hombre, anciano, chapas

Foto: elTOQUE.

Sin patria y con torpe amo (+ Narración)

13 / noviembre / 2023


—Ya sé que es definitivo. En lo que me queda de vida aquello no se arregla. Me voy para trabajar, trabajar mucho, si acaso volver de visita a ver a la familia que queda y, finalmente, morirme afuera.

El experimentado profesor, que podría haber dado mucho más a la universidad cubana, me habló con serenidad, sin drama. Sin embargo, en cada una de sus palabras se sentía el desborde de angustia que lo llevó a tomar distancia de la isla que tanto ha querido.

Días después, con otro amigo, joven, la conversación derivó hacia las mismas congojas. Él se fue con los más cercanos de la casa; pero teme por los que quedan atrás. No voy a descansar hasta sacarlos a todos, dijo.

De mi barrio, quienes no están esperando el parole humanitario de Estados Unidos, están desenterrando abuelos, bisabuelos e incluso tatarabuelos para encontrar una veta familiar que les permita acceder —ley de nietos mediante— a la ciudadanía española. O buscando las opciones más baratas de coyotes que, al menos, los lleven hasta Nicaragua o, con mucha suerte, hasta México para luchar una manera de llegar al «yuma». Una muchacha vendió todo y se fue con su niño de cuatro años; en medio de la travesía pasó el susto de la vida cuando el pequeño casi se ahoga. La historia tuvo un final feliz. Sabemos que, en decenas de casos, la muerte es el precio al escape

Para millones de cubanos, sin nadie que los reclame, sin parentela española en su ADN, sin nada que vender ni un trabajo que les permita comer decentemente, el horizonte se reduce a la alegría de que vuelva la electricidad después de largos apagones, abastezcan de agua potable las resecas tuberías, repartan unas libras de arroz por la cuota o que el pan ácido de la bodega no llegue tan tarde cada jornada. Algunos días no viene. 

Mientras, el presidente, que ni con dos toneladas de maquillaje, ensayando una y otra vez sus palabras, pregrabando y editando las respuestas e intentando un performance de espontaneidad, logra concatenar ideas empáticas hacia su pueblo; ese flamante primer secretario del Partido Comunista, que ganó un sobrenombre por el cual será bien recordado —singao—, afirma que «modificar las causas estructurales de la migración cubana está en manos de las autoridades norteamericanas» (titular de Granma).

Ocuparse del mandatario y de sus risibles desatinos —que uno puede intuir manejados por la cúpula militar gerontológica—, francamente, importaría poco si no fuera porque cada vez más la isla semeja una enorme ruina y su rostro es el que debe responder en virtud de la silla jerárquica que nominalmente ocupa.

Más preocupante, pienso, es la desesperanza instalada como tema central de todas las historias, de todas las fracturas. Gente que mira hacia ninguna parte, que sueña un Madagascar que no aparece y con cero expectativas que ofrecerles a sus hijos —más allá del «búscate una forma de escapar»—.

De hecho, de las delegaciones deportivas cubanas —otrora orgullo nacional—, ahora lo que más se espera no son las medallas, sino las noticias sobre qué atleta o cuál entrenador logró zafarse de la vigilancia y brincar el charco. Y si la buena nueva trae los detalles de las peripecias que atravesó el temerario, mucho mejor. 

«¿Cómo vamos a decir “esta es nuestra patria”, si de la patria no tenemos nada? “Mi patria”, pero mi patria no me da nada, mi patria no me sostiene, en mi patria me muero de hambre. ¡Eso no es patria! Será patria para unos cuantos, pero no será patria para el pueblo (…). Patria no solo quiere decir un lugar donde uno pueda gritar, hablar y caminar sin que lo maten; patria es un lugar donde se puede vivir; patria es un lugar donde se puede trabajar y ganar el sustento honradamente y, además, ganar lo que es justo que se gane por su trabajo (…). Precisamente la tragedia de nuestro pueblo ha sido no tener patria. (…) La mejor prueba de que no tenemos patria es que decenas de miles y miles de hijos de esta tierra se van de Cuba para otro país, para poder vivir (…). Y no se van todos los que quieren, sino los pocos que pueden».

El párrafo anterior —que si lo grita cualquier disidente nacional hoy le costaría años de presidio— pertenece a un discurso que Fidel Castro, el glorioso comandante en jefe, dio el 4 de enero de 1959 en el parque de la ciudad de Camagüey. 

Sesenta años después, recogiendo la milimétrica destrucción que él fraguó, chapoleamos en igual agua putrefacta, con el agravante de ver a los que iban a ser nuestros libertadores convertidos en los dueños del trono de hierro.

José Martí, quien fue demasiado honesto y poeta para sobrevivir como político, tuvo la certeza de que moriría «sin patria, pero sin amo». Nosotros, salvando las distancias, sufrimos iguales pesares. Sin patria; y meditando cómo enfrentar o huir (la mayoría de las veces) del torpe amo. Qué destino de mierda, ¿no?





ELTOQUE ES UN ESPACIO DE CREACIÓN ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LA OPINIÓN DE SU AUTOR, LA CUAL NO NECESARIAMENTE REFLEJA LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.

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