Carlos necesitaba saber en qué gastaba el saldo de su móvil y, ya de paso, con quién. Necesitaba además una aplicación que le sirviera de carta de presentación. Él no quería decir “yo hago aplicaciones”, sino yo hago esto. Desarrolló el sistema e hizo sus cálculos. Llegaría, pensó, a 4000 o 5000 usuarios.
Se quedó muy, pero muy por debajo.
Qvacall (léase “qva” como “questions versus answers”) salió en junio de 2016 a la calle. Está en el blog Tu Android, en el Paquete Semanal, en los talleres de celulares. Pero sobre todo, está en los teléfonos de la gente. Todavía en Cuba el boca a boca es lo que más funciona. Y la aplicación Zapya. De los cerca de 300 usuarios que Carlos estimó tenía en junio, en noviembre del mismo año ya sobrepasan los 58 800.
Para obtener esas cifras casi exactas de usuarios (algo que casi nadie logra en el desarrollo de aplicaciones móviles cubanas, que se usan prácticamente offline) Carlos tiene 3 esquemas básicos de cuantificación:
1.Mensajes de sugerencias generados sólo desde la app (“un esquema arcaico”, lo llama él) 2. Solicitudes de licencia, que se envían en un sms con formato predefinido y un código encriptado con información única del teléfono y 3. Un registro automático por cada persona que tenga la app instalada y se conecte a Internet.
Como cada esquema cuenta por cada línea telefónica activa, no caben las repeticiones. Son 58 800 usuarios únicos. Insiste, en seis meses.
“En un principio”, cuenta Carlos, “qvacall no tenía ningún interés comercial; pero teníamos muchos gastos para poder probar las funcionalidades de la app, las llamadas, estadísticas, trasferencias…” Entonces recurrió a uno de los modelos económicos en tiempos de desintermediación: las donaciones directas de sus usuarios. Carlos pidió 60 centavos en CUC como mínimo, a través de una transferencia de saldo de móvil a móvil.
En la conversación evadió mencionar cuánto le reportaba en saldo qvacall. Solo dijo que “las semanas de recarga doble desde el extranjero hay un volumen de donaciones que no sé si nos traiga problemas o no, pero no nos gusta tenerlo en el teléfono. Nos da miedo que llegue a cifras demasiado altas y empiecen a cuestionarse por qué lo tenemos y pase algo”.
Por supuesto, no son todos los usuarios quienes donan. Pero los que lo hacen, pueden donar lo que quieran. Algunos donan hasta 3 CUC. Otros, por un error de las primeras versiones de qvacall, donan 60 y 70 CUC. El error “por ignorancia”, me aclara Carlos, no lo exime de culpa.
“Sucede que lamentablemente había una laguna en nuestra app. No sabíamos que ETECSA interpreta 060 como 60 CUC. Ahora tenemos un texto donde lo aclaramos y cambiamos la forma de ingresar el monto, la cantidad a transferir”. Aunque fue corregido el error, todavía hay personas, la mayoría en las provincias orientales, que tienen instaladas las primeras versiones de la aplicación, y para ellos la confusión sigue activa.
“A esas personas no es solo las llamamos para decirles que vamos a devolverles el dinero, sino tengo que explicarles que no se lo podemos devolver en el día, porque solo podemos hacer una transferencia diaria.”
“Esas personas no se tranquilizan con un mensaje. Yo las llamo para calmarlas, porque si no se quejan con la empresa o llaman a la policía. Nos denuncian por estafa. Y aunque al final demostremos que sí devolvemos el dinero, es un proceso que se levanta contra nosotros”.
Los usuarios fueron solicitando funcionalidades, sugiriendo detalles para optimizar la app. “Eso le da la oportunidad de decir cómo quiere el sistema, qué quiere eliminar y qué no”, señala Carlos.
Tan grande es ya qvacall que una sola persona no da abasto. Carlos está dispuesto a negociar con cualquier empresa estatal como ETECSA o Desoft, que tenga la infraestructura para asumir la gestión de esta idea. “Estamos dispuestos a darle nuestro sistema generador de licencias para que lo hagan ellos. Solo pedimos uno, dos, tres centavos por cada licencia solicitada”.
Su historia de despegue comienza a atraer la atención. qvacall tiene ya, de hecho, dos “copias”. Una fue desarrollada en Matanzas, pero Carlos no ha logrado contactar con quien se presenta como su creador. La otra sufrió alteraciones con la marca: cambiaron el ícono y agregaron mayúsculas al nombre. Quien lo hizo, además, se agregó en la lista como editor del producto. Todo ello sin permiso.
Sin permiso también están los talleres, que venden la app. Carlos pagó 5 cuc por instalar el producto en su propio teléfono, solo para confirmar. “No me importa que lo distribuyan, solo me gustaría controlarlo”, me agrega.
“Por esas cosas acabamos de registrar la marca con la Oficina de Creador de la Propiedad Industrial (OCPI) y en el derecho de autor en el Centro Nacional de Derecho de Autor (CENDA). El CENDA no te asegura que la obra es tuya, sino que tú la inscribiste primero. Y eso tiene un peso legal. En la OCPI hay que seguir un proceso donde ellos verifican tu marca y detectan interferencias.”
Poco a poco, y a base de mucho preguntar, Carlos ha ido sorteando el terreno de un emprendimiento casi experimental en Cuba. El tema, como dice, “no está muy foguea´o”. Quizás por eso intenta que su producto sea lo más legal posible, a pesar de las restricciones.
“Mi principal problema como entidad es que este año me toca pagar los impuestos. ¿La ONAT considerará a las “donaciones de saldo” (casi dinero electrónico) como un “ingreso”? Yo estoy en total disposición de pagar el 10% que me exige la ley, pero, ¿cómo lo hago? Todo lo que tengo, lo que gano, es un saldo en el celular.”
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