Foto: Yudarkis Veloz Sarduy
Crisis profesional en la emigración: el caso de las cubanas
22 / julio / 2024
Yanelys Núñez vive hace cuatro años en España. Cuando llegó, trabajó en bares, limpió casas, dobló ropa en mercadillos, pasó tardes tratando de captar socios para Médicos sin Fronteras en Madrid, una ciudad que ni siquiera conocía. En Cuba, Yanelys Núñez fue expulsada de su trabajo por crear el Museo de la Disidencia, un proyecto que lidera junto al artista Luis Manuel Otero Alcántara. Le dijeron que debía pasar cuatro años de «rehabilitación» para poder volver al sector de Cultura.
Yanelys es licenciada en Historia del Arte por la Universidad de La Habana y pudo reorientarse en el periodismo independiente como profesión. «No tenía ningún tipo de formación para ejercer el periodismo», apunta, pero agradece el no tener que ganarse la vida con trabajos que «en muchos casos han sido muy precarios y son los que más esfuerzo físico presuponen». Hoy colabora con varios proyectos relacionados con el arte y la cultura en la isla, pero desde el exilio.
Una de las crisis que se dan en el complejo proceso migratorio es la profesional. Caracterizada por la dificultad o imposibilidad de ejercer la profesión para la que uno se formó, la crisis profesional migratoria es uno de problemas que más golpea a aquellas personas que han dejado su país por voluntad propia o por exilio.
En los últimos años, el fenómeno migratorio desde Cuba hacia diferentes partes del mundo, en especial hacia Estados Unidos, México, Nicaragua y España ha ido en aumento. Entre 2022 y 2023, 425 000 cubanos y cubanas emigraron a Estados Unidos; México recibió 36 000 solicitudes de asilo; otros 100 000 optaron por Nicaragua como puente migratorio; y 150 000 se trasladaron a España aprovechando la ley de nietos.
Según un estudio del Instituto de Política Migratoria en Estados Unidos en 2023, el 47 % de los cubanos y cubanas que inmigraron entre 2017 y 2021 a EE. UU. tenían un título universitario. Sin embargo, la mayoría de los profesionales ha tenido que reinventarse y aceptar trabajos con los que ni siquiera estaban familiarizados o para los cuales no tenían las condiciones físicas o formativas necesarias (cuidadores de personas mayores con dificultad de movimiento, estibadores, albañiles, barrenderos...).
El quebrantar de la identidad profesional
Carlos Joaquín Blanco, máster en Intervención Psicosocial en el Desarrollo Humano, emigró a España hace poco menos de un año. En su búsqueda de empleo, constató que solamente podía acceder a trabajos en el ámbito de los cuidados, la hostelería y la construcción.
La falta de experiencia de los migrantes en estos tipos de trabajos dificulta mucho no solo encontrar empleo, sino adaptarse a ellos. «Me formé en mi profesión porque me gusta lo que hago», apunta Carlos Joaquín, «si no encuentro trabajos que tengan que ver con aquello para lo que me formé, no puedo liberar mi potencial, no puedo contribuir socialmente con lo que sé ni disfrutar de la experiencia de hacerlo».
La socióloga cubana Dayana Sotomayor, sostiene que este «proceso en el cual los profesionales de alta calificación que emigran a otro país se ven forzados a desempeñarse en empleos que no demandan su formación anterior» se traduce en la pérdida del capital intelectual cubano y su consecuencia en el desarrollo económico y social del país de origen. También tiene consecuencias para la nación de acogida que, al no validar las competencias profesionales de los migrantes, desperdicia un valioso capital humano.
Al respecto, la psicóloga cubana Diamela Prieto apunta que esta crisis «supone un quebrantar de la identidad profesional y la pérdida de motivación y deseos con los que se afronta un determinado puesto de trabajo, al no poder seguir desempeñando una labor profesional que le generaba bienestar». Lo anterior, además, pasa por un proceso de «adaptación al medio, a una nueva cultura, a un nuevo clima, incluso, y aúna varios factores que terminan por desestabilizar al migrante», afirma.
Dejar de ser uno, trabajar 23 horas al día y recibir llamadas groseras
ONU Migración apunta que las mujeres representan casi la mitad de los migrantes internacionales a nivel mundial y cada vez son más las que migran solas, incluso como jefas del hogar. Asimismo, plantea que «el sexo de una persona, su identidad de género y su orientación sexual moldean cada etapa de la experiencia migratoria».
«Esta dificultad o imposibilidad de ejercer la profesión tras migrar, afecta desproporcionadamente a las mujeres», asegura Dayana Sotomayor. Además de los múltiples factores que comparten con los hombres, «las mujeres enfrentan la doble jornada de trabajo y las responsabilidades familiares, lo que reduce su disponibilidad para recualificarse o asumir empleos que requieren largas horas o desplazamientos extensos», añade.
