El debate sobre izquierda-derecha o capitalismo-socialismo es foco de tensiones en cualquier lugar del mundo. En Cuba, mucho más. La idea de que los cubanos viven en uno de los pocos países socialistas del mundo y que, además, deben estar agradecidos por ello se ha vendido como un mantra por la propaganda.
Esa idea motiva debates encarnizados entre algunos cubanos, mientras otros la consideran intrascendente. La ideología no pone el pan sobre la mesa. Y mientras ciertas personas se debaten en discusiones ideológicas, el sistema cubano muta y juega con las imágenes y diálogos que se reproducen en esos intercambios de ideas.
Amén de la vigencia del debate ideológico en algo hay que ser claro. La ideología no es la que mueve al poder cubano, sino su instinto de conservación y fortalecimiento. Un instinto que parte de la asunción de que cualquier cambio en Cuba implicaría un riesgo para su supervivencia. Para el mantenimiento de los privilegios de la clase burocrática que sostiene al poder y de las familias bendecidas con ilustres apellidos, esas que conforman una suerte de mezcla criolla entre aristocracia —por la cuna— y oligarquía —por el poder concentrado— de cuño socialista.
Sin embargo, el debate ideológico juega un papel fundamental para que la burocracia y la aristocracia oligárquica puedan conservar sus privilegios sin disturbios. La ideología genera mística y símbolos que —a pesar de estar cada vez más depauperados— aún se emplean para engañar, manipular y perpetuar en el poder a la clase social que lucha por mantener sus prebendas en detrimento de los derechos de muchísimos cubanos.
El debate ideológico en Cuba está marcado —como casi todos los debates— por posiciones extremas que parten de sentimientos viscerales y no de argumentos fundamentados. Por ejemplo, es muy común escuchar posicionamientos que aseguran que toda la izquierda es comunista y antidemocrática; también lo es encontrar pronunciamientos, sobre todo desde la izquierda —incluso la más progresista e ilustrada—, que niegan que el régimen cubano sea socialista. El debate ideológico en Cuba no debería resumirse en negaciones simplistas tales como que en Cuba no hay socialismo o en afirmaciones que pretenden ser definitivas como que en Cuba hay una dictadura. El debate debería profundizar —incluso en el eje discursivo izquierda-derecha, capitalismo-socialismo— en las respuestas a las preguntas de por qué el socialismo cubano no es socialismo o por qué Cuba es una dictadura. El debate podría dirigirse a responder de la forma más abarcadora posible: ¿qué tipo de modelo económico-político-social es el cubano? Y ¿es de izquierda la fuerza política que lo dirige?
A intentar responder estas preguntas se dedica este texto. Para sistematizar la discusión se han determinado —a priori— tres variables que facilitan el análisis: la variable ideológica, la política y la relativa a la economía política.
VARIABLE IDEOLÓGICA
No puede negarse que el modelo cubano está ligado desde su origen a reclamos y sectores de izquierda. Se trata de un modelo que nació tras una Revolución popular cuyos líderes afirmaron haber sido influidos por ideas marxistas, y la cual aún es el referente para muchos actores que se identifican, a sí mismos, como izquierda.
El Partido Comunista cubano, fuerza dirigente superior del Estado y la sociedad, forma parte del Foro de São Paulo. La gestión de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez —incluso durante la peor crisis política que ha vivido Cuba en la etapa revolucionaria— ha sido apoyada de manera abierta por el Grupo de Puebla. Se trata de las dos agrupaciones que reúnen a buena parte de las organizaciones y liderazgos de izquierda de la región —tanto autoritarios como democráticos— y un reducido grupo de simpatizantes europeos, sobre todo españoles.
Asimismo, desde la institucionalización del modelo cubano como Estado en 1976, la Constitución que le dio forma reconoció su inspiración en ideas marxistas-leninistas —estalinistas prefieren llamarlas algunos— y su objetivo de construir el comunismo. El mismo comunismo que —a pesar de los cambios de época, como dijera Esteban Lazo— se mantuvo como inspiración formal en el texto constitucional de 2019.
Entonces, si atendemos al origen de las ideas que inspiran al modelo cubano (marxistas-leninistas), a su autopercepción como un modelo socialista —irrevocable— y a que lo reconocen sectores nada despreciables de la izquierda mundial, hay pocas opciones para no considerar como socialismo al sistema cubano y como izquierda a la fuerza política que lo dirige.
No obstante, la práctica real de las izquierdas, las derechas y de los socialismos han sido diversas y desiguales según el contexto de cada país y según las características de líderes y partidos políticos.
