Embajada rusa en Cuba. Foto: Jessica Dominguez.
La colaboración militar entre Cuba y Rusia nunca ha cesado del todo
14 / febrero / 2022
El pasado 24 de enero, los presidentes de Cuba y Rusia sostuvieron «una cordial y fructífera conversación telefónica», durante la cual pasaron revista al «excelente estado de las relaciones entre ambos países y examinaron el desarrollo futuro de la colaboración bilateral».
Así rezan las ascéticas declaraciones emitidas por ambos Gobiernos. Quienes esperaban alguna referencia pública al tema noticioso del momento —la posibilidad, ni confirmada ni descartada por Rusia, de desplegar fuerzas en Cuba y Venezuela— quedaron en las mismas.
Es posible que otra parte del diálogo transcurra a través de otros canales. Al margen de sus publicitadas capacidades tecnológicas, los rusos nunca dejaron de emplear mensajeros humanos (enlaces, según la terminología militar) para el traslado de sus comunicaciones más sensibles, sobre todo las relacionadas con defensa y seguridad.
Fue mediante ellos que se negoció la instalación de las fuerzas nucleares soviéticas en la isla, en 1962; la evacuación de los asesores y la brigada permanente, en 1992-93; y el cierre del Centro Radioelectrónico de Lourdes, en 2002.
Hasta el momento, La Habana y Caracas han guardado silencio respecto a las declaraciones del viceministro de Relaciones Exteriores ruso, Serguéi Riabkov, realizadas a mediados de enero durante una entrevista con una televisora de su país. «No quiero confirmar ni descartar nada. […] Depende de las acciones de los colegas estadounidenses», apuntó. «Nos dicen: ¿por qué tienen estos o aquellos contingentes aquí, allí, en otro lugar? ¿Y qué hacen las tropas de EE. UU. a miles de kilómetros de sus bases?».
Al menos desde hace 15 años
La Oficina Rusa de Exportaciones de Defensa (Rosoboronexport) gestiona el 85 % del armamento y los servicios militares vendidos por ese país a clientes extranjeros. Se trata de una gran porción dentro de un pastel de por sí impresionante: la nación eslava, segunda exportadora mundial de ese tipo de bienes, acapara la quinta parte de un mercado que en 2019 alcanzó los 420 mil millones de dólares, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo.
Cabía esperar que Rosoboronexport asumiera la logística del convenio de «modernización de la industria de defensa en Cuba», firmado entre ambos Gobiernos en 2016, y del crédito estatal de 38 millones de euros para la «compra de equipamiento militar», otorgado en febrero de 2019 por el Servicio Federal de Cooperación Técnica Militar. Pero en su página oficial, la empresa no incluye Cuba en su listado de clientes.
El acuerdo que restableció el intercambio bilateral en materia de defensa entró en vigor en 2008, cuando la isla se embarcó en un gigantesco programa de modernización de su parque militar apoyada por Rusia, China, Corea del Norte y Ucrania (hasta 2014, aliada de Moscú). Los esfuerzos se concentraron entonces en la renovación de las fuerzas terrestres y antiaéreas.
«La Unión de Industrias Militares [UIM] continúa produciendo considerable material para las unidades de tierra [… y] varias de las transformaciones se han llevado a cabo en sus bases de reparaciones generales [… además,] equipo nuevo continúa llegando», agregaba la nota, al apuntar a los esfuerzos de las FAR para ampliar también su capacidad de producción de buena parte de los equipos que necesita. «Los informes indican que La Habana planea comprar equipos industriales y embarcarse en un proyecto conjunto para la fabricación de armamento ligero con Rusia», reveló en noviembre de 2018 Military Watch Magazine. Atendiendo al monto de los créditos otorgados por Moscú se consideraba «poco probable» la adquisición de equipos completamente nuevos, pero su significación tenía sobre todo un componente político: «facilitar lazos más estrechos que le permitan [a Rusia] restablecer su presencia en el país».
Programas como el Proyecto Thusano, a través del cual Cuba brinda servicios de mantenimiento y modernización a las fuerzas armadas de Sudáfrica, se derivan de aquella etapa, cuando las inversiones también beneficiaron las bases de reparaciones de El Chico y Valle Grande, e industrias como la planta mecánica de Camagüey. Todas se subordinan a la UIM.
«Estamos dispuestos a seguir colaborando con las Fuerzas Armadas Revolucionarias, con el equipamiento de armas modernas y equipo militar […]. Todas las decisiones que fueron tomadas durante aquella visita se están monitoreando e implementando», declaró en abril de 2015 el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigu, al aludir al viaje del presidente Putin a La Habana en julio del año anterior.
Una relación inmune a cambios políticos
Cuando en julio de 1993 partieron de Cuba los últimos soldados de la brigada militar soviética —entonces reconvertida en rusa—, el Kremlin apenas consiguió dejarles a sus antiguos aliados las armas con que aquellos habían servido.