La psicóloga Diamela Prieto, por su parte, agrega que los estereotipos de género limitan las oportunidades laborales disponibles para las mujeres y las exponen a un clima de mayor vulnerabilidad. Existen casos en los que ante un anuncio de búsqueda de trabajo en plataformas digitales, mujeres migrantes han sido víctimas de acoso y llamadas para propuestas de «contratos» a cambio de sexo o en busca de una conversación que termina en masturbación telefónica.
Alana Fuentes era editora y escritora en Cuba. Al emigrar, se anunció en la plataforma española MilAnuncios para ejercer de niñera o de asistente del hogar. En una llamada, le propusieron ser interna para cuidar a un chico de 18 años que había tenido un accidente y que lo único que le motivaba era ver porno. «Me llamó el padre del muchacho, me dijo que me pagaba lo que quisiera solo por dejarme mirar por su hijo y dejar la puerta de mi habitación abierta para que él pudiera masturbarse mientras yo dormía».
Alana terminó de interna en un hogar en el que trabajaba 23 horas al día. Cuidaba de tres niños que se despertaban por «turnos» en la madrugada. En las primeras semanas comenzó a padecer «calambres horribles en las manos y los pies» y confiesa que le «dolían hasta las mitocondrias». En medio de su trabajo, logró editar dos libros y usaba la hora libre y las madrugadas entre llanto y llanto de cada niño para volver a «ser ella». «A esa hora, se me olvidaban las manos quemadas por el desengrasante de cocina. Me sentaba frente a mi computadora y volvía a ser yo».
Al año y medio de trabajar de doméstica, Alana logró insertarse como editora en una revista digital cubana con sede en Madrid, pero situaciones presupuestarias la volvieron a dejar desempleada. «Ahora vuelvo a este limbo de incertidumbre. He logrado ahorrar alguito, pero cuando emigras no hay algo seguro respecto a nada. Si me vuelve a tocar limpiar pisos de señoras que te echan porque el rodapié no ha quedado lo limpio que debería, creo que pediré la eutanasia», dice con una sonrisa que demuestra sarcasmo, pero que describe su situación emocional.
La crisis profesional migratoria no afecta a todos por igual. Para las mujeres, la realidad se entrelaza con estereotipos de género, barreras adicionales en el mercado laboral y una lucha constante por la autonomía económica y el reconocimiento profesional.
Los roles que han tenido que asumir, aunque esenciales y dignos, raramente reflejan su vocación, formación académica y experiencia profesional previas. La situación no solo representa un desperdicio de talento y capacitación, sino que también conlleva un impacto psicológico significativo. La pérdida de autoestima, el padecimiento del síndrome del impostor cuando se logra acceder a puestos de trabajo cualificados y el desequilibrio emocional y mental al que las expone la incertidumbre, son solo algunos ejemplos.
«Hacer lo que haya que hacer» para sobrevivir y apoyar a la familia
Thais Lima es neuróloga, vive en Riverside, California, Estados Unidos. Dejó de ejercer en Cuba para poder sacar un pasaporte que le permitiera migrar. En lo que le llegaba el permiso de salida, Thais comenzó a trabajar de promotora de una editorial independiente. Al principio, estuvo molesta por abandonar «lo suyo» y aunque terminó disfrutando su alternativa de trabajo e incluso llegó a escribir y publicar un libro de poesía, reconoce que «la crisis profesional comienza desde que decides emigrar, no desde que lo haces».
«Llegar a Estados Unidos fue un cambio radical, hay que aprenderlo todo, desde el idioma hasta cómo pagar en una tienda con una tarjeta», comenta Thais. «Fue fuerte», dice, se sintió perdida y no sabía qué hacer, qué elegir y terminó por volver a reorientarse, ahora hacia «los números, la logística y el papeleo» en un negocio que emprendió su esposo. «Nada tenía que ver con lo que había hecho o querido hacer en mi vida, pero ahora no se trataba de lo que quería, sino de lo que convenía como inmigrante recién llegada».
Aunque Thais logró sacar algunas certificaciones de Medical Researcher y a veces hace extras en investigaciones de neurociencia, sigue trabajando en el negocio familiar. Confiesa que ha llorado mucho y que sigue sintiendo frustración. No obstante, se siente coherente con su decisión de emigrar. «En Cuba éramos profesionales con techo, teníamos un límite que no podíamos cruzar, no podíamos querer más y eso es lo peor que puede pasarle a un ser humano, que le bloqueen sus aspiraciones, sus deseos, sus metas», cuenta.
