La migración femenina en Cuba, según el informe más reciente del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la Organización de Naciones Unidas (ONU), supera a la masculina, constituye el 56.6 % del total de emigrantes. La cifra sigue la tendencia regional (51 %) de feminización de la migración. Las razones para partir van desde el miedo y la inseguridad hasta el amor o el deseo de cambiar, transformarse y encontrar un sentido de pertenencia.
Lorena, Gladys y Anabel emprendieron sus caminos migratorios con la esperanza de un futuro más prometedor. Sin embargo, sus experiencias no solo estuvieron marcadas por los desafíos de la travesía física, sino también por las profundas repercusiones emocionales del proceso. La migración implica inevitablemente separaciones y pérdidas, reorganización de los vínculos afectivos y adaptación a una nueva realidad. Durante este proceso, la salud mental de las mujeres migrantes puede verse afectada.
Literalmente en ninguna parte
Anabel, una joven de 26 años que emigró a Alemania en noviembre de 2022, optó por el programa Au Pair como vía de escape de Cuba. «Es una opción sobre todo para las muchachas jóvenes, menores de 25 o 26 años, aunque también he sabido de algunos muchachos que lo han hecho».
El programa Au Pair, como ella lo describe, se presenta como un intercambio cultural en el que te vas a vivir con una familia y cuidas de sus hijos. No tienes que pagar renta ni comida, lo cual es una ventaja para quienes vienen de países con pocos recursos. Sin embargo, Anabel aclara que no es tan idílico como muchos piensan. «La gente cree que vas a estar viajando y disfrutando, pero realmente no tienes mucho tiempo para ti». El trabajo es demandante porque la mayoría de las familias que buscan este servicio lo necesitan realmente.
En cuanto al salario, el programa en Alemania le pagaba 280 euros al mes. «Sigue siendo poquito, pero al menos no tienes que gastar en comida ni hospedaje, que es en lo que más se va el dinero», comenta. Aun así, el dinero no siempre era suficiente, sobre todo porque parte de ese estipendio debía destinarlo a pagar los cursos de alemán, que costaban más de lo que la familia contribuía. «Al final me quedaba con muy poco dinero, y ahorrar era prácticamente imposible».
La presión de aprender el idioma alemán de forma rápida fue una de las cosas, junto al aislamiento y las largas horas de trabajo, que más afectaron su bienestar psicológico. Anabel comenta que el programa le permitió aprender el idioma de una manera efectiva, por la práctica diaria. «Con los niños aprendes rápido porque no tienen la paciencia de los adultos». Pero también reconoce el estrés que conlleva no entender lo que los niños dicen. «Cuando tú no entiendes lo que el niño te está diciendo y se vuelve todo loco (empiezan a gritar y a romper cosas), lo acabas aprendiendo rapidísimo».
Tras finalizar el programa Au Pair, Anabel decidió continuar su camino en Alemania mediante un Ausbildung, un sistema de formación técnica que combina estudios y trabajo. Se topó con un ambiente laboral cargado de exigencias que superaban sus capacidades físicas y emocionales. «Supuestamente, tienes tres años para aprender y formarte, pero en el primer mes ya están exigiendo que trabajes como si llevaras años allí». Además, los ingresos que obtenía eran insuficientes para cubrir sus gastos básicos. «Llegó un momento en el que me quedaba en la segunda semana sin dinero y le pedía a mi hermana recién emigrada a Estados Unidos». Las prácticas de trabajo que consiguió eran en Groß-Umstadt, un pueblito en el estado de Hessen, a nueve horas en tren desde Wolfenbüttel, en el estado de Niedersachsen, que era donde estaba inscrita con la familia del programa Au Pair.
En julio de 2023 comenzó a tramitar su visa de Ausbildung, pero en noviembre de ese año decidió abandonar el programa. «Decidí que no podía seguir así, porque la situación no me estaba funcionando. Después de eso, pasé un mes buscando qué hacer con mi vida. Encontré un supuesto trabajo en Berlín y me mudé aquí con un amigo. Pasé todo enero de 2024 viviendo con él. En la entrevista de trabajo, aunque inicialmente me dijeron que sí, finalmente me rechazaron porque mi situación legal no estaba clara».
A pesar de su situación legal, en marzo de 2024 consiguió un trabajo en una panadería, pero llegó un punto en el que colapsó. «Tuve mi breakdown mental ahí, durísimo. Lo que me estaba afectando era que no estaba durmiendo nada porque el trabajo en la panadería era toda la madrugada». La falta de luz solar, el invierno alemán y el aislamiento social intensificaron su malestar, y llegó al punto que debió cambiar de turno para sobrellevar la situación.
