La historia de Raúl González Hernández es un recordatorio brutal de cómo un sistema autoritario puede aplastar a sus héroes porque, en su engranaje de fervores momentáneos, todos somos piezas desechables. La trayectoria de Raúl debería ser motivo de orgullo nacional; en cambio, es un testimonio de abandono, tristeza y decepción. Hoy necesita el medicamento que ayudó a crear hace cuatro décadas, pero las instituciones estatales le han dado la espalda. Es obvio que el Gobierno cubano prefiere los héroes en piedra y su silencio.
Raúl González Hernández no es un nombre común en la ciencia cubana. Doctor en Ciencias, investigador titular y fundador del Centro Nacional de Biopreparados (BioCen), dedicó más de 45 años a la investigación de la anemia ferropénica, una condición en la que el cuerpo tiene una deficiencia de hierro que dificulta la producción de hemoglobina.
TROFIN, el medicamento que Raúl ayudó a desarrollar, no solo representó un avance significativo en el tratamiento de esa enfermedad, sino que se convirtió en un salvavidas para niños, ancianos, embarazadas y pacientes oncológicos de la isla.
Bajo su liderazgo, se desarrolló una línea de productos derivados del jarabe inicial: tabletas con vitamina C, ácido fólico y combinaciones con fumarato ferroso. A partir de 1992, TROFIN fue registrado como medicamento, marcando un hito en la biotecnología cubana. Sin embargo, el presente de este científico emérito dista mucho de la imagen gloriosa que su trayectoria debería garantizar. Desde su jubilación, González Hernández enfrenta una realidad desgarradora: debe «mendigar» el producto que él mismo creó para tratar la anemia crónica de su hija.
Su vejez se encuentra marcada por el olvido institucional y el abandono, una paradoja que refleja el modo en que el Estado cubano paga a sus grandes hombres y mujeres. Raúl es parte de una generación que echó sobre sus hombros los mayores sacrificios del país y que quedó a la sombra de su propio legado.
Ignorado y despreciado: la respuesta estatal
El 30 de noviembre de 2024, Elizabeth González Aznar, hija de Raúl González, denunció públicamente el trato indigno que ha recibido su padre a pesar de sus aportes a la Ciencia y la Salud Pública. En un post de Facebook se lee: «Es penoso y asqueroso ser ignorado de esa manera. Mi padre, a sus 79 años, mendiga el producto que él mismo creó para ayudarme con mi anemia». En redes sociales, se pudo constatar que muchas personas acuden al mercado informal para adquirir el medicamento.
Elizabeth ha padecido varios fibromas desde hace cuatro años. Según cuenta, los sangramientos le han provocado una anemia crónica por déficit de hierro. A raíz de ese padecimiento, debe usar el medicamento inventado por su padre.
«Llamadas a la dirección, recados con varios trabajadores, en fin, lo que les cuente solo da indignación», reveló en la publicación. También necesitaron el producto después de una operación de cadera que sufrió Raúl. «Y sí, le mandaron un frasco, un único frasco (...), nunca vinieron a verlo ni se preocuparon jamás por saber cómo seguía», puntualizó ella.
En una ocasión, Elizabeth encontró el producto en una feria en la que lo estaban vendiendo sin prescripción, pero asegura que a su familia siempre le han pedido la receta. «Se perdió de las farmacias y lo encontramos en la calle, por la izquierda, a 500 pesos. Era indignante, pero lo necesitaba. Ya de un tiempo para acá ni eso», refirió en la publicación.
Ella detalla cómo el medicamento hoy se vende a precios elevados en el mercado negro o es inaccesible para quienes lo necesitan desesperadamente. «Esto no es solo falta de ética, es un ultraje. Mi padre no lo dice, pero sé lo que siente», señala.
Elizabeth describe el recorrido de Raúl, desde su rol como investigador principal en el desarrollo de TROFIN hasta su precaria situación actual. Según ella, a pesar de ser el creador del producto y fundador del laboratorio de antianémicos en el BioCen, «ha sido ignorado y despreciado» por la institución que alguna vez lideró.
El naufragio de un sueño científico y la responsabilidad colectiva
La historia de este científico es una prueba del deterioro ético y estructural de un sistema sanitario que alguna vez se erigió como ejemplo regional, según la propaganda. Raúl González Hernández, a sus 79 años, padece la indiferencia estatal porque sus logros científicos ya fueron instrumentalizados para dar legitimidad al Gobierno.
En Cuba, la propiedad intelectual individual está regida por conceptos muy peculiares y los científicos no son reconocidos como dueños de sus inventos. Es decir, la propiedad intelectual generada dentro de una empresa estatal se considera propiedad del Estado. Se puede comprobar en este registro del fármaco.
La patente de TROFIN pertenece al Estado, lo que significa que González Hernández no recibe regalías ni garantías de acceso por su medicamento. Esa omisión institucional trasciende lo económico: es un golpe moral para un hombre que construyó su carrera con base en el compromiso con la Salud Pública.
