Cuba se ubicó en 2022 en el puesto 173, de 180 países, en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, elaborada por Reporteros sin Fronteras y que analiza las condiciones en que se ejerce el periodismo. Con la peor posición de América Latina, el país se mantiene en la categoría de «muy grave» y en puesto similar a 2021, cuando ocupó el lugar 171.
La costumbre de hablar bajo si se trata de criticar al Gobierno, de no usar en espacios públicos e institucionales palabras como «dictadura», «régimen» o «autoritarismo» para evitar un problema político y la imposibilidad de articular espacios en los que expresar posturas que disienten del discurso oficial ejemplifican cómo se ha asumido la coacción de las libertades ciudadanas en el país.
Las formas en que las estructuras del poder en Cuba controlan el discurso —entendido no solo como una acción verbal, sino como una interacción entre los ciudadanos, una práctica social o acontecimiento comunicativo— explican el alcance de una dominación que desemboca en el abuso de poder y del que los medios de comunicación oficiales han sido parte.
El analista del discurso Teun A. Van Dijk explica en su libro Discurso y poder que el control se define tradicionalmente como el dominio sobre las acciones de los otros, pero si se ejerce para beneficiar a quienes lo detentan y en perjuicio de las personas controladas estamos en presencia del abuso de poder.
Los dispositivos que articulan estos frenos a la libertad de prensa y expresión explican parte del funcionamiento de una sociedad y las formas de regulación de la ciudadanía. Para entender cómo, a través del discurso, se reproduce el poder e influye en las acciones de quien lo recibe, el analista Van Dijk propone profundizar en tres ámbitos de incidencia del control: el contexto, el discurso y la mente.
El control de la producción del discurso público
¿Cómo se decide en Cuba quiénes, cuándo, dónde y bajo qué premisas comunican? El tipo de información que se socializa, la manera en que se presenta y regula, los que están autorizados a ofrecer una conferencia de prensa o a crear un medio de comunicación, los invitados a los programas de televisión y otros aspectos similares indican formas de control del contexto comunicativo.
Más allá de que todos los medios de comunicación autorizados en el país permanecen bajo el dominio estatal a través de sus diferentes instancias políticas y organismos, las figuras de poder en Cuba se han encargado de decidir cómo se nombran los acontecimientos y procesos relevantes del país y la prensa se ha limitado a replicar esas denominaciones.
Por ejemplo, durante la década de 1990, la palabra «crisis» desapareció de los medios y, en cambio, se utilizó el eufemismo «Período Especial»; al que le han seguido similares calificativos como «coyuntura», «ordenamiento» o «resistencia creativa». La pequeña «propiedad privada» ha sido sustituida muchas veces por «trabajo por cuenta propia» y no fue reconocida como tal hasta la aprobación de la Constitución de 2019. Estas y otras formas de nombrar los fenómenos de la realidad social orientan lo que es políticamente correcto y condicionan la forma en que los ciudadanos deben dirigirse en espacios públicos.
Se construyen «símbolos funcionales de dominación a través de los medios de comunicación, los cuales legitiman el discurso del Partido Comunista, esto es, de la revolución, y se convierten en un recurso efectivo para la reproducción del poder», reseña el artículo «Gobernanza del sistema mediático cubano. Un estudio del marco regulatorio sobre comunicación desde 1959 hasta 2018».
El control de la producción de contenidos y el acceso al discurso en el archipiélago es también excluyente, porque no solo señala quiénes son los facultados para escribir o posicionarse frente a cámara, sino que desestima la existencia de posturas políticas ajenas o que se distancien del discurso preestablecido.