A pesar de las exigencias del trabajo, recuerda la preocupación y apoyo de sus colegas durante la profunda depresión que sufrió, una etapa sobre la que se siente más abierta a hablar en Alemania que en Cuba. «Aquí la gente habla de la salud mental sin tapujos, por suerte». En contraste, en Cuba, Anabel cree que la depresión a menudo se minimiza o se ignora, y los familiares tienden a desestimar los problemas emocionales: «Allá tú comentas en tu familia que te sientes deprimida, que crees que tienes depresión, y te dicen que eso es que estás aburrida, que te pongas a limpiar o a trabajar».
De acuerdo con el estudio Estrés migratorio y sintomatología depresiva: Rol mediador del afrontamiento, publicado por la Sociedad Mexicana de Psicología en el 2011, la evidencia sugiere que hombres y mujeres reaccionan de manera distinta al estrés migratorio. En particular, las mujeres inmigrantes tienen una mayor probabilidad de desarrollar trastornos mentales comunes en comparación con los hombres.
Mahin Delara —especialista en educación para la salud—, en su investigación Social Determinants of Immigrant Women’s Mental Health, señala que la identidad cultural de las mujeres migrantes influye significativamente en su percepción y respuesta ante la salud mental. Este factor, relacionado con las normas de comportamiento impuestas por los roles de género y el proceso de aculturación, limita el acceso a servicios de salud y contribuye a la estigmatización. Además, Delara resalta que las mujeres migrantes enfrentan desventajas sociales adicionales derivadas de su identidad de género, su orientación sexual, el racismo, la situación socioeconómica y la experiencia de violencia que hayan sufrido.
Aunque en Alemania se discute la salud mental sin prejuicios, el acceso a la ayuda psicológica es limitado. Anabel comenta que, a pesar de tener acceso a servicios de salud, la cobertura para terapia psicológica es deficiente. «La mayoría de los terapeutas que aceptan el pago a través del seguro médico son en alemán, y no es muy cómodo hablar de todo lo que te pasa en un idioma que no es el tuyo».
Otro factor que ha contribuido a la ansiedad de Anabel es su situación legal en Alemania. Tras el cambio de residencia de la familia con la que había estado viviendo durante el Au Pair, su proceso de visa quedó en un limbo administrativo. «Me di cuenta en junio de 2024 que mi proceso de visa estaba detenido desde diciembre de 2023 porque me habían dado de baja en el sistema de registros cuando la familia con la que vivía se mudó». Quedó en una situación de vulnerabilidad, sin poder regularizar su estatus ni continuar sus estudios o trabajar de manera formal. Anabel describe la frustración que siente ante la burocracia y la falta de información clara en los sitios web del Gobierno alemán, lo que añade una capa de estrés a su ya difícil situación emocional.
En la actualidad, Anabel trabaja como limpiadora a través de una aplicación online, lo que le ha permitido ganar algo de dinero y sentirse más tranquila. «Por esa parte estoy bastante contenta con mi trabajo, porque es como “supercalmado”, gano bien, todo tranquilo». Sin embargo, su estatus legal sigue siendo incierto. «Lo ideal es hacer los papeles desde aquí, pero como no tengo ningún tipo de visa, momentáneamente no lo puedo hacer».
Volver a Cuba para solucionar su estatus migratorio es una opción que Anabel desea evitar, debido a los altos costos y la logística involucrada. «De momento, lo único en lo que puedo pensar es cómo volverme una persona legal aquí porque, supuestamente, yo estoy en el aire, ¿sabes? Ahora mismo, literalmente, yo no estoy en ninguna parte».
«Es una sensación de orfandad que es terrible»
Lorena, de 33 años, dejó Cuba el 23 de septiembre de 2022, huyendo de la precariedad, la inestabilidad política y la falta de oportunidades en su campo, las producciones audiovisuales. «Todos mis amigos se estaban yendo. Cuba era un lugar inestable para las producciones audiovisuales».
Consiguió un visado cultural para Italia gracias a las gestiones de su entonces pareja. «Yo no tenía manera de gestionar una beca, tampoco tenía dinero para irme cruzando por ninguna parte», comenta. A pesar de no cumplir con los requisitos habituales, como propiedades o empleo en Cuba, milagrosamente fue una de las cuatro personas a quienes se les otorgó el visado.
