Alguien a quien amo mucho dice que Donald Trump es la persona con más hambre en el Universo. El hambre, bien sabemos, no es solamente un tema físico derivado de la falta de alimentos. La peor de las hambres es la insaciable, la que persigue algo, por lo general, poder y que por ello es capaz de hacer cualquier cosa, de transgredir hasta la última de las leyes humanas y divinas.
Pero el hambre física también existe y en Cuba, en 2024, tenemos todas las hambres posibles.
Está por finalizar febrero y en la mayoría de los barrios de La Habana no han vendido los productos ultramegasuperbásicos que ofertan en la bodega. Estamos al tanto de que lo que allí venden es simbólico; sin embargo, también sabemos que casi todos lo necesitamos para apuntalar un poco la gran tarea que constituye alimentarse en este país. Son unas libras de arroz menos caras —con suerte siete— que las que habrá que comprar por la calle a un precio que supera los 200 pesos en un territorio en el que el salario mínimo es de 2 100 y la mayoría de las personas no perciben más de 5 000 pesos de salario mensual.
No es mi intención comenzar a enumerar productos y precios. Tal vez sería una iniciativa interesante —aunque terrorífica— que elTOQUE, además de su útil tabla de equivalencias de monedas, adicionara una con los precios de los productos básicos de la empobrecida dieta cubana. Así, quienes viven fuera de Cuba podrían saber cómo se comportan los precios por estos lares y, de paso, el Gobierno tendría oportunidad de culpar al medio por el desastre económico que vivimos y por la desmesurada inflación en la que estamos desde la brillante idea del reordenamiento económico; aunque, en verdad, desde mucho antes.
Hablo de La Habana y hablo desde los municipios más céntricos, pero sé muy bien que basta moverse algunos kilómetros fuera del centro para ver que las cosas son peores, que la pobreza se incrementa y que las brechas se amplían. No quisiera imaginar cómo se comportan los precios y los salarios en los pequeños pueblos de las provincias orientales, por ejemplo. ¿Quiénes en esas zonas tendrán acceso a las elitistas tiendas en MLC en las que, por cierto, tampoco la variedad de ofertas es lo que prima?
La mayor parte de mi semana vivo en Lechuga, reparto Managua, en Arroyo Naranjo. Estoy a apenas 30 km del centro de La Habana y, sin embargo, al llegar a Lechuga parece que habito una especie de realidad paralela. En esta zona la gente tiene celulares y conexión a Internet, como cualquiera, pero el tiempo parece transcurrir de otras maneras. En los alrededores hay varias vaquerías y muchos de los habitantes han tenido trabajos en ellas. Digo que han tenido porque ahora mismo las instalaciones son lugares prácticamente vacíos. Luego de meses de esperar por los salarios —muchos de los cuales apenas rebasan el mínimo—, los trabajadores abandonaron sus puestos cansados de las promesas de que esta semana sí, que les pagarían al menos uno de los sueldos que les adeudan desde hace tanto tiempo.
Al mediodía, puede usted atravesar la calle principal de este pueblo y verá que la gente está en sus casas. Hombres y mujeres sin hacer nada, casi siempre con música puesta y acompañados de un poco de alcohol. Se respira frustración, estancamiento, desesperanza.
Unos pueden tener en sus patios alguna cosecha, un poco de boniato, maíz, tomate, mangos cuando llega la temporada, la yuca que salva las mesas de muchos en las zonas rurales; pero otros no pueden hacerlo. Al pasar la zona delantera del reparto se llega a un sitio aún más empobrecido. Es un lugar en el que muchos han levantado casitas de madera de palma y techo de guano. Es tierra de nadie, arrancada al marabú que la cubrió por años. Los que allí están vienen sobre todo de otras provincias y ni siquiera tienen dirección en La Habana para tener acceso a la libreta de abastecimiento ni para conseguir un trabajo legal. De todas formas, prefieren no regresar a sus lugares de origen, de sobra saben que al menos por estos lares pueden encontrar alguna manera de sobrevivir, que mientras más se alejan de la capital menos probabilidades tendrán.
