El 20 de febrero se ha cumplido un año de mi salida de Cuba. Tuve el privilegio de viajar con una parte de mi familia por vía aérea directamente a Estados Unidos. Como millones de personas antes, repito ahora que el año se me ha ido volando. Pero el año ha durado lo mismo que otros anteriores y que los que vendrán. Tal vez no haya sido tan rápido para los que se quedaron en Cuba.
Es innecesario que sume un testimonio más, por demás no extraordinario, a los cientos de relatos que se han publicado sobre el exilio de los cubanos y cubanas.
La desesperación, el llanto, la extrañeza de todo, la sensación de extravío, la culpa por no ser más valientes y aguantar más, la inutilidad latente para desenvolvernos en una sociedad solamente en apariencia a noventa millas de la que hemos conocido hasta ahora, pero en realidad tan distante. Todo eso nos ha pasado, y más. También hemos sentido que abandonamos a gente que merecía, como nosotros, escapar del dolor. Hemos vivido el dilema de no poder expresar con soltura nuestro pesar, porque no es ético con los que te han traído y te ayudan cada día, y tampoco con los que deben comer un pan gris y rocoso en cualquier pueblo de Cuba mientras nosotros, mediante un vuelo de una hora de duración, pasamos de la miseria a la abundancia. Al menos a la aparente abundancia. A la abundancia de algunas cosas, pero no de todas.
Irse de Cuba es una obsesión para miles de personas que viven en el archipiélago. La agitación y la aspiración constante se heredan, se educan, se construyen en familia. Así he conocido a mucha gente. Quienes nunca se han tragado un cuento, quienes han desfilado en las marchas mirando hacia el norte, quienes han hablado bajito en los comedores de sus casas sobre los manjares de otros parajes. Quienes creen en el sueño americano, el mexicano, el hispano y en el sueño que sea, pero que permita despertar un día en otra parte.
Para otros miles, la decisión de irse de su tierra ha sido un proceso acumulativo de frustraciones, decepciones económicas, políticas, sociales, pérdidas de expectativas de desarrollo de planes personales y familiares. A quienes se les ha llenado la cachimba, quienes no soportan una raya más para el tigre, quienes han entendido que no se puede esperar más y arrancan.
También estamos los que nunca pensamos en irnos pero que también nos hemos ido.
En Cuba viví muchos momentos tristes cuando me enteraba de que otro amigo o amiga se había ido. Viví muchos procesos de salida de gente muy querida. Durante años no alenté a nadie a irse; en realidad, alentaba a que hicieran cosas en la isla, cambiarla desde dentro, hacerla mejor. Después, empecé a sentir nostalgia y tranquilidad con las experiencias de partida de mis personas más queridas. Quienes se salvaban del naufragio inevitable, quienes alcanzaban botes salvavidas, quienes hallaban en el oleaje furioso un objeto al que asirse. Luego, comencé, poco a poco, a aconsejar a personas jóvenes que se fueran de Cuba. Empecé a traicionar mi idea de luchar desde dentro porque sentí pena por quienes tenían una vida por delante.
Pero sentí durante muchos años que no había nada más natural y justo que estar allí, en Cuba. Repetí muchas veces que en todos los países debe haber gente, que nuestro archipiélago no es distinto, que allí hay más de once millones de personas de las que somos parte.
Aun así, salí huyendo. No me siento orgulloso de haber huido, pero sí de las muchas personas que me han ayudado a sobrevivir durante este año fugaz, estos doce meses de salvación y dolor. No sé si mi hija pequeña va a ser feliz, pero sé que para ella Cuba no significará lo mismo que para mí. Eso no la hará ni mejor ni peor persona, pero su mamá y yo nos sentiremos por siempre responsables de que ella no sea una cubana en Cuba.
Mucha gente inteligente y buena me ha dicho que ya Cuba no les importa tanto. Que no pueden seguir el torbellino de noticias sobre lo que pasa allá, que han tenido que dedicar su interés a otras cosas para poder ser felices. También me han dicho que afuera han aprendido que Cuba no es el ombligo del mundo, que no es tan importante, que hay muchos lugares para viajar, conocer, vivir, como para estar pendientes de un lugar que cada vez se deja más en el camino.
