En la rúa San Xulián, a la distancia de una calle de la ribera negra del río Lérez en Pontevedra, Galicia, el negocio Conxelados Lina ofrece mariscos y otros productos del mar. El local hace esquina en el casco histórico de una ciudad con orígenes romanos.
En el interior, dos jóvenes con guantes, gorros y delantales atienden a los clientes en una mañana fría. En galego, las llaman peixeiras, personas que venden pescado.
Una de ellas no hubiera imaginado tres años antes que habitaría este lugar, a 6 649.22 kilómetros de su ciudad natal, Holguín. No habría sospechado que podría quedarse dormida de pie por la acumulación de cansancio, que vería sus dedos deformarse por limpiar un número de calamares imposible de recordar y aun así agradecer por ello. Tampoco habría pasado por su mente la combinación de palabras Got Talent.
Su jefa, una gallega lacónica curtida por el trabajo, ha aprendido a reconocer sus nostalgias y le ha comprado un equipo de música. En su negocio de congelados los clientes no solo encuentran pescado. De vez en vez, Betsy Remedios los recibe en la entrada con su voz de soprano lírico ligera cantando «O sole mio».
Su interpretación contiene la nostalgia y la confidencia de los inicios. «Empezar de cero, me ha hecho fuerte», dice.
Pontevedra: amar de nuevo
Betsy camina por el parque La Peregrina, lleva un teléfono en la mano, un abrigo amarrado a la cintura, camiseta gris, zapatillas y pantalón ajustado en las pantorrillas. Ha terminado su turno de trabajo, pero su rostro retiene la lozanía de la mañana, mientras un peinado hecho con cuidado hace juego con la limpidez de su mirada. En la hora de la siesta española, no hay casi nadie en las calles. Es el primer día claro luego de tres de continuas lluvias.
«A mí no me da vergüenza decir que, menos dedicarme a la música, he hecho de todo», confiesa sentada en las cercanías de la iglesia de la Virgen Peregrina. Piensa que contar que no le ha ido tan bien como algunos imaginan, puede servir de motivación para las personas que la ven cantar en sus redes sociales.
Durante un año cuidó a una anciana cuya familia se convirtió un poco en suya. Trabajó de camarera en un restaurante y de dependienta en un supermercado. Aprendió a limpiar calamares, a cortar merluza y a perderle el miedo a lo desconocido. «Ahora me río, en esos momentos lloraba», reconoce.
La humedad, el frío y el color gris de los días en Pontevedra la enfermaban. Con que una nube cubriera el cielo bastaba para caer con gripe. La pasó mal hasta que aprendió a escoger la ropa de invierno y dejó de mirar hacia arriba para detenerse en sus entornos.
«Para mí Pontevedra tiene un encanto natural; el moho en las plantas y en los edificios, soy muy de naturaleza. Su arquitectura me encanta y, sobre todo, he sobrevivido porque tengo el mar». Betsy vivió dos años en Matanzas antes de salir de Cuba, vivía frente al mar y no sabía prescindir de él. En el mar de Pontevedra encontró refugio para curar sus nostalgias.
Aprendió a lidiar con los días de lluvia infinita, a disfrutarlos. Cuenta que las personas en Pontevedra salen más cuando llueve. Se visten y se van de compras con sus botas, impermeables y paraguas. Se ha adaptado a esa forma de aceptar el clima, aunque su jefa dice que siempre tiene frío, pero ella le recuerda que trabaja con congelados, ¿cómo no sentir frío?
«Cuando empecé a limpiar calamares, se me deformaron un poco los dedos, tengo problemas en las muñecas porque mi trabajo lleva esfuerzo físico, pero me digo “estoy aquí” y lo único que queda es darle el golpe al burro y pa’lante», se anima.
La travesía: Rusia, Grecia y España
A sus 36 años, siente que en Cuba le quedó todo. Abandonó la isla sin despedirse de sus padres, no hubo un último beso ni un último abrazo.
Cuando se fue, hacía más de un año que no veía a su abuela. «Es un dolor con el que cargamos todos lo que emigramos ―admite―. Cada vez que veo a mi abuela por videollamada mi papá me dice “te la voy a quitar, no vayas a empezar a llorar” porque yo siempre digo que, aunque ría, lloro».
Con la protesta cívica de jóvenes artistas e intelectuales frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre de 2020 y las protestas masivas del 11 de julio de 2021, Betsy sintió que tocó fondo en Cuba. La decisión le pareció dura, pero más lo era la realidad. Salió de la isla en agosto de 2021.
Llegó a Rusia con la intención de quedarse allí. Pasaron casi tres meses. No había resuelto la documentación que garantizara su permanencia y temía que la deportaran como le había sucedido a otros cubanos. Entonces se decidió por la travesía a España.
