¿He cambiado yo o ha cambiado la ciudad?
Sergio, Memorias del subdesarrollo
Tal parece que Ana de Armas es cubana a la fuerza, porque no le queda otro remedio. Su nacionalidad es una tara fastidiosa a la que a veces acude, sobre todo cuando necesita justificar en clave nostálgica sus viajes a la isla o, tal vez, como chiste de ocasión en talk shows estadounidenses cuyos conductores, desconcertados y risueños, se sorprenden al saber que todavía existe hambre en el mundo. En uno de esos programas, sin un granito de remordimiento, la actriz aseguró que el mayor «choque cultural» que había experimentado al salir de Cuba y llegar a España en 2006 fue la comida, la enorme cantidad de comida.
«Amo comer arroz, frijoles, pollo y cualquier otra cosa. Aun así, no tuve caramelos cuando era niña, por lo que me obsesioné con comprar caramelos y gomitas y helados y donas y todo lo demás cuando me mudé a España», contó Ana de Armas en 2017, en una emisión de Late Late Show with James Corden. Pocos segundos después, confesó su fascinación por la comida enlatada, una suerte de filia tercermundista que no pudo satisfacer en Cuba, donde, según ella, solo las sardinas se vendían de esa forma. «Nunca creí que la gente pudiera mirar una lata de comida y pensar que era algo maravilloso», le respondió Corden, cifrando en ese legítimo asombro el trauma más severo de los cubanos.
I. Happy birthday, Mr. president
Ana de Armas rompió su silencio sin decir una palabra. Durante años estuvimos esperando por alguna declaración, post o gesto suyo que nos convenciera de su militancia anticastrista o que, al menos, brindara señales de su empatía hacia un país colapsado. No estaba obligada a hacerlo, por supuesto, nadie lo está. Aun así, su impacto mediático puesto en función de la denuncia o simplemente del señalamiento de la crisis cubana hubiera sido una ganancia incuestionable para la visibilidad de nuestro drama nacional.
Ciclones, terremotos, un tornado, mucha hambre y represión, un 27N, un 11J, más de 1 000 presos políticos, dos apagones nacionales y Ana nunca dijo nada, absolutamente nada. Ante su mutis político, los más conciliadores nos resignamos a su ausencia, justificamos su actitud aludiendo a cierta lejanía con respecto a la realidad del país, un argumento tan clasista como irreal. «Yo hablo a diario con gente en Cuba, con mis amigos, mis ahijados, mi mamá. No estoy, pero estoy», le dijo Ana en 2023 a People en español. «Aunque ya no viva allí y solo vaya en algunos momentos en el año cuando tengo el tiempo, la conexión es muy fuerte», aseguró la actriz en la misma entrevista. Su desapego, sin embargo, no se reduce exclusivamente a su vínculo con los «desconocidos», con la gente sin rostro de las calles.
«Tato» es el apodo con el que Ana de Armas se dirige cariñosamente a su hermano. Javier Caso, fotógrafo y realizador audiovisual, no usa el apellido paterno como parte de su nombre artístico y es, además, activista por la democracia en Cuba. Más allá del elemento contestatario que le imprime a su obra, Caso también ha puesto el cuerpo por delante, tanto en huelgas de hambre como en interrogatorios policiales. «No más secuestros y encarcelamientos. No más torturas. No más muertes. No más dictadura», se puede leer en la foto de portada de su perfil en Facebook. Para sorpresa de nadie, su hermana nunca se ha pronunciado en contra de la represión que ha sufrido Javier Caso, al menos no de manera pública.
Pero ahora ya no hay vuelta atrás, aunque a Ana de Armas eso parece importarle bien poco. Su aventura, romance o noviazgo con Manuel Anido Cuesta, asesor e hijastro del presidente/dictador de Cuba, se ha vuelto explosivamente público desde que la revista ¡Hola! sacara a la luz, el pasado 20 de noviembre de 2024, una «sesión» de fotos de la pareja. No obstante, Alexander Otaola ya había hablado sobre el tema en mayo, mucho antes de la «exclusiva», pero aún sin pruebas concluyentes, por lo que podemos suponer que el estreno oficial del affaire fue, cuando menos, meditado.
