Dicen que el huracán Irma se desvió de las provincias orientales porque acá se hace más brujería que en occidente. Yo creo que no; que, siendo realistas, las provincias orientales “aguantarían” menos el hambre de un monstruo así.
En Bayamo apenas lloviznó, e hizo una brisa comparada con las que se sienten en tiempo de paz en el Malecón habanero; y frente a mi casa se cayeron todos los cables del tendido eléctrico. Estuvimos varios días sin luz, cuando los daños se juntaron con el fenómeno de que las centrales termoeléctricas que nos abastecen se dañaron seriamente, y ya no pudieron alimentar nuestra “isla energética”.
Era de esperarse.
El tendido eléctrico del que disponemos acá parece un juego de palitos chinos bien complicado. Cables empatados (por la misma Unión Eléctrica) acometidas inventadas, transformadores sobrecargados y postes al más puro estilo de la torre de Pisa, solo prometían un resultado así.
Por suerte no sopló más fuerte y ahora hasta me alegro de que no tengamos mar.
El otro día escuchaba que el 40% del fondo habitacional de uno de los municipios norteños afectados, estaba catalogado como “regular” o “malo”. Uno escucha eso y se da cuenta de que, para sobrevivir a un huracán categoría cinco, con estas condiciones, debemos de contar, no solo con la mejor Defensa Civil del mundo, sino con el pueblo más cojonudo del universo.
Para serles sincero, solo había una ciudad que nos preocupaba más que Bayamo, y esa era La Habana.
Todo el guajiro que camina por la capital lo hace por el medio de la calle, con temor a que un balcón le caiga encima, junto con el socio que habla tranquilamente por teléfono desde allí. Además, una crisis de estas en La Habana significa “ahora sí, a pasar hambre”, “olvídate de ese trámite ahora, muchacho”, “bueno, a apretarse el cinturón lo que queda de año”, porque, en este país de economía excesivamente centralizada, casi todo se queda en la capital.
Y, desgraciadamente, nuestros mayores temores se hicieron realidad,
Pero, volviendo a mi terruño, menos mal que las cosas fueron normalizándose poco a poco.
Desde que el ojalá postulable a presidente Lázaro Expósito fue cambiado de la dirección del Partido Comunista en la provincia, las cosas nos han puesto de nuevo en el papel de cenicienta. Los mensajes de los jeeps con altavoces de “todo está asegurado” se veían burlados por los chasquidos de las muelas de la gente.
Al final, en los puntos de venta, de todo lo que prometieron lo único que apareció fue el carbón.
Era casi surreal que en una provincia en la que apenas llovió no hubiera luz, ni agua, ni comida. Pareciera que el ojo del huracán nos hubiera pasado por encima. Y es que, económicamente, no estamos preparados ni para la nieta de Irma.
Mientras nuestro fondo habitacional permanezca decrépito —me imagino que el de Granma esté entre los peores—, nuestra infraestructura eléctrica sobreviva a base de parches, y nuestros sistemas de comunicaciones no acaben de poner los pies sobre la tierra, estaremos a la merced de todas las brujerías posibles y de que el universo se compadezca de nosotros.
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