Transcurre la mitad de junio. En el sexto mes de 2025 buena parte de los estudiantes universitarios cubanos, a golpe de comunicados subscritos en varias facultades, una inédita llamada al paro estudiantil, más las presiones que han comenzado a experimentar algunos estudiantes y sus familiares, me proyectan, de súbito, a un día de noviembre de 2020. El 27.
Tengo no pocos recuerdos de aquella jornada. Frente al Ministerio de Cultura (Mincult), un grupo de jóvenes escritores y artistas, activistas y periodistas situó, en el imaginario cultural, social y político cubano, un nuevo punto de inflexión. En 2020 no era yo exactamente joven, tampoco fui protagonista. A lo largo de aquel día en El Vedado mi condición fue la del testigo.
Se ha escrito bastante de esa jornada que no terminó con la lectura de los acuerdos en apariencia machihembrados en la reunión exigida por quienes se apostaron, pacíficamente, a las afueras del Mincult. Con más o menos ilusiones y escepticismo, en la madrugada cada cual se llevó la experiencia a su entorno: la casa, el barrio, la escuela, el centro de trabajo, las redes sociales…
Pongamos que, con la asesoría de la Seguridad del Estado, funcionarios públicos, en conjunto con la prensa, de cara a la Cuba que no estuvo en el Mincult echaron abajo lo pactado en la reunión.
El 27 de noviembre, un dispositivo de control y de terror rodeó y se entreveró en aquel breve ecosistema civil, batallador y a la vez pacífico, diverso. Creado de manera espontánea en una calle de la capital, estaba dispuesto al diálogo, a la participación, a la transformación, y a la creación y apertura de un espacio plural que de manera progresiva tomara las dimensiones y tesituras de un país: Cuba.
«Queremos un país inclusivo, democrático, soberano, próspero, equitativo y transnacional», dice el manifiesto.
Además, dice: «Deseamos una nación donde expresarse libremente no constituya un acto de valentía, sino que sea una consecuencia natural del pensamiento autónomo. Donde no exista el odio político, la violencia policial, la represión, la censura, la manipulación mediática, la violación de la privacidad, los actos de repudio; en fin, las prácticas abusivas de poder ejercidas por una dirección política centralizada, militar y partidista, que discrimina y anula a quienes disienten, violando sus derechos humanos».
No hay, en esencia, diferencias con respecto a los reclamos de los universitarios que, a inicios de junio de 2025, decidieron pronunciarse en contra del tarifazo de la Empresa de telecomunicaciones de Cuba S. A. (Etecsa). Un reclamo en nombre de la comunidad de estudiantes, y en el de un pueblo al que, una y otra vez, el Gobierno le pide «resistir creativamente».
Sí, resistencia creativa ante un cúmulo de adversidades que, bajo la forma de un evento al que científicos sociales llaman policrisis, ha lacerado todavía más lo que apenas va quedando de país.
En la escala Saffir-Simpson, los vientos huracanados de la dolarización que asola a Cuba registran números históricos. Frente a los ojos de «los damnificados», la oligarquía burocrática, cual ojo de huracán, se desplaza, y hace y deshace a su antojo sin rendir cuentas, sin pagar por cada costoso error perpetrado un año sí y el otro también.
Escudados en la eterna justificación del bloqueo, aprovechando además las consecuencias de este, camuflan a conveniencia las secuelas de absurdas estrategias económicas, ejecutadas incluso a contracorriente de cuanto han aconsejado economistas cubanos.
«Reclamamos la legitimidad de la abierta y libre discrepancia y del pensamiento crítico como vital ejercicio para evitar la inmovilidad, la corrupción y el mal actuar de los funcionarios o cualquier otro ente de la sociedad que atente contra su desarrollo. Necesitamos sanar como país los daños que ha dejado el adoctrinamiento; sustituir las mentiras y malos hábitos aprendidos, por la voluntad y el compromiso de rescatar la honestidad y el amor a la verdad como principio», dice el Manifiesto del 27N.
En esencia, repito, no veo divorcio alguno entre las declaraciones del 27N y la de los estudiantes de la Facultad de Ingeniería en Telecomunicaciones y Electrónica de la Universidad Tecnológica de La Habana «José Antonio Echeverría» (Cujae); las divulgadas por los jóvenes de la Facultad de Matemática y Computación de la Universidad de La Habana; y las socializadas por la Comunidad Estudiantil de la Universidad Central de Las Villas, por solo citar tres ejemplos.
De la mañana a la noche del 27 de noviembre de 2020, y con recursos diferentes, quienes actuaban bajo las órdenes de los gerifaltes de la maquinaria (de control, de captura y castigo) buscaron sabotear (inducir a la violencia) una espontánea comunidad de afectos e intereses.
