Asiel Babastro, realizador audiovisual. Foto: cortesía del entrevistado.
La diferencia de hacer videos para Cuba y para el mundo
19 / abril / 2017
El realizador audiovisual Asiel Babastro se define, “metafóricamente”, como un arqueólogo. Le gusta escarbar y encontrar secretos bajo la superficie. Dice sentirse, a veces, como desfasado en el tiempo, alguien que pertenece a los años 50, por eso suele aterrizar sus historias allí.
Toma mucho café. Se reúne recurrentemente con amigos del medio audiovisual. Visita lugares “chics” para que surjan buenas ideas. Cree en la reencarnación, en la Virgen, en Buda, Mahoma y “en quien haga falta”. José Martí es su ídolo.
Babastro era “un guajiro de los que creían que La Habana no hacía falta”. Pero rápidamente cambió de opinión. “A mediados de 2015 preparé, después de mucho pensarlo, las maletas. Y me dio un miedo del carajo —confiesa—”.
—¿Qué te ataba a tu terruño?
“Todo, o casi todo. Una de las cosas que más trabajo me costó fue separarme de mi madre y mi abuela. Yo viví y crecí con ellas. Eran mis pepitos grillos, mis madrinas espirituales. Aunque están felices por lo que hago, no creo que me quede toda la vida aquí en la ciudad. Me gusta sentir la sensación que solo estoy de paso”.
Cuando llegó a la capital, el moronense tenía 25 años, un castillo de ilusiones y un alquiler que pagar. Al principio, como casi siempre sucede, priorizó el techo, aunque le sonara poético vivir “bajo las estrellas”… En vez de dedicarse a la realización audiovisual —el motivo de su viaje— se aseguró unas monedas por encargarse de la imagen y publicidad de varios artistas.
Quizás, según la experiencia de Babastro, lo más difícil sea la inestabilidad cotidiana. “Los artistas no siempre vienen a ti para que les hagas un video. A veces uno tiene que salir a vender su idea, a proponerla. Este es un trabajo muy fluctuante”.
—Pero bien remunerado, ¿no?
“Y también con muchos gastos”, dispara al instante…
El joven artista comienza el inventario de inversiones. Saca una cuenta rápida en la calculadora del móvil y sentencia que, en internet solamente, ha empleado hasta 300 dólares al mes, en un país donde el salario medio mensual no rebasa los 30 dólares. Y como si fuera poco, aparece luego, desenfocado frente a la cámara, desafiante, el nuevo obstáculo: conseguir el permiso de filmación.
“Una vez me pararon en seco el rodaje de un corto que se llama Vivir por accidente. Estaba filmando en una casa con condiciones deplorables en Morón, Ciego de Ávila. De pronto, no sé cómo se habrán enterado, llegaron unas personas en moto y me dijeron, sin explicaciones, que no podía filmar ese lugar, y que si no me iba, me quitarían la cámara”.
—¿Te la quitaron?
“No. Me fui”.
“Me explicaron que ellos eran de la Seguridad de Estado, y que cuando fuera a filmar otra vez tenía que pedirles autorización. El corto nunca se terminó. Por suerte era un trabajo que no llevaba una inversión grande. A partir de ahí me di cuenta que la problemática de los permisos de filmación, y la censura, iban a ser constantes barreras ante cualquier tipo de trabajo audiovisual”.
—¿Cuándo la censura te ha vuelto a acechar?
“Con el video Globalización, del trovador avileño Yoan Zamora, que dirigí. Fue prohibido en la televisión cubana. Según supe luego, el motivo era porque había un plano de la Plaza de Tiananmén, en China, cuando las protestas de 1989. Y, al parecer, había algún tipo de normativa con estas imágenes. Pasaron una circular por todo el país diciendo que ese video no se podía transmitir en los medios nacionales”.
“Orlando Cruzata, en alguna ocasión, se expresó al respecto y dijo que era lamentable lo de la censura porque el video podía haber tenido un buen año en los Lucas. Y este clip ha sido utilizado, además, como obra de ejemplo en muchísimos talleres de dirección. Fue un trabajo que me dejó experiencias muy buenas”.
Como realizador de videos musicales, Babastro ha tenido que entender las dinámicas de sus espacios de difusión. Si la intención es transmitir la obra en Cuba, “uno regula la idea y pone la conducta estética en función de patrones normativos”; pero si la obra se hace para artistas extranjeros o de producción internacional (“donde los límites de la televisión cubana no están comprendidos”) todo depende, al parecer, del mercado.
—¿Prefieres algún género musical para tus videos?
“Más que la cuestión de géneros, pesa el presupuesto del artista cuando decido hacer o no un clip. Generalmente con dinero se pueden hacer buenas cosas. No obstante, creo que la música alternativa, el hip-hop, la balada, te ofrecen mayores posibilidades creativas. Con una canción de reggaetón, por ejemplo, casi nunca tienes la posibilidad de crear una gran obra de arte. No es el género más cómodo”.
—Es contradictorio. Ganaste un premio Lucas con el clip realizado a un reggaetonero…
“El Chacal es un artista urbano. Y Androide estuvo nominado en varias categorías porque, de alguna forma, yo también cuidé mucho no caer en estereotipos e intenté contar una buena historia. Y no es menos cierto que el tema me lo permitió. Aunque, admito, el Chacal tiene otros temas a los que yo no me atrevería a hacerle un video clip”.
Asiel Babastro aprendió guitarra clásica en la escuela Ñola Sahiz; cursó estudios en la academia de artes plásticas Raúl Martínez; se graduó en Servicios Gastronómicos; y pasó talleres de dirección, dramaturgia y guión en el Instituto Superior de Arte (ISA) y en la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV).
Dice ser una persona “positiva y convulsa”. Confiesa que, cuando estudiaba pintura, nunca le gustaron los paisajes porque le parecían imágenes muy quietas. “Decía Bertolt Brecht que el arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma. Por eso yo utilizo el arte para denunciar, demandar, corregir, provocar, y no para reflejar nada. Creo que esa es la esencia de un artista y del arte mismo”.
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