Silvia Oramas. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Foto: Cortesía de la entrevistada.

Silvia Oramas entendió el periodismo cuando emigró de Cuba

6 / octubre / 2020

“La primera vez que me cuestioné si había elegido la carrera adecuada fue cuando me entregaron el título de graduada en Periodismo por la Universidad de La Habana”. Yo me quedé muy intrigada cuando Silvia Oramas me contó esto. Es mi sobrina y más que mi sobrina es mi hermana menor, una de las personas que más profundamente está dentro de mí. De entrada, no puedo seguir llamándola Silvia. Es incómodo. Ella es Silvita y así la nombraré en esta entrevista. He decidido escribir sobre ella debido al interesante giro que dio su vida de mujer-cubana-emigrante que la llevó a trabajar en Chilevisión-CNN.

Silvita emigró a Chile en 2016, luego de que mi hermana lo hiciera. Tuvo la suerte de ser una emigrante que llega con trabajo a su país de destino. Mi hermana tenía un amigo que trabajaba en una empresa y necesitaba una periodista. La contactó cuando todavía estaba en La Habana. Entonces, arribó un jueves y el lunes se incorporó a su puesto. Allá se dedicaba a hacer bases de datos de personas que estaban relacionadas con delitos de corrupción, lavado de dinero, narcotráfico y sobornos entre políticos. Luego, vendían esta información a bancos o a otras empresas. “Suena interesante lo que hago pero, la verdad, es un trabajo bastante mecánico porque, técnicamente, mi función es buscar información en Google y organizarla”, recuerdo que me decía. No obstante, actualmente, me repite múltiples veces cuán importante y crucial fue tener esa experiencia para todo lo que vino después.

Al año de estar trabajando allá, solicitó una beca Carolina para hacer una maestría en Madrid centrada, específicamente, en periodismo de investigación, datos y visualización. Y se la dieron. Aún puedo recordar lo maravilloso que fue enterarnos de esa noticia, pero a la vez había un inconveniente bastante fuerte: el dinero. Las becas Carolina han cambiado desde aquellos días en que me enteraba que la gente las ganaba y se iba. Recuerdo que los conocidos que la obtuvieron tenían que pagar solo el boleto de avión. En el caso de Silvita, tenía que pagar cuatro mil euros para poderse ir. Ni mi hermana ni ella ni ninguno de nosotros tenía esa cantidad de dinero para prestarle. Entonces, cuando la oportunidad estaba casi desechada, mi hermana consiguió un préstamo, le dio todo el dinero y así se pudo ir. Ya en Madrid tuvo que ahorrar muchísimo para poder pagarlo, mes por mes, pero (siempre cuenta muy orgullosa) lo logró.

“Estudiar un máster y vivir en Madrid han sido las mejores experiencias de mi vida”, me dijo hace unos días y me hizo ilusión escuchar algo así de su parte. Yo, Amanda, he pasado toda la vida estudiando. Salté de la licenciatura al máster y del máster al doctorado, sin descanso alguno. La mayoría de las personas que conozco opinan que mi vida, en parte, ha sido una pérdida de tiempo. Que tanta investigación, tantos libros y artículos publicados no sirven para nada. Eso es algo que nunca he comprendido porque, para mí, estudiar filosofía, ha sido lo mejor que me ha ocurrido en la vida. Por eso me alegró escuchar que Silvita también atesora mucho este período estudiantil de su vida. Me alegró mucho. Mi sobrina tiene esa influencia sobre mí: me hace sonreír siempre.

Vivir sola en Madrid, estudiando y haciendo prácticas fue algo que ella vio como un reto. “Yo me fui a Chile a estar con mi mamá. Al viajar a Madrid nos separamos por primera vez, yo me quedaba sin ella, aunque sí tuve a personas muy queridas cerca de mí. Además, durante el máster tuve que hacer investigaciones interesantísimas. Mi trabajo final, de hecho, fue junto con dos colegas sobre la venta de armas ilegales entre España y Arabia Saudí. Este último se encuentra en conflicto con Yemen y, por acuerdos de la Unión Europea, España tenía prohibido venderle armas a un país en guerra. Nos metimos a investigar qué empresas vendían las armas. Nos fuimos al puerto donde estaban los barcos traficantes. Con otro activista logramos entrar, infiltrados, al puerto y, al final, nos agarró la Guardia Civil. Nos cercaron, tuvimos que escondernos las tarjetas de las cámaras en los zapatos, nos retuvieron. Al final nos dejaron salir, con la advertencia de que no podíamos mostrar ninguna imagen de ese lugar. Esa, sin duda alguna, fue mi primera experiencia como periodista”.

De vuelta a Chile volvió a su trabajo anterior, un poco frustrada y sintiendo que no iba a poder conseguir nada más, pero luego de muchos currículums repartidos y muchos cursos tomados, conoció a una productora de Chilevisión-CNN, a la cual le pasó su CV, a ver qué se pegaba. Y nada. Nada se pegó. Hasta dos meses después que la llamaron por teléfono para una entrevista. Luego de muchas preguntas y exposición de trabajos de corte periodístico, la aceptaron y comenzó a trabajar en el área de reportaje. “Mi trabajo es visualizar conflictos que se dan en la sociedad chilena, algo que en Cuba no se hace jamás. En la isla no existen las preguntas incómodas. No se pueden hacer”.

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Foto: Cortesía de la entrevistada.