Madrid, la noche, otoño: tan bien se la curró el paparazzi de ¡Hola! que no pocos sospechan de una malintencionada complicidad por parte de Ana y Manuel, algo así como un recóndito plan para lavarle la cara al régimen desde Hollywood. La imagen de esta Marilyn Monroe cantándole un acaramelado «japi beibi tu yu» a Díaz-Canel, en un pleno del PCC, ha seducido a más de uno. Quien quita que, persuadidos por esta maniobra publicitaria, a Netflix le dé por mudar sus estudios a Centro Habana y empecemos a ver a Chris Evans o a Keanu Reeves haciendo la cola para el Coppelia. Todo es posible en el Castroverso.
II. El romance del palmar
Volviendo a los sucesos de «aquella noche», la guinda del pastel de la glamurosa velada, con cena incluida en el lujoso restaurante Numa Pompilio, la dejó el encuentro con los abogados cubanos Rodolfo y Lourdes Dávalos, padre e hija, conocidos por representar al régimen en el juicio de Londres. El Gobierno de Cuba tiene una deuda de 1 200 millones de dólares. De esta enorme suma, debe pagar 78 millones con carácter inmediato al fondo de inversión CRF I Limited (CRF I Ltd) tras un fallo del Tribunal de Apelaciones de la ciudad británica. En medio de todo ese espinoso asunto están los Dávalos, quienes también tuvieron protagonismo en el caso de los cinco espías de la Red Avispa. Es decir, los «cinco héroes».
En lo personal, sin nada que sostenga mis conjeturas más allá de mi propia intuición, no creo que Ana de Armas haya llegado a esas instancias de la «política» nacional gracias a su relación con Anido Cuesta. Más bien, todo lo contrario. La actriz debió conocer al hijo de la «primera dama» en alguno de sus muchos coqueteos con el oficialismo. Quizá en una fiestecita organizada por su amiga de toda la vida, la que la espera en el aeropuerto y la lleva a cenar al restaurante El Cocinero; o acaso en uno de sus viajes a Varadero o Cayo Santa María, donde fácilmente pudo haberse topado con cualquier dirigente cubano. Aun así, repito: al menos yo no tengo prueba alguna de nada, solo elucubro y proyecto.
Nótese que, hasta ahora, no he hecho énfasis en los vínculos que unen a Manuel Anido, Díaz-Canel y Lis Cuesta. No ha sido necesario, la verdad: esa relación (llamémosla «paterno-filial») entre el dictador y su hijastro no tiene mucho que aportar a este debate, es un dato accesorio, anecdótico, que solo interesa al gran público en la medida en que sea capaz de generar el morbo típico que nos despierta el nepotismo, la consanguinidad y otros fetiches semejantes.
El nuevo novio de Ana de Armas es asesor de la presidencia, un funcionario que ha viajado de representante del régimen a Corea del Norte, Irán, Rusia y el Vaticano, entre otros destinos. Esos viajes son lo que importa, no tanto quién le puso la pañoleta o lo llevó a mataperrear al parque. Durante su estancia en la Santa Sede, Canel llegó incluso a presentar a Anido Cuesta ante el papa como «el opositor de la familia», una burla grotesca hacia los cubanos que sí asumen ese rótulo con coherencia, criminalizados y perseguidos en su país por los mismos represores que ese día fueron recibidos entre abrazos por Francisco. Terrible.