Por ejemplo, Miguel Mario Díaz-Canel dirige una formación de izquierda (comunista), pero también fue de izquierda el Gobierno de Pepe Mujica en Uruguay o lo es el de Pedro Sánchez en España. La derecha no es menos diversa. De derecha es el Gobierno actual de Chile encabezado por Sebastián Piñera, pero derecha también y neoliberal además fue el Gobierno de Augusto Pinochet en el mismo país.
La diversidad de la izquierda y la derecha es tan rica que a veces se encuentran modelos de izquierda, como el cubano, que en algunos elementos se acercan más a pares de derecha, como el de Pinochet, que a socios de izquierda como el de Mujica. Por eso las diferencias o semejanzas entre el modelo político-económico-social cubano y otros hay que buscarla no solo mediante el empleo de la variable ideológica, sino también de otras, en especial la política.
VARIABLE POLÍTICA
La variable política permite adentrarse en otro eje de discusión no menos complejo y abordado: democracia vs. autoritarismo.
Ni la izquierda ni la derecha son garantes absolutos de democracia. Como ejemplos se puede mencionar que muchos consideran que el Gobierno de Lacalle Pou pertenece a la derecha democrática y otros tantos que el de Pinochet no fue sino un Gobierno de derecha dictatorial. Otros consideran a Mujica como un referente de la izquierda democrática, mientras que no pocos creen que los modelos cubano, soviético y chino son representantes de la izquierda autoritaria.
La misma izquierda autoritaria que apoyados en ideas leninistas defendió y defiende la necesidad de que un partido de vanguardia, el comunista, tome el poder, establezca y dirija un Estado dictatorial en nombre de la clase a la que dice representar: el proletariado. Un partido que al consagrarse monopólico pierde razón de ser debido a que desaparece el escenario político competitivo en el que debiera contender con otros grupos e intereses. Asimismo, la dictadura del proletariado ha demostrado nacer huérfana de sentido porque deviene dictadura sobre el proletariado y no como un mecanismo para empoderar a esa clase social.
El modelo que aplicó Lenin —y luego Stalin— en la URSS y que dijo haberlo desarrollado y sustentado en la teoría marxista también se consideró de izquierda. Por genealogía y pertenencias. Sus ideas contribuyeron a la formación del socialismo real o socialismo de Estado que imperó durante más de medio siglo en la extinta Unión Soviética y Europa del Este. Un modelo político-económico y social que terminó por conformar Estados burocratizados, con economías centralizadas y escaso respeto por el pluralismo político.
Ese es el socialismo que todavía impera en Cuba. Un socialismo de Estado al estilo soviético, autoritario y con características particulares que le confieren una regencia aristocrática. Similar también, en el componente personal y familiar, a sus socios de Corea del Norte.
Una de las características especiales del socialismo de Estado cubano es que su poder no solo radica en la burocracia partidista. Este se reproduce y perpetúa también sobre lazos familiares. Lazos que no necesariamente se expresan —aunque también pueden hacerlo— en la asunción de cargos políticos de poder. El ascenso reciente del general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas al Buró Político del Partido Comunista puede ser visto como una muestra de cómo los lazos familiares influyen en las más altas esferas del poder político. Pero esa no es la regla.
La regla es que los lazos familiares —sobre todo con miembros de la generación histórica o con los burócratas en los que estos depositaron la confianza— garantizan privilegios como la participación segura y sin interferencias en sectores económicos estratégicos, en los incipientes espacios de mercado tolerados por el poder o el disfrute de comodidades y lujos financiados con dineros de origen no transparentado.
Esa situación ha propiciado que a la par de los burócratas creciera una nueva generación de privilegiados con poder económico. Una generación cuyos rostros se desconocen en su mayoría, pero que han conformado una nueva burguesía que disfruta de prebendas no soñadas por quienes salieron a la calle a protestar el 11 de julio de 2021. Una generación que, en su tránsito de clase en sí a clase para sí —recordemos a Karl Marx— cada vez tiene menos frenos para echarnos en cara su acumulación y privilegios, ajenos al discurso hipócrita, justiciero y moralizante del comunismo cubano.
VARIABLE ECONOMÍA POLÍTICA
Otra idea se ha repetido en los últimos días, sobre todo desde sectores que se reconocen de izquierda: el modelo cubano no es socialismo, es capitalismo de Estado. Se trata de una afirmación que se debe discutir por varias razones. La primera, el hecho de que el modelo cubano pueda considerarse como capitalismo de Estado no niega necesariamente su prosapia de izquierda autoritaria.
Capitalismo de Estado es un concepto polisémico. Pero, mayoritariamente es entendido como un modelo económico en el que el Estado lleva a cabo una actividad económica importante en la cual comparte con otros actores la propiedad y gestión sobre los medios de producción. Además, en el capitalismo de Estado el Gobierno participa en la regulación y el control de la economía.
