El 6 de agosto de 2024, el luchador cubano Mijaín López se convirtió en el primer atleta en conseguir cinco medallas de oro individuales. La victoria desató un profundo debate en redes sociales, el cual —aunque está abocado en la compleja realidad política de Cuba— aporta puntos interesantes para estudiarlos a nivel general, sobre todo en América Latina.
López fue noticia en 2023 cuando golpeó a un exiliado cubano que levantó un cartel que decía «Libertad para Cuba». El suceso ocurrió durante un juego de pelota entre la isla y Brasil en los Panamericanos de Chile. En el contexto paupérrimo que sufre la isla, con una crisis generalizada que ha provocado un aluvión migratorio —en tres años ha expulsado a casi una décima parte de su población; la cual, para más inri, hace más de 20 años que no crece—, López es un fiel exponente de la ciega lealtad a la dictadura gobernante y dedica sus triunfos a la Revolución cubana al grito de «patria o muerte».
Miguel Díaz-Canel, tras la victoria de López, lo calificó de «revolucionario ejemplar». No consta si se refería a sus habilidades deportivas, a su lealtad política o a su demostrado talento para darle un golpe a un tipo por pedir libertad. Cualquiera de las tres encajaría en la narrativa.
El uso de los eventos deportivos por parte del exilio cubano para protestar contra el régimen es habitual (tuvo su pico en el Clásico Mundial de Béisbol de 2023 en Estados Unidos, en el que Cuba quedó eliminada ante el equipo americano en medio de abucheos y gritos de «abajo la dictadura»). El método ha suscitado diversos debates entre quienes defienden la táctica y quienes sostienen que los cubanos deberían celebrar los resultados deportivos del país con independencia de la posición política. Si el evento del Clásico Mundial de Béisbol fue una faceta extrema, lo de López llega a otro nivel.
Aún muchos sugieren que los cubanos que viven en el exilio por sus opiniones políticas y los que aguantan, silenciados en la isla, la represión y la censura deberían callar sus críticas y celebrar el triunfo deportivo de un hombre que declara abiertamente que representa al régimen primero y a ellos después.
Resulta interesante el pedido de no politización (al que, por cierto, sectores afines a la dictadura se han plegado) de un evento que tiene trasfondo político. López no golpeó al cubano exiliado por otro motivo que no fuera su postura política. Al tener en cuenta la multiplicidad de casos de jóvenes deportistas cubanos que desertan durante competiciones internacionales —convirtiéndose en parodia cómica, si no fuera por lo trágico—, así como las estrellas deportivas nacidas en la isla que triunfan en otros países luego de romper lazos con el régimen castrista resultaría casi irritante e ingenuo sugerir que López habría llegado a algún lado (sin importar cuánto talento tuviera) si no fuera por su lealtad con el castrismo.
Aunque al régimen cubano le encanta vender al exterior la larga lista de logros alcanzados por su población en numerosos campos (ciencia, arte, deportes), tiende a omitir la incontestable realidad de que los representantes cubanos deben ser leales al régimen. Caso contrario, su talento no los salvará de ser víctimas de represión o exilio. Una prolífica diáspora llena de artistas, deportistas, científicos y empresarios (en fin, estrellas de diversos rubros) dan cuenta del fenómeno. Así, el castrismo necesita científicos (pero «de patria o muerte»), médicos (pero «de patria o muerte»), deportistas (pero «de patria o muerte») y, a último tiempo, se puede añadir a emprendedores «de patria o muerte». La clasificación deviene decadencia porque cuando la gente talentosa o inteligente que cumple con los criterios de lealtad política empieza a escasear (como es en el caso de Cuba), la lealtad prima sobre el talento y el declive es inevitable.
