Foto: Cortesía La tinta

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Tatuar en Cuba, una profesión que aboga por la legalidad

8 / noviembre / 2021

Los tatuadores cubanos han vivido por décadas en un limbo legal. Pese a que es una práctica común, esta profesión no ha sido ni prohibida ni autorizada hasta el momento por las autoridades de la Isla.

Cuando en 2013 el Gobierno estableció el listado de actividades que podía realizar el sector privado, la labor del tatuador no aparecía entre ellas. La categoría que mejor aplicaba era la de rotulista o grabador, sin embargo, en la descripción se exceptuaba como soporte la piel de las personas. Ante tal desamparo, en varias ocasiones se efectuaron redadas en provincias como La Habana (2015) o Ciego de Ávila (2018) para desmantelar estudios de arte corporal.

Un nuevo panorama podría abrirse para el tatuaje en Cuba, ya que este no aparece en el listado de las 124 actividades prohibidas al sector privado que publicó a inicios de este año el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS). El sistema de «ventanilla única» implementado tras las nuevas normativas permite presentar proyectos a las personas interesadas en abrir un negocio.

Los retos y dificultades a los que la comunidad de tatuadores se ha visto sometida durante tantos años podrían encontrar un camino a través de esta variante. No obstante, la aparente sencillez del asunto se disipa si tenemos en cuenta que tatuar es una profesión que requiere la aprobación de autoridades de varios campos. En una rápida enumeración, se necesitan licencias sanitarias que regulen la limpieza, desinfección y esterilización, ventilación y distribución de las áreas del local; así como la conservación en condiciones de asepsia de los utensilios y materiales necesarios para cada sesión. Otras cuestiones igual de necesarias son los métodos correctos de expulsión de desechos y la vacunación actualizada contra la hepatitis y el tétanos para el caso de los tatuadores. Además de ello, en muchos casos por su condición de creadores, requerirán también el permiso de instituciones culturales.

Los requisitos que deben cumplir estos espacios podrían archivar proyectos envueltos en una madeja burocrática, pero la posibilidad constituye una esperanza para muchos tatuadores. El camino recién empieza, el país apenas inicia su ensayo de nueva normalidad luego de los cierres impuestos por el coronavirus. El escenario ha cambiado para el sector privado y está claro que el gremio del tatuaje cubano tampoco es el mismo.

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Foto: Cortesía La tinta

El estudio-galería La Marca es uno de los que ha sido aprobado por las autoridades, aunque en este caso fue presentado a través de los proyectos de desarrollo local emplazados en la cartera del municipio La Habana Vieja, en la capital.

«Desde que surgimos hace seis años convertimos nuestro espacio en un proyecto sociocultural y hemos estado muy vinculados a las actividades de la Oficina del Historiador de la Ciudad. No queríamos quedarnos en el marco estricto del trabajo por cuenta propia por nuestra dinámica, así que presentamos el proyecto, intercambiamos con las autoridades de Salud Pública y entregamos un procedimiento escrito con las medidas higiénico-sanitarias que aplicamos en el estudio. Esta experiencia no existía y es algo positivo, pues finalmente pudimos tener un intercambio con autoridades en el marco de la salud y de la cultura, que es algo necesario en nuestra profesión. En estos momentos estamos esperando presentar la propuesta ante la última comisión pertinente, pero ya formamos parte de la cartera de los proyectos aceptados», explica Ailed Duarte, propietaria del lugar.

Nuevos caminos

Actualmente, muchos tatuadores valoran la posibilidad de afiliarse a la Asociación Cubana de Artistas del Tatuaje y la Perforación (ACAPT), un proyecto elaborado en 2017 y presentado dos años después ante los ministerios de Salud y Cultura. Hasta la fecha los coordinadores no han recibido respuestas de las autoridades.

Impulsada por el licenciado en Derecho Vitelio Ruiz Miyares, la ACAPT aspira a contribuir en la situación jurídica y organizativa de los artistas del tatuaje y «propiciar la identificación de sus asociados, la preparación para acometer proyectos, el análisis de problemas del gremio y sus posibles soluciones», según ha expresado su creador.