Los cubanos no plantearon el cierre de la Base Naval de Guantánamo como requisito para la partida del destacamento soviético. Una retirada simultánea de las tropas exsoviéticas y estadounidenses hubiera sido «justa y moral [… pero] al desaparecer la Unión Soviética, el “criterio realista” es que carece de sentido la existencia de esa unidad militar en territorio nacional […] y que en esas circunstancias no cabe ya tampoco la posibilidad, ni la lógica de relacionarla con la base naval yanqui de Guantánamo», señaló entonces el Palacio de la Revolución.
En 1990 el contingente militar soviético en Cuba sumaba alrededor de 7 700 efectivos, desglosados casi a partes iguales entre los asesores de diferentes armamentos, la brigada permanente y la unidad radioelectrónica de Lourdes, afirmó a mediados de esa década Cole Blasier, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Pittsburgh y uno de los académicos más autorizados en el tema de las relaciones entre Moscú y Washington durante la Guerra Fría. En medio de la crisis que atravesaba la Unión Soviética, «incluso funcionarios que se oponían a fuertes gastos ulteriores en Cuba reconocían la obligación moral de no abandonar a un aliado […]. Importantes funcionarios militares y de inteligencia relacionados con Cuba siguieron apoyando la asistencia militar».
La brigada permanente de infantería mecanizada era una herencia de la Crisis de Octubre. Tras la retirada de los misiles nucleares, el Ejército Rojo había negociado con Cuba su establecimiento, como contrapeso de la Base Naval de Guantánamo. A esa fuerza se sumaría en 1964 el Centro Radioelectrónico de Lourdes que, en el momento de su cierre, en septiembre de 2002, captaba el 75 % de la información estratégica acopiada por Moscú. Parte de esta era compartida con la Inteligencia cubana.
En 1993, a la retirada del contingente exsoviético, Cuba heredó sus instalaciones, el grueso de su armamento y al menos 40 tanques T-72, todavía hoy los más modernos de que disponen las FAR. Nueve años después, tras el cierre de Lourdes, quedarían en su poder los edificios y otras áreas en las que se instaló la Universidad de Ciencias Informáticas.
El cierre de Lourdes fue uno de los más mediáticos gestos de buena voluntad con que Vladimir Putin intentó acercar posiciones con la Casa Blanca en los albores de la Guerra contra el Terrorismo. Fidel Castro intentó que el mandatario ruso cambiara de idea, con el argumento de que las dinámicas de la geopolítica terminarían volviendo a enfrentar a Rusia y Estados Unidos. «Cuando anunciaron que cerraban el Centro y se lo llevaban, esa fue una decisión unilateral. Lo plantearon unos diez meses después de la visita de Putin [en octubre de 2011]. Ni una ni otra vez hubo acuerdo previo», le contó el líder cubano al periodista Ignacio Ramonet durante las conversaciones para el libro Cien horas con Fidel.
Hacia 2014, en plena crisis ucraniana y luego de que Rusia condonara el 90 % de los 35 mil millones de dólares que le adeudaba Cuba, surgieron rumores sobre la reapertura de Lourdes. Aunque Moscú se apresuró a desmentirlos, discretamente ordenó multiplicar sus inversiones y los intercambios entre altos funcionarios de ambos países. Durante los últimos cinco años la nación eslava no solo amplió los alcances de su colaboración militar, sino que también se convirtió en la mayor inversionista de las obras de infraestructura energética y ferroviaria emprendidas en la isla. Además, en diciembre de 2020 Cuba se integró como Estado observador de la Unión Económica Euroasiática, agrupación multilateral de la que es el único integrante no exsoviético.
Nicaragua, Cuba y Venezuela podrán contar con el respaldo de Moscú, aseguró en junio de 2021 el ministro de Defensa ruso. Entre las amenazas que acechan a sus aliados latinoamericanos, el Kremlin resaltó la del «uso abierto de la fuerza militar [… por lo que] el apoyo de Rusia es requerido ahora más que nunca». Ante circunstancias similares, en otras épocas, su país no vaciló en brindar ayuda, recordó.
En asuntos como estos la historia tiene un peso definitorio. Hacia 1990 el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, un think tank radicado en Londres, calculó que Cuba disponía de alrededor de 1 100 tanques y 650 blindados de infantería, entre una miríada de otras armas entregadas por la Unión Soviética a precios preferentes o de forma gratuita. Una colaboración de tal magnitud implicaba vínculos que trascendían la simple relación entre Estados, razonaba ese estudio, citado por el profesor Blasier en su investigación.
Treinta y dos años más tarde, sin la bandera roja sobre el Kremlin ni la «generación histórica» técnicamente presente en el Palacio de la Revolución, aquel razonamiento nuevamente cobra vigencia: al margen de las diferentes visiones sobre economía y política, La Habana y Moscú continúan teniendo un enemigo común, y acumulan una larga experiencia en cuanto a colaboración militar que lo confirma.
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