Amelia Calzadilla: «No quiero ser más la imagen de una mujer sufrida»

Captura de pantalla.

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Activista y comunicadora cubana, Amelia Calzadilla irrumpió en 2022 con transmisiones en vivo desde La Habana que retrataron, sin filtros, la vida cotidiana de las familias en la isla. Su voz conectó con miles, pero tuvo un costo: amenazas, vigilancia y presiones que afectaron a sus hijos. En noviembre de 2023 salió de Cuba y llegó a Madrid para proteger a su familia. Hoy, impulsa la organización Ciudadanía y Libertad y participa activamente en el debate sobre transición democrática, retorno de talentos e inversión de la diáspora.

***

Julio Antonio Fernández Estrada (JAFE): Has conectado con públicos muy distintos —mujeres, madres, jóvenes, personas de mi generación y mayores—. Muchos pensaron que tu primera directa fue un «explote» momentáneo, pero yo vi algo orgánico. También me llamó la atención tu uso de la historia de Cuba, de una manera distinta a la oficial. ¿Tuviste formación política? ¿Cuál fue tu recorrido académico?

Amelia Calzadilla (AC): Siempre amé la historia. De hecho, llegué a la universidad gracias a un concurso nacional: fui medallista en 12.º grado y obtuve otorgamiento directo para estudiar. Me matriculé en Licenciatura en Lengua Inglesa en la Universidad de La Habana. Ahí tuve profesores —incluso extranjeros— que cuestionaban la historia más reciente del país. Eso me hizo dudar de cuánto sabía realmente.

El golpe mayor vino cuando trabajé como guía de turismo. La preparación de la Oficina del Historiador nos abría una historia de Cuba que no aparece en los manuales: la historia de las construcciones, de los primeros asilos, de hoteles y empresas antes de 1959. Recuerdo mi primera visita a la ronera Bacardí, en Santiago de Cuba: me impresionó conocer el apoyo económico de esa familia a las luchas independentistas. Era una historia con personas reales, no con «próceres-dioses».

Cuando hice aquella primera directa, yo estaba desesperada por un conjunto de problemas que afectan sobre todo a madres y padres. No buscaba un espacio en redes ni ser «comunicadora»; quería que se entendiera que tu problema es mi problema. Creo que la conexión vino de ahí.

JAFE: Hablar así te situó de inmediato en la diana del sistema. Pasaste de ejercer tu derecho a opinar, a cargar etiquetas: «opositora», «contrarrevolucionaria», «mercenaria». ¿Cómo viviste esa transición? ¿Te replegaste, te preparaste más, te asumiste como política?

AC: Lo primero que me sucedió fue que me sentí fatal. El estigma fue brutal. Yo sabía que no era mercenaria ni respondía a intereses extranjeros. Quería que mi mensaje se entendiera como real, incluso por el ministro de Energía y Minas. La Seguridad del Estado me empujó a salir otra vez: no pensaba volver a hablar, pero la ola de ataques me obligó a defenderme. Y eso hizo visible algo que la gente percibió: yo no me victimizaba, me defendía.

Dentro de Cuba comprendí que había una responsabilidad. En la calle, en la cola del pan, en la farmacia, la gente me paraba —no solo para elogiar, también para contarme su problema—. Ese respaldo crea un deber.

JAFE: Salir del país suele cortar esa conexión. Te fuiste para proteger a tus hijos y, aun así, volviste a aparecer con fuerza. ¿Cómo rompiste la culpa y recuperaste la voz?

AC: Necesitaba perdonarme. Soy cristiana y creo que los hijos son un regalo de Dios; hay que cuidarlos con la propia vida. Me fui destruida por dejar a mis padres —soy hija única— y a mi abuela de 95 años, y por cargar con la crítica inmediata del «te fuiste y nos dejaste».

Aprendí que no necesitas estar en Cuba para contribuir con su libertad. Me integré a redes y medios, escuché a activistas y entendí qué significa vivir en democracia. También que tener odiadores forma parte de la política. Seguí hablando y ordenando lo aprendido.

JAFE: Vivir en España te ha expuesto a otra institucionalidad. ¿Qué te sorprendió y qué te gustaría emular en Cuba?

AC: España es una democracia en la que caben todos los colores ideológicos. El debate parlamentario es duro, a veces te da vergüenza ajena, pero eso es sano. Ojalá en Cuba haya un Parlamento plural de verdad, sin falsa unanimidad. Nadie en la Asamblea cubana levanta la mano para contradecir una falsedad que niega la realidad cotidiana. 

Defiendo la existencia de partidos políticos, la descentralización del poder y el derecho a pensar distinto. Eso busca también mi organización, Ciudadanía y Libertad.

JAFE: Insistes en la inversión cubana y el retorno de la diáspora. ¿Por qué centrarte en eso?

AC: Porque Cuba necesita retorno de capital humano y material de quienes ya hemos experimentado el capitalismo. Gente que pueda regresar con conocimientos y recursos a levantar el país. Y hay que ser honestos: los primeros Gobiernos tras la transición van a fracasar relativamente; no por malas intenciones, sino porque nadie resuelve en cuatro, ocho o diez años los problemas acumulados. Eso hay que decirlo claro para no crear expectativas imposibles.

