Mis amigos con patente no me dieron un no rotundo. Sintieron la pena de ver al que se desespera por el otro y me dijeron que tal vez para mañana, o pasado mañana. El resto de la gente que contacté quería estar tranquila por ahora. Tan simple como eso. Todo el mundo quiere estar tranquilo por ahora.
Contradictoriamente vivo en Bayamo, donde primero los hombres gritaron independencia, y donde los negros se abrazaron con los blancos en un crisol que se convirtió en lo que hoy llamamos cubano. Y es mejor estar tranquilo. Pero a lo largo de estos últimos años de existencia, fuera del uniforme y del pupitre, he aprendido que esa inmovilidad sólo ayuda a los que la fomentan.
“Viejo, yo no me meto en nada de eso. Lo mío es tratar de terminar el mes sin deudas”.
Y yo lo único que quiero es que me cuenten sus alegrías y tristezas. Vaya, hasta podría no decir sus nombres; hasta podría mostrar sus caras desenfocadas, pero ni así… El problema es que comentar las contradicciones del emprendimiento en la esquina o en el pasillo no implica nada trascendente. El problema surge cuando todo el mundo las lee.
Yo lo entiendo.
Yo incluso tengo patente.
Y trabajo para el Estado también.
Doble empleo. En otro país sonaría normal, pero este no es un país normal. Por suerte y por desgracia.
Sientes la culpa de que estás haciendo algo mal cuando el Estado es incapaz de resolver un tema e intentas asumirlo tú como empresarito, alguna tarea que, en otro tiempo, sólo la hacía la EMPRecosa… o la EMPReotracosa…; aquí todas las empresas se llaman exactamente como lo que hacen.
“Mijo, de todas maneras, esto no tiene arreglo”.
Y yo lo único que quiero es que ellos me digan qué cosa es esto, por qué no tiene arreglo, si los cubanos ya hemos logrado imposibles. Pero viven en la oscuridad del anonimato conveniente. Un anonimato contagioso, funesto. En una clandestinidad preocupante y perezosa, mientras sus verdaderos problemas se alimentan de su propio silencio.
Y estamos en Bayamo.
Monumento Nacional.
Cuna de la Nacionalidad Cubana.
Donde nació Céspedes, compadre. Perucho Figueredo. Adriana del Castillo.
Cuando todo era más claro.
Sin embargo, hablar de emprendimiento es como meterse en política, y para ellos eso es traicionar a sus hijos y a hasta a sus perros. A la bicicleta y al celular. A la posible casita propia. A la madre preocupadísima. Quizás porque no saben cómo hacerlo sin terminar asumiendo un discurso según el cual todo está bien, o entregarse al otro que dice que todo está mal. Y la calle tiene de todo, bueno y malo.
Pero no pueden ser noticia.
Viven así, esperando a que vengan tiempos mejores.
A que vengan solos, a que se despierten con un beso mágico y vengan solos esos tiempos.
En otros tiempos la gente se reunía y fundaba un periódico.
Hacían bulla.
Asaltaban un cuartel.
Y nosotros queremos estar tranquilos.
No sabemos hacer otra cosa que esperar. Hasta el día en que hablar sobre algo no signifique meterse en la política de los extremos. Pero hasta ese día, silencio.
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Manuel Roblejo
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