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Las redes sociales son, sin dudas, de gran utilidad. Más allá de lo que pueden tener de superficiales —e, incluso, demoníacas— para algunos, son una enorme vitrina para exponer muchos asuntos que, al menos en el caso de Cuba, no habría manera de sacar a la luz.
Creo que fue durante el tornado que azotó algunos municipios de la capital en enero de 2019 que empezamos a ver que en Facebook se comenzaba a dar visibilidad a muchos casos de personas que precisaban ayuda. Vimos cómo la comunidad de la red divulgaba situaciones en las cuales se necesitaban determinados medicamentos, comida, ropa y otros insumos. Se organizaron y se regularizaron las ayudas y se crearon varios grupos con personas que fuera y dentro de Cuba conformaron una estructura de auxilio para alcanzar a quienes más lo necesitaban.
No voy a mencionar grupos ni personas porque son muchos —tengo la grandísima suerte de que algunos de sus miembros, además, son mis amigos—, pero sabemos que si no llega a ser por la red paralela muchas personas no habrían tenido acceso a la medicina que necesitaban, a una comida decente, a abrigo en los escasos pero crueles días del invierno cubano.
Los medios independientes han divulgado en fechas recientes casos como el de Fernando —un empobrecido pianista de Guanabacoa—, el de Kendra —una cantante y artista plástica con dos hijos que mantener y sin trabajo— y el de Amanda —una niña con cáncer que necesita un trasplante de hígado y para quien se organizó una épica recaudación de fondos que en pocos días logró reunir 20 000 dólares gracias a la importante gestión de los activistas, especialmente la de Lara Crofts—.
También hemos visto las campañas para llevar un plato de comida a las personas que viven en la calle, para ofrecerles un corte de cabello gratis o para donar juguetes y ropas a niños sin amparo filial. Paradójicamente, a las personas que organizan este tipo de ayudas el Gobierno las persigue, en lugar de apoyarlas o, al menos, agradecerles lo que hacen.
Hay muchas opiniones respecto a visibilizar determinados casos. En lo personal, considero que cada ayuda es importante y debe agradecerse y que ojalá salieran a la luz otras personas, otras situaciones. No dejo, sin embargo, de pensar en los casos que no se hacen públicos, en los que nadie ve o, peor, en los que la gente le pasa por el lado sin notarlos.
Estoy convencida de que junto con los niveles de pobreza que han aumentado en Cuba lo han hecho también otros indicadores (la demencia, el consumo de alcohol y de drogas y, finalmente, los suicidios). Hace un par de días una amiga me contaba que fue testigo del hallazgo de una mujer ahorcada y que alguien la identificó como la madre de tres niños. Ayer, en un grupo de Facebook se decía que una persona se arrojó al vacío desde el puente de La Lisa. Esos son los que escuchamos, pero ¿cuántos estarán en silencio?
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Desde hace mucho tiempo, una de las frases que acompaña a los gobernantes de este país es la de que nadie va a quedar desamparado. Lo repiten y lo repiten; un falso mantra en este caso.
Hace mucho tiempo que las necesidades de este pueblo dejaron de ser de interés para el Gobierno. Si aprietan un poco las críticas a su gestión, se culpan unos a otros, destituyen a algunos, dan agua al dominó y siguen adelante. Ni se preocupan por guardar la imagen, van de barrigones por el mundo, culpando al hielo de las tierras canadienses, al bajo nivel de las aguas del Canal de Panamá y al copón divino de que no haya café para vender a la población ni azúcar ni pollo ni medicamentos.
Cuba es un país con hambre. No solo de alimentos, de medicinas, de la más básica de las dignidades, sino también de libertad.
Sucede que quienes nos gobiernan son los más hambrientos de todos, los que, como Donald Trump, están dispuestos a sacrificar al país en función de su poder y de sus estómagos. Esa hambre que tienen justifica las nuestras y a la vez las minimiza; esa hambre es un agujero negro al que irán a hundirse nuestros esfuerzos, nuestras vidas. ¿Habrá alguien a esta altura que pueda dudarlo?
ELTOQUE ES UN ESPACIO DE CREACIÓN ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LA OPINIÓN DE SU AUTOR, LA CUAL NO NECESARIAMENTE REFLEJA LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.
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