Para que se tenga una idea más clara: Dinamarca, Noruega y Suecia son considerados por muchos como capitalismos de Estado. Por ejemplo, el Estado noruego tiene participaciones en la propiedad de muchas de las compañías más grandes del país y opera un fondo soberano denominado Fondo de Pensiones del Gobierno de Noruega con el que ha invertido en al menos 9 158 empresas en ese país y alrededor del mundo. Esas inversiones abarcan más de 73 países y a empresas tan destacadas como Apple, Nestlé o Microsoft.
Si se analiza el concepto genérico de capitalismo de Estado, se encuentra que existen algunos rasgos que pueden aplicarse al modelo cubano. El Estado cubano regula y controla el mercado interno y externo, comparte espacios con actores económicos privados a través de la inversión extranjera y también —con notables dilaciones e insuficiencias—con el acotado capital privado nacional.
Se pueden encontrar elementos comunes entre el concepto de capitalismo de Estado y el modelo cubano vigente. Sin embargo, esa búsqueda choca con la abundante evidencia de que las principales referencias originarias y actuales del modelo cubano se encuentran en el modelo de socialismo de Estado de tipo soviético.
Los medios fundamentales de producción en Cuba continúan en manos del Estado. El Estado controla el grueso de la economía y las inversiones de forma centralizada. Apuesta por la empresa estatal socialista como base de la economía cubana a pesar de sus recurrentes «perfeccionamientos» insatisfactorios. Insatisfactorios en tanto las cifras oficiales aseguran que al cierre de 2021 el 30 % de las empresas estatales cubanas generan más pérdidas que ganancias.
Pérdidas que no se deben solo a las sanciones económicas que impone el Gobierno de los Estados Unidos contra Cuba, sino que derivan de la esencia misma del modelo del socialismo de Estado cubano. Un modelo que ha llegado a apostar por un plan de desarrollo que pone su mira en una única industria: la turística —controlada por burócratas conectados con la familia Castro— en detrimento de las inversiones y garantías sociales que se ofrecieron como sostén de su ideología.
No fue la administración Biden ni la de Trump con sus 263 medidas las que en medio de un déficit de producción alimentaria persistente —que obliga al país a importar el 80 % de la comida que consumen los cubanos— decidieron venderle insumos a los campesinos en moneda libremente convertible al tiempo que le compraba sus producciones en moneda nacional. Tampoco fueron administraciones norteamericanas las que invirtieron 19 veces más en infraestructura inmobiliaria que en agricultura. Unos niveles de acumulación e inversión dignos del peor «capitalismo salvaje».
No fueron las administraciones norteamericanas ni el embargo/bloqueo las que, durante el primer trimestre de 2021, obligaron al Gobierno cubano a invertir 366 veces más en servicios empresariales, actividad inmobiliaria y de alquiler que en educación. No fueron las sanciones norteamericanas las que condicionaron que el Gobierno del archipiélago invirtiera —en ese mismo período (enero-marzo 2021)— aproximadamente 157 veces más en el sector inmobiliario que lo que invirtió en salud y asistencia social. Decisiones de inversión que adquirieron mucha más relevancia porque fueron tomadas justo en medio de una pandemia que bloqueó la llegada de turistas al país y generó entre los meses de mayo y agosto de 2021 una crisis sanitaria que costó cientos de muertes de cubanos. Muertes que se produjeron en muchos casos por la falta de instalaciones, insumos y recursos básicos como oxígeno.
Todo lo anterior ocurre con total impunidad porque el modelo de socialismo cubano —con la máxima concentración de poder político y económico y un mínimo control popular sobre las decisiones de la élite gobernante— lo propicia.
LA AUSENCIA DE DEMOCRACIA COMO ELEMENTO BÁSICO DEL MODELO
De acuerdo con algunos intelectuales cubanos, si el socialismo no es democrático no es socialismo. Ellos reconocen discursivamente —como lo hizo Fidel Castro muchas veces— que la democracia cubana se expresa durante la participación popular en la toma de las decisiones políticas.
Sin embargo, se trata de una falacia, pues las formas de incidencia popular en la política cubana son prácticamente inexistentes. Entre otras cuestiones porque la esencia autoritaria del sistema así lo determina. El pueblo cubano no puede influir ni controlar cómo el Estado utiliza su presupuesto. No puede cuestionar, exigir o impedir que se invierta en hoteles que no se llenan. No puede impedir que el propio Estado le pague en moneda nacional y le venda los productos de primera necesidad en moneda libremente convertible. El pueblo cubano carece de soberanía para determinar cuándo acabar con los experimentos, con los ordenamientos que desordenan.