Cuanto he constatado en las redes sociales a propósito del desarrollo de la protesta de los universitarios me llevan a repasar su línea de tiempo. El tarifazo de Etecsa y las justificaciones para su implementación, el supuesto fraude económico, la respuesta de los estudiantes a lo largo y estrecho del país, las respuestas de funcionarios de la empresa, la demagogia y violencia de ciertos profesores y directivos, la demorada intervención del presidente Miguel Díaz-Canel, el cruce de comentarios en las redes, el inédito parón universitario, y la aparición de agentes de la Seguridad del Estado y sus prácticas para ralentizar, y parar en seco, cualquier situación que estimen peligrosa para la preservación del status quo que beneficia a un nada pequeño grupo de sujetos, de los cuales no todos muestran rostro, abdomen y labia en la televisión.
Cuanto he constatado en las redes sociales no difiere, demasiado, de cuanto sucedió el 27 de noviembre y en días posteriores.
Algo más dilatada en el tiempo, y mucho más grande que la protagonizada frente al Mincult, no esperaba, en tanto reacción, una respuesta diferente por parte de quienes, una vez más, no están dispuestos a entablar un verdadero diálogo ni concebir una verdadera república con todos y para el bien de todos. Un monólogo travestido de conversación nunca será diálogo.
Puede que esté equivocado. Puede que miles o millones de cubanos dentro y fuera de Cuba estemos equivocados. Visto así, entonces resulta impostergable un verdadero diálogo transformador, porque del país parece quedar apenas su letra inicial mayúscula.
Los videos y textos compartidos dan fe de la noble intención de los estudiantes. Los han querido silenciar o apaciguar con una oferta de horrible calaña. Dividir para vencer, ofrecer ventajas de conexión y pagos más otras nimiedades en un contexto en el que el ciudadano común ya no vive al borde del desfiladero, sino despeñándose. Se golpea una y otra vez precipicio abajo, una caída que no tiene fin.
Como la diseñada para los estudiantes, estrategias similares han sido implementadas por el Gobierno para mantener la cohesión y la fidelidad, o algo parecido a cohesión y fidelidad, de militares, policías y no pocos trabajadores civiles.
Si aquella vieja frase rezaba «sin azúcar no hay país», en este nuevo contexto de policrisis un posible update de la consiga nos estaría recordando que sin Internet tampoco hay país.
Azúcar para todos, y para todo. Acceso democrático para todos a la red de redes, ya sea para el estudio, el trabajo, el ocio.
Antes de que los secuaces de Saurón comenzaran con el asesinato de la reputación, el acoso, interrogatorios, más la presión psicológica y física a varios participantes del 27N y sus familiares, a ras de la madrugada vi a «la máquina alzarse nuevamente» bajo la forma de uno de los puntos de los acuerdos tomados en aquella reunión de noviembre de 2020.
Me alarmó que solo una de las partes, la que entró a por sus derechos y deberes, saliera a dar la cara a quienes permanecíamos reunidos frente al Mincult. Uno de «los acuerdos» supuestamente logrados tras la conversación más o menos decía:
Podemos regresar a nuestras casas sin preocupación, nos prometieron que no nos pasará nada.
Sí, el diablo está en los detalles.
Antes de conocer «los acuerdos» ya habían quitado la luz. Ya habían establecido un cordón policial. Ya habían apostado en la avenida Paseo una turba a la espera de una orden de combate. Varios agentes de la Seguridad permanecían desde temprano a pocos metros de los manifestantes. Cual perros de presa, otros agentes incitaban al desorden.
En plena oscuridad ya nos habían encañonado con los faros de las patrullas. Algunos muchachos ya habían corrido aterrados hacia el núcleo del grupo, gritaban que les habían rociado gases en la cara. Ante el pedido de tranquilidad, de permanecer ecuánimes, un sujeto infiltrado en el grupo incitaba a la revuelta.
Todavía recuerdo la cara de ese tipo. Negro. Joven. Short, pulóver, chancletas. Lo habían vestido para soliviantar.
Y recuerdo a otro. Blanco. Alto. Casi ecuánime, casi aparentemente pausado. Un tipo bien plantado.
Los había jóvenes, blancos y en pareja, cascos en las manos, como venidos en moto desde el parisino mayo del 68. Sí, recursos invertidos en la única industria sostenidamente próspera: la del miedo.
¿Acaso estoy mostrando un inusual conocimiento del ser humano?
Dijo Herta Müller en su discurso de aceptación del Premio Nobel:
«En el transcurso de una semana entró tres veces en mi oficina, a primera hora de la mañana, un hombre gigantesco, de huesos sólidos, con ojos azules centelleantes, un coloso del Servicio Secreto.