A diferencia de otros países, donde los inventores de medicamentos reciben regalías y reconocimiento, en Cuba la figura del «dueño» no existe. El trabajo de toda una vida es absorbido por el aparato estatal, dejando a sus creadores sin derechos sobre sus logros. Lo anterior condena a los investigadores a depender de pensiones irrisorias.
Elizabeth González cuestiona el trato ofrecido a su padre: «Sea Cuba un país socialista, donde la propiedad intelectual personal no existe, la patente del producto es de él, sí, sí y sí. Eso nadie lo puede negar» afirmó.
En la denuncia, Elizabeth expresó además el dolor profundo que siente al ver a su padre «decepcionado, avergonzado [y] triste» tras décadas de dedicación al producto que revolucionó la lucha contra la anemia en Cuba.
A pesar de que «en nuestro sistema no exista la categoría “dueño” de un producto» sostiene que, a nivel internacional, su padre es reconocido como tal. Sin embargo, advierte que «el hecho de que en Cuba no se reconozca como dueño, no da derecho a semejante falta de ética». En un reporte del medio estatal Granma, se reconoció que desde 1998 y hasta 2014, el TROFIN VITAL había beneficiado a más de 200 000 pacientes de la región oriental de Cuba.
«En la ciencia, el producto nunca es tuyo y así te lo inculcan, te lo hacen ver y llega un momento en que hasta te olvidas de lo que eres, hiciste y mereces», publicó Elizabeth en una segunda denuncia el primero de diciembre de 2024.
Ciencia e innovación en Cuba: del sueño a la realidad
En las décadas de los ochenta y noventa, Cuba fue reconocida como potencia biotecnológica. Al menos esa era la intención del Gobierno de cara al mundo. Medicamentos innovadores como la eritropoyetina recombinante y vacunas contra la hepatitis B pusieron a la isla en el mapa científico global. Por ejemplo, en 1992 se constituyó el Polo Científico del Oeste de La Habana conformado por más de 50 instituciones y 10 000 trabajadores.
Según refirió el economista Omar Everleny, «el bajo costo de la fuerza de trabajo altamente calificada y su abundancia [con] respecto a la de países más desarrollados, implicaban que los productos cubanos tuvieran bajos costos por peso de investigación o producción».
Además, el desmantelamiento progresivo del sistema de Salud ha llevado a una crisis profunda. Laboratorios obsoletos, falta de recursos básicos y la desconexión tecnológica han dejado a muchos científicos en un limbo. Este declive estructural, sumado al éxodo masivo de investigadores —se estima que más de 30 000 científicos han emigrado desde 1990—, dibuja un panorama desolador para la ciencia cubana y para quienes la sostuvieron con tanto esfuerzo.
Los datos lo confirman. El porcentaje de las inversiones estatales en la innovación bajó del 1.14 % en 2011 al 0.55 % en 2023. En junio de 2024, el economista Pedro Monreal advirtió en un hilo de X que la propuesta estatal de perfeccionamiento del Sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación en Cuba «arroja más sombras que luces. Demasiados supuestos voluntaristas y “puntos ciegos”, siendo la parte más floja la relativa a la inversión».
Salud en crisis: cómo acceder a medicamentos en Cuba
Un estudio realizado por Cubadata en 2023 constató que hay mayores dificultades para acceder a los medicamentos en Cuba. Más de la mitad de los encuestados (55.8 %) calificó de «imposible» obtener medicinas. Si se suman las respuestas de las categorías «mucha dificultad» e «imposible», el 80.3 % de los cubanos consultados enfrentan serios problemas para conseguir medicamentos, lo que evidencia una situación de desabastecimiento generalizado en la población.
Debido a la crisis sanitaria, los cubanos deben recurrir al mercado informal, en el que el precio de un medicamento puede igualar el monto total de un salario mínimo mensual o, incluso, sobrepasar la exigua pensión de un jubilado. El caso de González Hernández no es único.
La sociedad civil cubana ha denunciado la situación en escenarios internacionales. Por ejemplo, en noviembre de 2024, el Observatorio de Género de Alas Tensas, el Observatorio Cubano de Derechos Humanos y las organizaciones Cuido 60 y Food Monitor Program presentaron un informe ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre la crisis humanitaria que enfrenta la población en Cuba debido al empobrecimiento y la falta de acceso a servicios esenciales.
La historia de este científico que salvó vidas y que hoy es ignorado no solo refleja el declive de la ciencia en Cuba, sino también el deterioro ético de un sistema que ha perdido el rumbo. La comunidad científica, el Gobierno y la sociedad tienen una deuda moral con hombres y mujeres como González Hernández. Reconocer su trabajo, garantizar su bienestar y preservar su legado es más que un acto de justicia. ¿Qué se puede esperar de una nación donde el trabajo de un hombre no vale para sí?
Los héroes de piedra son necesarios y útiles para el poder autoritario. Pero los héroes vivos, vencidos, en ruinas, son el mayor testimonio de la devastación del país.
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