Refugiados huidos de Sudán en un campamento en Chad. Foto: Henry Wilkins / VOA / Creative license
«Déjennos vivir»: la guerra de Sudán y el papel fundamental de las mujeres en la consolidación de la paz
8 / noviembre / 2024
Por Leila Hawkins
En 2019, las calles de las principales ciudades de Sudán palpitaban al ritmo de una revolución: la dictadura de 30 años de Omar al-Bashir estaba llegando a su fin. Los esfuerzos de los jóvenes y las mujeres habían sido cruciales para el cambio de régimen. Imágenes como la del estudiante de 22 años convertido en activista Alaa Salah subido a un coche y cantando frente a los manifestantes fueron noticia en todo el mundo, un símbolo esperanzador de resistencia y de un futuro posible en el que la gente se había alzado contra la autocracia contra todo pronóstico y había vencido.
La esperanza duró poco. Desde abril de 2023 Sudán está sumido en una guerra que ha devastado todo el país, provocado hambrunas generalizadas y pobreza extrema, y en la que el cuerpo de las mujeres se ha convertido en blanco de ataques, ya que la violencia sexual se utiliza sistemáticamente como arma de guerra. Es una muestra de lo que puede salir mal cuando el poder se deja en las manos equivocadas y se permite que la injerencia de países vecinos con intereses propios cause estragos.
Los desastres de la guerra civil en Sudán
Los 18 estados de Sudán están actualmente inmersos en una guerra civil. El conflicto se centra sobre todo en la violencia entre las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF, por sus siglas en inglés), que es el ejército oficial y principal fuerza que apoyaba al régimen de Bashir, y el grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés), creadas originalmente como fuerza de contrainsurgencia para ayudar a reprimir los movimientos rebeldes.
Las RSF fueron una pieza clave para derrocar a Bashir del poder, tras lo cual formaron parte del gobierno de transición y de las SAF. Pronto surgieron tensiones entre ambos por la discusión de quién se haría con el control general del futuro político de Sudán. En 2023, estas tensiones desembocaron en una guerra que, hasta la fecha, ha causado la muerte de 15.000 personas y el desplazamiento de más de 8,2 millones. La ONU la ha calificado como la peor crisis de desplazados del mundo.
“Con la guerra, nadie está yendo a trabajar y nadie está cobrando”, explica la Dra. Rabab Baldo. Baldo es miembro de FemWise-Africa y de la red Feminists Connecting for Peace de PeaceWomen Across the Globe, y ha tenido un papel prominente en los esfuerzos de pacificación de Sudán desde los años noventa. “Los recursos se están agotando”, añade. “Incluso los que tenían ahorros los han gastado a lo largo de los últimos 18 meses”.
El sector bancario está prácticamente colapsado, y el servicio de internet puede dejar de funcionar durante semanas. El costo de conectarse a internet es prohibitivo para muchos, y sin conexión es difícil recibir ayuda financiera.
El acceso a medicamentos es un reto que afecta particularmente a las personas con enfermedades crónicas y a los ancianos, debido a los múltiples puestos de control que deben atravesar. “Todos los recursos que tengas te los quitan soldados de ambos bandos, ya sean de las SAF o de la RSF. Te lo quitan todo, incluidas medicinas, dinero y teléfonos móviles”, afirma Baldo.
Mientras tanto, hay indicios de que la hambruna se está extendiendo debido a la falta de agua y electricidad y al colapso de las cadenas de suministro de alimentos. Es especialmente severa en Darfur y en zonas centrales como Kordofán, donde la gente ha perdido todos los medios para ganarse la vida.
Las causas de la guerra: la mina de oro de Sudán y las interferencias políticas
La ubicación de Sudán, en un lugar estratégico de primer orden en el Cuerno de África, bordeando el Mar Rojo por el este, ofrece a los países circundantes una puerta de entrada a África central. Baldo afirma que las injerencias de los países vecinos repercuten en la dinámica interna de Sudán porque éstos se asocian con actores militares y políticos para favorecer sus intereses.
Sudán es uno de los mayores productores de oro del mundo, sin embargo, poco de esto aporta a la economía nacional, ya que sigue siendo uno de los lugares más pobres para vivir. Aunque las estimaciones apuntan a una producción anual de unas 109 toneladas del metal precioso, se cree que grandes cantidades se pasan de contrabando a Rusia, lo que sirve para apuntalar su economía, fuertemente sancionada, a cambio de apoyo y entrenamiento para la RSF.
