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Foto: Sadiel Mederos.

El pan, el anti-pan y el caos

21 / junio / 2023

A los historiadores y sociólogos del futuro que deseen estudiar lo que fue Cuba entre la segunda mitad del siglo XX y las primeras décadas del XXI tal vez les baste con compilar las quejas, sugerencias y desatinos en torno a ese insufrible personaje llamado «pan» con apellido «de la bodega». 

Podrían examinar desde las actas de reuniones de rendición de cuenta en los barrios, pasando por las secciones de correspondencia de los periódicos provinciales y nacionales, hasta las declaraciones de los políticos de la isla —a cualquier nivel— relacionadas con el «nuestro de cada día».

Que si es bajo peso al nacer, que si le falta aceite, que si la levadura no servía, que si es de yuca, que está verdoso, que llegó tarde, que no lo distribuyeron, que en la bodega se mojaba, que no alcanzó para los consumidores… Y así en un largo lamentodemandatestimoniollanto de cientos, quiero decir, miles, o sea, millones de cubanos y cubanas que han tenido en la magra bolita de carbohidratos normados el sustento mínimo para un desayuno, una merienda escolar o, incluso, una cena de familia en la crónica crisis.

El viejo Héctor Zumbado, que le sabía un mundo a estas pesadillas, publicó un texto titulado «Filosofando sobre el anti-pan» en el que contaba:

«Después de dejar el cuchillo a un lado, inservible e inoperante, coger entonces el pan con las manos, estirarlo y retorcerlo con furia, halarlo con todas las fuerzas, con saña homicida, hasta por fin desnucarlo y partirlo, y luego observar la masa blanca, porosa, / fláccida, / esponjosa, / chiclosa, / y estropajosa; en ese instante, en ese minuto crucial y trascendente nos hemos quedado mirando con detenimiento el pan, y maravillados, riflexionando profunda y abismalmente, en duda filosófica, en cuestionamiento ontológico ante el extraño ser, preguntándonos meditabúndicos: ¿Esto es un pan? ¿Un pan en sí y para sí? ¿O un pan en no y para no? ¿O acaso es solo su intención, su aspiración, su deseo, su ambición en la vida, su meta, es decir, llegar a ser un pan?».

El Zumbi dio a luz a esta sabrosura en Juventud Rebelde en la década de los setenta —entonces la prensa estatal podía publicar eso— y la recogió en su libro Riflexiones, de 1980. Veinte años más tarde, en 2001, Luis Silva, joven estudiante de Ciencias de la Computación en la Universidad de La Habana, saltó a la palestra de los festivales de artistas aficionados con un monólogo titulado «El pan en los tiempos del cólera». Allí caracterizaba a Pánfilo Epifanio, típico viejo cascarrabias cubano, paciente del doctor Paneque, en una cola del pan. El anciano había sufrido dos infartos precisamente por coger lucha con el pan, ese «tremendo cobarde», «que, a la primera mordida, se desmoronaba».

Decía Pánfilo: «A pesar de los obstáculos, a pesar de las dificultades, nosotros los cubanos somos personas privilegiadas, compañeros. Nosotros los cubanos nos podemos dar con un pan en el pecho… de poder contar diariamente con un ejemplar. Y fíjense hasta dónde llega nuestro grado de privilegiadez —esto es un cálculo que yo hice que no lo ha hecho nadie en el mundo— ¿a qué persona, ni siquiera en los países desarrollados, le corresponden 365 panes… en un año? Y a eso es a lo que yo le llamo igualdad, compañeros». 

Sí, entre las poquísimas «conquistas» que el Gobierno insular podía seguir exhibiendo como prendas de la tan cacareada igualdad que prometió en el lejano 1959 y aún esperamos estaba esa mísera muestra de harina horneada que cada día entregaba por núcleo de población a un precio subsidiado de cinco centavos.

Pero llegó el «ordenamiento» monetario de la economía y la —a veces intragable— bolita carbohidrática subió su precio hasta un peso; o sea, veinte veces el valor de base, mientras los salarios y las pensiones se multiplicaron tres o cinco veces a lo sumo.

Pasó la COVID-19. Se siguió apretando el tornillo de banco de la eterna crisis y hace muy poco ocurrió lo que no había sucedido ni siquiera en los años más cruentos de década de los noventa. Por varios días, al unísono en disímiles provincias del país, no hubo pan. Ni siquiera feo, malo, insípido, bajo peso, con harina de boniato. Sencillamente, no hubo. Las bodegas lo anunciaron sin pudor en rústicos carteles: «No hay…».

Si no bastara la represión, la falta de derechos, la angustia cotidiana de un país que emigra hasta en una cáscara de plátano, las fracturas de familias, el ordeno y mando totalitario instaurado e incuestionable —so penas de cárcel o exilio—; si no bastara todo eso, digo, con narrar solamente la desgracia del pan habría más que motivos para declarar incompetente y, por tanto, sustituir a los mandantes que usufructúan la nación.

¿Qué habría escrito a estas alturas el gran Zumbado? ¿Hasta cuándo podrá seguir bromeando en televisión nacional Luis Silva, para siempre Pánfilo Epifanio, con las angustias cotidianas para paliarlas un poco riéndonos de ellas? ¿Dentro de 20 años volverá otro humorista a hacerse famoso con chistes parecidos sobre la PANdemia cubana? 

Ojalá que no. Que ya para entonces nuestros queridos opresores se hayan ido pa' la PANga.

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Jisus

El pan como otros problemas no tienen solución, sencillo: Cada cual resuelve el problema cómo más le convenga incluso en ocasiones pisteando leyes y disposiciones con total impunidad sembrado incredibilidad a nuestro pueblo.Nada que ver con lo que es orientado por los principales dirigentes, situación que considero de preocupante. Se está convirtiendo mí País como suelen muchos decir, "En Siguaraya."
Jisus

Adriana

Ustedes son simplemente una vergüenza. Y como tampoco saben escribir, solo vociferar, no les queda de otra que recurrir a citar largas parrafadas de otros. Pose de víctima, sentencias altisonantes, la clásica frase contra la dictadura para asegurar el pago y ni un dato. Malo no, lo siguiente.
Adriana

John

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