Zona WiFi en Cuba. Foto: Claudio Peléez Sordo

Zona WiFi en Cuba. Foto: Claudio Peléez Sordo

Jóvenes y el nuevo parque Wi-Fi

17 / abril / 2018

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8:00 a.m.

Ya no hace falta atraerlos con música o alguna otra actividad festiva. Tampoco habrá que esperar a la noche. El parque de la calle 7, en las Tunas, estrena Wi-Fi: razón suficiente para que cada banco —y los contenes de la acera, y el césped— se llene de muchachos.

Son los jóvenes entre 15 y 34 años —que representan el 26% (2 961 298) de la población cubana— quienes más frecuentan los parques. Cada uno de ellos, resultado de realidades diversas, encuentra en la Wi-Fi, conectados o no, un espacio para compartir sus aspiraciones y miedos, rebeldías, tozudeces, expectativas futuras, frustraciones, sueños.

La Wi-Fi está lista. Los primeros en conectarse a Internet son dos adolescentes, tienen 15 y 16 años. El más alto luce un pulóver de fútbol —“Messi 10”, se lee sobre la espalda—, su ídolo es el jugador argentino. Él, como muchos adolescentes —según un estudio realizado en 2015 por el Centro de Estudios sobre la Juventud (CESJ) — encuentra referentes simbólicos importantes en artistas y deportistas internacionales.

Mientras ellos buscan los resultados del último partido del Barcelona FC, en el banco de enfrente, una pareja prende un cigarro. No van a conectarse, solo se detuvieron a fumar. Tienen 15 años.

Precisamente a esa edad se atribuye el inicio del consumo del cigarro o bebidas alcohólicas. La encuesta del CESJ alerta que muchos adolescentes se inician en estos hábitos a partir de los 11 años. Por eso en el parque no faltan colillas, latas de cerveza vacías, botellas de ron tiradas.

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9:24 a.m.

Jorge Echemendía pasó temprano a buscar a Brayan. Jorgito, como lo conocen en el barrio, tiene un tablet nuevo y no sabe cómo conectarse a Internet. El amigo prometió ayudarlo. Andan juntos desde la primaria. Jorgito quiere descargar algunas cosas para estudiar. Terminó el noveno grado hace un año.

En la educación técnica y profesional en el país sobresalen las matrículas en ramas vinculadas a la salud, la economía, la producción agropecuaria, la construcción y la construcción de maquinarias, pero él tuvo que conformarse con Gastronomía y Servicios.

“No tenía un promedio muy alto y esta carrera tal vez me sirva para trabajar en alguna paladar”, dice Jorgito.

Por su parte, Brayan Cruz cursa el preuniversitario. Quiere ser cirujano. “Así me libro del servicio militar”, confiesa. Y puede que tenga suerte, en la educación superior sobresalen las matrículas en carreras de las ciencias técnicas, pedagógicas y, sobre todo médicas, en las cuales, solo en el curso 2016-2017, la matrícula alcanzó 76 329 alumnos.

Pero acceder a la universidad no es solo una cuestión de querer y punto. La investigadora Keyla Estévez García afirma en un estudio el hecho contradictorio de que siendo la universidad un derecho conquistado, esta enseñanza es un lujo que no pueden darse algunos jóvenes (en su mayor parte negros, residentes en municipios o zonas periféricas o cuyos padres poseen un nivel de escolaridad bajo y su familia un nivel socioeconómico bajo).

Por suerte para Brayan y Jorgito— su vestuario denota niveles adquisitivos promedios— la continuidad de estudios no es una preocupación. No ahora mismo.

Sus esfuerzos se concentran en la configuración del tablet para acceder a Internet. Cuando aparece la notificación de acceso, se enajenan. Ellos son nativos digitales.

Muchos de sus amigos tienen computadoras, celulares y tablets, muchos han sido regalos de familiares. Y aunque en la escuela dan clases de informática, la mayoría de sus habilidades las han adquirido en otros espacios.

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Imágen: Tomada del periódico Granma

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10:40 a.m.

Isis —como la llamaremos— dijo que saldría a buscar unos medicamentos y corrió a la Wi-Fi. “Actualizo Facebook e Instagram y vuelvo a la caja. Total, al final mi salario va a ser el mismo venda lo que venda”.

Mientras se justifica, mueve el dedo índice por la pantalla del celular. Aparentemente no le importa el retraso, pero sabe que varios andan detrás de su puesto de trabajo en una tienda recaudadora de divisas.

“Desde que terminé de estudiar en el politécnico de informática, hace 6 años, trabajo con el Estado”. Como ella, más de un millón 413 mil jóvenes (43,3%) tienen empleo en el sector estatal.

