Lázaro tiene 15 años y es autista. Le gusta el movimiento constante, siempre buscando algo, como si la vida fuera un parque de diversiones. En raras ocasiones suele sentarse durante un tiempo prolongado. Pero hace meses, desde que llegaran dos jóvenes mujeres al aula a enseñarles un “juego nuevo”, se concentra y pasa horas rasgando y doblando papales en colores.
Años atrás, las insólitas visitantes, Claudia y Anayancy, aprendieron a construir figuras a partir del papel, como un simple hobby, diversión de sus años universitarios. Pero un día la tía de ambas, trabajadora del centro educacional, las conminó a emplear el arte del Origami para que los infantes desarrollaran habilidades manuales, se sintieran útiles y ocuparan su tiempo libre.
“En el primer encuentro, les mostramos algunos trabajos para motivarlos y entonces, quedaron impresionados cuando le dijimos que les enseñaríamos Enseguida, comenzaron sonreír”, recuerda Anayancy.
Esta técnica japonesa, que significa “doblar el papel”, las convirtió en terapeutas improvisadas, educadoras de niños especiales que requieren paciencia y métodos distintos. En la escuela especial Augusto César Sandino divierten y enseñan a decenas de niños.
Ambas son primas e ingenieras y nunca estudiaron pedagogía. Una es graduada de informática y la otra de química. Pero se preguntaron, después de las primeras visitas a la escuela, ¿y por qué no convertirlo en algo más? Entonces le pusieron nombre a la idea: Sueños y Esperanzas, un proyecto comunitario nacido para crear y sobre todo, para ayudar a los infantes.
No hay mucho material en colores, el que más gusta a los niños. Con estos, las formas son más atractivas y creíbles. “Utilizamos los libros que dan en las escuelas primarias para Educación Plástica; compramos los forros de libretas que venden los particulares o las libreticas de colores que sacan en las tiendas. También en algunos diseños utilizamos brillo de uñas para resaltar algunos detalles”, cuenta Claudia.
Cuando las obras son simples no hay mayores problemas, pero como adoptaron el estilo del origami en 3D-ensamblar cientos de partes para formar figuras-, se requieren días y días para acumular las diminutas piezas. A veces, doblan y rasgan sentadas en un ómnibus; cuando escuchan la novela o disfrutan de la música. Cuando ya han acumulado entre 1300 o 1600 fracciones, llega el momento de cerrar el ciclo. De la jaba, en la cual guardan la masa ingente de papelitos, extraen y colocan cada parte en su lugar, para formar el pico, las alas o la base.
“Como estos niños en su mayoría tienen necesidades especiales, comenzamos con las cosas más simples y así en la medida que vayan adquiriendo habilidades, aumentaremos el grado de complejidad, hasta que lleguen a estos”, afirma Anayancy, que baja la mirada, nuevamente, para doblar un pedazo verde que algún día será cisne.
El proyecto suma resultados como el primer lugar en un concurso convocado por la Federación de Mujeres Cubanas en su municipio. Pero ambas comparten su experiencia en la atención a pequeños con necesidades especiales, con educadores de otros ámbitos.
“También participamos en evento auspiciado por la universidad y las cátedras de la mujer en acción”, explica Anayancy, ingente activista social.
“¿Qué tú estás haciendo, con esos papelitos, te volviste loca?”, le preguntan a Claudia cuando la observan doblando los recortes, que convertidos en figura, engrosan la colección personal de ambas. El cuarto ya se les repleta de cotorras búcaros, flores, grullas, que dan como regalos especiales en los días de las madres o a las amistades, los mismos que pronto sabrán construir sus alumnos, quienes como Lázaro, crean su propio mundo de papel.
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