Según la Agencia Cubana de Noticias y Cubadebate, FIHAV 2023 fue un «éxito rotundo». La afirmación y la frase «Cuba no está sola», del ministro de Comercio Exterior e Inversión Extranjera Ricardo Cabrisas, acompañó los titulares de los medios de prensa oficiales —bien saben que una mentira se convierte en verdad si se repite hasta el infinito—.
Basta repasar algunas cifras para corroborar lo poco exitosa que fue la feria con respecto a las de años anteriores. Solamente en el espacio expositivo, la cantidad de metros cuadrados alquilados para los stands disminuyó de 28 000 a 17 000. De más de 4 000 empresas que solían participar, estuvieron 844; cifra que incluye, además, la participación de mypimes —ese nuevo «actor» económico cubano en el que se fundan las esperanzas de levantar una economía que lleva décadas por el piso y que luego de la pandemia y de la Tarea Ordenamiento pareciera que nunca se va a recuperar—.
La prensa informó (como muestra de éxito de la feria) el término de 150 instrumentos comerciales y jurídicos; 24 contratos de exportación, diez de importación y otros diez de producción y servicios; tres negocios de inversión extranjera y cuatro memorandos de entendimiento, así como 82 acuerdos de cooperación y cartas de intención.
No hay que ser brillante en matemáticas para advertir que con cifras tan pobres no se puede hablar, para nada, de éxito. No hay que saber sumar siquiera para darse cuenta del alto nivel de patetismo que encierran los reportajes con tono de victoria que exhiben los medios oficiales mientras los alimentos básicos (arroz, frijoles y pan) aumentan cada día sus precios y los cubanos desandamos las calles como depredadores aturdidos en busca del pollo, esa lejana proteína que también parece que desaparecerá de nuestras mesas. Nótese que no hablo de otras carnes (cerdo, res o pescado), accesibles solo para los más selectos bolsillos, y que no menciono huevos o leche, productos de lujo hoy en día.
La Feria y sus vanidades
El viernes 5 de noviembre de 2023, día previo a la inauguración de la feria, no hubo luz ni agua en ExpoCuba. La locura de ultimar detalles de preparación en los stands de los participantes y de procesos relativos a la organización y funcionamiento de cada uno de los espacios de la cita expositiva transcurría en la total oscuridad.
Al mediodía, los escasos baños con los que cuenta el recinto estaban colapsados por la falta de agua. Quienes tuvieran intenciones de almorzar debían desplazarse hacia afuera del lugar de exposición porque ni una de las decenas de carpas, con la misma oferta pobre de almuerzos, había abierto por la falta de electricidad y de agua.
Sin embargo, la rueda continuaba en movimiento y un día más tarde se inauguraba la reunión de negocios como si nada pasase, como si todo estuviera perfecto.
En las mañanas, si se hacía un pequeño recorrido por el Pabellón Central —lugar en el que estaban representadas las empresas nacionales— se podía ver a los expositores en torno a sus mesas, con sus pomos de agua y sus agendas, mientras debatían quién sabe qué negocios que, al menos a mí, se me antojaban imaginarios, llenos de promesas que nunca se llevarán a cabo, pero que en el camino gastarán los pocos recursos que pueden pagar las empresas.
A la basura iban a parar miles de copias de papel de negocios que nunca serán emprendidos. Horas y horas de trabajo de personas que se movían por la feria pensándose destinados a reparar lo que no tiene remedio; gente que probablemente tenía una fe absoluta en lo que hacía, en el pequeño acuerdo que deseaba firmar con otra empresa parecida o con el siempre bienvenido inversor extranjero que muchas veces estaba ausente o si aparecía no lograba concretar sus intenciones.
Entre las ocho de la mañana y el mediodía, se olfateaba el café entre los pasillos de los pabellones. Era el café que no tienen los habitantes de la isla, el que estuvo meses sin llegar a las bodegas y que se mezcla con ingredientes que desvirtúan totalmente su sabor y hace explotar las cafeteras.
Pero el café de ExpoCuba no explotaba. Era de verdad, no estaba adulterado con los «chícharos descongelados» de Canadá o con otras rarezas que imaginamos que utilizan (semillas de calabaza o gofio).
A la hora del almuerzo se formaba un primer revuelo. Las personas pasaban con las bolsas llenas de termopacks (pozuelos) con comida y latas de refrescos. Era un delirio verlos. En todas las direcciones se sentían los aromas de los alimentos y en las carpas de los alrededores de los pabellones se empezaban a formar colas para acceder a las comidas.
El arroz que escasea en las mesas cubanas estaba allí presente. En casi todos los pequeños expendios había, al menos, pollo y cerdo, alguna ensalada, postre. Sin embargo, lo más buscado y popular era la cerveza.
Creo que nunca había visto más consumo y compra de cervezas que el que vi entre el 6 y el 11 de noviembre en ExpoCuba. Allí estaban las ansiadas latas de Cristal y Bucanero, y también los envases plásticos de la publicitada Parranda.
En las tardes, se desataba el delirio cervecero. Se veían personas en las colas, personas sentadas con sus latas en las manos, personas que cargaban cajas enteras y que buscaban los lugares donde estaban más baratas y había exactamente la de su preferencia.
La tarde era un carrusel que giraba en torno a aquel líquido dorado. Empezaban entonces a escucharse los animadores y la música, los concursos de participación de las empresas que sorteaban regalos (llaveros, bolígrafos y bolsas), pero no había mucho interés de los participantes. Sin embargo, cualquiera de los productos para los cubanos eran verdaderos tesoros, porque cada material en Cuba es deficitario, porque falta de todo, desde una hoja para escribir hasta un file para archivarla.
Había, por cierto, una pequeña tienda de Correos de Cuba en la que vendían libretas escolares. Después de la cerveza, fue el artículo mejor vendido en esos días. Pasaban madres y padres con sus bultos de libretas en los brazos, como si fuera un tesoro para llevar a sus hijos. Las libretas escolares son otro producto que debería garantizar el Estado o, al menos, deberían estar presente en las tiendas, pero se han convertido en un verdadero lujo.
Si cierro los ojos y pienso en la feria, solamente veo mareas de gente cargadas. Gente con bultos que llevaban encima comida para sus familiares, confituras para sus hijos, refrescos y cervezas conseguidos a un mejor precio; algunos pensarían, quizá, en un fin de año que se avizora pobre, triste, sin esperanzas.
Hay algo en común entre las personas que guardaban sus provisiones en vistosas bolsas con los logos de sus empresas. Son los trabajadores cubanos. Muchos fueron felices de haberse enredado en la terrible y desgastadora vorágine de la feria, que también fue una oportunidad para acceder a alimentos y productos para revender y sacar algún dinero extra.
Quisiera que alguien me hablara de los números ocultos de la cita de negocios. Quisiera que alguien me dijera cuál fue el gasto energético de esos días en ExpoCuba, que me hablaran de la cantidad de combustible que utilizó el Estado para movilizar a los miles de trabajadores de esos días en la feria.
Quisiera que alguien me contara cuáles fueron las ventas de cerveza de esos días, cuánta comida fue tirada en la basura, cuántos de los negocios van a resolver el apremiante asunto de la creciente pobreza que habita en este pueblo.
ELTOQUE ES UN ESPACIO DE CREACIÓN ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LA OPINIÓN DE SU AUTOR, LA CUAL NO NECESARIAMENTE REFLEJA LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.
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