Cuando comenzó la pandemia o, mejor dicho, cuando me di cuenta de que la espera desbordaría los límites de una cuarentena, estaba lactando a mi hijo más pequeño. Él y yo escuchábamos juntos las voces del canal de Telegram de Ediciones Sinsentido. Poesía, teatro, canciones, secretos dichos al oído en un tiempo en el que todo parecía una amenaza. Todavía lo parece.
Desde que Martica Minipunto fundó este proyecto, trabaja para mantenerlo vivo. «Para mí, Sinsentido es un proyecto artístico desde el cual concibo mis ideas sobre el libro como objeto, archivo, pulsación. En Sinsentido produzco para los demás; es un diálogo con autores y procesos, con sensaciones y textualidades; en el canal de Telegram, con voces, aullidos».
Martica confiesa que no sabe nada de «emprendedurismo exitoso», pero es una de las mujeres más emprendedoras que conozco. La he visto coordinar por varios años, junto a otros colegas, el Laboratorio Escénico de Experimentación Social (LEES), escribir poesía, novela, trabajar como asesora de Teatro El Público, hacer performances y llevar su columna «Pucheros» en Hypermedia Magazine.
En 2014 ganó el premio David con su cuaderno Días de hormigas, una «exploración poética en torno al amor por una mujer, los amantes idílicos y el ambiente de una ciudad/casa/teatro hormiguero. Ahí está el descubrimiento sexual y amoroso puesto en relación con la historia familiar y, efectivamente, con la historia de las mujeres de mi biografía». Martica cree que la felicidad de una casa está signada por esa invasión de hormigas. «A mis 23 años creía mucho en la felicidad», me dice.
A sus 30, sabe que la felicidad es tan solo un estado «Me gustaría creer que puede ser un estado permanente, pero no la reconocería. Me consideran una persona feliz, pero no lo soy. Me cuesta permanecer en un instante feliz, me cuesta prolongarlo, me cuesta porque hay mucho de egoísmo en ello. Supongo que he sido demasiado feliz con amigos, en paisajes naturales y alejados del tedio cotidiano o entrando a una tienda y pensando que hallaré ese vestidito con el que he soñado, así de frívola y efímera; la felicidad como espasmos, salpicaduras de cosas o sensaciones, alguna debe ser más honesta que otra».
El cuerpo femenino es una presencia habitual en algunos trabajos de Martica. Está en ese primer poemario y en su más reciente texto, La puta y el hurón (premio Franz Kafka de novela 2021), cuya protagonista vive atravesada por la derrota, la violación, el horror, la pérdida, el amor, la despedida y la resignación. Martica me habla de las tensiones de esos cuerpos frente a las demandas sociales, machistas y de mercado.
«La imaginería visual y patológica de las modas y el consumo pueden ser realmente muy violentas. Vivir pendientes de un deber ser para los demás, es agotador. Estamos exhaustas. A mí me gusta mi cuerpo, amo las marcas, las quemaduras, la grasita, la pancita, las cicatrices».
«Recuerdo todo un debate de hace poco sobre la gordofobia, y empecé a escribir un texto que nunca publiqué. Aquel texto terminaba así: "Escribir una novela que se titule Estrías y que esté en contra del Gobierno cubano que se cree impune. Escribir a favor del clítoris engordado que yo poseo y a favor de una ola de gordas y anoréxicas y personas cuyas "comorbilidades" no vengan a satisfacer el dictamen de nadie sobre la libertad de ser y existir y escribir como mejor le salga del "peso pesado del corazón", o el "alivio irrepresentable de la razón"».
Hay un alto grado de autorreferencialidad en las obras de Martica Minipunto, desde sus exploraciones en el performance, hasta su poesía o sus textos de investigación. «En mis piezas hago una declaración personal, obviamente política; una se sitúa desde la ética. Esas apariciones y disensiones podría concebirlas desde un espacio menos autotemático y más programático; pero no me sale —dice—. Las obras, en su multiplicidad de formatos y dispositivos de presentación han sido este año streaming, videoensayo, videoconferencia. No soy unicornio se presentó en el Festival Santiago a Mil y en la Young Curators Academy. Perdida en Sebastopol es una obra en la que estoy totalmente abocada ahora mismo. En ella trabajo con negativos de la antigua Unión Soviética. Ambas investigaciones parten de poemarios. Son traducciones muy personales de lenguaje. Sin embargo, creo que Escribir con la lengua (Festival de las Letras de Bilbao) define esas fallas o disrupciones en las que teoría, memoria y lengüeteo se conjugan sin demasiadas certezas».