El declive cubano provocado (entre otras cuestiones) por la necesidad de que la persona a cargo sea, además, «de patria o muerte» no deja lo deportivo afuera. Cuba no ha vuelto a obtener más de 15 medallas en los Juegos Olímpicos después de 2012, luego del apogeo que vivió entre 1980 y 2008 cuando ganó más de 20 preseas (con picos, llegó a ganar 31 en 1992 y 30 en 2008). En Paris 2024 —la primera participación desde la oleada migratoria desatada por la represión y el colapso posterior al 11 de julio de 2021— la isla exhibe su peor performance desde 1964. La medalla de López no solo destaca por el récord personal, sino por su soledad. Cuba solamente ha obtenido (hasta ahora) dos medallas y se encuentra por debajo de Uzbekistán. Aún si remontara en lo que queda del evento, no retendrá su decadente racha de la década.
Resulta risible ver cómo ciertas personas ligadas al castrismo se quejan de la politización por la crítica válida a un régimen que (en sus épocas de gloria) declaraba que absolutamente todo era una trinchera política, que introdujo su ideología a fuerza en casi cada aspecto de la vida de sus ciudadanos a un punto tan asfixiante en el cual un simple comentario en la supuesta privacidad de una cena familiar podía meterte en problemas con el Estado. Hoy, sabiéndose en franca minoría frente a un descontento cada vez más vocal e incontrolable, el castrismo ha reemplazado el apoyo por la apatía. Le valen más diez apáticos que diez revolucionarios, le sirven más los «no politices» que los «todo es político». Se rehúsan a contemplar dejar el poder, pero han renunciado a la lucha ideológica (y política) por completo. Prefieren un pueblo que jamás hable de política, incluso a costa de uno que no hable a su favor.
Cuba es una excepción en muchísimos aspectos, un triste resabio de la Guerra Fría que terminó hace más de 30 años y una desdichada anomalía insular. ¿Cómo puede un debate tan autóctono extrapolarse a la realidad de otros países del continente que no tienen semejanzas en cuanto a la coyuntura política?
No es lo mismo «politización» que «partidización» ni que «ideologización». Todo puede ser «político», pero no todo tiene por qué estar impregnado de determinada retórica. Sería, por ejemplo, mucho más fácil elogiar el desempeño deportivo de López si él no dejara tan en claro que antes que Cuba y los cubanos está el Partido Comunista. No obstante, la eterna lucha entre los «todo es político» vs. los «no politices» excede por completo a Cuba. Cuba es solamente una faceta extrema por el hecho de tratarse de un Estado totalitario que busca controlar e ideologizar cada aspecto de la vida de sus ciudadanos; pero gente quejándose de que un deportista opine o no opine sobre la situación política de su nación se ve cada día y en todas partes. En dictadura o en democracia.
Mi país, Argentina, cumplió el pasado diciembre 40 años de democracia. Una democracia compleja, estrepitosamente fallida en lo económico, con una clase política muy desprestigiada y serios problemas sociales. Sin embargo, es una democracia (al fin y en general) bastante sólida en lo primordial. Dentro de nuestro trágico panorama de los últimos años y las graves dificultades que afrontamos para salir de él (si es que salimos), los éxitos futbolísticos han sido una bocanada de aire fresco.
6 millones de personas salieron a la calle para celebrar el triunfo en el Mundial 2022 con tanta paz y alegría que (en semejante aglomeración que duplica la población del vecino Uruguay e iguala al también limítrofe Paraguay) no hubo más que unos pocos heridos y un accidente fatal. Las principales avenidas de Buenos Aires se vieron taponadas de personas (a pesar del intenso frío de julio) con la segunda Copa América consecutiva obtenida hace un mes (julio de 2024). Ver a la albiceleste levantar trofeos llena de un furibundo espíritu nacionalista incluso al argentino más despectivo de su nacionalidad, más apático de los deportes y más frustrado con la situación política y económica.
No sorprenderá que en un país tan polarizado y con semejante hecatombe socioeconómica, la selección nacional de fútbol exhiba un comportamiento casi monásticamente apolítico. Lionel Messi es el máximo exponente de la actitud y lo demás lo imitan. Si bien se presumirá una (muy ligera) inclinación antiperonista de algunos de sus jugadores, así como una posición favorable al peronismo (más notoria) en otros, los integrantes de la Scaloneta jamás hablan de política.
