Esta no es tu casa, Fidel… tampoco es nuestra

Foto: cortesía de Carlos D. Lechuga.

Esta no es tu casa, Fidel… tampoco es nuestra

13 / marzo / 2024

En Cuba, y en muchos lugares fuera de sus límites territoriales, se asocia el nombre del presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, con el adjetivo «singao». Creo que la mayor amplificación que tuvo la asociación a nivel mundial fue aquel vídeo en el que la exactriz porno Mia Khalifa miraba a la cámara como si se dirigiese al mismísimo Canel y le espetaba la palabra, la ofensa que significa que eres un cabrón, una muy mala persona y otros eufemismos parecidos.

En nuestro país, ser un singao es ser un individuo bajo. Pero, además, la inventiva del cubano, siempre tratando de darle vuelta a la censura ante el epíteto que le fue adjuntado al apellido del presidente, lo llevó a dividir la expresión en dos, «sin» y «gao», lo que entonces le dio un nuevo matiz; pues «gao» es un término que designa casa en el argot popular. O sea, la resignificación del adjetivo aporta una nueva acepción, la de ser una persona sin casa o un deambulante, que es como llama el Gobierno a las personas que viven en situación de calle.

Uno de los aspectos que más me gusta del lenguaje es precisamente ver cómo cambia, cómo demuestra que está vivo. El ejemplo de Canel es uno de los más visibles y me encanta porque, además, me trae otro tema, el recuerdo de las viviendas en las que en las puertas se podía leer —en una especie de declaración de principios— la frase que decía: «Esta es tu casa, Fidel».

He visto otras puertas en las que se afirma que la casa es de Dios. He visto la versión de Fidel en diversos formatos. No sé cuál de las dos declaraciones vino primero. Se me ocurre pensar que una es la respuesta de la otra. No deja de ser gracioso este tipo de alegato en un país en el cual, en realidad, si al Estado se le antoja usted puede ser despojado de «sus propiedades».

Así que cuando llega a mis manos el libro más reciente de Carlos D. Lechuga que se llama así, Esta es tu casa, Fidel, lo primero que me viene a la mente son aquellas puertas, con el tiempo cada vez más escasas y en mi recuerdo convertidas en anónimas, en las que una vez alguna mano firme en sus convicciones o tal vez temblorosa e intentando ponerse a salvo fue capaz de ofrecer su casa al Dios imperante, al compañero Fidel.

Foto: cortesía de Carlos D. Lechuga.

Publiqué una reseña en Hypermedia Magazine en enero de 2021 sobre el libro Cartas a una mujer casada, de Carlos D. Lechuga, editado por Hypermedia en 2020. Fue mi primer acercamiento con la escritura del cineasta, quien en su dedicatoria me decía que los directores de cine no sabían escribir o algo por el estilo.

Entre Cartas a una mujer casada y Esta es tu casa, Fidel tuve la oportunidad de escribir a cuatro manos con Lechuga la historia de la censura de una de sus películas. Ni Santa ni Andrés se llama el volumen que salió bajo el sello editorial Verbum en 2022. Lo cierto es que de la mujer casada de Carlos hasta su libro más reciente ha llovido abundantemente y para bien.

He leído al menos dos entrevistas a su autor en las que afirma que el contenido del libro fue algo que tuvo la necesidad de vomitar para acabar de sacárselo de adentro. Sabemos que para muchos autores la escritura deviene acto de exorcismo, urgencia de emerger en un territorio de más libertad. De lo que no se habla mucho es de la manera en que son leídos esos textos. Este libro tiene la capacidad de agarrarte en cuanto comienzas a leerlo y no soltarte hasta que lo terminas. En el proceso, debo advertirlo, sacará de adentro tuyo todo tipo de reacciones; hablo por mí cuando digo que sudé de ansiedad, que me conmovió a veces hasta las lágrimas y que, en no pocas ocasiones, tuve una náusea feroz.

¿Dice algo el autor que a esta altura del partido (Partido) no sepamos? No.

¿Habrá algo más que hablar sobre el tema cubano luego de ver con nuestros ojos el escalofriante momento en que Heberto Padilla hace su mea culpa en 1971, devuelto a nosotros gracias al documental de Pavel Giroud? Tal vez no.

¿Habrá algo en nuestra política que asombre a los nacidos en esta isla? Convencida estoy de que no.