También hay una gran cantidad de tierra cultivable, lo que atrae a los países vecinos del Golfo, que son en su mayoría desérticos. “Los países del Golfo quieren que esta sea su granja personal, para abastecerse de alimentos”, afirma Baldo.
El régimen de Bashir tuvo su papel, afirma Baldo, ya que “se puso en contacto con las milicias de África Occidental y las animó a venir a Sudán para su protección. Invirtió muchos recursos y dinero en ello”. Su agenda era “dividir el país y crear focos de guerra, apoyando a diferentes milicias en los países vecinos”. Esto incluía la guerra de Yemen, que ofrecía a los soldados rasos de Sudán salarios mucho más altos de los que podían ganar en su país. Bashir medió en un acuerdo que supuso el envío de miles de hombres a Yemen, lo que muchos creen que reforzó la capacidad de la RSF. “Sudán era conocido por tener soldados de infantería muy fuertes, pero cuando empezó la guerra, los perdimos”, afirma Baldo. “Esto creó un desequilibrio en el ejército en tierra, que entonces se vio obligado a utilizar ataques aéreos para controlar los movimientos de la RSF”.
“Tampoco debemos olvidar el papel de la Unión Europea cuando apoyó a la RSF con equipos de alta tecnología y entrenamiento para ayudar a controlar a los ‘migrantes ilegales’ en el desierto”, añade Baldo. “Ese proyecto reforzó la formación de las RSF para que fueran combatientes fuertes, con capacidades de comunicación muy sólidas”.
“Siempre cuestiono a los países europeos cuando dicen tener políticas exteriores feministas fuertes, y al mismo tiempo están vendiendo armas y dando poder a las milicias para intervenir”.
“La mano de obra y el apoyo logístico de otros países han hecho que el sufrimiento de los sudaneses continúe por segundo año consecutivo”, afirma Baldo. “Las mujeres están desapareciendo, están siendo esclavizadas y son sistemáticamente violadas y asesinadas, especialmente las que son activistas y participan en cocinas comunales y salas de respuesta de emergencia para dar un apoyo básico a sus familias y comunidades”.
Mujeres en Sudán: líderes de la revolución, objetivos de la guerra
Las mujeres sudanesas tienen siete veces más probabilidades que los hombres de vivir en la pobreza extrema, según un reciente informe de la ONU. La vida cotidiana de las jóvenes es atroz, y los informes apuntan a un aumento del matrimonio infantil que obliga a algunas niñas a casarse con tres o cuatro hombres a la vez.
Resulta alarmante que las mujeres parezcan ser objetivos directos de la guerra, con un amplio despliegue de violencia sexual como parte de su maquinaria. “Desde que empezó, la guerra se ha librado sobre los cuerpos de las mujeres”, afirma Baldo. “Las violaciones en zonas de RSF se han convertido en una tendencia. Tenemos los informes de las misiones de investigación, así como los informes de mujeres que están en el territorio proporcionando curación psicosocial y del trauma a las supervivientes de la violencia de género y abuso sexual… niñas de dos años y mujeres de 80 han sido violadas. Han llevado a mujeres a distintas zonas de la capital, Jartum, y de Darfur, para esclavizarlas con fines sexuales”.
Para entender por qué se ataca a las mujeres de esta manera, es importante conocer el papel que desempeñaron antes del levantamiento de 2019. Más de 10 años antes, se introdujo la Ley de Orden Público, que otorgaba a la policía amplios poderes para castigar a las mujeres por su forma de comportarse y vestir (incluyendo flagelaciones por llevar pantalones en público). Esto impulsó a las mujeres a movilizarse ya desde 2013.
“Empezamos a organizarnos y a idear un plan para cambiar el régimen. Hubo un esfuerzo colectivo de los sudaneses, especialmente de las mujeres, dentro del país, en la diáspora y en los campos de desplazados internos para unirse. Las voces de los estudiantes eran muy fuertes. Estábamos bien organizados. Teníamos una visión de cambio, y conseguimos que se produjera el cambio a pesar de que no contábamos con el apoyo de los países vecinos hasta que la narrativa se hizo evidente cuando el régimen fue expulsado, y entonces la gente se lanzó a apoyar la revolución”.
“En los países africanos vecinos que tienen una dictadura, vieron a mujeres y jóvenes liderando la revolución”, continúa Baldo. “No querían que una democracia así fuera un modelo para la región e inspirara a otros. Así que el plan empezó a fracasar. El Partido del Congreso Nacional (el partido político de Bashir, NCP por sus siglas en inglés) seguía en el poder. Tienen milicias en la sombra que pueden movilizar en cualquier momento, y querían venganza, así que planearon la masacre de Jartum que ocurrió en junio de 2019”.