Ese control del contexto discursivo es la regla y no la excepción porque existe un cuerpo legal que limita la libertad de prensa y de expresión. En el artículo 55 de la Constitución de la República se reconoce el derecho de las personas a la libertad de prensa, pero renglón seguido precisa: «Los medios fundamentales de comunicación social, en cualquiera de sus manifestaciones y soportes, son de propiedad socialista de todo el pueblo o de las organizaciones políticas, sociales y de masas; y no pueden ser objeto de otro tipo de propiedad». De esta forma, queda excluida cualquier tipo de propiedad y, por lo tanto, de organización ajena al control gubernamental.
Aunque los medios independientes han ido creciendo, trabajan desde la ilegalidad y con una presión por parte del Gobierno que ha obligado a muchos periodistas a exiliarse o a distanciarse de la profesión.
En nombre de la Revolución, el Estado cubano no solo ha controlado, sino que ha reprimido cualquier manifestación que lo confronte. Entre las normativas que castigan el disenso figuran el Decreto Ley 370 y el 35, que contienen las sanciones y restricciones para quienes se expresen críticamente sobre el Gobierno en el espacio virtual y en nuevo Código Penal.
El control del contenido
El interés por controlar el contenido existe tanto para medios independientes del dominio gubernamental como estatales, con métodos diferentes. En el caso de los oficiales, la vigilancia proviene esencialmente del Partido Comunista. Las consignas en la prensa y su lenguaje triunfalista contribuyen a la conservación del poder. Desde la selección de los temas hasta el enfoque con que serán tratados, los sentimientos o emociones que pretenden transmitir vinculados al esfuerzo, el sacrificio y la lealtad, apuntan a un ejercicio de adoctrinamiento y persuasión que le es indispensable para perpetuarse.
Una polémica reciente en torno al programa de televisión Cuadrando la caja, a raíz de un comentario sobre este publicado en el blog Segunda cita, del cantautor Silvio Rodríguez, trajo a colación la carencia de diversidad de opiniones e invitados en los medios nacionales. Se cuestiona al poder el tipo de programas que produce y cómo pondera análisis parcializados de la realidad cubana.
«Alguien por encima del director de Cubadebate, de la Mesa Redonda y de Cuadrando la caja debería decidir cómo debatir sobre los temas económicos que determinan para el futuro del país, y la participación de los que piensan diferente al grupito que se ha adueñado de los principales medios de la Revolución, que forman la opinión sobre los principales temas estratégicos de la economía cubana», opinó en comentarios el economista Joaquín Benavides.
Además de las manifestaciones de restricción del discurso público oficial, investigaciones recientes informan sobre lo que ocurre con quienes son acosados y reprimidos desde el Gobierno. La publicación Artículo 19, en el análisis semestral de la libertad de expresión en Cuba, identificó, entre enero y junio de 2022, 125 eventos de agresión a periodistas, dirigidos a un total de 61 personas (28 mujeres y 33 hombres). Mientras las personas defensoras de derechos humanos fueron objeto de 90 agresiones a 51 personas.
Las agresiones a los periodistas incluyeron 14 tipos de ataques durante el período: los más recurrentes «fueron los arrestos domiciliarios con 45 eventos, las citaciones oficiales con 20 eventos, las supresiones del servicio de Internet con 16 eventos y las detenciones arbitrarias con 14 eventos», según reseña el estudio.
Estas formas del control del discurso, a través de la represión de sus emisores, dan cuenta de un sistema diseñado para coartar libertades elementales. Agentes de la Seguridad del Estado, miembros de la Policía Nacional Revolucionaria, oficiales de Inmigración y Extranjería, entre otras figuras del cuerpo represivo estatal, ejecutan acciones en contra de activistas y periodistas en detrimento de normas internacionales e inclusos de derechos reconocidos en la Constitución cubana.
Al poner las voces críticas al margen de la esfera pública, el Gobierno limita la posibilidad de que nuevos temas se lleven a debate y de que se articulen propuestas políticas alternativas a la suya. Con estos métodos pretende conservar su hegemonía ideológica y utilizar sus medios de prensa como instrumentos para construir y sostener su legitimidad.