Salió sola para Serbia. Recuerda que llegó de noche y no conocía a nadie, ni tenía ningún contacto. Tomó un autobús en el que viviría una primera amarga experiencia. «Noté que intentaban robarme la mochila. Cuando tocaba bajarse del autobús, vi que me iban a agredir. Le pedí un favor al chofer, le dije que le pagaba porque me llevara hasta el hotel (quedaba a unos 500 metros) y no quiso, no era su problema. Me asaltaron y dos señores de Kosovo me rescataron, fueron mis ángeles. Cuando abrí los ojos, estaba dentro de una panadería».
No logra recordar con exactitud lo que sucedió. Calcula que entre nueve y diez hombres intentaron atacarla y ella ni siquiera conocía su idioma para responderles.
En el camino encontró a tres chicos y juntos cruzaron a Macedonia del Norte. Llegaron en grupo de ocho a Grecia, cuatro mujeres y cuatro hombres. En el país de cultura milenaria encontraría otro desafío.
No era consciente de las consecuencias de entrar y pretender salir por vías irregulares a un país. La detuvieron, la trasladaron a una isla y la retuvieron en un campamento de refugiados durante 22 días.
«El que quiera saber cómo se vive en un campamento de refugiados griego solo tiene que entrar a Internet. Esa experiencia no se la deseo a nadie». Aunque no quiere detenerse en los detalles, describe un pedazo de pasillo de tierra por el que les permitían salir a tomar el sol. A través de las mallas de la cerca podía ver Atenas y solía preguntarse: «¿Qué he hecho con mi vida?»
Encontró consuelo en otras cuatro jóvenes de Iraq, Irán e Israel. Cuando una lloraba, el resto la abrazaba. Ninguna hablaba el idioma de la otra y mucho menos inglés, pero se comunicaban por señas e intentaban darse apoyo. Siente que su estancia en el campamento se convirtió en años de vida que le quitó a sus padres.
«Todo el tiempo nos dijeron que nos iba a deportar; pero un día, sin que nadie nos avisara, nos ordenaron recoger y nos soltaron en la entrada del campamento, allí la falta de comunicación era terrible», recuerda.
Betsy eligió España porque en Almería tiene sus raíces, legado de un bisabuelo. En Galicia dos amigos, que habían hecho la travesía antes, la animaron a reunirse con ellos. Entró a territorio español por Barcelona en diciembre de 2021 y esa misma noche tomó un avión a Vigo. De ahí, viajó directo a Marín, un municipio de Pontevedra con poco más de 24 000 habitantes. De inmediato se sintió en casa.
«Me dije “este es el lugar en el que quiero estar”, lo sentí en mi corazón», admite. En las calles todos la conocen y la saludan como si anduviera por un barrio cubano. La llaman Cubanita. Esa fama de cerrados y bravucones de los gallegos no le ha tocado a ella. Cree que todo gallego tiene alguna familia en Cuba y eso la conecta con ellos.
El camino a Got Talent
Ni famosa, ni rica. Betsy solo cree en la frase «lo voy a lograr». A los siete años escogió la música clásica, aunque se graduó de Economía. Con la idea de convertirse en cantante de ópera entró tiempo después al Instituto Superior de Arte (ISA) para estudiar canto lírico. Una vez graduada, consiguió un lugar como solista en el Teatro Lírico Rodrigo Prats de Holguín.
Su profesión lleva un estudio riguroso. Admite que todos los días no puede ensayar, pero en casa intenta a menudo vocalizar. Las cuerdas vocales son músculos que deben entrenarse para no atrofiarlos. Además, debe ejercitar el diafragma porque la técnica lírica se basa en él, en las cuerdas vocales y en la proyección. Necesita prepararse porque si la ven cantar sin practicar podrían decirle «la chica tiene buena voz, pero se nota el tiempo sin cantar».
Al cuidar la voz, Betsy rehúye de predisposiciones como creer que una nube la afecta. No fuma, se modera con las bebidas alcohólicas y evita exponerse a lo que pueda dañar sus cuerdas vocales. La soprano italiania Mirella Freni, la ruso-austríaca Anna Netrebko y la cantante lírica española Montserrat Caballé son sus referentes en la música lírica.
No pensaba presentarse a la octava edición de Got Talent, uno de los shows televisivos más famosos de España, que se celebró en el segundo semestre de 2022. Sus amigos, a los que considera su club de fans, la impulsaron e hicieron de camarógrafos para el video que debía enviar con la postulación al concurso de talentos. Envió el material y se olvidó.
Otras 6 000 personas se presentaron al casting y el jurado estaba asombrado de la diversidad y la calidad de las propuestas. Tras la pandemia, el programa retomó el formato de semifinales y final en directo y votaciones del público.
Varios meses después recibió la noticia de que había pasado la primera selección. El equipo del programa comenzó a escribirle con frecuencia. Debió enviarles otros videos.