Sin embargo, el progresivo desarrollo de nuevas formas de gestión no estatal ha hecho que la fuerza laboral joven, también vea en ese sector de la economía, una posibilidad de empleo.

Así lo reconoció Teresa Viera Hernández, directora del CESJ, quien subrayó que se aprecia cierta disminución de la presencia juvenil en el sector estatal en la misma medida en que se consolidan el trabajo por cuenta propia (TCP) y otras formas de gestión no estatal.

Aunque no ha escuchado las declaraciones de la investigadora, Isis coincide plenamente. Sin levantar la vista del celular, ni detener el movimiento del dedo en la pantalla, confiesa conocer muchos jóvenes que se han ido al TCP.

“Pero casi ninguno puede ejercer la carrera que estudió y, aunque pagan más, me parece que ahí se está menos protegido”.

Su afirmación tiene sentido. Acostumbrados al paternalismo del Estado en muchos asuntos —y a la indisciplina laboral derivada de ello— en las nuevas formas de gestión económica muchos desconocen sus derechos laborales o renuncian a estos para conservar la estabilidad económica.

En esta actividad, los 155 638 jóvenes cubanos (11,1% del total), se concentran en labores vinculadas a la elaboración y venta de alimentos, la transportación de carga y pasajeros, la venta de productos agrícolas y la comercialización de diversos artículos. El número más alto es el de trabajadores contratados con 45 129.

“Mientras pueda encontrar alguna forma de «luchar» me quedo con el Estado, aunque no descarto la posibilidad de irme algún día al cuentapropismo”, reconoce Isis.

A pesar de sus “fugas” a la Wi-Fi, Isis sabe la importancia de estar empleada. Desconoce, sin embargo, que existe un 5,5 % de la población joven económicamente activa que ni trabaja ni estudia, y ¿de qué viven?

A Isis no le importa. De números y cuentas y ella solo quiere saber los de su caja registradora.

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12:03 p.m.

Ángela Luis y Enrique Feal se detienen bajo un árbol. El calor es insoportable y el único banco a la sombra está ocupado. Solían sentarse cuando todavía no había Wi-Fi.

Lamentan no tener privacidad. De hecho, en Cuba, un 42,6 % de los jóvenes están en una situación similar: no disponen de una habitación con privacidad.

Ellos se emanciparon hace unos meses, cuando se fueron a vivir juntos a la casa de la abuela de Ángela, a dos cuadras del parque. Llevan 9 años de relación, pero no tienen la suerte del 1,5 % de los jóvenes cubanos que viven independientes.

Mientras descubren rostros nuevos en la Wi-Fi, y lamentan la falta de vivienda, recuerdan el día que decidieron que no se casarían.

“Eso ya no está de moda”, dice Enrique, “aunque a veces Ángela me presiona por el asunto de verse vestida de blanco, en una fiesta. Esa es todavía la fantasía de muchas mujeres… y de sus padres. La unión consensual es lo que está de moda”.

Los datos ofrecidos por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información confirman esta “tendencia” a prescindir del notario: de 61 903 matrimonios realizados en 2016 solo el 40,5 % correspondió a jóvenes, en su mayoría entre los 20 y los 29 años.

También resulta curioso que el Anuario Demográfico 2016 recoge los nueve matrimonios celebrados en ese año entre niñas de 14 y 15 años y adultos de entre 35 y 54 años. Esta ha sido una alternativa de algunas mujeres que optan por casarse con hombres mayores que ella, capaces de proporcionarles estabilidad económica.

Tan impresionante como esas cifras, son las 377 niñas menores de 15 años (14%) que se convirtieron en madres en 2016

Ángela conoce a una en su barrio. ¡Ni fotos de 15 tuvo, pobrecita! Ángela cree que tiene que ver con el ingreso económico de la familia; y tiene parte de razón.

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2:10 p.m.

Junto con la wifi, Ernesto estrena celular. Hace algunos meses se acostumbró a dormir con el sonido de la Singer. Fueron noventa madrugadas consecutivas y el maquillaje de su madre ya no podía disimular las ojeras. En cualquier posición de reposo el pie derecho imitaba el movimiento del pedal de la máquina de coser. María Elena cosía por encargo en las noches; ahorraba para un celular.

“Mi hijo comenzó la universidad y en su aula casi todos tenían teléfono. Nunca me pidió uno, pero me dolía en el alma saber que era el único que no tenía”, cuenta María Elena Rodríguez.

“60 CUC costó uno por la calle, más los 40 pesos de la línea. Aunque menos, todavía coso en las madrugadas para que nunca le falte el saldo”.

