El primero de octubre de 2021, el observatorio de envejecimiento, cuidados y derechos Cuido 60, en colaboración con elTOQUE, lanzó la convocatoria a dos concursos, uno fotográfico («Mirar la vejez») y otro literario («Si yo te contara»).
Cuido 60 nació para «monitorear, de manera independiente, procesos, actores y políticas para promover cambios en políticas públicas que ayuden a mejorar la situación de las personas mayores en Cuba, sus derechos y los de sus cuidadores. A su vez, pretende contribuir a la formación de las organizaciones de la sociedad civil que prestan servicios a personas mayores» para su empoderamiento, comentó a elTOQUE Elaine Acosta, socióloga y directora ejecutiva del proyecto.
Los avances en el sistema de salud cubano y los programas de atención al adulto mayor facilitan el tránsito por esta etapa de la vida; sin embargo, «llegar a viejo» no siempre significa tener una vejez digna.
Para visibilizar esas historias, el concurso literario «Si yo te contara» invitó a autores cubanos, con énfasis en personas mayores de 60 años y sus cuidadores, a escribir en un máximo de 500 palabras sobre experiencias de la vejez y los significados de ser una persona mayor en Cuba.
Para elTOQUE, este tipo de iniciativas no es nuevo. En abril de 2020, junto a Periodismo de Barrio, convocó a sus seguidores a participar en la producción del pódcast colaborativo «Oye te cuento… Historias de cuarentena». Consistía en el envío de un audio de menos de dos minutos en el que el participante contara cómo había cambiado su vida desde de la llegada del coronavirus a Cuba.
Una iniciativa similar fue el concurso de cuentos cortos «Historias de cuarentena 2020», que reunió la organización Voces Latinas con medios de comunicación de Ecuador, Cuba y Costa Rica; entre ellos, La Barra Espaciadora, Distintas Latitudes y el Servicio de Información conjunta de elTOQUE y Periodismo de Barrio. El objetivo de esta iniciativa fue registrar, de forma creativa, vivencias de la región frente a la crisis de la COVID-19; y estimular a escritores emergentes a contar sus historias durante el confinamiento.
La iniciativa más conocida que fomenta el intercambio con los seguidores de elTOQUE fue el taller de fotografía en línea «Después de abril». En junio de 2020, solo unos meses después del primer caso del nuevo coronavirus en Cuba, el Servicio de Información de elTOQUE y Periodismo de Barrio lanzó la convocatoria para este taller con el objetivo de documentar en imágenes los días de confinamiento. Casi 70 participantes compartieron aprendizajes y herramientas para editar fotografías con los asesores Amarilis Magaña y Sadiel Mederos en Telegram.
Un año después y con casi el doble de participantes, Después de abril II puso el foco en los retratos documentales. Según Mederos, las piezas compartidas en el grupo fueron «coloridas celebraciones de la vida que debe continuar a pesar de la pandemia».
El pasado 17 de marzo, en una transmisión en vivo por las redes sociales de Cuido 60 y elTOQUE, se dieron a conocer los ganadores del certamen, que incluyó como jurados a la periodista Mónica Baró y la investigadora Mabel Cuesta.
A continuación, reproducimos los tres primeros lugares de este concurso:
Primer lugar
Relato «El sillón no para de mecerse», del autor Pedro Alberto Sosa Tabío, residente en el municipio Guanabacoa, La Habana, Cuba, por su calidad narrativa y aproximación creativa, crítica y problematizada del tema propuesto por el concurso.
Ven, Roberto, siéntate en el sillón. Yo sé que a ti te gusta mecerte. Mira eso… ¡Qué contento se te ve! Hasta te ríes y todo meciéndote en esa cosa ruidosa. Ese sillón es muchísimo más viejo que nosotros, ¡y mira que eso está difícil!
Ay, chico, si te acordaras de todo lo que hemos vivido juntos… Pero ya tú no te acuerdas de nada y yo cada vez me acuerdo de menos. Por lo menos tú te ríes. Yo ni eso.
Oye. Están tocando la puerta. Debe ser Paloma. ¡Esa víbora! Tiene engatusado a Robertico y no lo deja ni venir a vernos. Lo tiene amarrado con brujería para que no venga. Quédate tranquilo en el sillón. Déjame abrirle la puerta, porque si no se pasa el día ahí tocando y no se va. Por joder, por más nada, pero, bueno. Ahora vengo.