Los concursantes pasan por varias audiciones televisadas y una que no se muestra al público. Para esos procesos de selección, Betsy debía enviar su repertorio, pero no se decidía por ninguna canción. Quería cantar algo con lo que pudiera identificarse.
Una versión de Memory en español, de la cantante mexicana Kika Edgar, fue su elección. «Noche, no hay sonido en la acera; solitaria la luna, sus recuerdos perdió…», canta. Con esta canción vio pasar su vida en un momento: «Me sentía tan sola, tan deprimida, porque creo que todo migrante se deprime. Hay que vivir el tocar fondo, el no saber qué vas a hacer con tu vida. Empezar, que te conozcan, conseguir un trabajo, es durísimo. Estaba viviendo esa etapa».
Risto Mejide, considerado el integrante más difícil del jurado, no aprobó su elección: «Me parece un tema demasiado fácil para ti, tienes una voz tan potente, controlas perfectamente el aire, la respiración, la nota, el vibrato, que escoger Memory, no lo entiendo», le dijo.
A la semifinal, Betsy llegó enferma de coronavirus sin saberlo. «Minutos antes de cantar estaba llorando y minutos después de cantar estaba llorando. No sabía qué iba a pasar porque estaba muda, sin voz», recuerda.
La atendió un médico cubano que le dio todo lo que tenía a su alcance para mejorarla. Solo le quedaba «sacar el alma y lo que Dios quisiera, porque sabía que eso lo vería el mundo entero». Y no le faltaba razón.
Aunque la octava edición del concurso de talentos Got Talent España registró medio millón de espectadores menos que su precedente, mantuvo una media de 1 222 000 espectadores. Estas cifras estuvieron por encima de las medias mensuales de Telecinco, el canal que trasmite el show.
Para la final escogió el compositor preferido de Risto, Johann Sebastian Bach. Quería impresionarlo. Apostó por una versión del tenor Marcel Álvarez de la Suite No. 3 de Bach con texto.
Betsy describe la producción del programa como «aplastante». Se sentía como una reina porque el trato con los concursantes era especial. En semifinales usó un vestuario diseñado para ella y para la final tuvo la oportunidad de escoger entre varios.
Su última interpretación en el programa deshizo al jurado en halagos, pero la votación final correspondía al público a través de la aplicación Mitele. Ganó por primera vez un mago, Jordi Caps. «No me arrepiento, a pesar de todo lo que vino después. Haber pasado por Got Talent cambió mi vida», asegura.
El programa conecta a los concursantes con oportunidades de trabajo y superación. A Betsy le prometieron una audición en el Teatro de la Zarzuela en Madrid. Un mes después del concurso, el subdirector del teatro le escribió para felicitarla y fijar la fecha para la audición. Luego la cancelaron por cambios en la dirección; entre ires y venires, la oportunidad se diluyó en el tiempo.
«Era una audición, no me estaban dando un puesto de trabajo en el teatro. ¿Qué pasó después? No me llamaron más, no me escribieron más», lamenta.
Un año después la contrataron para un concierto en Almería en el que participó la hija de Monserrat Caballé. Lo recuerda como cuatro días de burbuja en los que se volvió a sentir artista.
En ese momento trabajaba en la empresa Conjusa (una de las mejores de la zona, según ella), limpiando mariscos y calamares. Poco después pasó a la tienda de congelados de la misma empresa. Ahí trabaja en la actualidad.
«Los sueños hay que currarlos»
Con su participación en Got Talent, Betsy conquistó titulares en los periódicos locales. El medio Pontevedra Viva la llamó «la exiliada cubana más querida de Marín» y el Diario de Pontevedra invitó a sus lectores a votar por ella.
Sin embargo, en lo que resuelve su estatus migratorio en España, una preocupación ocupa sus pensamientos. «¿Sabes qué es lo más triste? El día que vuelva a Cuba voy a encontrar muy pocos amigos. Es duro». El torrente migratorio de los últimos años en la isla la deja con la duda: ¿a quién verá cuando vuelva?
Espera llegar a tiempo para encontrarse con su abuela de 96 años y abrazar a su familia.
Mientras suenan las campanadas de La Peregrina repite «no estoy mal, no estoy mal…», como si intentara convencerse. Tiene trabajo, personas que la quieren y su jefa la anima a cantar.
Hace poco participó en el programa Axuntos de la televisión gallega. Sueña con volver a cantar y estudia todos los días para estar lista cuando le llegue la oportunidad.
«Lo bueno de empezar de cero es que puedes cambiar lo que hiciste mal y hacerlo de nuevo mucho mejor».
Asegura que en cinco años no será la misma. Para ese entonces algo habrá logrado. «Mis amistades se ríen porque digo que tengo un saco de piedras y a cuanta ventana vea le voy a tirar, alguna me abrirá».
Sabe que puede sonar soñadora, pero los sueños hay que «currarlos» y ella está proyectada. En cinco años estará más cerca de su meta.
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