JAFE: ¿Cuáles son los cambios inmediatos y no negociables que deseas para Cuba?

AC: El principal es cambiar la forma de Gobierno: eliminar el carácter obligatorio del socialismo en la Constitución y abrirse a la competencia democrática real. Un partido que dice representar a 700 000 militantes no puede hablar por toda la nación.

Luego, tres urgencias:

Salud pública: el Ministerio de Salud necesita soluciones inmediatas.

Energía: la crisis eléctrica no puede esperar.

Alimentación: es crítica.

Además, cambiar la lógica del control por la del impulso a la producción. El centralismo agrava todo. Cuando concentras el poder, los resultados son peores. Ellos controlan porque temen perder el poder económico y, con él, el político.

JAFE: Hay quien teme que, tras el totalitarismo, se pase al extremo contrario: desprotección social en nombre del mercado. ¿Cómo evitar ese péndulo?

AC: Con gradualidad y apoyo técnico internacional. Tras la guerra de independencia, una de las primeras medidas fue sanear y censar la isla para conocer el daño social. No hablo de ocupación; hablo de cooperación.

Habrá que subvencionar temporalmente para estabilizar a la gente mientras encuentra empleo y se reconecta la economía. En la Cuba de hoy, un salario no da ni para un cartón de huevos; ¿cómo vamos a hablar de pagar un seguro? En la Cuba de mañana eso no tiene por qué ser así, pero habrá un período de transición.

Lo que no puede pasar es prometer que «mañana» todo estará resuelto. Reconstruir tomará tiempo; cuanto más lo pospongamos, peor.

JAFE: Volvamos a tu punto de partida. ¿Por qué crees que conectaste con tanta gente, especialmente con mujeres y madres?

AC: Porque fui clara y transparente. Dije: «Este es mi problema», y la gente se vio reflejada. No importa si caes bien o mal, si eres joven, mayor, mujer u hombre: importa el problema compartido. Cuando me defiendo, también te defiendo. Y detrás de cualquier terminología política, de eso se trata: de que tu vida sea mejor.

JAFE: ¿Qué aprendiste del choque con la represión?

AC: Que el apoyo y la asociación son esenciales. Sin redes, lo vives más cruelmente. También entendí que la Seguridad del Estado repite una táctica: destruir la imagen para ahogar el discurso. A veces les funciona; conmigo no. Cada vez que hablé, dentro de Cuba, desnudé mi alma. Y la gente lo notaba, más aún cuando vieron a hombres atacando a una madre. Eso generó rechazo hacia el poder.

JAFE: ¿Qué lugar ocupa hoy la Cuba virtual de la que hablas?

AC: Es semilla de la Cuba del mañana. En redes ya vemos causas concretas —como salvar la vida de un niño— que movilizan a miles. Hay gente que conoce de leyes, de economía, que tiene recursos y quiere invertirlos en el pueblo de Cuba, no en la dictadura. Ahí me muevo: en articular, aprender y transmitir lo aprendido sobre libertad y democracia.

JAFE: ¿Cómo dialogas con quienes apoyan al sistema —dentro o fuera de la isla— por miedos o inercias culturales?

AC: Con honestidad y datos. La crisis social y económica —ya humanitaria— está ligada al modelo de un solo partido. Cuando hablamos de política de precios, el recurso siempre es el control. Pero el sofá no se arregla botándolo: hay que producir, abrir espacios al mercado, dejar que la gente emprenda. Si pierdes el control económico, temes perder el político; por eso cierran. Pero así todo empeora.

JAFE: En esa transición, ¿qué papel le das a los derechos humanos?

AC: Todos importan y están conectados: civiles, políticos, sociales, económicos y culturales. No hay libertad política sin libertad social y económica. La meta es una institucionalidad que impida arbitrariedades, preserve la soberanía popular y dé seguridad jurídica. Si «lo próximo» va a ser decidir otra vez sin el pueblo, no es vida.

JAFE: ¿Qué le dirías hoy a quien siente que la desesperanza lo inmoviliza?

AC: Que el dolor es real —dentro y fuera de Cuba—, pero también lo es la posibilidad de cambio si apostamos por pluralismo, Estado de derecho, retorno de talentos e inversión cubana al servicio del pueblo. Yo no quiero ser la imagen de una mujer sufrida: quiero ser la de una mujer que se levanta y ayuda a otros a levantarse.

JAFE: Gracias por la conversación. Necesitamos hablar de política en clave propositiva: sin negar el sufrimiento, pero mirando a soluciones.

AC: Gracias a ustedes. Ojalá pronto podamos hablar de todo esto desde una Cuba en libertad.


***Nota: Este texto es una versión resumida de la entrevista original en video. Fue realizada con apoyo en IA y supervisada por el equipo editorial de elTOQUE.


Este videopódcast es una realización de elTOQUE con el apoyo de Cuba Study Group.

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