No quiero llegar a ese momento. Voy a esforzarme para no buscarlo ni alimentarlo ni esperarlo. Creo que la humanidad es muy grande, que la cultura es extensa, que la naturaleza es gigantesca, que las fronteras son un cuento para mantenernos separados; pero también creo que Cuba existe y los cubanos y cubanas somos gente del mundo y merecemos ser felices, como todos los seres humanos del planeta. Me pregunto si entender nuestra falta de singularidad, si entender nuestro carácter ordinario dentro de la humanidad y de su historia significa que no debemos luchar por la felicidad de nuestro pueblo.
Es justo que gritemos que quienes nos hemos ido tenemos derecho a regresar. Es un derecho humano y natural. Los cubanos no somos el ombligo del mundo, pero alguna parte del cuerpo seremos. Somos algo, Cuba es algo, está llena de gente que merece respeto, gente de la que conocemos su historia, sus costumbres, sus hábitos, las causas de su dolor, de su pobreza, las injusticias que sufren, la forma en que se divierten, los programas de televisión que ven, los libros que han leído, las telenovelas que los han enganchado, los dioses en los que creen, la forma en la que se lanzan al mar a remar, a esperar o a morir.
Quienes estamos fuera de Cuba, pero nos sentimos cubanos, aunque seamos reacios a las formas de los estados nacionales, a los símbolos patrios, a las barreras culturales que nos hinchan o hunden en el lodo, aunque no creamos en chovinismos ni ínfulas de superioridad de ninguna cultura, aún tenemos derecho a regresar.
Cuba también es nuestra. Tal vez no sea de quienes la han convertido en un país pobre, de emigrantes, de gente desesperada, pero sigue siendo de quienes pensamos que nadie va a trabajar por nosotros las horas que hay que dedicar a la reconstrucción del país.
Cientos hemos sido forzados a irnos de Cuba. No hemos sido, antes, procesados por delito alguno. No hemos atacado a nuestro pueblo, no hemos puesto en peligro la institucionalidad del Estado. Pero hemos pensado, hemos participado con civismo y hemos discrepado de las soluciones políticas y económicas que el Gobierno ha implementado, como es posible hacerlo en muchos lugares del mundo.
Hemos sido perseguidos, censurados, prohibidos, amenazados, reprimidos. Los que creen y repiten que no es tan grave el panorama son cómplices de la represión. La justifican desde diferentes puntos de vista. Que la situación de otros países, activistas, periodistas, opositores es mucho peor. Lo que nos deja solamente con la opción de empeorar nuestra experiencia para ser merecedores de atención.
Otra justificación, usual, es que el Gobierno cubano ha tenido que lidiar con una guerra económica e incluso con terrorismo de Estado durante décadas, y que esa realidad matiza la represión que sufrimos porque al Gobierno no le quedaría otra opción que defenderse —según ese análisis—.
El razonamiento justifica, de un plumazo, las violaciones de derechos humanos en situaciones de guerra, de tensión política, de diferendos entre Estados, en situaciones excepcionales, en fin… en todo ambiente en el que un Estado y su Gobierno se encuentren en una situación de lucha por el poder. Allí donde eso suceda, según el razonamiento anterior, los Gobiernos podrán amenazar y perseguir a periodistas independientes, profesores universitarios disidentes, escritores y escritoras críticos; podrán censurar obras de arte; podrán prohibir el derecho de manifestación; podrán celebrar elecciones con igual número de candidatos que escaños a ocupar; podrán apresar a personas por cubrirse con la bandera mientras van al baño; podrán montar a artistas en aviones y sacarlos del país sin proceso administrativo alguno mediante; podrán encarcelar a estudiantes por portar carteles con preguntas sobre el sistema político; podrán interrogar durante horas a intelectuales por sus artículos de opinión; podrán decidir sin proceso ni reglas quién sale del país y quién no; y podrán prohibir a los que viajan su regreso sin que haya consecuencia legal, porque en una plaza sitiada el Estado de derecho es un lujo al que no se puede aspirar.