Aunque el destino inicial era Italia, Lorena optó por España gracias a una promesa de refugio que había recibido años antes mientras trabajaba en un mediometraje en Cuba. La esposa del director le dijo que, si alguna vez salía del país, tendría un refugio en su casa. En ese momento, Lorena agradeció el gesto, pero no le dio mayor importancia. Sin embargo, cuando finalmente obtuvo el visado, pensó fríamente: «En Italia no tengo a nadie». España, con ese ofrecimiento concreto, se convirtió en la mejor opción. El viaje fue tenso desde el principio. Lorena admite que desde el inicio sintió un estrés insoportable. «Para mí fue extremadamente estresante el proceso. Yo jamás me había sometido a un control de migración, no sabía cómo se veía un avión por dentro. Hasta última hora que llegué aquí estuve tensa, estuve nerviosa». Este miedo, alimentado por el control de la seguridad del Estado cubana en el aeropuerto y el interrogatorio a su exnovia, exacerbó su ansiedad. «Yo estaba casi segura de que eso iba a suceder», confiesa. La situación fue extremadamente estresante. Les hicieron preguntas sobre su implicación en la distribución de medicamentos, una actividad que realizaban como parte de una campaña de donaciones. Al final, las dejaron ir, justo a tiempo para abordar el último vuelo de la noche. «Nos soltaron con el avión casi encendiendo».
Al llegar a España, su amiga la esperaba en el aeropuerto para llevarla a Valladolid, donde comenzaría el proceso de regularización. En Valladolid, Lorena y su pareja comenzaron con los trámites de empadronamiento, un paso clave para cualquier emigrante. Poco después de llegar, Lorena enfermó, lo que atribuye al estrés acumulado. «Cogí una cantidad de cosas en un período tan corto que me deprimí». Se vieron en la necesidad de solicitar asistencia sanitaria, pero las personas sin permiso de residencia que estuviesen menos de 90 días en territorio español tendrían que pagar por la asistencia sanitaria, con excepción de urgencias. «Nosotras no estábamos en condiciones de que eso fuera una realidad». La vulnerabilidad ante los cambios repentinos, combinada con la falta de acceso a un sistema sanitario sin una regularización migratoria, intensificó su ansiedad.
Lorena y su pareja descubrieron rápidamente que su vida en España sería más difícil de lo que habían previsto. El plan de emigrar a Estados Unidos desde Holanda no fue viable por falta de recursos, y la opción de cruzar la frontera desde México también se descartó por las mismas razones. «No contábamos con el dinero y tampoco teníamos a quien pedirle». Se mudaron de Valladolid a Madrid en busca de empleo, pero enfrentaron dificultades para encontrar vivienda debido a la discriminación hacia inmigrantes sin nómina. «Cuando dices que eres inmigrante, es casi un no automático». Más de un arrendador es de la opinión que en el contexto legal español los propietarios están expuestos y por esta razón son reticentes a alquilar a personas sin nómina, por miedo a que no puedan desalojarlos si deciden dejar de pagar. Finalmente, gracias a una cubana que tenía un piso en Madrid, lograron alquilar una habitación a un precio razonable. «Gracias a esa niña nosotros tuvimos techo por un año y un poco en Madrid», dice Lorena. No obstante, antes de instalarse en ese piso, pasaron una semana durmiendo en un colchón inflable en el apartamento de un amigo. «Gracias a él no estuvimos en la calle».
El estrés de la migración exacerbó la sensación de aislamiento que Lorena ya sentía desde su salida de Cuba. La falta de un entorno familiar y de amigos cercanos, con quienes contar en momentos difíciles, amplificó su sentimiento de desamparo. «Es una sensación de orfandad que es terrible». La precariedad laboral y la dificultad de encontrar empleo sin papeles aumentaron esta carga emocional. «Es muy difícil estar completamente desvalida en un entorno que no conoces», comenta, revelando cómo la inseguridad económica y el miedo a ser rechazada afectaban cada aspecto de su vida diaria.
El empleo informal, al que se vio obligada a recurrir, no solo era extenuante físicamente, sino que, además, la exponía a situaciones de abuso y discriminación. Uno de los momentos más difíciles para Lorena fue cuando, trabajando como camarera, su jefe redujo sus turnos al enterarse de que era bisexual y estaba en una relación con una mujer. “Ya no me daba tantos días como les daba a otras muchachas”, explica. Este tipo de discriminación, sumado a la xenofobia que enfrentaba por ser inmigrante, minó aún más su autoestima y confianza, dejándola en un estado constante de alerta y ansiedad.