A pesar de que varios medios españoles lo catalogan como alguien «conocido» e «influyente» en la Isla, Manuel Anido es, sin mucho alarde, un personajucho insípido y grisáceo que ha escalado hasta las más altas esferas del poder en Cuba gracias, en buena medida, a los privilegios castro-canelistas y a su lambisconería. Sobre él no tengo mucho que decir, de la misma forma en la que no había nada que esperar de su actitud. Anido Cuesta es parte de la cúpula gubernamental del castrismo, miembro de una nueva camada de burócratas milenials que busca perpetuar la continuidad fidelista, cada vez más corrupta y menos discreta.
El hijo de la «primera dama» cena en restaurantes de lujo europeos mientras los cubanos no tienen carbón (ni comida) para cocinar; esquiva en hoteles madrileños los tercos apagones de su país (¿alguien sabrá cuándo le toca a su bloque?) y, desde hace bien poco, besa públicamente a estrellas de Hollywood a las que les saca a pasear sus perritos. Manuel Anido es, en fin, otra evidencia de la podredumbre dictatorial cubana. Poco más.
III. Ahora soy peor
Para terminar, regreso con Ana, a quien en algún momento percibí como la «víctima». De hecho, en 2022 redacté un texto en el que señalaba al Gobierno por haberla eliminado por completo de sus medios de información cuando era la actriz cubana más internacional de la última década. Esto dije sobre Ana de Armas hace más de dos años:
«(…) las Culturales del NTV todavía no se enteran de su existencia, al tiempo que la prensa oficialista prefiere ignorar su éxito en favor de primicias más «vernáculas». Ana no es activista, no protagoniza titulares políticos ni enjuicia asiduamente al régimen. Aun así, su recorrido profesional se insinúa sospechosamente extranjerizante, exento de los patria-o-muerte y los somos-continuidad necesarios para pertenecer al catálogo de la VERDADERA CULTURA CUBANA. Por si fuera poco, no ha protagonizado ninguna telenovela de Cubavisión ni ha sido invitada a Mediodía en TV. Muy poco revolucionario de su parte, la verdad».
A pesar de que el castrismo nunca le dio la más mínima cobertura a Ana en la isla y de que solo se dignó a mencionarla después de Blonde, de los Oscar y de su consagración como estrella mundial, ella ha dejado bien claras sus preferencias. Sin embargo, estoy seguro de que no me equivoqué al defenderla en aquel momento. Ella fue la que nos engañó, con su aparente neutralidad y su presunto carácter conciliador, más ficticio que el doctorado de Lis Cuesta.
Por desgracia, Marilyn Monroe se parece más a Vilma Espín de lo que nos imaginábamos.
«Mi corazón pertenece a Cuba, pero sabía que tenía que salir de allí para crecer», dijo Ana de Armas en una entrevista a AnOther Magazine en 2022. Salió, creció y volvió, lo hace a cada rato. Pudo abandonar el país al adquirir la ciudadanía española gracias a sus abuelos, él de Palencia y ella de León. De no ser por esa condición aleatoria, por ese pasaporte heredado, ¿quién sabe dónde estaría hoy una de las favoritas de América?
IV. Ana de Armas ya no quiere ser cubana
Durante mucho tiempo, Cuba fue el background ideal para su historia de superación, tan hollywoodense como ninguna otra. Ella, la niña humilde que no tenía televisor ni comía caramelos, luchó ferozmente por un sueño, suyo y de nadie más. Casi 20 años después de haber huido de la isla, Ana todavía recurre a ese tópico, describiendo en entrevistas lo feliz que fue en la Cuba del Período Especial (sin utilizar este término, por supuesto) y sus carreras por las calles de La Habana, descalza, así como las primeras obras que improvisaba en casa, junto a su hermano. Hemos sido el escenario sobre el que ha montado su performance.
Todo era perfecto hasta este momento, en el que a Ana de Armas le está pesando la responsabilidad de haber nacido en Cuba. Sus redes se llenan de muestras de antipatía y decepción, al menos en el par de posts en los que aún se puede comentar. Ella, mientras, solo quiere seguir con el negocio.
No hay nada más que esperar de Ana de Armas: su Instagram es todo Louis Vuitton, ahí no cabemos los cubanos.
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