A diario, como en este caso, muchas otras familias hacen malabares para proveer a sus hijos de celulares, tablets o computadoras; dispositivos no solo necesarios para el entretenimiento y la comunicación, sino urgentes para el estudio y la superación profesional.

En otra encuesta realizada por el CESJ en 2017 a casi 2 mil adolescentes y jóvenes de entre 12 y 34 años, el 94 % aseguró utilizar alguna tecnología, entre las cuales sobresalen los teléfonos móviles.

“Me sirve para todo: oír música, ver videos, leer, calcular, conectarme a Internet, hacer fotos, jugar, compartir información”, asegura sin apartar la pantalla de su teléfono BLU, Adrián Rivero. “Lo uso a diario y, aunque el mío es de gama baja, es de mucha utilidad”.

La tenencia de tecnologías denota “estatus social”. En la Wi-Fi muchos van a lucir sus equipos: grandes, de marcas conocidas, con brillos en el cover. Poco importa si son una copia o demoran en conectarse. La (otra) gente eso no lo sabe.

“A mí eso no me importa”, dice Arianna Watson de 23 años. “Lo que hace falta es que ETECSA continúe disminuyendo los precios. En la universidad me puedo conectar pero a veces no tengo mucho tiempo. Además, allá no puedo hacer videollamadas con mi papá”.

Los más de 1 130 sitios públicos con acceso a Internet —incluidas las más de 500 áreas Wi-Fi— aún son insuficientes.

“Ahora uso el celular para conectarme”, afirma con alegría Ernesto mientras configura Facebook, IMO, Messenger e Instagram para empezar.

Según la encuesta realizada por el CESJ en 2017, solo al 8,2 por ciento de los jóvenes usuarios le interesa difundir la realidad cubana y al 46,4 obtener información. Más de la mitad lo usa solo para subir fotos y videos a redes sociales.

Para Ernesto es fundamental usar el Internet como un medio de comunicación con familiares y amigos “Tampoco es con estos precios se pueda pensar en mucho más”, dice.

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3:00 p.m.

Sentada en la acera, Keyla Ramírez se queja del sol, el polvo, la incomodidad. La claridad no la deja ver bien. No está de humor para entrevistas, y apenas asiente a las preguntas. Sube y baja la vista mientras se escucha el tono de notificaciones de IMO. En la pantalla aparece un muchacho joven —presumiblemente su novio— todavía recostado en la cama.

Su rostro cambia: se alegra, se ilumina… se entristece. Lo llama “papito” y la ausencia de audífonos hace pública la conversación. Entonces “cuenta” a todos de sus planes, la fecha retrasada de la entrevista, la necesidad de irse a vivir con él, las ganas de emigrar.

Como ella, los jóvenes también los protagonistas de las migraciones cubanas. Se mueven dentro y fuera de Cuba.

Aunque la tendencia del saldo migratorio externo es negativo (se van más de los que entran) con la posibilidad de residir 24 meses sin perder derechos en el archipiélago ya no se establecen en otro país muchos de quienes viajan al exterior, ya sea por visitas familiares, becas de estudio, propuestas temporales de trabajo, negocios, etc.

“A veces muchos resuelven con mudarse de provincia”, afirma el tunero Aldo Segura, ingeniero cibernético de 28 años. “En La Habana, por ejemplo, hay muchas más posibilidades de trabajo. Lo mismo con el Estado que como cuentapropista”.

Los datos de migración interna le dan la razón. Fueron 82 514 las personas que dejaron su provincia de procedencia en 2016. La mayoría hacia el Occidente, y de ellos el 27,7 % se mudó a La Habana, que sobresale ampliamente como provincia receptora.

Pero Keyla no quiere irse a La Habana. No es ese el destino del que le habla en la Wi-Fi, a quien presumiblemente parece su novio. Después de media hora de conversación sobre planes migratorios y frustraciones, se pone de pie. Se sacude el short y dice que se va a su casa.

El 85,4 % de los jóvenes cubanos accede a Internet a través de las zonas con Wi-Fi. En cada uno de esos sitios públicos abundan realidades diversas. Para muchos conectarse a la Wi-Fi es desconectarse de la realidad, aunque a veces la realidad se te encime.

En la Wi-Fi las personas se acomodan casi unos sobre otros, no hay privacidad, se ventilan (literalmente) todos los asuntos personales más diversos, es un calvario cuando llueve o hace mucho sol.

Allí se encuentran otros Ernestos, Keylas, Isis, Ángelas, Enriques, Jorgitos o Brayan y también jóvenes como Willy y Filly, dos personajes de ficción muy parecidos a muchos jóvenes y cubanos. Bienvenidos todos. Este sábado, el parque estrena Wi-Fi.

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