Lorena describe el miedo que sentía al enfrentarse a situaciones de abuso, consciente de que, sin papeles, no podía denunciar ni defenderse. “Son cosas que genuinamente dan miedo porque temes por tu integridad física”. El riesgo de perder el trabajo o complicar su situación migratoria, la obligaba a soportar una serie de situaciones que, en otras circunstancias, jamás hubiera tolerado. A menudo, se encontraba llorando en la calle después del trabajo, buscando un respiro antes de regresar a casa y ver a su compañera sin mostrarle lo afectada que estaba. «Los ingresos son muy bajos; y si bien la calidad de vida, en cuanto a sanidad y educación, es buena, eso solo es cierto cuando tienes papeles». Estas dificultades afectaron gravemente su salud mental, sumándose a una profunda sensación de soledad y abandono.
A pesar de todo lo sucedido, Lorena y su expareja lograron alquilar un pequeño estudio. Gracias a la honestidad de Lorena y la ayuda de un amigo que actuó como avalista. «No teníamos papeles, no teníamos nómina, no teníamos nada, pero le dije (al arrendador): “Podemos no comer, pero no vamos a dejar de pagar la renta”».
Sin embargo, la estabilidad que encontraron no duró mucho. El momento más devastador para Lorena llegó con la separación de su pareja. La relación, que había sido una fuente de apoyo durante su migración, se desmoronó bajo el peso de las dificultades y las frustraciones acumuladas. “La separación fue el momento más duro de estos dos años en España”. Adaptarse a una nueva vida sin el respaldo emocional de su pareja convirtió la migración en una experiencia mucho más solitaria y difícil de sobrellevar, lo que impactó aún más en su ya frágil estado mental.
El estrés, la incertidumbre y el sentimiento de soledad la llevaron a considerar regresar a Cuba en varias ocasiones, pero la falta de recursos y las limitaciones del sistema migratorio la mantuvieron atrapada en un ciclo de frustración y desesperanza. Aunque contó con el apoyo del proyecto «Emigrar hacia adentro», dirigido por una psicóloga cubana, Lorena admite que la ayuda recibida no fue suficiente para superar el profundo malestar emocional que sentía.
Lorena espera cumplir los dos años necesarios para solicitar el arraigo por formación, pero reconoce que este proceso no es garantía de estabilidad económica, y teme que tampoco le devuelva el bienestar emocional. «Estoy en un momento complicado desde el punto de vista emocional, donde no veo claras muchas cosas y preciso ayuda».
Es muy duro sentir que no encajas en ningún lugar
El 7 de octubre de 2022, Gladys, de 26 años, emprendió un viaje desde el aeropuerto “José Martí” en La Habana hacia Nicaragua con un grupo de amigos, confiando en que su travesía no duraría más de una semana. Esta ruta, que solo requiere de un pasaporte (debido a la exención de visados que ambos países acordaron en noviembre de 2021), pasaje de ida y regreso, y una reserva de hotel o una invitación, se ha convertido en un corredor clave en el tráfico de migrantes. Por esta vía han escapado miles de cubanos en el mayor éxodo migratorio de la isla. El objetivo final de Gladys no era Managua, sino alcanzar la frontera sur de Estados Unidos, un recorrido plagado de peligros físicos y psicológicos.
Aunque su plan estaba aparentemente bien organizado, varios contratiempos, como la llegada de un ciclón que retrasó su vuelo, convirtieron lo que debía ser un proceso breve en una experiencia que se extendió casi un mes. El trayecto hacia Estados Unidos atravesaba Honduras, Guatemala y México, pero lo más difícil fue la constante presión psicológica que la acompañó. «La red de apoyo para un migrante es prácticamente inexistente, pero para una mujer es aún peor», subraya Gladys, quien vivió bajo un estado constante de alerta. La necesidad de evitar cualquier tipo de atención, ya sea por su apariencia o sus actos, se volvió esencial para su supervivencia emocional. Gladys recuerda haber mantenido el cabello largo recogido bajo una gorra para evitar miradas no deseadas.
El riesgo de violencia sexual fue un factor constante que aumentó la tensión mental de la travesía. «No puedes denunciar nada si te pasa algo, porque estás de paso». El miedo a la violencia y la imposibilidad de buscar apoyo psicológico en situaciones tan críticas minó su bienestar emocional. La incertidumbre sobre la seguridad física, y la desconfianza en el entorno, generaron una ansiedad debilitante que Gladys cargó consigo durante todo el viaje.
