Cuando aún se formaban los maestros emergentes para la enseñanza media, me ofrecí voluntariamente como profesor en un preuniversitario durante las prácticas profesionales. Con gusto impartí Matemáticas, Física y Computación a seis grupos de décimo grado.
Todo por 248 pesos.
Ahora soy Ingeniero en Telecomunicaciones en una empresa y gano casi exactamente el doble como salario básico. Debo entregar al menos un proyecto por mes, que lleva un estudio de campo —muchas veces en lugares intrincados—; interminables horas de dibujo en Autocad o CorelDraw, que me dejan con dolores de cabeza para tres o cuatro días; y luego está el problema de la post contratación, cobro y conciliación de las cuentas por cobrar, cadena a la que estoy atado.
Todo por 485 pesos.
Nunca me he detenido a preguntar cómo los ministerios correspondientes determinan lo que vale mi aporte al país. Estos son tiempos de verse a uno mismo como un contribuyente más, pues si en uno de esos meses donde me pagan “por resultados” —fórmula mágica, salida de una caja negra secreta—, paso de los 500 pesos, debo contribuir a la seguridad social con un 5% de ese salario.
Y eso es un honor. Es más, en un sistema como el cubano lo considero imprescindible para mantener las conquistas sociales que el Estado y nosotros, los contribuyentes, subvencionamos.
Sin embargo todos los días me levanto con la idea de pedir la baja en la empresa.
Tres de mis compañeros de curso trabajan en cooperativas, y ganan salarios que pueden llegar hasta 30 mil pesos. Comparado con ellos yo apenas recibo un estipendio. En mis tiempos de universidad hacía con más fervor la cola en la secretaría de la facultad que ahora en el inundado cajero automático donde extraigo mi cobro.
En los últimos dos años mi empresa ha perdido alrededor del 40% de su fuerza laboral joven y capacitada. La mayor parte se fue a Ecuador; otra, a las cooperativas antes mencionadas; y el resto sacó una patente y también gana mucho más que yo.
De vez en cuando mi propia empresa los contrata como trabajadores por cuenta propia y les paga más que a mí.
Me gusta mi trabajo, pero tengo familia, perro y hasta gato que alimentar, así que en primera instancia trabajo por dinero.
No veo cómo la situación salarial de nosotros, los rezagados de la cadena de los 500 pesos, pueda mejorar; y menos equipararse con los que han tenido la valentía de emprender su propio proyecto.
Lo cierto es que cada vez veo más claro mi futuro del otro lado del río. Allá no me espera un enemigo, sino el batallón de hermanos de hambre y noches de estudio que comprendieron, primero que yo, que su fe estaba mejor con ellos mismos.
Esperaré otro poquito a ver qué pasa; pero no tanto… no tanto.


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