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Protestas del 11 de julio de 2021 en La Habana, Cuba. Foto: elTOQUE.

Protestas del 11J en Cuba, frase innombrable para el gobierno

15 / julio / 2022

A un año de las manifestaciones del 11 y 12 de julio de 2021, el Gobierno cubano da muestras de no saber cómo lidiar con lo sucedido y su discurso lo revela. La manera en que nombra los acontecimientos y su versión de los hechos, pone en evidencia un posicionamiento político desfasado y desconectado de los reclamos de muchos de los participantes. 

Las primeras declaraciones oficiales del presidente Miguel Díaz-Canel y del canciller Bruno Rodríguez Parrilla se mantuvieron en el plano defensivo. No hablaron con claridad y transparencia sobre lo que sucedió en las calles cubanas. Su primera intención fue mitigar y restar relevancia a lo ocurrido. ¿Qué palabras usaron? ¿Cuánto ha sucedido desde la inicial negación de un estallido social hasta llamarlo recientemente «intento de golpe de estado vandálico»?

Primeras declaraciones oficiales tras las protestas

En horas de la tarde del 11 de julio, primer día de las protestas, se interrumpió la programación para transmitir por la televisión nacional una intervención de Díaz-Canel. Venía de recorrer el municipio por donde comenzó todo, San Antonio de los Baños, y reconoció que «un grupo de personas se agrupó en uno de los parques más céntricos de la ciudad para protestar, para reclamar», pero su primera precisión fue transferir la responsabilidad de lo sucedido a la contrarrevolución y a los Estados Unidos (EE. UU.).

En su discurso habló de «provocaciones», de los que alientan las «manifestaciones» y la «desestabilización» de Cuba. Simplificó la envergadura de las protestas al enfrentamiento de dos grupos en un claro ejercicio de polarización ideológica: el primero lo constituían «las personas de pueblo que están viviendo esas carencias» y «las personas revolucionarias que pueden estar confundidas o que están expresando insatisfacciones», y el segundo, los contrarrevolucionarios y manipuladores que buscaban desalentar y confundir al pueblo.

Esta representación de las manifestaciones no solo terminó con un llamado al enfrentamiento en las calles, sino que eludió la responsabilidad del Gobierno cubano con la crítica situación del país y el compromiso con responder a los reclamos de la población de otra forma que no fuera la represión.

Díaz- Canel procuró «limpiar» la imagen de su gestión gubernamental al escudarse en un discurso reiterativo y distante de la experiencia que vivieron muchos cubanos durante la pandemia en hospitales e instituciones de salud. «Entonces enarbolan criterios [de] que nosotros somos una dictadura. Una dictadura que se preocupa por darle a toda su población salud, que trata de buscar bienestar para todos, que en medio de estas situaciones es capaz de tener programas y políticas públicas en función de todos» , dijo. 

En su intento por restar relevancia a los hechos, el presidente se refirió a las protestas en los siguientes términos: «Sabemos que hay otras ciudades del país o localidades porque realmente son grupos de personas en determinadas calles, en determinadas plazas donde se han concentrado, movidos también por esos propósitos tan malsanos». En realidad, entre los días 11, 12, 13 y 17 de julio de 2021, las protestas se extendieron por más de 50 localidades del país, según una investigación realizada por el Proyecto Inventario.

Reiteró que separaba a «los revolucionarios que puedan estar confundidos, separamos a los habitantes de Cuba que puedan tener determinadas preocupaciones» y al día siguiente, en otra transmisión especial, esta vez acompañado de su equipo de Gobierno, usó el término pueblo como auxilio para enmendar su error político de llamar a unos cubanos a enfrentarse con otros. «Nosotros no llamamos al pueblo a enfrentar al pueblo. Nosotros hicimos un llamado al pueblo a defender su Revolución, a defender sus derechos», justificó y dijo: «El pueblo fue a discutir, fue a argumentar. Lo que pasa [es] que enfrentaron al pueblo con violencia y el pueblo se defiende». 

Pero, ¿quién enfrentó al pueblo con violencia? ¿no fueron las mismas autoridades cubanas? ¿Quién es el pueblo y quién la Revolución? ¿Puede haber una Revolución sin pueblo? ¿O acaso se confunden a conveniencia los conceptos de Revolución, Estado, Gobierno, poder, pueblo? 

Sara García Santamaría, en el capítulo 4 del libro En Cuba, periodismo es más (+): Transposición, redundancia y dinamismo profesional, describe cómo el discurso oficial construye la noción de un pueblo desde puntos nodales que soportan la estabilidad del proyecto revolucionario, excluyendo e incluyendo en un campo simbólico lo que se considera el «buen cubano», de acuerdo con estructuras, valores y comportamientos de utilidad histórica.

«Esto implica que un buen revolucionario está a la vez en sintonía con los designios históricos que protegen la voluntad popular, la soberanía nacional y la justicia social, mientras que un mal cubano queda excluido de esta equivalencia, quedando reducido a una minoría que no es merecedora de su historia, puesto que pone sus intereses individuales por encima de los colectivos», fundamenta Sara. 