Junto a esta propuesta que planea ser constituida bajo los principios de la Ley de Asociaciones vigente en el país, Miyares cuenta con un «Proyecto de Reglamento estableciendo las medidas higiénico-sanitarias para el control del funcionamiento de centros de tatuaje y perforaciones corporales en la República de Cuba».

El tatuaje: ¿Un negocio reciente en Cuba?

En el siglo XX era común en marineros o comerciantes extranjeros. En las décadas de los cuarenta y los cincuenta aparecieron los primeros tatuadores de la capital dentro de las sociedades abakuá. Nazir, actual tatuador, recuerda que en su niñez el fotógrafo de la familia (exmarinero) «traía dibujado en el pecho el barco donde navegaba». Por su parte, Julián González, presumiblemente el único tatuador vivo de esa época, cuenta que fue su maestro Juan Ramón Chenique «Saladito», obonékue de abakuá Efó, quien —como un acto secreto— le «enseñó a pintar pieles, y con ocho o nueve años ya pintaba a muchos marineros de la época de Batista».

¿Se habla entonces de un fenómeno de la modernidad o de una práctica cultural ininterrumpida en la Isla y condenada a la incomprensión? Grosso modo, el tatuaje moderno llegaría en los años noventa con el boom de la cultura rockera. Para entonces, quienes lo asumieron como una práctica artística abogaron desde el inicio por el reconocimiento institucional y su normalización en la vida social cubana. Pocos e inestables fueron los vínculos que lograron crearse, quizá el más notable fue el proyecto Lienzos vivientes de Leo Canosa y Hans León que, según recuerda Ailed Duarte, «agrupó a jóvenes tatuadores dentro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) desde 1998 hasta aproximadamente mediados de los 2000, y visibilizó su labor en exposiciones, salones de arte, congresos, etcétera».

Desde entonces el ejercicio del tatuaje no ha perdido su condición clandestina, incómoda; así como el tatuador no ha logrado un estatus de artista o de profesional, y por ende, tampoco se ha legitimado como una práctica artística y social: es el cuento de la serpiente que se muerde la cola. Durante años los estudios de tatuajes crecieron a la sombra, excluidos de regulaciones, vulnerables ante el decomiso o las multas, navegando entre la falta de un mercado de suministros y regulaciones sanitarias.

Sin embargo, el empeño de la comunidad por incluirse dentro de la vida social ha sido tan pujante que a través de los años su gestión, unido al apoyo de determinadas instituciones, ha consolidado eventos a lo largo de toda la Isla. El más logrado sin dudas es Tatuarte, que ocurre durante las Romerías de Mayo en Holguín desde 2009 y reúne a artistas de varias provincias. Su principal figura, Yiki González, un referente del mundo de las agujas en Cuba, lo fundó con el objetivo de que se conociera «el trabajo creativo en el país, con una propuesta que haga valedera la pertenencia del tatuaje al body art».

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La Tinta Cubana (Palacio de los Torcedores, 2019) / Foto: Cortesía La tinta

A Tatuarte se suma La Caja Negra (Matanzas), InkFactory (Pinar del Río), Habana Tattoo Expo (La Habana), y certámenes de una edición hasta el momento como La pika pá tó el mundo (Fábrica de Arte Cubano, 2020), La Tinta Cubana (Palacio de los Torcedores, 2019) y el I Encuentro Internacional de Tatuaje y Perforación, en el Festival del Caribe (virtual, 2020); además de pequeños encuentros en La Madriguera, A+ Espacios Adolescentes o el Maxim Rock.

En lo adelante, se espera que estos espacios se restablezcan y que este proceso de interrupción no hiberne los hasta ahora ganados a golpe de constancia. Hay que superar el magnetismo negativo, cada vez más infundado, que tiene el tatuaje en el sector conservador de la sociedad. A fin de cuentas, se trata de una práctica enraizada dentro de la cultura popular, por más que se cuestione su autenticidad.

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