En el ataque, tanto las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) como las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF) se aliaron para utilizar fuego pesado y gases lacrimógenos contra manifestantes prodemocráticos en la capital. Al menos 120 personas murieron, muchas más fueron detenidas y desaparecieron, familias aterrorizadas en sus hogares en todo el país, y hospitales informaron de la violación de más de 70 mujeres y hombres. Fue una táctica de intimidación, dice Baldo, pero aunque para muchos fue una señal de la guerra civil que se avecinaba, ella afirma que el ataque no consiguió su objetivo. “Nos animó a ser más fuertes y a comprometernos más por los que perdieron la vida, para garantizar que se alcanzara el objetivo de nuestra revolución”.
El error, dice, fue dejar que las fuerzas militares gobernaran durante esos primeros meses de democracia antes de permitir una transición a los civiles. “Les dio la oportunidad de continuar con su plan de atacar sistemáticamente a las fuerzas revolucionarias y crear división entre ellas, y lo consiguieron, hasta cierto punto”. Sin embargo, Baldo subraya que entre los activistas continúa la misión de llevar a Sudán un cambio democrático y conducido por civiles.
Las mujeres y el proceso de paz
El papel de las mujeres en los esfuerzos de pacificación parece obvio dados los niveles de violencia dirigidos contra ellas, pero Baldo afirma que hay algo más que simplemente abordar estas amenazas. Cita los ejemplos de alto el fuego localizado, como el acuerdo para que las facciones enfrentadas dejaran las armas fuera de un mercado para que la gente pudiera conseguir comida para alimentar a sus familias, y el alto el fuego de seis meses para permitir a la gente dedicarse a ciertas actividades agrícolas para tener un medio de vida. “Esto no estaba entre sus consideraciones previamente. Las mujeres aportan ese tipo de software al hardware de las negociaciones de alto el fuego”, afirma.
También desempeñan un papel fundamental a la hora de alejar a los jóvenes, los jefes tribales y los líderes religiosos del ejército y orientarlos hacia soluciones pacíficas. “A pesar de provenir de tribus enfrentadas, las mujeres han trabajado juntas para mantener la cohesión de la comunidad, a través de las cocinas comunales, por ejemplo. Las mujeres en general aportan un valor añadido al proceso de paz, no sólo porque son víctimas de la guerra, sino porque son activas para ponerle fin. No debemos ignorarlo. Incluso en nuestra consulta en Ginebra, el equipo de mediación reconoció el valor de nuestra participación como mujeres”.
En agosto de este año, Baldo viajó a Ginebra junto con otras activistas sudanesas para proponer un acuerdo de paz basado en la resolución de la ONU sobre mujeres, paz y seguridad. El propósito era comprometer a las dos partes beligerantes, pero por desgracia los representantes de las Fuerzas Armadas de Sudán no se presentaron. “Nos negamos a entablar relaciones con una sola parte”, afirma Rabab. “Queríamos tener a las dos partes juntas para poder enviar nuestros mensajes colectivamente”.
“La guerra no puede continuar por el sufrimiento de la gente. Tienen que escuchar el llamamiento del pueblo sudanés para poner fin a esta guerra sanguinaria. Ya es hora de utilizar la fuerza diplomática sobre los países que tienen influencia real sobre las dos partes, para detener la guerra, detener el apoyo logístico, detener a los medios de comunicación que los encubren. Si hubiera un interés real de la comunidad internacional por influir en los países que fomentan la guerra, esta se detendría hoy mismo. Desgraciadamente, esos países que interfieren en la región son también influyentes en la política internacional, por lo que nadie se ocupa directamente de su injerencia en los asuntos sudaneses”.
Su mensaje a la comunidad internacional es claro: “Sudán está en guerra por culpa de las interferencias internacionales. Permítannos limpiar el ambiente que la guerra ha creado, reconstruir nuestras escuelas, reconstruir nuestros hospitales, nuestros mercados, nuestras casas y nuestros servicios públicos para que la gente pueda volver a Sudán. Sudán es para nosotros, no para que otros nos maten y se lleven nuestros recursos. Sólo déjennos vivir”.
Esta historia fue publicada originalmente en Nadja (Emiratos Árabes Unidos) y es republicada dentro del programa de la Red de Periodismo Humano, apoyado por el ICFJ, International Center for Journalists.
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