Foto: Cortesía de la entrevistada.
Amelia Calzadilla: «Mi mayor preocupación es no poder alimentar a mi familia»
17 / noviembre / 2022
Amelia Calzadilla Hernández no es más una desconocida para los cubanos. Su nombre y rostro se hicieron virales cuando encontró en las redes sociales, como último recurso, una vía para hacer escuchar sus reclamos.
La habanera de 31 años vive en el Cerro junto a sus padres ancianos, su esposo y sus hijos de tres, seis y ocho años.
Amelia es una profesional que ha ocupado cargos de responsabilidad en instituciones oficiales, en específico en el sector de la recreación y el turismo. Su padre es jubilado del Ministerio del Interior (Minint) y combatió junto al Che Guevara. Aunque ella afirma que su postura política es «ser madre» y sus reclamos se centran en la garantía de recursos básicos para su familia, el hecho de ser visible en las redes la ha puesto en la mira de reprobación de autoridades locales y de la Seguridad del Estado. Un medio oficial incluso criminalizó su imagen y afirmó que sus directas forman parte de «un manual para promover la acción que se quiere promover, (...) vender al país o salir a las calles».
Food Monitor Program (Monitor de Seguridad Alimentaria) conversó con Amelia como parte de un estudio sobre la inseguridad energética y la afectación a la seguridad alimentaria en los hogares cubanos.
¿Qué tipo de energía usas para cocinar y demás quehaceres del hogar?
En mi casa los recursos energéticos son de suma importancia. Al tener un núcleo compuesto por siete personas, la cocción de los alimentos requiere de mayor tiempo. Es más comida. Cocinamos con electricidad. A pesar de encontrarnos en la red de gas manufacturado, llevamos más de diez años tramitando el servicio. Todavía no se nos ha asignado ninguno: ni manufacturado ni licuado. Entonces, los gastos por concepto de uso de electricidad aumentan muchísimo dado que cocinamos con una hornilla de inducción. La mayor parte del tiempo está prendida por más de 14 horas y consume más de 450 kW mensuales. La electricidad es más cara que el servicio de gas y, por tanto, el gasto es mayor.
Además, todos tomamos agua hervida, ya sea por hábito, porque los niños son pequeños o porque sabemos que el sistema de acueducto —con sus roturas— no garantiza la no transmisión de enfermedades como el cólera, por ejemplo. Hervimos a diario entre 10 y 15 litros de agua. Eso implica que tengamos la hornilla de inducción prendida, solo para hervir el agua, al menos tres horas al día.
¿Qué parte de sus ingresos se destina a pagar el gasto de energía en el hogar?
La pensión de mi papá, que tiene 80 años y que trabajó por 58 años primero en el Minint y después en lo civil, y los ingresos de mi esposo se usan para pagar la electricidad que consumimos: alrededor de 1 000 kW mensuales, de ellos 450 por la hornilla de inducción. En los meses de verano tuvimos que pagar cerca de 7 000 pesos.
No existe en nuestra casa una buena relación entre ingresos y pagos por concepto de corriente. Además, por vivir con tres menores —ninguno de ellos ingresa dinero, pero consumen electricidad—, en las últimas regulaciones debieron ajustar las tarifas teniendo en cuenta los miembros del núcleo familiar. No generalizar como si todos tuvieran el mismo nivel de gastos e ingresos.
¿Cómo afecta la incertidumbre energética la alimentación en la familia?
El mayor problema son los cortes de electricidad continuos. Tengo que planificarme según los programas de apagones oficiales. Sin embargo, antes de los apagones programados y «solidarios» también me pasaba. En mayo hubo, por ejemplo, seis días con cortes de ocho horas debido a una vía libre por poda. Cuando en mi casa no hay electricidad no se come porque la única forma de cocción de los alimentos es esa. No tengo otra alternativa. Ahora, ante el creciente déficit de energía, mi mayor preocupación es no poder alimentar a mi familia.
Me siento desesperada. Existen otras opciones como cocinar con leña o con «luz brillante» (queroseno); como cuando era una niña durante la crisis de los años noventa. Pero al vivir en un apartamento eso es imposible. Es un tercer piso, de microbrigada, sin patio. El espacio pequeño donde lavamos solo alcanza para eso. Además, al tener niños pequeños correríamos el riesgo de un accidente en el hogar.
Que conste que aun así soy algo «privilegiada». Mi cocina es modesta, pero bien equipada. Durante mi tiempo laboral en el sector turístico, y con la ayuda de los salarios de mi esposo y mi padre, pudimos comprar poco a poco los equipos eléctricos que necesitamos para la cocina (ollas arroceras, ollas multipropósito). Pero todos los cubanos no están en esa posición. Los equipos que actualmente se usan para la cocción de los alimentos se venden en MLC. Para poder comprarlos, necesitas dólares o MLC y no todo el mundo tiene acceso a esas monedas. Entonces, no solo dependes del flujo eléctrico para cocinar. Dependes de una moneda extranjera, en la que no te pagan, para asegurarte los enseres domésticos.
¿Cómo afectan los cortes de electricidad el abasto y almacenamiento de agua en el hogar?