La primera vez me insultó de pie y se marchó.
La segunda vez se quitó el impermeable, lo colgó en una percha del armario y se sentó. Aquella mañana yo había traído de casa unos tulipanes y los estaba acomodando en el florero. El tipo me observaba y alabó mi inusual conocimiento del ser humano. Su voz era resbaladiza. Sentí un gran desasosiego. Impugné su elogio y le aseguré que sabía algo de tulipanes, pero nada del ser humano. Entonces me dijo en tono malicioso que él me conocía mejor que yo a los tulipanes. Luego se colgó del brazo el impermeable y se marchó.
(…) Empujó los tulipanes hasta casi el borde de la mesa, en cuyo centro puso una hoja de papel vacía y un lápiz. Rugió: escribe. De pie, empecé a escribir lo que me iba dictando. Mi nombre con fecha de nacimiento y dirección. Y después que yo, independientemente de la proximidad o del parentesco, no le diría a nadie que…, y entonces llegó la horrible palabra: colabores, iba a colaborar. Esta palabra ya no la escribí. Puse el lápiz a un lado y me dirigí a la ventana, por la que miré hacia la polvorienta calle. No estaba asfaltada, baches y casas gibosas. Y esa calleja ruinosa se llamaba, encima, Strada Gloriei: calle de la gloria».
La escena parece tomada de un relato de ficción. Pero no. Resulta que no es muy diferente de cuanto me confesaron dos amigos (un matrimonio, dos amigos escritores) meses después de lo acontecido el 27N.
Ellos y su familia vivieron días atroces. Días que no distaban de lo padecido por escritores y artistas parametrados en los setenta. Días en que, al caminar en La Habana, veían cómo algunas amistades o colegas cruzaban la calle para evitar saludarlos. Días en que, para sorpresa mía, parecían ser readmitidos en los espacios de algunas instituciones culturales, pero no, me lo confesaron días después. Días en que La Habana y Cuba ya no les resultaba espacio vital, sino de agonía, enfermedad, casi la muerte.
Ya en las redes se pueden constatar denuncias y alertas de estudiantes en diferentes universidades. El brazo ejecutor va a por lo suyo en la Cujae, la UCLV, la UH… Va a por el control, y, si es preciso, irá a por el castigo.
Transcurre la mitad de junio y en las redes se habla de espacios de diálogo. De búsqueda de soluciones por parte de funcionarios y Gobierno en conjunto con los estudiantes. Quisiera tener y mostrar un inusual conocimiento del ser humano.
Mientras acontecía la protesta de los universitarios, que no trataba de conexión a Internet y Gigabytes como algunos se ensañaban en hacernos creer, recordé una escena de una novela inédita titulada Los perros, un libro de mi autoría.
En la novela, la Seguridad del Estado ejecuta uno de sus tantos interrogatorios en una suerte de no-lugar, lo cual no es novedad.
Un joven negro —bien podría ser Abraham Jiménez Enoa, o yo, o tú, o Raymar Aguado, o Mónica Baró Sánchez, Camila Lobón, Celia González o Katherine Bisquet, o Carlos D. Lechuga, entre otros—, un joven es interrogado por un par de clones salidos de un centro de genética y biotecnología asociado al Ministerio del Interior. Sí, nada mejor que el absurdo y la fantasía para, desde la ficción, intentar un relato interesado en las interioridades de un ministerio, ¿y de propiciar un inusual conocimiento del ser humano?
A esos dos clones trigueños los llamé los Dolly.
¿Y por qué enlazo novela y realidad?
En el proceso de precarización y empobrecimiento de un país por parte de un Gobierno, y de dolarización ascendente en un escenario de policrisis, se intenta precarizar todavía más, y abducir, y restringir todavía más, el acceso a Internet con las consecuencias que trae aparejadas. Es en el espacio virtual donde una parte significativa de la población puede conseguir materiales para el proceso docente-educativo. Internet permite el trabajo y el estudio a distancia en un momento en el que la movilidad, en Cuba, es hiperprecaria; es el escenario en el cual acontece la investigación, sea en el campo de las ciencias o las letras.
Las redes permiten el encuentro de las familias divididas por la descomunal emigración. Y no hay siglo XXI sin comercio digital, sin candonga a la bolsa negra en un país donde comer, estar sano, conseguir medicinas, informarse y asociarse es, como mínimo, una odisea. Internet permite además desconectarse de una agónica realidad en la que, salvo en fechas señaladas, no se consiguen seguidas 24 horas de luz.
Es más que real ese mundo virtual. Incluso en Cuba. A pesar de Saurón y el Gobierno.