La discriminación que enfrentan los migrantes cubanos también dejó una marca en la salud mental de Gladys. Los cubanos cargan con un estigma particular: se les percibe como económicamente favorecidos debido a programas como el parole humamitario o el documento I-220A. «Hay muchísima discriminación, tanto en el camino como aquí en Estados Unidos. En la travesía, intentas no llamar la atención, mantienes un perfil bajo con la ropa, pero cuando dices en un grupo que eres cubano, ya saben que tienes dinero y que vas a llegar con un buen estatus legal a Estados Unidos». Esta percepción, a juicio de Gladys, agrava la sensación de vulnerabilidad emocional de quienes, como ella, deben enfrentarse no solo a las barreras físicas del viaje, sino también a las barreras psicológicas de la exclusión social.
Cuando cruzaron la frontera y se le otorgó el parole humanitario de 60 días, Gladys pensó que lo peor había quedado atrás. Sin embargo, la vida en Estados Unidos trajo nuevas barreras psicológicas. Dos meses después, consiguió su primer trabajo en un café dentro de un centro comercial, pero enfrentó una serie de abusos laborales y agresiones verbales que no podía denunciar debido a su estatus migratorio. «Si algún cliente te agrede, como me pasó a mí, no puedes denunciarlo porque no tienes papeles». Después de dos semanas, tuvo que dejar ese empleo y comenzar otro en una tienda de ropa, donde nuevamente enfrentó discriminación, esta vez por ser cubana. «Era la única cubana en esa compañía, trabajaba con venezolanos, colombianos, españoles y peruanos, y me hacían mucho bullying por ser cubana», explica, detallando cómo sus compañeros la juzgaban y acosaban por recibir las «ayudas» que el Gobierno estadounidense ofrece a los migrantes. «Decían que no sabía lo que era pasar trabajo porque tenía ayudas, pero la verdad es que aquí el cubano pasa muchísimo trabajo. Tienes que luchar contra todo tipo de prejuicios para conseguir un empleo».
El acoso laboral se convirtió en una carga psicológica insoportable para Gladys, que pronto cayó en una depresión severa. «Dejé el trabajo para conservar mi salud mental porque ya no podía más con el bullying. Además, no me quisieron dar el día para aplicar a la residencia». Este fue un momento crítico: su salud mental se deterioró rápidamente, al punto de quedarse meses encerrada en la casa, incapaz de enfrentarse al mundo exterior. El aislamiento social, la pérdida de empleo y la retirada de las ayudas médicas y económicas al cumplir el año y un día de estancia acentuaron su vulnerabilidad. El Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES) de México ha propuesto un Modelo de atención a la salud mental y atención en crisis de mujeres migrantes que aboga por un enfoque integral para superar estas barreras. El modelo busca no solo atender las necesidades psicológicas, sino también abordar los factores sociales, culturales y económicos que afectan la salud mental de las mujeres migrantes. Este enfoque es crucial, ya que la salud mental de las mujeres migrantes suele estar influenciada por las experiencias traumáticas vividas durante la travesía, la discriminación en los países de destino y la precariedad económica.
A pesar de haber obtenido, finalmente, su residencia en junio de 2024, Gladys continúa enfrentándose a la discriminación en su trabajo, lo que perpetúa su ansiedad y estrés. «Aún me siguen discriminando», dice. Sus intentos por denunciar estas situaciones han sido desestimados, lo que agrava la frustración y la impotencia que ya siente. «Me dijeron que estaba exagerando, que era muy sensible por ser nueva en la compañía». Estos comentarios deslegitiman la experiencia de las mujeres migrantes, especialmente en lo que respecta a su salud mental.
El artículo Migration and Mental Health sostiene que la depresión está profundamente vinculada a las pérdidas, como la del estatus social, el apoyo social y las relaciones significativas; lo que puede intensificar el sentimiento de duelo y sufrimiento. Además, plantea que la migración no es simplemente una etapa única, sino un conjunto de experiencias que se ven afectadas por múltiples factores a lo largo de un extenso período de tiempo, los cuales están condicionados tanto por aspectos sociales como individuales. «Mi red de apoyo son los amigos, pero aquí en Miami tengo muy pocas amistades. Me siento sola, y cuando veo la situación de Cuba, eso también me deprime mucho. El migrante pasa por mucha depresión, no tiene una red de apoyo, y si lo comenta con las pocas amistades que le quedan en Cuba, no lo entienden porque uno vive aquí y supuestamente todo está bien. Es muy duro sentir que no encajas en ningún lugar».
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