Mira lo que te trajo Paloma: un purecito de malanga. Abre, abre la boquita que te lo voy a dar. Para mí después haré un muslito de pollo que me regaló María, la de la esquina. Traga. Despacio. Si pudieras hablar, me dijeras que está riquísimo. Yo lo probé y de verdad que está bueno.
Si vieras cómo preguntaba por ti… Qué buena muchacha esa Paloma. Lástima que se haya empatado con Robertico. Bien que es nuestro hijo, pero… ¡Vaya! Pudiera salir del trabajo un día y por lo menos venir a vernos, ¿no?
Traaagaaa. Cómete tu puré de boniato. Está un poco falta de sal y más grumos no puede tener, pero es lo que hay.
El otro día estaba viendo las fotos de cuando nos casamos, ¿sabes? Qué lindo estabas. Joven, con aquel bigotón…
¿Te acuerdas, Roberto? ¿Roberto? ¡Roberto! ¡Corre, Roberto! ¡Mira! ¡Hay un viejo aquí, en el sillón! ¡¿Quién coño es el viejo este?! ¡Se está comiendo tu yuca, Roberto! ¡Corre! Escupe, viejo desgraciado. Escupe, que eso no es tuyo.
Ay, Roberto. Ay… Menos mal que volviste. Si vieras lo que me pasó. Vino otro viejo y se estaba comiendo tu puré de malanga. ¡Y cómo se mecía en el sillón y se reía! Con esa boca sin dientes… Lo más desagradable del mundo. ¡Un descaro total! Aunque, bueno, al final lo que se comió fue la yuca esa que trajo la arpía de Paloma, que a lo mejor estaba hasta envenenada.
Mira para allá cómo te has puesto. Te has tirado toda la comida arriba. Pero no te preocupes, sigue meciéndote en el sillón, que yo me puse dura y boté de aquí al viejo ese. Me tengo que poner dura, porque si no quién te cuida a ti. Si Robertico viniera de vez en cuando…
Pero ya, no viene, así que somos tú y yo y nadie más, y el sillón hay que seguirlo meciendo hasta que pare solo. Tú ríete y mécete, que yo todavía estoy bien. Vieja, pero bien. Si hay que ponerse dura, me pongo por los dos. No te preocupes. Tú ríete, mi viejo, ríete y mécete…
Segundo lugar
Texto «Esperanza» de la autora Inés Caridad Casal Enríquez, residente en el municipio Plaza de la Revolución en Ciudad de La Habana, Cuba.
—¿Qué tal, Esperanza? ¿Cómo amaneció hoy?
El hombre se detiene unos segundos frente al portal y espera a que la anciana que teje sentada en el sillón levante la mirada, pero es en vano. Entonces sigue su camino.
La mujer que teje sonríe ligeramente. Pareciera que recuerda algo agradable. Luego vuelve la sombra de tristeza a su rostro. Una y otra vez le vienen a la mente jirones de recuerdos; con ellos ha intentado reconstruir su vida. Como ráfagas vienen y van, intenta atraparlos, pero al final se evaporan.
Casi siempre recuerda los dolores, el temor de no lograrlo, la angustia del último pujo y, al final, el llanto de su hijo.
A veces, solo a veces, lo ve llegando de la escuela, con la pañoleta en bandolera. Abelito, hijo, la pañoleta es un símbolo, te lo he dicho un montón de veces. Y él, ¿por qué me pusiste ese nombre?, no me gusta. Fue un héroe, te lo he contado.
Cuando logra dormir un rato, en las madrugadas interminables, se le aparece con sus manos heridas y ampolladas, su cuerpo infestado de picadas de mosquito, sus ojos reprimiendo el llanto cuando ya se acerca la hora de la despedida, porque le ha dicho muchas veces que no lo quiere blandengue, ni «rajado», que aquí te estás haciendo un hombre.
¿Por qué no puedo tener una bicicleta? Y ella tratando de explicarle que en la vida son más importantes los ideales que las cosas materiales, que ya tendrá muchas cosas, las que quiera, cuando estudie, se supere, se haga un doctor, o un ingeniero, quién sabe si un piloto. Y el rostro de él siempre taciturno, como si no confiara en aquellas palabras.
La vivencia que más disfruta es cuando lo ve en el portal, rodeado de sus amigos, discutiendo sobre autos o pelota, quitándose la palabra uno al otro, riendo, siempre riendo, con aquella risa que parece que será siempre la defensa ante cualquier peligro.