Las redes han permitido la socialización de los manifiestos y las tomas de partido por el pueblo. Las redes han visibilizado la actitud violenta y ausente de empatía de no pocos funcionarios y servidores públicos.
La protesta de los estudiantes universitarios ha tenido un carácter horizontal, democrático. Ha sido diseñada a imagen y semejanza de ellos mismos. Eligieron un lenguaje y un discurso con el que pueden hablar en la cara de un Gobierno decidido a poner en los hombros de un pueblo el resultado de una tozudez, la ineficiencia, la corrupción.
Siempre habrá rostros que sobresalgan en el paisaje de la molestia y el descontento. Esos serán, son, el blanco de las primeras reuniones o interrogatorios. Sí, estudiantes a los que tratarán de separar del resto, atemorizarlos, y, llegado el caso, anularlos de la mejor manera posible, que siempre será la peor.
Los Dolly, esos agentes clonados que aparecen en Los perros, no lo verían de otro modo.
Entonces, mientras tenían lugar los primeros días de la protesta de los universitarios, imaginé a un nuevo líder que era a un mismo tiempo varios jóvenes. Un cuerpo múltiple «en diálogo» con las masas. A puros gestos. Una elocuente muda voz que no necesitaba aferrarse durante horas en una tribuna para convencer a miles de gentes reunidas en la Plaza de la Revolución bajo el resistero del sol.
¿Una especie de Marcel Marceau que echaba mano de los nuevos medios?, pensé, y de paso temí la mala interpretación de la metáfora. Más que una suerte de mimo en jefe, devenía silencioso Apóstol Martí 3.0. Un mudo misionero Martí capaz de hablar esa nueva lengua plural. Clara, exacta, rápida, leve, múltiple. Un discurso que podía condensarse en unos pocos gestos, pocas imágenes, con la posibilidad de socializarse vía SMS, Telegram o WhatsApp acompañado de emoticones. Gestos, memes, stickers y emoticones con la noción de verdad como horizonte político.
Dolly Dos le habría dicho a ese líder múltiple: Aprendemos leyéndote, observándote.
Dice Iván de la Nuez en Cubantropía: «Ensayar es pintarse uno mismo». Sí, conectar a Montaigne con el presente. Ensayar tanto en la ficción como en la realidad. Pintarse uno mismo.
Apelando a Ricardo Piglia, Dolly Uno habría espetado en el interrogatorio: Trabajamos con la distancia emocional. Hay un punto en que nuestras emociones y las del objetivo alcanzan la distancia óptima entre separación y acercamiento; estar lejos y a la vez muy cerca.
Dice Iván de la Nuez en su libro: «Ensayar no es siquiera un oficio, ni es del todo un género literario, hay mucho en él de actitud, incluye el boceto, el borrador, el plano, el entrenamiento en el campo y el experimento en el laboratorio».
Hay en una protesta mucha actitud. Incluye el boceto, el borrador, el plano, el entrenamiento «en el campo» y el experimento «en el laboratorio». Los estudiantes universitarios lo han constatado, basta leer sus comunicados.
Ensayar es equivocarse y aprender del error. En resumen, pintarse uno mismo. A todo color, con los pigmentos de la diversidad.
Vuelvo a las palabras de Herta Müller, específicamente al fragmento en el que rememora la visita del «coloso del Servicio Secreto», ese que tiene no pocos puntos de contacto con el que vi frente al Mincult:
«Rompió la hoja y tiró los trozos al suelo. Pero probablemente se le ocurrió que tendría que presentarle a su jefe la prueba de que había intentado incorporarme a su red de espionaje, porque se agachó, recogió todos los trozos en una mano y los metió en su cartera. Luego lanzó un profundo suspiro y, en medio de su derrota, arrojó hacia la pared el florero con los tulipanes, que se estrelló y crujió como si hubiera dientes en el aire. Con la cartera bajo el brazo dijo en voz queda: esto lo pagarás muy caro. Te ahogaremos en el río. Como hablando conmigo misma dije: Si firmo eso ya no podré vivir conmigo y tendría que hacerlo yo. Mejor háganlo ustedes. Y al instante la puerta de la oficina ya estaba abierta y él se había marchado. Y fuera, en la Strada Gloriei, el gato de la fábrica había saltado del árbol al tejado de la casa. Una de las ramas se mecía como un trampolín».
La Strada Gloriei, tan parecida a una calle cubana.
ELTOQUE ES UN ESPACIO DE CREACIÓN ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LA OPINIÓN DE SU AUTOR, LA CUAL NO NECESARIAMENTE REFLEJA LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.


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Zurelys López Amaya