Desde esta óptica de los acontecimientos, el discurso oficial necesitaba restar impacto a las protestas por no encajar en el modelo históricamente defendido. El canciller Bruno Rodríguez Parrilla contribuyó a restar relevancia a lo sucedido y reducirlo al molde político ya conocido: «ayer en Cuba no hubo un estallido social, ayer en Cuba hubo desorden, hubo disturbios, causados por una operación comunicacional que se prepara desde hace tiempo, a la que se destinan recursos multimillonarios, laboratorios, plataformas tecnológicas, con fondos del gobierno de Estados Unidos».

Esta línea de argumentación la mantuvo en la Conferencia de prensa ofrecida el 13 de julio, al reiterar que «el 11 de julio hubo disturbios, hubo desórdenes en una escala muy limitada» y puntualizó que era «una verdadera desvergüenza que algunos voceros estadounidenses hayan dicho que el pueblo cubano, como si de pueblo se tratara, reclamaba vacunación y atención a los enfermos de COVID-19». En su discurso el canciller omitió —y desinformó— sobre las consignas que los cubanos gritaron en las calles, en otro ejemplo de transformar la realidad social a través del discurso, como si al no reconocerlas, no existieran.   

A un año del mayor estallido social desde 1959

Cuando pareciera que ninguna negación política o eufemismo pudiera sorprender, la cuenta en Twitter de Presidencia Cuba celebró el primer aniversario del 11 de julio como el desmonte de un «golpe de estado vandálico». Sobre esta manera de nombrar los hechos, el jurista y profesor Julio Antonio Fernández señaló que «además de la enorme falta de ética que late en el centro del llamado a celebrar una victoria del Gobierno sobre el pueblo —lograda mediante represión militar, paramilitar y jurídica—, se está ante un sinsentido político y un disparate histórico y social».

En 12 meses, los acontecimientos de julio de 2021 se convirtieron en una presión para el Gobierno cubano y su aparato de comunicación. El presidente Diaz-Canel se reunió con los periodistas en agosto de 2021 y el 11J marcó las intervenciones de muchos. Lo llamaron «sacudida telúrica», «guerra mediática» y se reconoció que la prensa cubana no cubrió lo que sucedió en la calles por lo que se quedó sin imágenes para contar su versión de los hechos, había —todavía hay— una Cuba no contada en los medios de comunicación oficiales.

En contraste con el discurso oficial y en el marco de la más reciente ola migratoria, periodistas y locutores de la radio y televisión cubanas emigrados a los Estados Unidos señalaron el 11 de julio como un parteaguas en el cuestionamiento a su desempeño profesional. El exlocutor del Noticiero Nacional de Televisión, Yunior Smith, la locutora Amanda Toirac y el periodista deportivo de Matanzas, Raúl Almeida, han expresado su descontento con el manejo de las protestas y han puesto en cuestionamiento la versión oficial.

Entre las incongruencias de lo que se ha dicho, lo que no y las insatisfacciones sin respuestas, la prensa oficial retoma las manifestaciones este 2022 como un festejo. El giro semántico significa un desentendimiento mayúsculo de las causas por las que los cubanos salieron a las calles el año pasado, las cuales no solo se mantienen, sino que han empeorado. El intento de dar una vuelta de tuerca al descontento popular, y usar otros términos para nombrarlo, se suma a los desaciertos de la comunicación política en Cuba.   

El diario Granma ha retomado el aniversario como «Una fecha celebrada por Cuba y sus amigos», como «La victoria contundente del pueblo cubano sobre el golpe blando». Cubadebate insiste en trasladar la responsabilidad de todo a Estados Unidos y su política hacia Cuba; retoma dos valores, gratitud y reafirmación, como base sobre la que busca sustento el proyecto revolucionario, y trata los «disturbios» y «actos vandálicos» como hechos que no tambalearon la Revolución ni agotaron al Gobierno de Díaz- Canel.

La historia de Cuba desde 1959 está marcada por esta estrategia discursiva que se resume en cuatro puntos: 1) mitigar los errores políticos y descontentos populares, 2) alentar la fidelidad y confianza en la Revolución, 3) segregar a quien no comparta estos principios y 4) trasladar la responsabilidad de lo ocurrido en Cuba a Estados Unidos. 

«Los datos indican que los líderes han sido capaces de canalizar demandas populares insatisfechas en periodos de crisis y de cambio a través de intervenciones hegemónicas dirigidas desde los centros de poder», explica Sara en su investigación sobre la construcción histórica del pueblo cubano en el discurso mediático oficial. 

La construcción desde el poder de una imagen de triunfo nacional y victoria, a través del discurso y en torno a los acontecimientos del 11 de julio de 2021, quedó desconectada de la realidad social y desoyó las urgencias de la población cubana. 

A un año del estallido social, con altos niveles de inflación, más apagones, una alimentación deficiente, desabastecimiento en el comercio minorista y las farmacias, y un preocupante brote de dengue, los cubanos necesitan acciones coherentes con su vida cotidiana y un discurso que exprese, ante todo, cuánto se debe el Gobierno cubano al pueblo, y no al revés.


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