Esas incapacidades del pueblo cubano son propias del modelo de socialismo de Estado autoritario que la Constitución dice que es irrevocable. La falta de libertades está ligada a los modelos de origen socialista en su vertiente leninista/estalinista. Incluso a la de aquellos que han demostrado cierta prosperidad económica.
Pero, además, ese modelo de socialismo no genera prosperidad para las mayorías, en plazos y modos que impacten su vida de manera integral. Las personas no son solo animales que consumen: son seres con dignidad y albedrío. La condición humana se basa en la capacidad de ser dueños de nuestro destino. En un desarrollo integral, individual y colectivo de nuestras personalidades y comunidades. No puede haber desarrollo sostenible sin democracia.
El ejemplo de China es claro. El milagro chino se produjo de la mano del partido comunista, también su modelo de «socialismo de mercado con características chinas». Un modelo que no es sino uno capitalista de producción, con inversión social y sin democracia. Un modelo, además, que parece presentar ciertas señales de crisis de acuerdo con algunos especialistas.
Para revertir esa crisis —que tiene sus signos fundamentales en la debacle del gigante inmobiliario Evergrande y el aumento de la deuda hasta en un 330 % con relación al PIB—, Pekín utiliza las «bondades» autoritarias que le confiere un sistema socialista de partido único. El presidente Xi Jinping y el Partido Comunista han impulsado la agenda del Red New Deal y el Plan de Prosperidad Común. Ambos buscan que el Estado acumule más capital en detrimento del privado. Pero también implica castigar la resistencia de base contra esas medidas mediante la detención de activistas sindicales, investigadores especializados en derechos laborales e incluso intelectuales marxistas.
Sin democracia no hay garantía de progreso efectivo. Sin democracia tampoco se puede aspirar —como muchos creen— a la libre y segura participación económica. Las sanciones impuestas por el Gobierno del gigante asiático al chino vivo más famoso del mundo, Jack Ma, creador y CEO del consorcio privado del comercio electrónico Alibaba, así lo demuestran.
El ejemplo chino —y el cubano también— es la prueba de que en modelos autoritarios de corte leninista/estalinista nadie está a salvo. Estos no creen en la coherencia o lealtades ideológicas. Creen en la obediencia o en los riesgos que alguien o algo implica para su estabilidad o sus decisiones.
Cuando se habla de socialismo muchos no ponen a Cuba como referente de éxito de esa ideología devenida modelo económico-político-social. El ejemplo que muchos utilizan es el de la tercera vía escandinava. El de países nórdicos como Suecia, Noruega o Dinamarca. Sin embargo, esos sistemas no constituyen socialismos de inspiración marxista-leninista. Están más cerca de un modelo que combina democracia, bienestar social y libre mercado capitalista con algunas ideas de corporativismo social. Es un modelo que combina democracia con libertades económicas.
Democracia y libertades económicas que ni el modelo chino —a pesar de su aparente robustez económica— ni el cubano ofrecen.
El índice de Libertad Económica en el Mundo fue diseñado en un inicio por un grupo de economistas liderado por Milton Friedman y se publica una vez al año en el Fraser Institute de Canadá. Este identifica cinco grandes áreas que determinan la libertad económica de un país: 1) tamaño del Estado, 2) sistema jurídico y derechos de propiedad, 3) solidez de la política monetaria, 4) libertad de comercio internacional y 5) regulaciones de los mercados crediticio, laboral y comercial. En este índice para 2021 China ocupa el lugar 107 y Cuba el lugar 176 en un listado de 178 países. Por el contrario, Dinamarca ocupa el 10, Suecia el 21 y Noruega el 28.
En cuestiones de democracia el panorama no es diferente. El Proyecto V-Dem recopila datos en todo el orbe para medir de acuerdo a estándares muy claros los niveles de democracia en los diferentes países. De acuerdo con el Reporte sobre el Estado de la democracia en el mundo de 2021 realizado por este proyecto, Dinamarca, Suecia y Noruega en ese orden son los países más democráticos del mundo. Mientras, Cuba ocupa el lugar 162 y China el 174 de un total de 179 países analizados.
En resumen:
El modelo cubano es, hasta hoy, afín al socialismo de Estado de inspiración marxista-leninista/estalinista. La fuerza política que lo dirige, el Partido Comunista, se siente y es reconocida como izquierda. Una clase económicamente privilegiada crece y se multiplica sobre todo atendiendo a lazos familiares. Los rasgos de capitalismo de Estado en crecimiento en su seno continúan delimitados por la esencia y mecanismos leninistas del orden vigente. El modelo cubano es ante todo un modelo autocrático en el que la falta de libertades, de toda índole, constituye —como diría el más ferviente promotor de la limonada— la base de todo.
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José m saker
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Henry
Tinm mckoe