Asimismo, cualquier exabrupto en ese sentido es objeto de comentarios que terminan por rayar lo antidemocrático. La decisión de los jugadores de no concurrir a la Casa Rosada para celebrar la victoria y hacerlo de manera directa con el pueblo por temor a disturbios políticos en diciembre de 2022 motivó comentarios. Es también difícil olvidar cuando Dibu Martínez (el arquero estrella y seguramente segundo mejor valorado después de Messi) dio like (y nada más que «me gusta») a un post de Instagram de Guillermo Montenegro, jefe comunal macrista de Mar del Plata (ciudad natal del jugador). A un articulista se le ocurrió que era buena idea redactar un extenso artículo en el medio kirchnerista más grande del país para describir a Dibu de poco más que un declarado militante derechista. Fuera de esos eventos aislados, la selección intenta representar a los 46 millones y, al tener en cuenta nuestro contexto, es justo reconocer que son los únicos que lo logran.
Es necesario, entonces, diferenciar la politización de la partidización y de la ideologización. Si se hace, se notará que a contramano del fútbol, la abrumadora mayoría de los actores de la sociedad civil argentina han entrado en un desprestigio público severo por su excesiva ideologización —conforme la ideología y la política sufrían igual escarnio—. El periodismo sesgado y sometido a intereses turbios. Los sindicatos dominados por caudillos peronistas que llevan en sus cargos desde antes que nacieran los trabajadores que dicen representar. Los supuestos grupos de derechos humanos que publican comunicados para celebrar el fraude electoral de Maduro mientras este secuestra a los opositores. Los colectivos feministas que (queriéndolo o no) afrontan hoy la vergüenza pública de haber llamado a votar por un presidente denunciado por violencia física contra su exmujer. El matrimonio de las agrupaciones anteriores con la clase política, lamentablemente, terminó por condenar causas reales y muy importantes que se ven arrastradas al fango del desfalco, del fracaso económico y de la consecuente impopularidad que deberían haber sufrido los políticos.
Es comprensible que exista, en definitiva, gente a la que de forma genuina no le guste ver el deporte (pasión de millones de personas) manchado de una política que lo incomoda y no lo representa. Sin embargo, a la hora de debatir en redes, a la hora de tratar el debate público entre actores de la sociedad civil, lo que más se encuentra es incómoda hipocresía. Los detractores lamentan no poder celebrar el triunfo de su país porque les da vergüenza vitorear a un atleta que declara que no lo quiere representar y los partidarios se enojan si el deportista del país no piensa igual que ellos y, por esa razón, prefieren que no piense. Al final del día, lo único que queda claro es que los sesgos no nos gustan cuando son contrarios.
Mientras hay gente que pide no politizar eventos que tienen un trasfondo político, no hay episodio que le guste más a un político que fotografiarse con un exitoso atleta que acaba de ganar un premio para el país. Se podría decir que termina siendo al revés, que se está «deportizando» la política.
Lo vemos allá en Francia, con la constante vampirización que Emmanuel Macron hace del indiscutido ídolo Kylian Mbappé, vinculación que expone la contradictoria Europa donde un hijo de migrantes africanos recibe un carné automático de connacional y está blindado contra el racismo mientras practique bien un deporte y que la bandera francesa (bajo la cual el país de origen de sus padres fue saqueado, subyugado y devastado) tenga debajo una pila de medallas y copas. Lo vemos en mi país, donde los triunfos de la selección aplacan la ira popular de los argentinos (convertida en apatía cada vez más) por el interminable espiral de degradación nacional que hemos sufrido por años.
Lo vemos en Cuba, donde en medio de una brutal desolación, protestas reprimidas, apagones y hambre, un tipo que golpea a un compatriota por haber pedido libertad es vitoreado públicamente de «revolucionario ejemplar» por un presidente por el que nadie votó.
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