Sin embargo, el libro de Carlos es fundamental para comprender muchos aspectos de nuestra historia, en especial de la que abarca la época de Fidel Castro.

El relato de Lechuga se sitúa entre la mirada ingenua de un niño que, aunque no lo sabe aún, ha nacido en una familia con privilegios por su cercanía con el poder y la de un hombre que, asqueado de todo y luego de haber vivido en carne propia muchos de los horrores del régimen cubano, revisita su pasado y el de su familia. Como si se tratase de buen patólogo, el autor hace un corte en el cadáver de lo que ha vivido y deja expuesta las entrañas, algunas en un estado de putrefacción más severo que otras, pero descompuestas por completo.

Estamos a principios de marzo de 2024 y la plataforma Yo sí te creo en Cuba ha contabilizado 12 feminicidios. Son solamente los que han podido comprobarse, pero siempre hay muchos de los que no se sabe, a los que no se tiene acceso por falta de información. Hace más de una semana que hay una niña de tres años desaparecida y no se conoce aún su paradero. La madre fue encontrada muerta en las costas de Cojímar y había salido de su casa acompañada de su hijita.

Sin embargo, lo anterior no impidió que celebraran el 8 de marzo.

En los centros laborales del Estado hubo fiestas y celebraciones. Llovieron las postales de cada año y los gladiolos asfixiados en celofán. Fue una buena oportunidad para justificar las pocas ganas de trabajar y alguna que otra botella de alcohol para compartir entre los trabajadores.

Nadie preguntó a esas mujeres si en realidad tenían algo que celebrar. A nadie le interesa.

Es el país que nos ha quedado, el que nos hemos dejado imponer.

Las grandes heroínas de la historia del libro de Lechuga son mujeres. Su abuela, su madre, su productora, su novia disidente. Cuba tiene rostro de mujer, no me cabe duda. Basta recorrer las redes para ver a las madres de los presos del 11J dando tremenda pelea, a las Damas de Blanco, a las activistas que organizan ayudas para repartir medicamentos y comida a quienes más lo necesitan. Ellas también son las más acosadas, las que son llamadas a capítulo y a las que se les recuerda que deben pensar en sus familias antes de seguir haciendo «contrarrevolución». Todavía estamos esperando una ley que nos proteja contra la violencia de género, pero con un Estado que ejerce violencia cada día, ¿será posible que se pueda pensar siquiera en una ley así?

Dice la bielorrusa Svetlana Alexeiévich en su libro El fin del homo sovieticus que en el carné del Partido Comunista de la URRS podía leerse la siguiente declaración: «Destruiremos el mundo de la violencia hasta sus cimientos, para luego construir nuestro mundo, un mundo nuevo, donde quien nada tuvo, todo lo tendrá».

Imagino que alguien que escribió algo así debió ser similar a la persona que ofrecía su casa al presidente de la nación, al primer secretario del Partido Comunista de Cuba.

En el libro de Carlos podemos atisbar algo de los múltiples privilegios a los que tienen acceso quienes construyen sus alianzas con el poder del régimen cubano. Su abuelo poseía una casa en Miramar, un auto, un yate y viajaba todo el tiempo cuando casi nadie soñaba con tener un pasaporte. En casa de su familia se comía y se bebía como en las casas de la alta sociedad del odiado capitalismo; eran los años del Período Especial, sin embargo, en esas mesas no faltaba la carne ni el buen whisky.

Una de las anécdotas que más repulsión me produjo fue la de una frase que escuchó el autor del libro en casa del escritor Gabriel García Márquez, a quien conocía por sus relaciones con los de su linaje. Al referirse a la sentencia de muerte a la que fueron condenados tres jóvenes cubanos que se intentaron robar una lancha para escapar a Estados Unidos, el afamado Premio Nobel de Literatura confesó: «Yo he dicho en todas partes que estoy en contra de la pena de muerte, pero si no tomaban esa medida, los americanos estarían ya metidos aquí. Pero así de rápido».

En ese mundo nuevo del carné del partido de la URSS y de las casas que se le ofrecían a Fidel, no todos tienen los mismos derechos y, es obvio, tampoco los mismos privilegios.

Habitamos una nación enferma y medio podrida. Lo poco que le queda sano, que son sus jóvenes, huyen despavoridos a cualquier lugar del mundo que quiera darles refugio. Cuba es un país envejecido, cada vez más, un lugar en el que quienes creyeron en la Revolución y en sus líderes no tienen ahora un pan que llevarse a la boca.