Por esas razones el autoritarismo del Gobierno cubano sigue en pie, o al menos sigue siendo justificado, como si las faltas del enemigo debieran ser la causa de las nuestras. El bloqueo/embargo de Estados Unidos afecta al pueblo cubano. Es falso que no ha sido efectivo. Cómo no va a ser efectivo si es la causa oficial de los males de Cuba. La reacción del Gobierno cubano es luchar contra el bloqueo/embargo mientras priva al pueblo de Cuba de derechos políticos. Porque si tenemos derechos políticos podemos actuar, votar, programar, reprogramar y decidir, al fin, que hay otra forma de luchar contra el bloqueo/embargo. Es decir, que la decisión del Gobierno cubano de privarnos de derechos humanos básicos es una necesidad de su postura política, de su criterio de que la forma de sobrevivir como nación es con un único Gobierno para siempre y con un único partido político para siempre.
Por eso es difícil contrarrestar la opinión de una persona reprimida en Cuba que dice que vive en dictadura. Tampoco es justo criticar a quien dice que pasa hambre, porque el hambre es su experiencia y no la de quienes comen varias veces al día. Las mujeres saben lo que es el odio machista, lo han experimentado, lo han sufrido. Ningún hombre puede quitar palabras de sus bocas cuando ellas dicen que son ultrajadas y que se sienten en peligro.
Las personas afrodescendientes sufren el racismo, saben que existe, que no es antiguo ni es una referencia histórica o una alusión al pasado. Es injusto que quienes no han sufrido discriminación por el color de su piel hablen por ellos, les digan que no sienten el racismo del que hablan.
He visto disminuir con ánimo discriminatorio las experiencias de exclusión y persecución de personas de los colectivos LGBTIQ+ por otras que no pertenecen a ellos y por gente que, con iguales justificaciones, les quitan, además, las voces a quienes luchan por sus derechos.
Es lo que sucede en Cuba también con quienes hemos sufrido discriminación política. No hay ningún derecho humano más importante que otro. Pero quienes disienten del discurso oficial tienen que probar, primero, antes de ser merecedores de atención y respeto, que no han recibido nunca un centavo de una institución extranjera, que están en contra del bloqueo/embargo, que son patriotas, que les gusta la poesía de José Martí y que no quieren participar de cargo político alguno en el futuro más cercano.
Entonces, cuando un preso político dice que ha vivido en dictadura, totalitarismo, autoritarismo, deberíamos escucharlo con más respeto y no hablar por él, no quitarle su voz como un día le quitaron su libertad.
Quienes hemos emigrado tampoco tenemos derechos, según la mitología política sobre Cuba, porque no hemos seguido compartiendo los problemas de la gente, como si algún dirigente en el país compartiera algún problema de la gente alguna vez.
Por eso debemos defender nuestro derecho a regresar. El derecho debe quedar plasmado. No pedimos un privilegio. Quienes estamos fuera, quienes se han ido porque siempre quisieron irse, quienes se cansaron del dolor, quienes fuimos alentados a dejarlo todo y quienes han sido expulsados debemos volver, podemos volver, tenemos derecho a trabajar en Cuba, a vivir en Cuba, a opinar en Cuba, a disentir en Cuba. Tenemos derecho a volver, a regresar para ayudar con nuestro conocimiento, nuestras experiencias, nuestros defectos y limitaciones, pero también con nuestro amor por nuestra cultura y nuestra gente. Tenemos derecho a regresar, a participar y a actuar a favor de la justicia, de la democracia, de la libertad y del bienestar. Nada de lo anterior es un crimen ni un pedido de perdón. Es un derecho que tenemos como cubanos y cubanas.
Historias al oído trae los mejores textos de elTOQUE narrados en la voz del locutor cubano Luis Miguel Cruz "El Lucho". Dirigido especialmente a nuestra comunidad de usuarios con discapacidad visual y a todas las personas que disfrutan de la narración.
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Estimado lector. No todos los cubanos pueden regresar a Cuba, incluso aunque no tengas asuntos pendientes con la justicia. El Gobierno cubano se arroga el derecho de decidir quiénes pueden o no entrar al país. En los últimos meses varias personas que se oponen al gobierno, pero mantienen su ciudadanía y residencia, se han visto imposibilitados de regresar a la isla con su familia y a disfrutar de sus bienes. Se les prohibe la entrada por el único hecho de pensar diferente. Entonces, no todos tienen derecho a regresar. En estos enlaces puede encontrar más información: Dónde está la respuesta legal del Gobierno cubano al destierro de Anamely Ramos | elTOQUE
¿Está garantizado el derecho constitucional de regresar a Cuba? | elTOQUE
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