarque de un colectivo de las organizaciones de masas estatales para reclamar derechos... ¿lo ves así? Y ¿qué semejanzas y diferencias encuentras entre este y fenómenos similares en otros totalitarismos.
Es claro, y que bueno que pase. La FEU tiene un historial que ha sido comprometido desde su captura por el régimen en 1959, 1960. Pero, por otro lado, en la historia de las universidades cubanas —a pesar de esta cooptación general de la estructura que se mantiene— siempre ha habido pequeñas huelgas, pronunciamientos y siempre se ha mantenido una llamita rebelde que han tratado de aplacar, de extinguir.
Pero a diferencia del régimen iraní, del serbio, incluso a diferencia del régimen polaco o del yugoslavo en la época del comunismo, las universidades cubanas han tenido tres formas de control y apaciguamiento de los jóvenes. La primera es la existencia en cada facultad o instituto de educación superior de una oficina de la Seguridad del Estado con una «persona que atiende» la facultad.
La segunda es la complicidad, el encuadre y la participación de profesores e investigadores de las universidades en la vigilancia y represión de otros colegas y estudiantes —bien sea por un vínculo directo con la Seguridad del Estado, los llamados funcionarios honorarios (FH), o para que los dejen viajar, tener alguna prebenda, no ser molestados—.
El tercer eslabón, ese que parece más triste e insidioso y terrible para el civismo, es la familia. La familia que te dice: «gradúate para irte, no te busques bronca, lleva bajo perfil, esto no hay quien lo cambie, hemos hecho mucho esfuerzo para que llegues a la universidad».
El miedo es una sentimiento muy humano en todos, en quienes protestan, en sus familias, en los profesores, en los directivos. Pero uno tiene que escoger entre las formas de miedo que va a sentir y sus efectos. Entre el miedo a lo que me puede pasar de inmediato y el miedo a cómo me voy a ver y vivir en lo adelante, qué rol voy a jugar en perpetuar lo que me mantiene con la cabeza baja.
Tan responsable es no incitar a un joven a exponerse en un Estado totalitario a la represión —esa responsabilidad puede atener a familias, a profesores, a amigos, a otros jóvenes— como decir: «si ellos decidieron hacer esto, no me queda más que acompañarlos». Y acompañarlos es acompañarlos en la represión que sobreviene, no convirtiéndome en otro portavoz de la desmovilización; acompañarlos en los procesos legales, penales, sociales que siguen siempre después de estos casos, porque el régimen espera que la marea se aplaque para ir por los posibles o reales cabecillas.
Hay señales interesantes, no sé si promisorias. Hay algunos colectivos de profesores, algunas universidades, algunos grupos que apoyan a los estudiantes y reconocen la legitimidad de sus reclamos. Se agradecería, por cierto, que otros intelectuales y artistas cubanos que han permanecido en estruendoso silencio, hicieran algo mas que un susurro en defensa de sus hijos, familiares, vecinos… y de su propia condición y país.
Me parece bien que los estudiantes entiendan que la defensa de su autonomía frente a todo intento de distorsión de esta agenda y sus reclamos es imprescindible. Si el entorno y orden político de una sociedad es autoritario, bueno, mala situación para ese orden cuando la sociedad reclama derechos sin acudir a ninguna conspiración o desestabilización externa. Salvo que entendamos que ser ciudadano es per se desestabilizador, que ser ciudadano es ser conspirador. Entonces el problema no estaría en los que reclaman derechos, el problema estaría en el orden político hipócrita que proclama derechos que después no cumple y viola y que, cuando alguien le reclama, los reprime. Eso es Cuba hoy.
Lo fundamental ahora es que estamos frente a una protesta en red, una acción colectiva descentralizada y autónoma de estudiantes y de personas —profesores, artistas…— que se solidarizan con ellos desde las instituciones y desde las leyes existentes y reclaman al Estado, al régimen político, que honre las leyes y derechos que proclama al mundo.
Entre ese despertar y la defensa estudiantil de la autonomía, la participación y la dignidad, frente a las maniobras represivas y dilatorias de un aparato incapaz de dialogar y ceder a las demandas sociales, transcurren los acontecimientos y sus posibles secuelas.


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