El libro de Carlos D. Lechuga está a la venta en las librerías de España y en Amazon. Me gustaría que muchos pudieran leerlo y asomarse a una realidad que cohabita junto con la del hambre de la población cubana, la falta de medicamentos y de esperanzas en general. Entre sus páginas también podrá conocer cuáles son algunos de los métodos que utiliza la Seguridad del Estado para acosar y desestabilizar a los ciudadanos que por cualquier razón son considerados personas de interés para ellos.

La primera mano que puso en su puerta el letrero que ofrecía su casa a Fidel probablemente lo hacía de buena fe. Lo que ha venido después es que los dirigentes del país se han hecho dueños no solamente de las viviendas, sino también de sus vidas, de sus futuros.

Desde el exilio escribe Carlos el libro que le habría sido imposible escribir en su patria.

Nuestro presidente podrá no tener casa, como muchos dicen para burlarse de él, pero no la necesita porque para eso él y quienes lo rodean tienen un país entero. Ni siquiera es importante que no tenga la aprobación o la simpatía entre los cubanos.

Aquí todo se canaliza a través del meme y el choteo. Para que alguna verdad sea dicha habría que perder el miedo, que es un miedo real y para demostrarlo están allí los miles de presos del 11J. Sigo pensando que en algún lugar de nuestra historia se hizo nuestra la frase de Dante: «Abandonad toda esperanza».


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Norma Normand Cabrera

Se tenía que decir, y se dijo. En la puerta de mi casa, en el 59, mi madre, entusiasmada con el triunfo revolucionario y con todos los cambios para bien que prometía, colocó uno de esos letreros, que se mantuvo allí por años, no recuerdo después qué rumbo tomó. Había otro en aquella época: "Gracias, Fidel". Cuánta ingenuidad y cuánta confianza: justo lo necesario para clavarnos el puñal por la espalda. Gracias a ti, Adriana, por la valentía y por el decoro.
Norma Normand Cabrera

Julio César Figueras

Gracias por qué hay cosas que no sabía y gracias a tu periodismo conozco muchas verdades gracias por estar cuenten con mi apoyo
Julio César Figueras

Lázaro Ortega

Esta frase se usó cuando vinieron a La Habana un grupo de campesinos, con Camilo Cienfuegos al frente, vestidos como mambises y venían, sobre todo a dar una demostración de la alianza del campesinado a la Revolución naciente y la recién firmada, en aquel entonces, de Reforma Agraria. Entonces Fidel pidió a los habaneros recibir campesinos en su casa, así surgieron los carteles de "esta es tu casa Fidel", no quiero dar otros detalles. Pero entonces por politólogos se consideraba una revolución obrero-campesina que con el tiempo muto a un estado militar, sin participación de obreros ni campesinos en la política, ni en el estado
Lázaro Ortega

Uno

Q tristeza!!!.Cuanta esperanza ingenua puso el pueblo en un solo hombre d carne y hueso,q derrocó con su ego y su exceso de confianza en sí mismo,a un dictador como Batista.Lo vimos casi como el Ave Fénix,alguien casi sobrenatural,con una labia-discurso eclipsante...pero mirando atrás, cuanto daño lego'... todavía muchos no creen esto...un hombre q no conto' con nadie del pueblo para tomar las desastrosas desidiciones macroeconómicas q tomó,q aún s están pagando,aunque muchos no lo sepan o minimicen.Un odio acérrimo,pero personal a EUA,q quizás tuvo algo de razón en algún momento,pero q a la corta,la media y a la larga a hundido a la población cubana en la miseria a veces de "jineteras"...todo por caprichos ególatras del nombre q decía el Cartelito de las puertas
Uno

Maria Herminia

Gracias Adriana por tu escrito, donde reflejas valentía describiendo la "pesadilla" del pueblo cubano, pones de manifiesto muchas cosas que de cierta manera no salen a la luz, una vez más gracias por lo honesto de tu escrito.
Maria Herminia

Lely

Tremendísimo... Desde el dolor más raigal trato de vivir esta cotidianidad...la verdad de cada trozo de historia me quita la esperanza. Respiro y salgo a vivir. Cada una de estas lecturas y segundos de respiración son una gota más y otra...
Lely

Javier Cabrera

Adriana lleva en sí el decoro de muchos hombres.
Javier Cabrera

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