En su columna «Pucheros», su madre es casi un personaje obligatorio. Recuerda lo transformador que fue hacer con ella Nueve, su cartografía de madre e hija y un corto documental de la cineasta Sara Shazli titulado Madre y que constituye un «retrato» de esa pulsión. «Te lo cuento porque encontré en ese material un pasaje desde Días de hormigas y Nueve hasta el dibujo de un monstruo fecundado que traduce la relación compleja y obsesiva con mi mamá».
Martica no quiere ser madre. «No creo en eso del llamado biológico, creo en las muchas maneras de maternar, tengo madres poetas, madres churre, madres sin útero». Se imagina una maternidad libre de presiones sociales o estigmas; sueña con madres que no padezcan «las violencias recurrentes de este mundo patriarcal y jodido». Y piensa también en las madres que tienen hijos encarcelados por marchar el 11 de julio.
Pero no juzga las maternidades románticas. «No soy quién para decir que alguien perpetúa un modelo de maternidad. Deseo que cada experiencia, única, intransferible, pueda ocupar un lugar en las conversaciones y aprendizajes sobre la maternidad, sin olvidar el cuidado, la serenidad, el respeto a las identidades de género. Solo creo que hay mucho por escuchar y reinventar en torno a las maternidades en Cuba».
Mientras escribe y piensa sus performances, Martica espera por el montaje de Orlando, de Carlos Díaz, para el cual ha colaborado como uno de los ocho dramaturgos que hacen esta versión colectiva a partir de la novela de Virginia Woolf, «reescrituras libérrimas que entran en un tejido de discusiones sobre identidad de género, amor y poesía». Aunque su trabajo con Carlos Díaz siempre ha sido como asesora o asistente de dirección, esta vez ha construido un «poema en blanco», como prefiere describirlo, en el que cuestiona «la aspiración de Orlando por escribir, por identificarse con la historia familiar, pero también con la idea de emigrar».
Entre preguntas y respuestas, me habla de sus miedos, del temor a que «la tozudez y las diferencias terminen venciéndonos», a vivir anestesiada, o enamorada. «No sé si esto tiene sentido; pero tengo miedo de que desaparezca mi vehemencia, de tropezar una y otra vez a causa de la fatiga, de enloquecer, de la confusión, del malentendido que surge por la falta de empatía. Tengo miedo de los hurones, «el Estado opresor es un macho violador» y deja ardiendo en mi teléfono la frase del himno feminista Un violador en tu camino, del colectivo Lastesis.
En los últimos días lo que más ocupa el tiempo de Martica es su trabajo en el proyecto Solo el amor (SEA), una red de colaboradores que ha sido articulada con el objetivo de «gestionar la asistencia socio comunitaria para Cuba, generada dentro y fuera del país. Que recibe, clasifica, transporta y entrega donaciones de mano en mano y se apoya en la solidaridad y buena voluntad de personas que buscan soluciones que beneficien a quien más lo necesita». Invitada inicialmente por Samantha Olazabal para coordinar transportes solidarios en todo el país, ahora tiene más responsabilidades como voluntaria. Estas semanas, además de responder mensajes a cualquier hora, lo único que hace es «aprender de las genias, generosas y comprometidas Massiel Carrasquero Ramos, Laura Bustillo Rivalta y Katherine Travieso de los Reyes Gavilán. Yo no sabía la diferencia entre un antihistamínico y un antibiótico, pero decir esto es casi risible con lo que se aprende. Se aprende que lo humano no se ha comprometido del todo, y que hay una comunidad de cubanos fuera de Cuba que ha tomado responsabilidades en cuerpo y alma».
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Liliana Pérez Recio