No hemos tenido problemas para almacenar agua debido a que la construcción del edificio tiene varias cisternas. El problema está en subir el agua a los tanques elevados que abastecen los hogares. Si tenemos un corte de electricidad no podemos utilizar la bomba para llenarlos y el agua se queda abajo hasta que volvamos a tener corriente. Si se vacían los tanques antes de que vuelva la electricidad no tenemos la opción para cocinar, fregar, bañar a los niños.
Muchas veces, como cuando nos afectó el huracán Ian y estuvimos varios días sin corriente, la única alternativa fue subir el agua, cubo a cubo, los tres pisos, cada vez que necesitábamos el líquido. En el apartamento no tenemos tanques y el agua solo se almacena en los que están en la azotea del edificio y abastecen a todos los vecinos.
¿Cómo afectó el paso del huracán Ian y la caída del sistema eléctrico nacional la conservación de los alimentos?
El huracán Ian acabó con nosotros. Estuvimos alrededor de cuatro días sin corriente. La comida que tenía en el frío se me echó a perder, sobre todo proteína.
También nos quedamos sin agua en la casa. Bajábamos dos y tres veces al día mi esposo y yo que somos los únicos jóvenes en nuestra familia. Mi mamá es cardiópata y mi papá tiene 80 años, así que era imposible que ellos pudieran hacerlo. Los niños necesitaban bañarse y comer; había que mantener la casa limpia; teníamos, al menos, que lavarnos las manos. Mi esposo padece de escoliosis y yo estaba en ese momento con una hepatitis reactiva a consecuencia de un dengue hemorrágico. Aun así teníamos que hacer el esfuerzo.
La comida se me echaba a perder y yo no tenía siquiera la opción de cocinarla. Era una locura. Tuve que irme con los niños para la casa de mi prima en Diez de Octubre que tampoco tenía electricidad ni agua, pero sí gas. Cocinaba allá y regresaba con la comida para mi familia.
Estábamos sin corriente, sin agua, sin gas y los mosquitos comiéndose a los niños (vivo en un área del Mincons que se ha convertido en un solar yermo). Los primeros dos días tras el paso del ciclón no pudimos salir de la casa por el temor a los árboles caídos, los cables eléctricos en el piso, la lluvia… Los niños, además, son asmáticos. Fue desesperante.
¿Qué variantes y recursos alternativos has utilizado ante estas dificultades?
La variante siempre es irme de la casa, vivir como una nómada en Cuba. Mi prima y yo vivimos relativamente cerca y ambas tenemos niños. Cuando ella no tiene corriente viene para mi casa con su familia, se bañan y comen. Gracias a Dios no estamos en el mismo circuito, por lo que cuando soy yo la que no tengo electricidad nos vamos para su casa. Allí cocino, hiervo el agua, baño a los niños. No tengo otra manera de hacerlo. Estoy obligada a abandonar mi vivienda.
¿Conoces alguna iniciativa en tu comunidad para ayudar a las personas más vulnerables en estas condiciones?
No existen iniciativas, no las hay. Todas las personas tienen problemas, incluidos los dirigentes a nivel de base. Hay una precariedad económica, que ha conllevado a problemas sociales graves, y ante esto no existen iniciativas. Las personas andan completamente descerebradas, tratando de resolver un pedacito de pollo. No es posible entonces que haya un pensamiento como comunidad o colectivo.
El tema de mi familia ha sido tratado, o más bien «atendido», por toda la influencia mediática que generaron mis directas en las redes sociales. Para «callar al mensajero», han escuchado el problema, pero no le han dado solución. No veo iniciativas por parte de las instancias. Las iniciativas son mías.
A mí no tienen por qué interesarme los problemas e interioridades administrativas de los ministerios. Ese no es asunto que deba ocupar mi mente. El servicio me lo tienen que dar, ya sea licuado o manufacturado, porque es un servicio básico y porque tengo el derecho.
Mientras ellos solucionan sus problemas para poder brindarme el servicio, deberían al menos aceptar mi propuesta de ajustar las tarifas eléctricas y que sean según los tipos de núcleo. Estoy obligada a pagar el servicio con unas tarifas que no se ajustan a mi consumo real porque no puedo cocinar con gas.
Sé que la naturaleza del problema no es política, pero es un hecho que toca a los políticos resolver. El día que se reunieron conmigo en el Gobierno del Cerro, me dieron la respuesta más fácil y cerrada que pudieron encontrar: «no tenemos gas».
Dar una respuesta no es pararse ante un ciudadano y decirle «no tengo», «no puedo», «te tendré en cuenta cuando pueda». Es un ejercicio barato de demagogia, porque se creen que cuando salgo de los encuentros lo hago conforme. ¿Conforme con qué? ¿Con que cuando no haya corriente mis hijos no coman? ¿Cómo se podría estar conforme con eso?
Los gobiernos locales no tienen ningún tipo de poder para darle solución a esos problemas. A mí no me han ofrecido alternativas. Yo fui la que propuse reajustar las tarifas y ni siquiera ante eso me han dado respuesta casi cinco meses después. Por eso se ha perdido la credibilidad. Para creer necesito hechos, evidencias. Empieza a cambiar las cosas y yo cambiaré de opinión.
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