María Antonieta Colunga, madre y periodista cubana exiliada en Estados Unidos, concuerda con Thais cuando plantea que entre los migrantes cubanos existe una «conciencia compartida» sobre la necesidad de «hacer lo que haya que hacer» para sobrevivir y apoyar a la familia. «Aunque la mentalidad prepara a los migrantes para enfrentar realidades adversas, no atenúa el “choque abismal” que supone la prolongada desconexión de sus profesiones», asevera.
En su testimonio, María Antonieta argumenta que el sacrificio y la pasión invertidos en la formación profesional en Cuba se ven brutalmente desvalorizados en el exilio, donde las habilidades y conocimientos adquiridos pierden relevancia y reconocimiento. El proceso migratorio no solo implica un cambio de país y en la ocupación, sino también una «dolorosa reestructuración de la identidad y los sueños personales». «Son otros sueños que se truncan, además de los otros que se nos habían truncado en Cuba», confiesa.
Sin embargo, Thais Lima y María Antonieta han logrado encontrar sustento con mayor facilidad que otros emigrados cubanos en España, por ejemplo. Según Juan José Dolado, catedrático de Economía de la Universidad Carlos III de Madrid y especialista en Economía Laboral, «encontrar trabajo en Estados Unidos no es tan difícil como en Europa» debido a que «el mercado laboral estadounidense es más fluido». En Estados Unidos, los trabajadores entran y salen del mercado laboral con facilidad, mientras el mercado laboral europeo es en general «más rígido y tiene una menor rotación».
En febrero de 2023, el Servicio Público de Empleo Estatal español contabilizó 375 988 personas migrantes en paro, de las cuales el 61.9 % eran mujeres. No obstante, las estadísticas no cuentan a las mujeres que todavía no logran regularizarse y que trabajan en el mercado informal o no logran trabajar. Tales son los casos de Madelyn Barrios y Romi Prieto, dos cubanas que a pesar de llevar dos y cuatro años respectivamente viviendo en España, lidian con las consecuencias de vivir indocumentadas en un país extranjero.
Madelyn Barrios se desempeñaba en La Habana de directora de un centro cultural y califica de «totalmente negativa» su experiencia en cuanto a encontrar un trabajo afín a su carrera. «De la mano del estatus de migrante o indocumentado ninguna oportunidad laboral afín surge, por más entrevistas realizadas y CV que se puedan presentar. Para modificar el estatus, los períodos de tiempo a esperar son bastante largos y entre tanto la vida del profesional en tierra extranjera se encarece al extremo», asegura.
Romi Prieto, graduada de la carrera de Historia en la Universidad de La Habana, sostiene: «cuando emigras, tu título no vale, estoy trabajando de mecánico no porque es mejor, sino porque no me queda otro remedio y esa falta de “remedio” es asfixiante». También se refiere a las diferencias culturales: «Cuando abres la boca en cualquier entrevista, la primera pregunta deja de ser sobre tus capacidades profesionales y se convierte en “¿de dónde eres?, pero y ¿has trabajado aquí”?».
La crisis profesional que se da en la migración también plantea barreras para el empoderamiento económico de las mujeres migrantes, asegura la socióloga Dayana Sotomayor. «Los empleos de baja remuneración a los que muchas veces se ven relegadas no solo perpetúan las desigualdades de género, sino que también limitan su capacidad para alcanzar la independencia financiera y tomar decisiones autónomas sobre su vida y futuro», plantea.
Para subsistir, Madelaine comenzó a ofrecerse de camarera, cuidadora de niños y adultos mayores, paseadora de mascotas, etcétera; opciones laborales por la izquierda, sin contrato, consideración ni beneficio. Finalmente, tras siete meses de búsqueda, encontró una oportunidad como reponedora en un bazar chino. Trabajó 12 horas diarias con solo un día de descanso por apenas 750 EUR al mes. Al cierre, debía realizar la limpieza de la tienda y de los sanitarios.
Romi, por su parte, se ha desempeñado de «chacha, niñera, camarera, cuida mascotas» y de cuantas cosas le permita pagar la renta. No obstante, comenta que su realidad le ha «servido de impulso» para retomar a esa historiadora que dejó archivada hace mucho tiempo y trabajar para sí misma en algo que no le paga, pero le ayuda como terapia para recuperar su confianza. Desde hace un año creó «Vivir en Cueros», un pódcast con el que rescata historias de migrantes y valida sus experiencias.
comentarios
En este sitio moderamos los comentarios. Si quiere conocer más detalles, lea nuestra Política de Privacidad.
Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *
Madelyn
Jose Ramon
Yudarkis Veloz Sarduy
Ignacio Díaz
Tea Caujerí
Niurys Viera
Tea Caujerí
Sanson
Ramón Véliz Sosa
Lili
Alex