En ese departamento, ha hecho de todo. Lo mismo trabajo encubierto persiguiendo a rateros del centro, que visitar a curas pedófilos. Hace unas semanas, en medio de la COVID-19 y el confinamiento, reportó desde un mall chino que estaba abierto de forma clandestina. También ha probado simuladores contra la claustrofobia y ha contado sus propios temores en Chilevisión. Cada una de estas historias nos la cuenta entre emocionada y muerta de risa, lo cual hace que el día de cualquiera mejore. O por lo menos hace que los míos mejoren. Además de eso, es periodista invitada de una profesora en la Universidad Diego Portales.

Uno de los problemas que siente dentro de su trabajo es, precisamente, ser extranjera. “Por mi acento es imposible que pueda hacer locución. Tengo el cubano muy subido por más que quiera disimularlo”. Relacionado con esto se devela el tema de ser emigrante en Chile. A ella le gusta. Opina que es un país que le dio muchas oportunidades. Un país despierto, rebelde en estos últimos tiempos. No obstante, ser extranjero exitoso en Chile depende de la nacionalidad. Allá se abrieron a la emigración hace poco tiempo y, además, no viven tantos cubanos. “Entonces, nosotros, como somos pocos, no molestamos tanto; pero ser haitiano, peruano, venezolano, es más difícil porque tienen un estigma muy fuerte”.

El otro aspecto que me interesaba era el relacionado con ser periodista mujer o mestiza. Desde que llegó a Chile, me comentaba sobre la diferencia que sentía entre ser alguien moreno y alguien blanco. En comparación con otras compañeras, igualmente emigrantes, periodistas y afrodescendientes, a ella todo le fluyó considerablemente bien. “Me inquietaba escuchar cómo se referían a varias colegas (emigrantes igual) como las morenas. Y no siento que fuera un mote de cariño, más bien era algo para distinguirlas del resto”. Los chilenos, por lo general, son bastante clasistas. Es una de las características más conocidas internacionalmente de este país, escondido en el sur de América. No obstante, como periodista mujer, admite que no ha sentido tantas diferencias ni acoso hasta el momento. Más bien, lo que ha prevalecido es su determinación a luchar por los derechos de las mujeres y visibilizar su trabajo a toda costa. Siempre intenta que sus fuentes sean colegas del sexo femenino y resaltar conflictos de género. Bajo estas dinámicas laborales aprendió a concientizar ciertos micromachismos que pasó por alto. “He hecho tantos reportajes y entrevistas sobre la violencia hacia las mujeres que entendí cómo esta va desde que te golpeen hasta que te miren lascivamente. Eso en Cuba (la mirada, el piropo) era algo muy habitual en mi día a día. Pero la última vez que fui de visita me sentí realmente incómoda con esa actitud de los hombres. Por eso apoyo el trabajo que se está haciendo para visibilizar esos temas”.

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Foto: Cortesía de la entrevistada.

También nos encanta hablar sobre el periodismo independiente en Cuba. Para ella han surgido muchos medios que están cubriendo espacios que la prensa oficialista no cubre, lo cual es algo bueno. “Han logrado una cierta diversidad. Medios como Cubalite son frescos y dan otra mirada del periodismo, que no se hacía allá”. Respecto a aquellos que hacen periodismo independiente de corte más político, “son amigos personales, pero también les tengo mucho respeto porque hacer eso, en Cuba, es algo muy complicado. Allá hay un boom de periodistas independientes. Ahora mismo están en una posición privilegiada en cuanto a recursos económicos. Debido a su novedad es mucho más fácil conseguir financiamientos y becas, cosa que en cualquier otro lugar del mundo es casi imposible para este tipo de medios independientes”.

Lo último que me gustaría compartir de Silvita es la pregunta que retuerce a cualquier persona que no vive en su país de origen: volver o no. En su caso la respuesta es contundente: no. Opina que no está dispuesta a vivir de nuevo en un lugar donde debes preocuparte más por lo que comes que por cualquier otra cosa y que eso merma la creatividad. Además, siente que es un país geográfica y políticamente demasiado cerrado. ¿Extrañar? Claro que extraña. Pero creo que todos extrañamos no solo el país de origen, sino cualquiera que nos haya adoptado, felizmente, al menos por un tiempo. Y creo que esto mismo piensa ella. “Extraño mucho, extraño cosas, extraño a mis amigos, a mi padre. Pero ya”.

Con esto último se acabaron mis preguntas y la entrevista se convirtió en nuestros chismes habituales, entre los que está el tema de cuándo se abrirán las fronteras y podrá venir a México. La última vez que nos vimos fue hace un año. Literalmente, estuvimos juntas doce horas. Hizo una escala en CDMX para llegar a La Habana. Todavía recuerdo cuántas veces nos abrazamos y cuántas cosas de comer le di a probar. También recuerdo cómo, en el taxi camino a la Terminal 2, nos hacíamos preguntas tontas para intentar olvidar que nos íbamos a separar. También recuerdo que fue muy duro decirnos adiós en el aeropuerto. Duro pero duro. Y también recuerdo lo mucho que me dolió decirle, nuevamente, adiós.

Esos son los instantes en los que uno se siente más emigrante que nadie: los de la despedida. Aun así, vernos y platicar frente a frente me hizo sonreír como hace mucho no lo hacía. Y me colmó de tranquilidad ver que todo iba bien con ella. Ya les dije, Silvita es luz.

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