Siempre trata de reprimir un recuerdo, ese que la acecha constantemente, esperando encontrarla desprevenida, el de aquella mañana que despertó sobresaltada, como si alguien tocara su corazón para advertirle del peligro. Cuando aparece ya no puede hacer nada, solo escuchar a Javier frente a ella, sin poder mirarla a los ojos: Se fueron anoche, todo el piquete se piró. Yo no pude, estaba con un ataque de asma en el hospital. Pero llegarán, era una cosa segura.
Le dicen que recibe las cartas, pero que no tiene tiempo de contestar, trabaja mucho para poder venir a verla pronto. Y ella deja que piensen que les cree, para que la dejen tranquila con sus recuerdos, aunque la miren con lástima.
Así ha vivido los últimos 25 años, sin pronunciar palabra, encerrada en su pequeña casa, llena de telarañas que cubren todos sus premios, diplomas y reconocimientos, saliendo solo a lo imprescindible, esperando que, con el silencio de la muerte, acabe la angustia de no poder recordarlo todo.
Tercer lugar
Cuento «Uno de sus tantos días» del autor Yoelkis Torres Tápanes, residente en la provincia Matanzas, Cuba.
En un archipiélago llamado Cuba con el ¡muy buenos días! de Radio Reloj, a las 5:30 de la mañana, se levanta mi abuelo. Hace el último polvito que queda del café mañanero y a la calle para buscar el pan nuestro de cada día para sus bisnietos y la vecina. Llega y limpia su patio, cercado a duras penas. Siempre en pelea con los inspectores para poder tener un poco de sustento con unas gallinas que hace días ni ponen, porque solo hierba y piedra están picando.
Noventaiún otoños marcan cada huella de piel en su cuerpo. Operado de cáncer hace 38 años con una colostomía que es la agonía de todos cuando faltan esas dichosas y caras bolsitas; ahí se encuentra, fuerte, erguido, siempre bien. ¡SÍ!, bien, pero está rabiando en realidad. Nos enseña que solo hacen falta ganas y constantemente decimos ¡coño! que buena era la harina, el boniato y el tasajo de antes.
Pipo, mi viejo del alma…
—Oye, qué jodidos estamos, escribe algo al gran jefe indio a ver si mejoramos porque ni una cuchilla tengo para afeitarme y los mandados… la suerte entre tu abuela y yo, porque ni eso puedo traer yo solo a la casa. Estoy al salir y gritar.
—No te preocupes pipo, que yo estoy para ayudarte.
—No, tú tienes que encargarte de los niños que tu hermana lleva días sin leche y tu mamá está como loca con eso.
Cada día que pasa algo se apaga en él entre el dolor por las enfermedades y la falta de pastillas. Ha olvidado hasta la fecha de su cumpleaños, pero nunca la preocupación diaria por sus hijos, nietos y bisnietos. Se escapa de casa para ir a verlos cuando en días no sabe de ellos por las cuestiones cotidianas que todos sabemos.
Se ha perdido muchas veces y la angustia de no encontrarlo o que le pase algo es tan fuerte, que solo se alivia cuando de repente llega y te mira:
—¿Y esas caras?, ¿qué pasó?, estoy enterito, merendé y tomé café con una señora que me trajo.
Uno se ríe, suspira profundo, mejor no decir nada.
—Oye, ¿te enteraste?, se murió Pepe, llevaba cuatro días muerto en su casa solo, el pobre, los hijos no se encargaban de él y ahora dicen que se están fajando por la casa. Y Carmita, la de la calzada, la vieja que siempre anda sin ajustadores —vieja, porque para él todos son viejos y el todavía está fuerte—, entraron a su casa, robaron y por la mañana cuando se vio sin televisor le dio un infarto y dicen que está grave.
Llega la noche, se baña, come…
—Oye, te quedó buenísimo (aunque sea arroz solo siempre lo dice, porque a mima hay que mantenerla contenta).
Enciende el televisor, mira el noticiero y a dormir que mañana tocan los gritos, las broncas y el show mensual de la cola del pollo.
TAMBIÉN TE SUGERIMOS:
comentarios
En este sitio moderamos los comentarios. Si quiere conocer más detalles, lea nuestra Política de Privacidad.
Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *
marga fresco crespo
Jorge Alberto Rodríguez
David Suárez Álvarez