El profesor Carlos Manuel Rodríguez advierte que en «los regímenes autoritarios, la persistencia del régimen depende de su capacidad de innovación sobre los diversos mecanismos de legitimación ideológica. En palabras de Schedler, “todos sus actos de poder son simultáneamente representaciones escénicas de poder. Son actos de dominación, y al mismo tiempo, actos de comunicación”».
La influencia en la opinión y el sistema de valores
El poder, cuanto más efectivo, más seduce. La prohibición y el castigo son herramientas de un poder que agoniza y no dispone de más recursos para sostenerse. Sin embargo, cuando el poder produce placer, consigue emocionar, construye un saber estratégico y una verdad respaldada por su influencia es mayor, pero a la vez menos evidente.
En la educación, por ejemplo, se manifiesta el poder simbólico. Los libros de texto cubanos, su versión de la historia y las normas de comportamiento en la escuela conforman un sistema de obediencia y gratitud a la Revolución a través de frases tan cotidianas como el saludo escolar «Pioneros por el Comunismo, seremos como el Che».
La construcción colectiva de sentido y de valores en torno al proceso revolucionario y sus líderes también se evidenció en la ideologización de espacios privados como la casa, donde algunas familias colocaban afiches con su imagen en la sala, cerca de retratos de otros seres queridos, sobre todo en los años de mayor popularidad de Fidel Castro.
El filósofo Byun-Chul Han, al teorizar sobre el poder, ha otorgado más preponderancia a la sumisión que a la dependencia y se refiere a la «neutralización de la voluntad». En su libro Sobre el poder, detalla cómo la figura de poder busca influir en la voluntad y la capacidad de decisión de los individuos a través de una identidad o correlación entre propósitos y voluntades.
Por ejemplo, con la muerte de Fidel Castro se convirtió en himno la canción Cabalgando con Fidel, del trovador Raúl Torres. Un fragmento ilustra la relación de dependencia con la que muchos cubanos se identificaron: «No quiero decirte Comandante, / ni barbudo ni gigante / todo lo que sé de ti. / Hoy quiero gritarte padre mío, / no te sueltes de mi mano / aún no se andar bien sin ti». Esto evidencia que la coerción no es necesaria si se emplean formas más efectivas para persuadir y seducir al pueblo.
El abuso de poder
Las figuras y estructuras de poder en Cuba controlan el discurso de los otros a través de cuatro elementos fundamentados por el teórico y analista Teun A. Van Dijk:
1) los periodistas no tienen la libertad y autonomía suficientes para escribir sobre determinados temas en la forma en que desean hacerlo sin recibir a cambio algún tipo de control o reprimenda por parte de las autoridades políticas;
2) existen normas legales que establecen lo que es apropiado o no decir por los ciudadanos cubanos, como el Decreto Ley 370 y el 35 y las facultades para reprimir el disenso incluidas en el nuevo Código Penal;
3) en los medios de prensa se regulan los tipos de discursos considerados «adecuados», convirtiendo el control discursivo en regla y no excepción;
4) hay un «control indirecto de las mentes», categoría usada por el teórico Van Dijk, a partir del cuestionamiento a las ideologías, normas y valores de los ciudadanos; lo que implica una regulación indirecta de la posibilidad de llevar a cabo una u otra acción. Se manifiesta, por ejemplo, en las precauciones para hablar sobre determinados temas en espacios públicos o evitar involucrarse en debates políticos.
Los parámetros se ajustan con precisión a lo que ha sucedido en Cuba en las últimas décadas. El poder no solo se ha reproducido y sostenido a través del discurso, sino que se ha atribuido, mediante dispositivos legales, políticos y estructurales, el derecho exclusivo de su aprovechamiento. El abuso de poder se ha manifestado en la represión del disenso, en la arrogación del privilegio de nombrar y categorizar personas, acontecimientos y procesos a conveniencia, desterrando del lenguaje las palabras que lo desafíen.
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